La verdad sobre el atentado a Clemente Vázquez Bello por uno de sus autores. La muerte del estudiante Félix Ernesto Alpízar, capturado cuando se encontraba herido, asesinado a sangre fría y enterrado en Atarés bajo las patas de los caballos, produjo en Cuba una ola de sorda indignación. Nadie, a partir de entonces, dudó de la necesidad de emprender una guerra a muerte contra la tiranía de Machado, respondiendo al crimen de los sicarios con el atentado terrorista.
Fué, pues, a mediados del año 1932 cuando el A. B. C. cobró consistencia y organizó su sección de acción, destinada a realizar con la cooperación de un grupo de estudiantes, la lucha directa contra el Machadato.
Al calor de la repulsa popular contra el tirano, los elementos más decididos se unieron, concertaron sus planes, recolectaron los elementos necesarios y se lanzaron a una pugna en la que se jugaban las vidas. Muchos cayeron, pero su sacrificio no fué estéril.
Él más importante de los atentados que ejecutaron estos hombres fué el del doctor Clemente Vázquez Bello. En estas páginas voy a relatar cómo se le preparó y llevó a cabo. Yo y los demás hombres que en él intervinimos directamente, no tenemos propósito de jactancia ni deseo de exhibir glorias revolucionarias. Por eso hemos eliminado nuestros nombres del relato.
Pero sí queremos fijar los hechos para la historia, haciendo una descripción fiel de lo ocurrido, que ponga término a las distintas y aun contradictorias versiones que sobre el atentado a Vázquez Bello han circulado.
EL OBJETO DEL ATENTADO
La muerte del doctor Clemente Vázquez Bello, presidente de un Senado espúreo y de un partido liberal sin contenido democrático, fué decidida como el medio más eficaz para reunir en un punto dado al mayor número posible de altos funcionarios del régimen machadista, con objeto de exterminarles allí por medio de una formidable explosión.
Se escogió al doctor Vázquez Bello por dos razones:
- Por su personalidad prominente dentro del régimen;
- Porque la opinión general lo señalaba como responsable directo de los desafueros políticos del Machadato.
Como se sabe, el doctor Vázquez Bello era el consejero más oído y el más íntimo amigo de Machado, y fué quien le infundió la decisión terca de mantenerse a toda costa en el poder, confiando en que “ya se cansarían” los oposicionistas.
Nosotros contábamos con que Machado no iría al entierro de Vázquez Bello. Pero aún así el golpe hubiera sido formidable, tan formidable que aún hoy, después de tres meses de revolución triunfante, siguen viviendo los criminales que hubieran perecido; entonces, de haberse podido ejecutar la segunda parte de nuestro plan.
LA PREPARACIÓN DEL PLAN
Nuestro plan era sencillo, como todos los buenos planes.
- Muerte de Vázquez Bello.
- Explosión formidable en el cementerio, cuando la flor y nata del machadismo se encontrara junto a su tumba.
Para ejecutar este plan comenzamos simultáneamente a instalar una mina gigantesca en el cementerio, junto al mausoleo de la familia, donde lógicamente debía efectuarse el entierro, y a “chequear” al presidente del Senado.
En el lenguaje nuestro de la época, “chequear” quería decir averiguar cuidadosamente, durante un largo número de días, todos los movimientos de la persona sometida a observación. Ese “chequeo” estaba a cargo de la sección de información y gracias a él se pudo saber siempre con exactitud qué hacían y a dónde iban los individuos en quienes estábamos interesados.
Ese “chequeo” lo llevaban a cabo personas de todas las clases sociales: desde criados hasta hacendados. Muchas personas de las que nadie se hubiera atrevido a sospechar, enviaban informes regulares a la sección. En todas las oficinas públicas teníamos ojos y oídos.
En la propia Jefatura de Policía, el jefe Ainciart, desesperado, llegó un día a reunir a sus vigilantes para gritarles, espumajeando de rabia, que sí el A.B.C. volvía a enterarse de lo que pasaba allí iba a matar por su propia mano a quienes le inspiraban desconfianza.
¡Y hubiera sido injusto, porque los informes precisos acerca de mucho de lo que se hacía o preparaba en la jefatura nos los proporcionaba probablemente una persona de toda su confianza!
A Vázquez Bello se le estuvo “chequeando” durante un mes. Durante ese tiempo todos sus actos nos fueron reportados, minuto por minuto. Nosotros sabíamos a qué hora exacta salía de su casa, a qué hora llegaba a los clubs, a qué hora y por dónde entraba en su oficina. Ninguno de sus actos pasaba inadvertido.
