En el año de 1838 cuando no había en Cuba una sola industria regularmente organizada más que la de compra-venta de esclavos, el inglés Mr. Nunes montó en Santiago una humilde destilería, con el propósito de aprovechar las mieles de caña en la preparación de aguardientes que le permitiesen competir con los que otros paisanos suyos elaboraban en Jamaica y en la Martinica, y convertir en buenas peluconas relucientes el esfuerzo de unos pocos años de expatriación.
La instalación del alambique era pobre, raquítica y miserable, sin embargo, Mr. Nunes, picó hoy, picó mañana, pudo ir ofreciendo su licor en las ciudades de Oriente primero, después en toda la Isla y más tarde embarcó pequeños cargamentos para mercados europeos y americanos, en ese entonces sin marca industrial que lo distinguiese.
A pesar de sus esfuerzos el negocio del flemático inglés no crecía mucho. Obligado al atraso destilero de la época, carente de fuerte capital con que movilizarlo y ayuno su dueño de ambición predeterminada, Mr. Nunes manejó con éxito relativo su fábrica durante veinte y cuatro años logrando un acopio respetable de oro acuñado pero sin conseguir que sus productos traspusiesen victoriosos las fronteras.
Entonces llegó Facundo Bacardí y Massó.
Así las cosas se decidió a adquirir la modesta fábrica don Facundo Bacardí y Massó, un catalán como suele haber muchos, de clara inteligencia, de vibrante energía y de una férrea, disciplinada voluntad laboriosa. Corrían los meses de 1862.
En esta Casa de Bacardí —donde se conservan las tradiciones de sus fundadores y donde se cultiva el cariño, de una generación a otra el recuerdo de todas las cosas de nuestros predecesores— hay datos elocuentes de la actuación febril de don Facundo durante los primeros tiempos de reorganización.
Como si adivinase — y tal vez por adivinarlo — que su apellido iba a ser tan célebre en el mundo como Napoleón, el de Colón y el de Martí, se entregó por completo a perseguir el secreto que le permitiese elaborar un brandy perfecto, algo que superase a cuanto conocía y pudiera crearse, a base de mieles de caña.
No tardó mucho tiempo en lograr su objeto. Después de minuciosa experiencia, pudo obtener depuraciones alquitaradas, desconocidas, únicas, de un ron diferente, de un ron supremo, que habría de cubrirle de gloria y riqueza en pocos años, invadiendo triunfador toda la redondez de la tierra.
De este modo —lo confesamos con orgullo— y gracias principalmente a la inventiva, al tesón y a la acometividad de don Facundo Bacardí, fué como aumentó su fama el Ron Bacardí, este ron que es en Cuba el tercer producto nacional, en cualidad y en cantidad, no teniendo por delante más que el azúcar y tabaco.
Don Facundo Bacardí fué quien puso los cimientos de esta marca industrial y de esta formidable empresa, que ahora dirigimos sus continuadores y que constituyen sin disputa la entidad industrial que más prestigio y provecho dió y dará a su país, por ser enteramente criolla y estar vinculada a esta tierra totalmente en lo espiritual y en lo económico.
Hacia la cumbre.
El plan general estaba trazado, y la ruta a seguir, claramente determinada. Desaparecido el primer Bacardí (Mayo 9, 1886), le sustituyeron otros miembros de la familia, de esa familia — aunque mal esté que lo digamos nosotros — que ha dado a Cuba libertadores, artistas, hombres de letras y, sobre todo muchas buenas personas.
Todo fué remozado: los alambiques, los filtros, los rectificadores y el edificio. Las últimas creaciones de la mecánica en materia de destilación y beneficio de alcoholes fueron traídos e instalados en Santiago, en nuestra casa. La demanda de Ron Bacardí era ya tan grande en Cuba y en el extranjero, tenía ya tal fama nuestro nombre que todo sacrificio y toda innovación de parte de los sucesores de don Facundo resultaban siempre pequeños.
La fama del Ron Bacardí, de sabor personalísimo, por la razón de que los inconvenientes de los otros brandies había sido eliminados al descubrir el punto especial de nuestro producto. La fama del Bacardí, repetimos, siempre corría parejas con las mejoras de nuestra casa y a veces se nos adelantaba por cuyo gran motivo nos pasamos treinta años de constante renovación, de incesante crecimiento, de fecundo y grandioso desarrollo.
En aquella era de prosperidad industrial no vista nunca en Cuba creamos los tipos de Ron “1873”, “Carta Blanca” y “Carta de Oro” que sorprendieron y asombraron a todos los bebedores del mundo, que desde esa fecha sólo parecen empeñados en consumir Bacardí.
