Carácter y Vida de los Habaneros de 1840 por Emilio Roig de Leuchsenring para la Revista Social.
Cuando Mercedes de Santa Cruz y Montalvo visitó La Habana en 1840, fue a residir en casa de su tío Juanito (el conde de Montalvo).
Allí la visitaron y conoció a parientes y amigos; a esclavos, viejos y jóvenes, de la familia; a su hermano de leche “un negro alto, de más de seis pies, hermoso como su madre, de dulce y tierna fisonomía”; a Mamá Agueda, la vieja nodriza de su madre, que “ha andado dos leguas, a pesar de sus muchos años, para venir a besarme la mano y llamarme su hija…”
Aprovecha la condesa de Merlín la estancia en casa de su tío para contarnos la vida de las familias habaneras acomodadas de esa época.
La casa era grande, y rodeada de altas galerías, pero por muy grande que fuera resultaba pequeña para tan numerosa familia: “diez hijos, otros tantos nietos y más de cien negros para su servicio“.
Se comía en una de las galerías, numerosos siempre los comensales, no sólo de la familia, sino invitados también, “desordenada profusión de manjares“, crecida servidumbre, gasto abundante: “no es nada extraño, por pocos convidados que asistan, gastarse en una de estas comidas de tres a cuatro mil duros.
Cocina, criolla y francesa, pues no hay casa opulenta que no tenga un cocinero francés y no pueda reunir de este modo en su mesa los platos más exquisitos de la cocina francesa, con las riquezas de este género que la naturaleza prodiga a nuestras colonias“.
Sin embargo, los habaneros preferían los platos criollos, principalmente las legumbres, las frutas, el arroz, los dulces. La condesa considera a sus paisanos “sobrios más bien que gastrónomos“. Saboreó de nuevo con delicia caimitos, zapotes, mameyes, anones.
Su tío era instruído, bondadoso y filantrópico. Aún teniendo que cuidar de sus cuantiosos negocios y sus ochocientos esclavos, acudía presuroso, a media noche, si era necesario, a atender a algún enfermo, lo mismo de la familia que de la dotación negra.
Su tía María Antonia, “una santa mujer, que jamás reñía a sus esclavos“ y “hace por sus manos las canastillas para sus negras, y envía una parte de las viandas delicadas de su mesa a sus esclavos viejos o enfermos. Las negras, excepto a las horas de comidas, holgaban por la casa sobre esteras de junco, cantando, conversando o peinándose“.
La vida doméstica era sencilla, natural: “siempre se encuentra aquí un trato candoroso y apasionado, el abandono y la confianza, la fe en el amor y la amistad“ . Todos se tutean, las edades se confunden. Después de la comida, las mujeres conversan, se balancean y se abanican; los hombres pasean, fumando y hablando de negocios.
A la primera campanada de la oración, se suspende la tertulia, rezan en voz baja, todos se abrazan y dan las buenas noches, los niños besan la mano a la madre, y continúa después la interrumpida charla, La mujer ni se teñía ni se ocultaban las arrugas.
Parientes y amigos abrumaron a Mercedes con obsequios: dulces, frutas, flores, dijes, sin que faltara el oro, “porque es costumbre de los criollos el regalarse en familia una onza de oro como si fuese una ananá o un mamey, y todo esto con una ingenuidad, con un cariño verdaderamente admirable“.
Deja señalados la condesa los efectos del clima en el carácter cubano -la indolencia-, por obra de la cual, no obstante el amor al dinero y a la vida regalada y cómoda, todo se deja para luego y hasta los negocios “pocas veces se hacen bien y siempre duran mucho“, pues “para ahorrarse de dar un paso, de decir una palabra, de poner una firma, hay siempre una disculpa, hay siempre un pretexto, hay siempre un mañana“.
El calor y los mosquitos ponían a prueba su paciencia. Sólo se libraba de éstos, (dándome baños de aguardiente de caña, que es aquí una panacea universal aplicable a todos los males, y haciéndome abanicar después sin enjugarme, por una negra, mientras estoy escribiendo.
A las seis salían a pasear, en quitrín, con fuelle plegado; las señoras, de blanco, destocadas y con flores naturales en los cabellos; los hombres, de frac, corbatín, chaleco y pantalón blanco.
En uno de estos paseos presenció Mercedes de Santa Cruz una escena típica de entonces: el asilamiento de un criminal en el Convento de Belén, escapado de manos de la justicia, acogido a la protección divina y perdonado. Los asesinatos y robos abundaban, aun a plena luz, y los asaltos en los caminos eran frecuentes; a los ladrones se les perseguía con perros.
Los habaneros, blancos y negros, tenían predilección por la música y los versos; todas las sociedades son musicales y poéticas. “El gusto de la música italiana es tan general como en una ciudad de Italia; casi todas las óperas modernas son conocidas aquí, y las compañías italianas que actúan todos los años están muy bien pagadas“. Cita como el más entusiasta y capaz cultivador y propagandista del arte a don Nicolás Peñalver, y a José Peñalver como excelente profesor de piano, compositor y acompañante.
Respecto a la composición social cubana, dice la condesa que no había pueblo, sino amos y esclavos, los- primeros divididos en nobleza propietaria y clase media comerciante, formada ésta, a su vez, en gran parte, por catalanes, que tenían como uno de sus más lucrativos negocios el prestar dinero a alto interés para la elaboración del azúcar, empréstitos reembolsables con la recolección de cada cosecha.
Anota la falta de orden, previsión, conservación y economía de los hombres adinerados, los que gastaban íntegras y algo más, sus rentas anuales. Vivían al día, y el lujo, el desorden y el juego esquilmaban pronto los más fuertes capitales.
Los habaneros eran capaces “de comprenderlo todo y de elevarse a veces hasta el heroísmo“, abierto siempre a la generosidad dará mil veces su fortuna y su vida por un amigo suyo o por su patria, pero arrancadle a esta influencia, hacedlo salir de este círculo mágico, la pereza y la indolencia enervan su voluntad.
Citas y referencias:
- Roig de Leuchsenring, E. – Cristóbal de La Habana. (1932, sep.) Carácter y Vida de los Habaneros de 1840. Revista Social, p.p. 48,63,79
- Escritores y poetas.
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