Mientras tanto la bomba del cementerio seguía su curso trabajoso y duro. Uno de los enterradores de la necrópolis nos ayudó en nuestra obra, indicándonos la existencia de una cloaca que atravesaba la avenida central, muy cerca del mausoleo de la familia Vázquez Bello.
No sólo teníamos que trabajar de noche sino que además necesitábamos aguardar por las noches sin luna, para que nuestros hombres pudieran escalar sin ser vistos las tapias del cementerio, por detrás de la fábrica de Partagás.
Mientras se trabajaba en la bomba, máquinas armadas recorrían las calles próximas a la necrópolis para evitar una sorpresa.
LA POCION JACOUD
Los que preparaban la mina en la cloaca eran héroes. Había que trabajar al fondo de un túnel de 200 metros, sin más ventilación que la que proporcionaba la estrecha entrada.
Por el fondo del túnel discurrían aguas de albañal, saturadas del olor secular de los cadáveres. Era un hedor espantoso, que los estómagos habituados apenas podían soportar unos minutos. Muchos se desmayaron en la cloaca.
Fué necesario organizar grupos que trabajaban un breve espacio y eran relevados en seguida. Para soportar el hedor y la falta de aire, bebían poción Jaucoud a tragos.
Pero la abnegación de nuestros hombres venció todas las dificultades, logrando hacer una mina perfecta, lista para estallar por medio de dos fulminantes eléctricos No. 6, accionados por un dinamo y por una batería de pilas secas.
La mina contenía cuatro paquetes con 259 libras de dinamita y dos paquetes con 134 cartuchos de “cheddite”, alto explosivo utilizado por los ingleses para la carga de sus obuses y que produce efectos muy superiores a los de la dinamita. 700 metros de alambre de forro negro, impermeable, conectaban los fulminantes con el dispositivo de fuego.
EL ATENTADO
El domingo 25 de septiembre de 1932, se nos informó que la mina del cementerio estaba lista y que podíamos comenzar inmediatamente la ejecución del plan.
Al dar la orden tropezamos con una dificultad: era domingo y nuestro trabajo de “chequeo” de Vázquez Bello comprendía solamente los días laborables. Fué necesario, por lo tanto, suspender la acción para el día siguiente. Ese día, el lunes, se presentó otro contratiempo y las órdenes para el atentado se dieron definitivamente para el martes, 27.
Dos automóviles debían participar en él, encargado uno de la ejecución y otro de proteger la retaguardia a los ejecutores.
En el primer automóvil íbamos cinco personas, todas miembros del A. B. C. En el segundo iban estudiantes y algún abecedario.
A las 11 de la mañana se nos advirtió que Vázquez Bello acababa de llegar al Yacht Club y para allá salimos. Nuestro coche fué apostado en los alrededores del Yacht y allí aguardamos hasta ver aparecer, poco después de las doce, el Lincoln No. 11, del presidente del Senado.
Iban en él Clemente Vázquez Bello, vistiendo traje blanco de marinero, con camisa de playa, su guardia de Inerarity, y el chófer Julio Suárez.
INCERTIDUMBRE. — “PA’LANTE”
El coche de Vázquez Bello se dirigió rápidamente hacia el puente de hierro que conduce “al Gran Boulevard, donde se encuentra la casa de Carlos Miguel de Céspedes. Al seguirle, advertimos que la máquina encargada de protegernos la retirada sufría una panne del motor que le impedía arrancar.
Eso, sin embargo, no nos pareció motivo suficiente para modificar nuestros planes. Seguimos tras el coche de Vázquez Bello y le alcanzamos en la calle primera, frente a la residencia del señor Ward.
Cuando estuvimos a la distancia conveniente hicimos fuego desde atrás, contra el toldo de la máquina, con nuestras escopetas recortadas. Al adelantarnos, vimos a Vázquez Bello arrodillado en el piso de su coche con la cabeza apoyada en el respaldo del asiento delantero. Había recibido en la nuca diez balazos que le dieron muerte instantánea.
El chófer, aturdido en el primer momento por una herida leve que recibió casualmente en la cabeza —nosotros habíamos tirado con precaución para no hacer victimas inútiles— recuperó el control y arrancó a toda velocidad rumbo al hospital militar de Columbia.
