El siglo XIX cubano fue testigo del esplendor de la plantación esclavista, con especial énfasis en la producción de azúcar y café. El desarrollo económico implicó la entrada de un importante monto de esclavos provenientes del continente africano que sufrieron los duros trabajos en las plantaciones, lo que llevó a que buscaran diversas alternativas para enfrentar esta situación, ya fuera con la rotura de las herramientas de trabajo, el suicidio o la fuga hacia lugares inhóspitos.
Los esclavos prófugos, que eran perseguidos por rancheadores y perros, fueron catalogados por las autoridades coloniales como cimarrones, término que se utilizó desde los primeros años de la conquista de América tanto para animales como para los aborígenes y con posterioridad para los africanos. Los sistemas de asentamientos que estos crearon en los lugares más apartados posible, pero que a la vez estuvieran cerca de las plantaciones, se han clasificado como refugios o palenques fundamentalmente, el primero para referirse a simples espacios, sobre todo en cuevas, que eran utilizados cíclicamente por períodos cortos y, el segundo, corresponde a lugares donde tuvieron asentamientos más sedentarios con espacios para el cultivo y, en ocasiones, construyeron casas de madera o estructuras de protección.
Es posible decir que todas, o casi todas, las elevaciones cubanas dieron cobija en algún momento a algún esclavo cimarrón, precisamente por la abundancia de plantaciones y la necesidad de éstas de ocupar mano de obra barata. Exploraciones arqueológicas en muchos parajes apartados del país han develado restos materiales de estos espacios de habitación, en ocasiones como consecuencia del estudio de documentos históricos que plasmaron esta realidad y otras veces por puro azar o por la información que han brindado los campesinos.
Precisamente esta situación se dio algunos años atrás cuando se recibió una llamada de la policía que anunciaba el hallazgo en una cueva cercana al poblado de Limonar de restos óseos humanos. Ante tal escenario, y con la duda si correspondían o no a un humano actual o a restos históricos, se realizó la primera visita al lugar, cuando se pudo determinar que las osamentas correspondían a animales y no a humanos, pero además, estas formaban parte de un contexto que parecía corresponder con la época colonial, específicamente a un espacio utilizado por cimarrones, aunque no se había precisado muy bien hasta visitas posteriores.
La cueva, según los campesinos avecindados en las cercanías, era conocida como La Raíz, ya que una raíz de un Jagüey descendía por una de las entradas de la cavidad. Está ubicada en una elevación conocida como Buxua, en la finca Santa Isabel, a las afueras de Limonar y se abre aproximadamente a cien metros sobre el nivel del mar. Se desarrolla en galerías y salones de bajo puntal en tres niveles y cuenta con dos dolinas de entrada, lo que la hace un espacio con las características apropiadas para ser utilizada como refugio de cimarrones.
Luego de las primeras visitas fue preciso buscar información sobre la zona para analizar el entorno y la posible existencia de otras cuevas cercanas. Para sorpresa nuestra, la ubicación de esta cavidad coincidía con otra que había sido trabajada en la década de 1960, cuando un grupo de espeleólogos rescata los restos óseos de un individuo que fuera identificado como de sexo masculino y con características que permitieron asociarlo a un esclavo, junto al cual se encontró parte de un grillete y un machete. Esto conllevó a que los investigadores bautizaran la cueva como El Grillete.
Las primeras interpretaciones ubicaban a un individuo aislado que había sufrido un accidente probablemente ante la persecución de rancheadores. Lo cierto es que a la luz de las nuevas evidencias cambiaban todas las teorías.
Con esta información comenzamos a explorar la cueva para ubicar espacialmente la distribución de las evidencias y el uso del espacio para así poder evaluar el lugar y determinar los procedimientos a seguir para su estudio, pero nos deparaban nuevas sorpresas. Aguardamos hasta el próximo fin de semana para continuar con las labores, pero una vez que llegamos al lugar nos percatamos que el sitio había sufrido importantes destrozos.
Las indagaciones que logramos hacer indicaron que los hechos habían sido realizados por moradores de las áreas colindantes como consecuencia de una de las leyendas más conocidas de los campos de Cuba: la supuesta presencia de tesoros en las cuevas. Los fragmentos de cerámica, vidrio y otros materiales que para nosotros eran tesoros, no se correspondían con las alucinaciones de quienes irrumpieron el lugar y destrozaron en vano.
Esta situación conllevó a tomar nuevas y rápidas decisiones. Tuvimos que modificar sobremanera la estrategia de investigación en función de las evidencias arqueológicas por la posibilidad de que el lugar fuera nuevamente visitado con las mismas intensiones, por lo que nos dirigimos a la cueva para realizar un rescate arqueológico.
