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De como se negaron a guardar en 1898 los restos de Colón

08/09/2025 Por Almar Deja un comentario

De como el capitán general Blanco y el Obispo Santander y Frutos se negaron a guardar en 1898 los supuestos restos de Colón. Vista del ataúd de plomo de Cristóbal Colón por R. Cronau.
De como el capitán general Blanco y el Obispo Santander y Frutos se negaron a guardar en 1898 los supuestos restos de Colón. Vista del ataúd de plomo de Cristóbal Colón por R. Cronau.

De como el capitán general Blanco y el Obispo Santander y Frutos se negaron a guardar en 1898 los supuestos restos de Colón por Cristóbal de la Habana (Emilio Roig de Leuchsenring).

Los detalles, interesantes todos, y muchos de ellos pintorescos, de la exhumación el día 26 de septiembre de 1898, de los supuestos restos de Cristóbal Colón del nicho en que se encontraban en la Iglesia Catedral, aparecen recogidos en documentos fehacientes de personas que intervinieron en la referida exhumación, y han llegado hasta nosotros por haberlos publicado:

La Academia de la Historia de Cuba en el Informe que a la misma presentó en 1924 el entonces académico Dr. Antonio L. Valverde, con el título de Los restos de Cristóbal Colón y el nicho que en la Iglesia Catedral de La Habana los guardaba.

Dos son los documentos a que nos hemos referido. Es el primero, el acta levantada el mismo día de la exhumación de los restos por el señor Emilio Loys y Gourrié, maestro de obras, encargado por el señor Adolfo Sáenz y Yáñez, arquitecto del Estado, para proceder con los obreros a sus órdenes, a la apertura del nicho.

Y el segundo, una información redactada con el título de Sobre los restos de Colón, por el señor Enrique Hernández Ortega, superintendente de las obras que realizaba para el Estado el señor Loys, y quien fué uno de los ejecutantes de la referida exhumación. De ambos documentos tomaremos los datos precisos para reconstruir la forma y circunstancias en que se realizó la exhumación.

Señaladas las 9 de la mañana del 26 de septiembre de 1898 para llevarla a cabo, antes de dicha hora fueron tomadas militarmente la Catedral y avenidas que a ella conducían, cerrándose todas las puertas después de encontrarse presentes las personas que habían sido invitadas expresamente al acto desde el día 21, por el Gobernador General, y eran las siguientes:

Ramón Blanco Erenas, capitán general; Manuel Santander y Frutos, obispo diocesano; Juan Arólas y Espluges, gobernador militar; Rafael Fernández de Castro, gobernador civil; Antonio Govín y Torres, secretario de Gobernación, de Gracia y Justicia, como Escribano, Mayor; Pedro Esteban y González Larrinaga, alcalde municipal;

Toribio Martín, Deán de la Catedral; Adolfo Sáenz Yáñez, arquitecto del Estado; Antonio Pérez Rio ja, académico de la Historia; señores Espada y Garganta, doctores en medicina; Emilio Loys y Gourrié, maestro de obras; y Enrique Hernández, Pedro Urdaneta, Miguel Grenet y Miguel Uramu, obreros.

Después de realizado un escrupuloso registro en la Iglesia, a fin de evitar la presencia de personas extrañas, se reunieron los asistentes en el Presbiterio del altar mayor. Se dió lectura al acta levantada el 23 de octubre de 1822, cuando el nicho que se construyó en 1796 fué abierto para realizar en él determinadas ampliaciones y colocar la lápida con el busto de Colón que existió desde dicho año 1822 hasta 1898.

Que el acta leída este último año en el acto de la exhumación fué la que hemos citado, no cabe duda, pues, como bien observa el Dr. Val verde en su Informe, aunque los señores Loys y Hernández dan fechas equivocadas de 1823 y 1796, respectivamente, “basta leer lo que los dos dicen sobre su contenido para comprender que la que se leyó fué la de 1822”.

En esa acta se especificaba que traídos en 1796 los restos de Colón de la Catedral de Santo Domingo, a consecuencia de la cesión hecha a los franceses de la parte española de la Isla de ese mismo nombre y depositados en un nicho que en aquella fecha se construyó al lado del Evangelio, en la pared que divide el Presbiterio de la Capilla de Loreto, el obispo diocesano, Juan José Díaz de Espada y Fernández de Landa, resolvió el año 1822 ampliar el referido nicho, colocando en él la caja de plomo en que estaban encerradas las cenizas y otra caja de caoba con un ejemplar de la Constitución de la Monarquía española promulgada el 19 de marzo de 1812, y varias medallas y guías de La Habana, cerrándose la urna con una lápida de mármol que ostentaba el busto en bajo relieve de Colón y en letras de oro la siguiente inscripción:

“O restos e imagen del Gran Colón!
Mil siglos durad unidos en la Urna
Al Código Santo de nuestra Nación.”