Mientras tanto el policía Inerarity (José Irurianitas Armenteros) —de cuyo valor dudaron todos el día del atentado— se tiró del coche y sacando su revólver disparó las ocho cápsulas sobre nosotros. Una de las balas hizo blanco en el automóvil, a poca distancia de mi hombro izquierdo.
En vista de que el policía intentaba cargar de nuevo su arma, tiré la escopeta recortada, ya inútil, y tomé un rifle Winchester que tenía a mis pies y le encañoné. Inerarity abandonó entonces su resistencia y desapareció corriendo.
TESTIGOS PRESENCIALES
Mientras se desarrollaba el tiroteo, en pleno mediodía, en una de las vías más transitadas de los repartos, llegaron dos automóviles al lugar de los hechos: un camión y un Ford cerrado.
Les encañonamos, ordenándoles que se fueran. Pero sus tripulantes parecían más interesados en aplaudirnos que en ponerse a salvo de nuestras armas.
—¡Nosotros estamos con ustedes! —nos gritaban. —¡Somos de los suyos!
Y querían apearse para abrazarnos.
Por fin pudimos convencerles de que se fueran y al quedar despejado el campo emprendimos rápidamente la retirada, hacia La Habana por la playa.
Nuestro propósito era penetrar en la ciudad por el puente de Pote, a toda marcha, corriendo el riesgo de un choque con los vigilantes, como lo habíamos hecho otras veces.
UN ACCIDENTE INESPERADO
Pero al llegar a la torre del reloj nos encontramos con un accidente inesperado que daba al traste con nuestros planes.
La rueda trasera derecha de nuestra Cadillac estaba ponchada y se iba desinflando por momentos. ¿Cómo atrevernos a pasar el puente con un auto ponchado? ¿Qué hacer con las armas y municiones que teníamos en la máquina?
Frente al edificio de las Ursulinas paramos. La goma estaba completamente desinflada y era imposible continuar. Decidimos abandonar las armas y la máquina, yéndonos cada cual por nuestro lado. Así pudimos volver a nuestras casas sin la menor dificultad.
Horas más tarde un grupo de elementos nuestros trató de rescatar el coche ponchado, para borrar la pista. Pero llegaron tarde. Ya la policía lo había descubierto y estaba rodeado de vigilantes.
De no haberse ponchado el automóvil o de haberlo podido rescatar a tiempo, el atentado de Vázquez Bello hubiera sido, como el de Calvo, un atentado perfecto, ante el cual la policía se hubiera encontrado una vez más desorientada y sin pista.
LA FUGA DE CUBA
Gracias al automóvil y a las declaraciones de dueños y empleados del garaje de J y 23 —donde guardábamos nuestros coches y comprábamos gasolina— la policía pudo descubrir algunos detalles relacionados con nuestra sección de acción. Pero lo cierto es que los verdaderos autores del atentado no estuvieron nunca a punto de caer en manos de los sicarios de Machado.
Todos nosotros pudimos irnos de Cuba tranquilamente.
Yo pude embarcar cómodamente en un vapor, con pase de la comandancia y pasaporte en regla, sin otra precaución que un coche armado que me acompañó hasta el muelle, con instrucciones de hacer fuego si alguien intentaba detenerme.
II
Así como la primera parte del atentado fué ejecutada de manera casi perfecta, la segunda fracasó totalmente. Nuestras previsiones de que el cadáver de Vázquez Bello sería sepultado en La Habana, en el sepulcro de su familia, no se cumplieron.
Por una razón o por otra —acaso porque su viuda se encontraba entonces en los Estados Unidos, hecho que nosotros ignorábamos— el sepelio se efectuó en Santa Clara y nuestro trabajo en el cementerio resultó perfectamente inútil.
Poco después la mina subterránea de la cloaca fué descubierta por la Policía, y Alfonso L. Fors, jefe entonces de la Judicial, pudo asumir actitudes de Goron diciendo que “este complot había dejado en pañales, por su importancia, a los preparados por los más famosos terroristas del viejo mundo”.
Parece, pues, que el fracaso de la segunda parte de nuestro plan dejó sin objeto e inútil el atentado personal contra Vázquez Bello. Pero en realidad no fué así. La muerte de Vázquez Bello tuvo consecuencias considerables, no previstas por nosotros cuando la planeamos y ejecutamos; y casi puede afirmarse que ella fué el principio del fin del Machadato.
Si estudiamos objetivamente el régimen de Machado, tendremos que convenir en que no era otra cosa que una monarquía despótica, en la que la voluntad de un hombre era ley. Y todas las dinastías perecen cuando les falta sucesión, según la comprobada ley histórica.
