Figura singular en América, don Alejandro Woz y Gil, de Santo Domingo, ha usado siempre con desgano sus dones de excepción, recorriendo toda la escala del trópico, desde hombre de letras hasta general, y, como casualmente, ha ocupado dos veces la presidencia de la República.
Pero su vocación definida es la de conversador. Conversador de arco vastísimo, que empezará con los fósforos de Suecia, atravesará el turbio río de las filosofías de la intuición sin salpicarse con nombres de filósofos, y rematará con los caballos de carrera.
Pero conversador a la dominicana, con su carga árabe de cuentos sabrosos, como aquel del cochero gallego que, negándose a sustituir su pobre caballo criollo envejecido con algún buen ejemplar del norte, exclamaba chasqueando el látigo: “¡Nu hay cun la raza latina!”
Era yo adolescente cuando oí comentar a Woz y Gil la fuerte hermosura de dos versos de la oda Al Niágara, de Heredia. Después de suspirar por las palmas de Cuba, el poeta se retracta y dice, con rumoroso rodar de erres.
Ni otra corona que el agreste pino
a tu terrible majestad conviene…
Pero en 1917, visitando el Niágara, ví que “alrededor de la caverna inmensa” no había pinos.
¿Serían los pinos mera invención literaria de Heredia? Sentí la certeza de que no: en el Niágara hubo de haber pinos a principios del siglo XIX; los versos dan la impresión vital de lo que vieron los ojos.
Escribí entonces, proponiéndole el problema, a Mr. Ellijah Clarence Hills, a quien debemos buenos estudios y excelentes ediciones de Heredia. A las pocas semanas, después de consultar obras históricas sobre el Estado de Nueva York y la región del Niágara, el distinguido hispanista me comunicaba la solución, —la cual, no sé por qué, no ha trasmitido al público, a juzgar por su reciente volumen de Hispanic Studies:
—La catarata estaba rodeada de pinares; pero, hacia 1840, vándalos codiciosos establecieron en la cercanía aserraderos que talaron los bosques circundantes. Después, cuando el Niágara degeneró en institución oficial, se pensó en reparar el desastre, se plantaron árboles nuevos junto a la catarata, pero se olvidaron de los pinos, su natural corona.
Para José María Chacón y Calvo, que prepara la biografía definitiva de Heredia.
Citas y referencias:
- Henriquez Ureña, P. (1931, junio). Heredia y los Pinos del Niágara. Revista Social, p. 45
- Pedro Henríquez Ureña (Santo Domingo, 29 de junio de 1884 – Buenos Aires, 11 de mayo de 1946) fue un intelectual, filósofo, crítico y escritor dominicano.
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