En pleno éxito.
En verdad no hubo ni podrá haber en ningún momento de la historia ni en país alguno Ron como el de Bacardí. Ni semejante siquiera. Los que se fabriquen fuera de Cuba, porque no disponen de la mejor materia prima que existe, que son las mieles de caña cubana precisamente, y los que en Cuba pueden destilarse, porque no poseen el secreto que nuestros químicos han arrancado a la ciencia y a la casualidad, que permite obtener un ron quintaesenciado, exento de ese inevitable gusto a cuero curtido que dejan en la boca todos los rones vulgares que hay por ahí.
En las cinco partes del mundo están seguros los hombres de esa afirmación nuestra. Por eso el Ron Bacardí obtuvo Medallas de Oro, Diplomas y cuantos Premios se han imaginado, en las Exposiciones Universales de Filadelfia en 1876; Barcelona, 1888; Madrid, 1877; Matanzas, 1881; París, 1889 y 1900; Chicago, 1883; Búfalo, 1901; Charleston, 1902; Burdeos, 189 5; San Luis, 1904; Habana, 1911; Panamá, 1915, y en la última de San Francisco en California.
Además, con Ron Bacardí — recomendado por el médico de Palacio — se curó una peligrosa grippe en 1899 el popular Rey de España Alfonso XIII, al que nuestro producto libró de la muerte y, en gratitud por Real Orden fuimos nombrados — sin pedirlo, como se suelen hacer esas cosas — Proveedores de la Real Casa. Este también es un hecho que demuestra la plenitud de nuestro éxito.
Las Grandes Reformas.
Terminada la guerra, instaurada la república, la trilogía de don Emilio y don Facundo Bacardí y Moreau y don Enrique Schueg y Chassin, tres figuras a las que debemos la mayor parte de nuestro esplendor actual, inició las grandes, las audaces reformas que habían de convertir la Casa Bacardí en una fábrica admirable.
Fabricaron nuevos edificios para oficinas en la casa solariega, construyeron otro palacio para los alambiques, edificaron amplios y costosos depósitos, instalaron calderas de ciento cincuenta caballos, tanques de 50 000 litros, filtros enormes, comprobadores automáticos, laboratorios fastuosos, máquinas para llenar botellas y garrafones, seleccionaron y movilizaron a un ejército de empleados idóneos para atender a todo, los que en la Casa Bacardí constituyeron una gran familia, estrechamente y cariñosamente identificada.
Abrieron sucursales en la Habana, en Norte y Sur América, en Europa, con valiosos centros de propaganda y no bastándoles ya el mundo civilizado para la difusión del Bacardí comenzaron a abrir los mercados de Oriente, los de Oceanía y los de las colonias africanas, para los cuales se hicieron considerables embarques de nuestro ron, en cuyos mercados sitos en toda la redondez de la tierra no se pone nunca el sol.
La Razón Social Indispensable.
Dada la magnitud del negocio y vista la enorme creciente demanda que del Ron Bacardí se nos hacía de todos los países, obligada esta empresa a superarse a sí misma y aumentar su producción cada día, los señores Bacardí y Schueg comprendieron que había llegado la hora en que no podían atender por sí solos al desarrollo de todas las energías de la firma y que les era urgente rodearse de nuevos hombres para dirigir y fomentar la difusión del Bacardí.
No tardaron en hallarlos y por decirlo así dentro de la misma familia. Avezados al éxito rotundo, al acierto constante los señores Bacardí y Schueg pronto seleccionaron dentro del mismo personal que tenían a sus órdenes las personas capacitadas para secundarles en su obra magna, a quienes de paso, podían compensar con creces de los esfuerzos con que habían contribuido desde hace años al esplendor de la casa.
Se constituyó entonces (1919) la sociedad anónima “Compañía Ron Bacardí”, bajo la presidencia de don Emilio — la bandera de esta empresa, al que nunca lloraremos bastante — Adquirióse entonces la fábrica de cerveza y hielo que está situada en los terrenos de “Jesús María”, para ponerla bajo la tutela y organización exigente de las instalaciones Bacardí, compróse un vapor de alto tonelaje y varias goletas para el transporte de cabotaje de los productos de la casa y se reforzó el personal técnico de esta gran factoría licorera, para que todo el engranaje de la fábrica, del sistema de ventas y de la propagación del ron máximo, no adoleciese de un solo defecto.
Un Cambio Radical.