Durante la exploración de la cueva se pudieron detectar tres áreas de fogones conformadas por un fogón principal y dos más pequeños. Estos se encuentran bien en el interior de la cavidad, lo que permitía que el humo no saliera hacia el exterior y delatase la presencia de cimarrones a los rancheadores. Además, en el techo de la cueva, sobre uno de los fogones, se encontró una incrustación negruzca que se corresponde con la combustión.
La dieta fue significativa dentro del contexto de los fogones, se encuentran en gran abundancia los restos de ganado vacuno, bovino y porcino e igualmente están presentes los restos de jutías, cangrejos, aves e incluso espinas de pecados. Hay que señalar que la dieta solo apareció en dos de los fogones, pues en el tercero solamente se detectó cenizas y dos pipas de fumar, lo que podría indicar una diferenciación del uso del espacio.
Las dos pipas, acompañadas de un pequeño fragmento del fuste de una tercera, parecen corresponder a una tipología de origen catalán que fue común en el siglo XIX. Ambas piezas presentan decoración a relieve, confeccionadas en molde de dos piezas y no poseen marcas de fabricantes.
La presencia de cerámicas históricas estuvo compuesta por 253 fragmentos pertenecientes a un total aproximado de once contenedores de distintos tipos y usos que deben haber sido utilizados para el almacenamiento de agua. Para este mismo fin debieron utilizarse las botellas de vidrio que estuvieron representadas por siete ejemplares completos, entre los que se encuentran dos frascos de farmacia, y 254 fragmentos, entre ellos once picos y diez fondos para un total de 18 contenedores. De las botellas de bebidas alcohólicas se pudieron definir dos utilizadas para Ginebra y Cognac, esta última proveniente de Francia, fechadas entre 1815 y 1850.
Uno de los hallazgos de mayor importancia, corresponde a una pieza confeccionada en una sección de madera frondosa que constituye un mortero o pilón horizontal, perteneciente a la familia de instrumentos para la elaboración primaria de alimentos agrícolas, utilizados generalmente para majar diversos productos agrícolas.
Además, se colectaron varios instrumentos de trabajos que devienen en armas típicas utilizadas por los cimarrones. Dos fragmentos de machetes de pala ancha o calabozos de los comúnmente encontrados en sitios asociados al cimarronaje, semejantes al que acompañaba los restos óseos del cimarrón descubierto en los años sesenta.
De igual forma se colectaron tres mangos de cuchillos y un fragmento de la hoja de otro. Especial atención merecen dos ejemplares completos: un cuchillo de hoja fina, guarda de hierro y mango con cachas de madera dura unidas al metal por remaches de bronce que presentan una imagen antropomorfa a relieve y una navaja pequeña de hoja simple con ambos lados cubiertos por cachas de hueso.
Un hallazgo interesante resultó un fragmento de la argolla de un grillete en el lugar donde habían sido rescatados los restos óseos antes mencionados. Al comparar esta pieza con la encontrada con anterioridad, se pudo corroborar que corresponden al mismo ejemplar.
Por otra parte, se localizaron 42 cuentas de vidrio de color verde, blanco, azul y negro reunidas en un mismo lugar, lo que llevó a pensar que podían haber formado parte de un collar. A través de los colores encontrados pensábamos poder identificar si el collar representaba a algún Orisha específico de la religión afrocubana, pero, a pesar de consultar a varios practicantes, los intentos fueron en vano.
Este rico contexto confirmó la presencia en la cueva El Grillete de un refugio de cimarrones compuesto por una cuadrilla compuesta por varios individuos. La presencia de gran cantidad de útiles de importación corrobora la documentación histórica que refiere los robos constantes que realizaban los cimarrones a las plantaciones, precisamente como estrategia de subsistencia que implicaba asentarse en lugares cercanos.
Las evidencias arqueológicas pudieron datarse aproximadamente para mediados del siglo XIX, lo que estaría a tono con las grandes manifestaciones de rebeldía que se sucedieron en Matanzas en la década del cuarenta, aunque es probable que este espacio haya sido habitado por esclavos prófugos de la gran cantidad de plantaciones que existieron para entonces en la zona.
por: Odlanyer Hernández de Lara.
Alberto R. Estrada dice
Más que un comentario es una pregunta. ¿saben donde se ubica la Cueva del Negro, en las inmediaciones de San Miguel de los Baños?
Estoy buscando la ubicación y no encuentro referencias geográficas exactas. He leído que se vincula a una cueva refugio de un negros esclavo que escapó enfermo y se curó con las aguas de los manantiales de San Miguel.