Al rumor de las cañas: Impresiones de una excursión al Central Francisco de The Francisco Sugar Company. El monstruo de hierro nos deja en la diminuta estación de Canario, villa pequeña y simpática de la región camagüeyana. Un automóvil nos esperaba sin concedernos un momento de reposo. Las negras cortinas de la noche arropaban cariñosamente el poblado, cuyas casas disgregadas apenas irradiaban febles luces.
El cielo extendía su inmensa gasa, acribillada de puntos luminosos, surgentes, en la techumbre para escoltar en un gesto de acatamiento y reverencia á la pálida señora del misterio, la Diosa tierna y sigilosa de la conjura y del amor que se alzaba por encima del palmar, oscurecido y rumoroso dejando caer sus clarores de plata.
Ráfagas de suave frescor como besos infantiles bañaban nuestros rostros; las sombras al ocultar pueblo y campos le imprimían al paisaje notas dulcemente melancólicas que evocaban en el alma la leyenda de los días pretéritos en que la sabana trasmutaba su esmeralda en rubí por las varas mágicas del sacrificio augusto y creador.
La máquina se internó por un camino lleno de recovecos, tortuoso vericueto que nos impelía á una danza. En las márgenes las crespas malezas ennegrecidas ponían notas fúnebres y los árboles dispersos simulaban centinelas encapuchados que se preparaban al ataque.
De vez en cuando rasgaba el ambiente el silbato estridente de algún ave nictálope como para intensificar más e inconsciente zozobra. Es que en estas horas nocturnas, en medio de los campos desiertos el espíritu se ve invadido por vagos recuerdos é imprecisas impresiones que provocan una honda emoción de tristeza y recogimiento. Es la noche el momento propicio para el reposo y para la acechanza.
Soñolientos y estremecidos por los vaivenes del vehículo avanzamos hasta penetrar en una carretera que serpeaba á lo largo bañada por la mortecina luz lunar, emprendiendo entonces veloz carrera no más vertiginosa que nuestras ansiosas impaciencias.
De pronto y a poco trecho profusión de fulgores hirieron las pupilas desconcertadas y un canto sonoro de vida parecía que vibraba en aquella luminosidad para hacerla más confortable. Siluetas de edificios, contornos gigantes de maquinarias, torres elevadas levantándose soberanas y ese ruido confuso, heterogéneo, múltiple, del trabajo nos avisaron que habíamos llegado al punto anhelado.
El Central Francisco estaba a nuestra vista en un brindis cordial de cálido y generoso hospedaje. Brazos afectuosos forjaban el arco ceñido y amable de la amistad en recepción cariñosa.
El Central Francisco, aún de noche, presentaba maravilloso espectáculo. Su extensión considerable le dá las proporciones de un pueblo y de un pueblo laborioso, activo, donde se oyen siempre las notas vibrantes del himno del trabajo y la canción leda de la riqueza, es decir, los dos manantiales engendradores del progreso.
Nos proponíamos pasarnos días en la gran finca azucarera en busca de solaz y expansión para nuestro ánimo, un tanto hastiado de la vida capitalina, llena siempre de inquietudes y zozobras que enferman los nervios.
Una temporada, aún cuando brevísima para nuestros deseos, no nos vendría mal bajo aquél cielo puro y diáfano y en aquellos campos exuberantes. Veníamos, pues, á pedirle al Central Francisco nuevos elementos para fortificar nuestras energías y nuestros bríos para la lucha intensa y afanosa de la existencia en esta época en que ingentes obstáculos se oponen á la carrera modesta del escritor.
Por otra parte aquél ambiente encantador brindaba múltiples apuntes para confeccionar una crónica. I bien sabido es que nada más agradable para un periodista que el tema de un artículo, que un motivo para fecundar las cuartillas blancas y vírgenes.
Y el ingenio, por su belleza, por el mundo que encierra, por sus moradores amables y bondadosos, por la hospitalidad franca y cariñosa que ofrecía, invitaba á la producción, siquiera para dar en unas líneas gracias á los buenos amigos por sus infinitas atenciones y gracias á la naturaleza por su esplendor y salubridad.
Aquella noche, desde luego, el cuerpo nos pedía reposo y nuestros amigos nos proporcionaron cómodo albergue y mullido lecho en el cual caímos con ese desplome de quien ha atravesado kilómetros en el modesto ferrocarril.