En efecto, el doctor Vázquez Bello aparecía como el heredero natural de Machado. Mientras él existió, los hombres que apoyaban al Machadato se sintieron respaldados en el futuro. Los sicarios que cometían crímenes al servicio de Machado, se sentían impunes no sólo en el momento, sino también en lo porvenir. Sus crímenes, que eran méritos a los ojos de Machado, lo serían también a los de su sucesor y les valdrían preeminencias y ventajas.
Una vez desaparecido Vázquez Bello la situación se modificó totalmente. Los amigos de Machado dejaron de tener un norte que les guiara en la marcha hacia el futuro. La dinastía había perdido su heredero y desde entonces los machadistas comenzaron a fundirse como nieve al sol.
El camino de la “débacle” estaba abierto.
El autor de este relato es una de las personas que estaban presentes cuando se hizo fuego sobre el Lincoln No 11 del presidente del Senado, al mediodía del martes 27 de septiembre de 1932, desde el Cadillac No 43,394.1 Su nombre, como los de sus compañeros, se mantiene en reserva para evitar, como él mismo dice, que nadie pueda atribuirle “propósito de jactancia ni deseo de exhibir glorias revolucionarias”.
LOS ACUSADOS POR LA MUERTE DE VAZQUEZ BELLO
En esta lista aparecen las personas que fueron presas o acusadas por la Policía de Machado con motivo del atentado á Vázquez Bello. Entre ellas “pueden” estar los autores “auténticos”. Mire usted a ver si los descubre:
- Santiago Silva Murray
- Manuel Alvarez
- Alfredo Pena
- Manuel Escandá
- Dr. Luis Machado
- Padre Casiano Reboredo
- Padre Gerardo Ortega
- Ing. Enrique Martínez
- Francisco Morejón
- Antonio Arredondo
- Alberto Belt
- William Belt
- Rogelio Rodriguez Perera
- Guillermo Lino Barrientos Schweyer
- Ernesto Carricaburu
- Manuel Fernández Blanco (a) “El Gallego”
- Alfredo Narciso Botet Dubois
- Luis Antonio Barreras
- José García o Fernández
- Julio Mora o de la Torre (a) “Mofuco”
- Lincoln Rondón
- Ángel Pío Álvarez Fernández2
- Rafael Martínez (a) “El Guajiro”
- Evaristo Fernández Padró
- Evelio Tapia Balseiro
Próximamente: “El Atentado Perfecto”, por el mismo autor de “La Verdad sobre el atentado a Vázquez Bello”. En ese trabajo se describe el atentado contra Calvo y sus expertos, que fué un verdadero rompecabezas para la policía de Machado.
Bibliografía y notas
- “La verdad sobre el atentado a Clemente Vázquez Bello por uno de sus autores”. Revista Carteles. Vol. XIX, núm. 36, 17 de diciembre 1933, pp. 26, 27, 78, 79, 82.
- “Los asesinos del Dr. Vázquez Bello dejaron el auto cuando se les ponchó”. Diario de La Marina. Año 100, núm. 271, Miércoles 28 de septiembre 1932, pp. 1, 2 y 3.
- Diario de la Marina. Año 100, núm. 271, 28 de septiembre 1932, p. 1.
- Otros artículos sobre la Época republicana de Cuba.
- Clemente Vázquez Bello desde Wikipedia.
- En el artículo de Carteles en 1933 se menciona la chapa del vehículo utilizado en el atentado como número 43,394. El Diario de la Marina al día siguiente del suceso señala que era este un Cadillac de siete pasajeros y su chapa era la 43,794 correspondiente al año 1931-32. En la foto que acompaña aquel artículo parece verse un 13,754. Queda entonces por investigar cuál era el número correcto de la placa. ↩︎
- Ángel Pío Álvarez Fernández, conocido también por Antonio Ángel Álvarez y Fernández o Pío Álvarez , o Antonio A. Fernández, o José García, o Juan Fernández, era hijo de Ángel y Elvira, natural de Santiago del Monte, Concejo de Castrillón (Oviedo), España, ciudadano cubano, de treinta y dos años de edad, soltero, estudiante de Ingeniería Civil electricista, agrónomo y arquitecto. Involucrado en el asesinato de Vázquez Bello fue detenido y según la versión de la policía el 4 de enero de 1933 murió de un balazo al intentar escapar. ↩︎
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