Todo iba viento en popa. Los hechos demostraban diariamente que en Cuba se puede lograr una grandeza industrial, lo mismo que en Manchester, Lyon o Chicago, siempre que se quisiera y se sepa trabajar tesoneramente.
La Casa Bacardí no era ya solamente la creadora del tercer producto nacional: constituía además la mejor y más potente industria cubana, acaso la más grande de la América latina, y era ante todo una fuerza positiva más de la nación cubana, un orgullo verdadero para la república de la estrella solitaria.
Pero la muerte a la que no se puede someter en un plan comercial por perfecto que sea, nos arrebató a Don Emilio Bacardí ( † Agosto 28, 1922) y aunque ese triste suceso ninguna consecuencia podía tener para esta casa en el orden económico ni en la marcha triunfal de sus productos, la irreparable pérdida del ilustre viejo, nos ha conturbado el alma privándonos de sus inspiraciones fecundas y de sus nobles consejos. Y el vacío que don Emilio dejó no podrá ser llenado en mucho tiempo.
La Fuerza Económica en 1925.
La “Compañía Ron Bacardí” gira con un capital de tres millones quinientos mil pesos. Cada año exporta por lo menos medio millón de productos cubanos y para sus industrias solamente, pasan por las aduanas de la república artículos de importación por valor de medio millón de pesos.
Esas cifras no precisan valedor ni abogado que las defienda. Ellas por sí solas son suficientes para probar que en Cuba también hay hombres capaces, y que cuando lucha honestamente el cubano tiene derecho a llegar a las cumbres del éxito.
La Sociedad Actual (1925).
Desaparecido el patriarca, la “Compañía Ron Bacardí” S.A., quedó constituida en esta forma:
- Presidente: Sr. Enrique Schueg y Chassin;
- Primer Vicepresidente: Sr. Facundo Bacardí Moreau;
- Segundo Vicepresidente: Sr. Facundo Bacardí y Gaillard;
- Primer Vocal: Sr. Pedro E. Lay Lombart;
- Segundo Vocal: Sr. Mariano Gómez Villasana;
- Tercer Vocal: Sr. Facundo Bacardí Lay;
- Cuarto Vocal: Sr. Alberto Acha Portes;
- Secretario: Lcdo. Manuel García Vidal.
Consejo de Administración:
- Sr. Enrique Schueg y Chassin, Director Gerente;
- Sr. Pedro E. Lay Lombard, Subdirector Gerente;
- Sr. Mariano Gómez Villasana, Subdirector Tesorero-Contador;
- Sr. Facundo Bacardí Lay, Subdirector industrial;
- Sr. Alberto Acha y Portes, Subdirector de Ventas;
- Sr. Facundo E. Bacardí Gaillard, Subdirector Jefe de Fabricación.
Delegados del Consejo Directivo:
- Sr. Enrique Schueg y Chassin, Director Gerente;
- Sr. Pedro E. Lay y Lombard, Subdirector Gerente;
- Sr. Mariano Gómez Villasana, Subdirector Tesorero-Contador;
- Sr. Pablo Yodú y Hernández, Apoderado de la Sucursal de la Habana;
- Sr. Urbano Real y Gaillard, Apoderado de la Sucursal de la Habana.
El Mismo Ideario.
Esta vez en cierto modo quedó burlada la muerte. Porque aunque nos privó de don Emilio, el ideario, el sistema, la fisonomía de esta magna empresa, no ha variado en absoluto en ninguno de sus aspectos. Los mismos hombres, dirigidos por la suprema experiencia — bien probada — de don Enrique Schueg, dispuestos a cada hora que expire deje en la historia de Oriente y de Cuba entera un nuevo triunfo para el Ron Bacardí, que por haber adquirido reputación mundial es en todas las naciones de la tierra un embajador gratuito y honroso de esta querida patria nuestra. No en vano se codea con reyes, mentalidades y magnates de todas las latitudes.
Epílogo.
No expusimos esos datos ni esas cifras, por envanecimiento propio: eso a la postre sería legítimo, pero no pedimos galardones para nuestra labor. Nos basta con que en el concepto de cada compatriota nuestro el Ron Bacardí sea el único. A lo que aspiramos —con la anterior relación de la historia de Bacardí— es servir a Cuba contribuyendo a enaltecer sus posibilidades y su nombre entre propios y extraños.
Referencias bibliográficas y notas
- Compañía del Ron Bacardí en El Libro de Cuba. Habana: Talleres del Sindicato de Artes Gráficas, 1925. p. 838-841
- La Convención Hatuey Bacardí de 1934 en Santiago de Cuba.
- Personalidades y Negocios de Oriente
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