Ruidos, estrépitos y golpes en la puerta interrumpen nuestro sueño. Un rayo tibio de sol iluminaba la habitación. Con pena nos dijimos las doce del día. Pero de afuera nos expresaban que tan sólo eran las cinco de la mañana. Nos olvidábamos que en el campo son demasiado lindas las mañanas para que se duerman. A poco rato estábamos ya con los camaradas, decididos a recorrer el ingenio y sus dependencias.
El Central Francisco se halla a cinco leguas del mar y a siete del villorrio de Canario, constituyendo como hemos dicho un verdadero poblado lleno de animación, al extremo que, su vía férrea, ya alcanza una extensión asombrosa.
Dos mil caballerías por lo menos forman esta fabulosa hacienda, sobre la cual The Francisco Sugar Company ha levantado una grandiosa manufactura y una hermosa y rica población.
Pero no hay empresa, por grande que sea, que pueda realizar obra tan maravillosa, si sus planes y proyectos magnos no encuentran personalidades capaces de interpretarlos y traducirlos en bellas realidades. Muy difícil es encontrar los hombres napoleónicos que puedan echar sobre sus hombros la ciclópea tarea de hacer del desierto, templo de cultura y mina caudalosa, inagotable, de oro.
The Francisco Sugar Company, más dichosa que el cínico filósofo griego, encontró los hombres y son éstos para rendirles previo homenaje, el Sr. Leandro J. Rionda, administrador general y Mr. E. Gerard Smith, segundo administrador general, pues ambos constituyen las graníticas columnas sobre las cuales descansa este mundo vasto y gigantesco llamado Central Francisco.
Para que se vea la obra titánica que estos caballeros talentosos y expertos han realizado, debemos dirigir primero las miradas hacia la villa Francisco. Ver sus casas alineadas, limpias y coquetonas, cuya uniformidad elegante rompen amplios y suntuosos edificios que dan notas de arte y de lujo al simpático pueblo.
Numerosas escuelas dan a la niñez el bendito pan de la educación, y a los desvalidos les presta un hospital, montado a la mayor altura y con todas las exigencias que la ciencia, la higiene y la sanidad reclaman, los recursos y consuelos benéficos, prodigados por muy distinguidos médicos y diligentes nurses: una sociedad bien organizada que es centro de cultura y recreo, a la cual concurren distinguidas familias.
Como se ve, el pueblo cuenta con grandes elementos, algunos de los cuales no los tienen poblaciones más importantes por su rango, extensión y es que Francisco, es algo más que una villa, pues en realidad, sus habitantes, bajo la égida de los incansables administradores del Central, desarrollan sus actividades con el propósito digno de acrecentar la joven y risueña población.
Unese la suerte de ésta al porvenir de la gran manufactura, y, por tanto, le aguarda un futuro magnífico. El Central es una de las empresas azucareras más potentes del país, tanto por la calidad excelente de sus tierras, cuajadas de esbeltas y jugosas cañas, como por su capacidad industrial, que le permite una producción enorme. Así es que, la villa seguirá la misma progresiva marcha del ingenio.
El Central Francisco posee una organización perfecta, que honra a sus directores. En 1913 molió 29,568,141 arrobas de caña, obteniendo 257,140 sacos de azúcar, y el pasado año molió 49,349,156 arrobas y produjo 449,590 sacos, altísima cifra que, duplica la anterior, como para probar la extraordinaria importancia del concurso que presta a la fábrica su segundo administrador general, Mr. Smith, pues tan fabuloso rendimiento se ha logrado después que tan distinguido caballero colabora en el gobierno de la finca, cuyas tareas agrícolas y fabriles vigila con su celo y pericia sobresaliente, facilitando así la labor del señor Rionda como primer administrador.
Colaboran en estas tareas administrativas el Sr. Alberto Pérez Benítez, inteligente jefe de la oficina, en cuyo importante cargo ha puesto de manifiesto su cultura y competencia brillante y el Sr. George E. Crawley, quien funge de auxiliar de la alta dirección con extraordinaria pericia y constante celo.
El departamento comercial es, desde luego, importantísimo, pues gira por la cantidad de millón y medio de pesos, bajo la administración experta del señor José Antonio Balbona, a quien prestan eficaz cooperación los señores José Vega, Francisco Muñiz y Juan Bobes, jefes de las secciones de ropa, víveres y almacén, respectivamente, y el señor Alfonso Junquera, culto tenedor de libros.
Este magnífico establecimiento pertenece a los acaudalados comerciantes, señores Alonso, Colunga y Compañía, dueños, además, de los departamentos análogos de los centrales Tuinucú y San Vicente.
Estando en el magnífico Central, fué lógico realizar una excursión por sus campos exuberantes. Ya que no a todas, visitamos algunas colonias, de las cuales haremos ligera mención, empezando por la Concepción.
La Concepción es una de las más importantes por su extensión de cuarenta caballerías y la explota el señor Juan Cabrera, distinguido joven, afable y culto, que se dedica con gran éxito a las empresas agrícolas, pues está fomentando otra gran colonia de setenta caballerías.
Su inteligencia y su carácter le han llevado a la jefatura del partido conservador, y la legión de sus admiradores se propone elegirlo representante en las próximas elecciones, premiando así los grandes méritos patrióticos de este generoso ciudadano, tan popular en Camagüey.
El señor Francisco Figueredo Núñez fué otro distinguido colono, cuya preciosa hacienda, situada a cinco kilómetros del ingenio, tuvimos el placer de visitar. Este agricultor es muy querido en toda la zona, donde se aprecia su vasta experiencia en esta materia.
Esta finca es de su propiedad, inclusive el terreno, y el señor Figueredo, con su inteligente administración ha logrado que sus veinte y dos caballerías le rindan millón y medio de arrobas de caña.
Un joven manzanillero, el señor José M. Pérez, ha sabido fomentar una admirable colonia de veinte y dos caballerías, a seis kilómetros del Central, obteniendo una producción de un millón doscientas mil arrobas de caña.
El señor Pérez es un caballero muy culto, que ha viajado mucho, por lo cual posee la mundología y cortesía propia en los hombres cosmopolitas. Durante algún tiempo residió en la Habana, donde cultivó la amistad de nuestros directores, los doctores Pichardo y Catalá. Como un recuerdo cariñoso de su provincia denomina su hacienda La Oriental.
Otras dos colonias pudimos visitar: Yamaqueyes, propiedad del señor Ernesto Cuevas, residente en los Estados Unidos, y la cual administra con gran competencia el señor Manuel Alvarez Llera, quien ha dotado la hacienda de todos los elementos industriales necesarios para su enorme rendimiento.
La otra fué la llamada Sitio Viejo, situada en la línea de la Marina, con una extensión de veinte y seis caballerías, que producen millón y medio de arrobas de caña.
El propietario de esta colonia, señor Atilio León, domiciliado en la Habana, ha confiado, con acierto, la administración al señor Enrique Gautier, a cuya inteligencia y energía se debe, exclusivamente, el estado brillante de tan magnífica hacienda.
Próximamente a un kilómetro del Central se levanta el simpático pueblecito La Lomita, donde desenvuelven sus actividades comerciales los señores José Serra Mañé y Salvador Guixens, quienes poseen un excelente establecimiento mixto de gran crédito y solvencia.
Ausente, en la actualidad, el señor Serra, el cual se encuentra de temporada en España, no tuvimos el honor de conocerle, pero sí a su compañero y socio, que es una de las personas más estimadas de la jurisdicción, donde se aprecia, con justicia, su carácter bondadoso y franco y su inteligencia fecunda.
Es demasiado extenso este gran Central y sus tierras, para que en unos días pueda apreciarse toda su magnitud considerable; pero el periodista que tuvo el placer de disfrutar en este hermoso paraíso horas inefables, no puede sustraerse al deseo vehemente de volver a gozar de una hospitalidad amable, brindada con tanta cortesía por los cultos caballeros y generosos amigos que en él habitan y para quien en estas líneas ponemos un recuerdo de afecto y gratitud.
Miguel Ballester
Marzo, 1920
Bibliografía y notas
- Ballester, Miguel. “Al rumor de las cañas: Impresiones de una excursión al Central Francisco de The Francisco Sugar Company.” El Fígaro Periódico Artístico y Literario, Año XXXVII, núm. 7, 8 y 9, 1920, p. 150-154.
Gisela Gil Turnes dice
Está bello este artículo periodístico de 1920, su autor desplegó con un lenguaje muy bello sus impresiones. He disfrutado su narración. Qué bueno que fue encontradas puesta en nuestro conocimiento. Gracias Martha por tu dedicación!
Marta dice
Me encantó
Marta dice
Gracias