Terminada la lectura de esa acta el arquitecto del Estado ordenó al maestro de obras señor Loys procediera a desmontar la lápida, lo que así se hizo, encontrándose en el nicho solamente una urna de cedro del mismo tamaño y figura del nicho, que contenía una caja de plomo, con un letrero en la tapa que decía: “Restos de Cristóbal Colón, Primer Almirante y Descubridor del Nuevo Mundo”.

Las medidas de dicha caja de plomo eran: 0,41 m. de largo, 0,28 m. de ancho y 0,25 m. de alto. Sobre la tapa se halló la llave de la caja.


Corona de laurel y lápida, de bronce, existentes en la Catedral de la Habana donde se hallaba el nicho que guardó los supuestos restos de Colón.
Corona de laurel y lápida, de bronce, existentes en la Catedral de la Habana donde se hallaba el nicho que guardó los supuestos restos de Colón.

Corona de laurel y lápida, de bronce, existentes en nuestra Catedral, donde se hallaba el nicho que guardó los supuestos restos de Colón. La inscripción de la lápida dice así: “Recuerdo. El Gobierno Español Trasladó de la Rep. De Sto. Domingo y fueron depositadas en este lugar las cenizas del Gran Almirante Don Cristóbal Colón el 19 de enero de 1796. El mismo Gobierno al cesar su soberanía en esta República las trasladó el día 26 de septiembre de 1898 y fueron depositadas en la Catedral de Sevilla”.


El asombro de las personas asistentes a dicho acto empezó a revelarse desde el momento que descubrieron que en el nicho sólo había una caja, en vez de dos, como se hacía constar en el acta de 1822. Refiere el señor Hernández que el capitán general, Blanco, al sacarse esa sola caja con una sola llave, le interrogó:

—“¿Nada más?”

Y agrega, que “al manifestarle que había unos pedazos de madera, arrancados del respaldo de la urna a golpes de gubia, que dicho respaldo estaba destrozado y que por un agujero en su tercio bajo asomaba una punta de piedra, un gesto de desagrado cambió todos los rostros y reinó el descontento por momentos, a tal extremo, que, inconscientemente, uno tras otro todos quedaron de pie”.

Continúa relatando el señor Hernández que, “repuestos que fueron de tan inesperada como desagradable sorpresa, se me pidió la caja, la tomé en mis manos, con desagrado, y la deposité en las del señor Sáenz, quien a su vez la trasladó a las del Dr. Garganta, éste, colocándola sobre la mesa, destinada al efecto, tomó la llave y abrió sin dificultad;

Apareció la tapa de plomo y tras ella, en la caja del mismo metal una porción de tierra, que no levantaba dos centímetros sobre el fondo de la misma, algunas astillas de huesos y dos pequeños pedazos como de 1 1/2 centímetros y de forma semiovales; tomó el menor el doctor y dijo parecerle una falange, y analizado que hubo el segundo, pintó con él sobre la tapa de plomo, manifestando que le parecía yeso fundido, y dejando caer ambas tapas dió vuelta a la llave”. Este relato coincide con el que hace el señor Loys.

El asombro de los presentes se trocó ahora en profundo disgusto, que se manifestó en el siguiente diálogo sostenido, según el relato que, lleno de vida y color, nos hace el señor Hernández, entre los señores Govín, Blanco, Arólas y Santander y Frutos.

“Tras algunos minutos —refiere Hernández— de miradas, gestos de cabezas y murmuración a soto voce, se me ordenó extrajese la urna, al realizarlo cayó al suelo uno de los pedazos del destrozado respaldo, y al depositarla en manos del señor Sáenz, la diestra del señor Blanco le indicaba que la pusiese junto a la tapa. El señor Govín interrogó sobre lo que se hacía constar en el acta y el señor Blanco le contestó:

—“En casa arreglaremos eso.” Interrogó de nuevo el señor Govín:

—¿Qué se hace con estos restos?

Arolas propone que sean llevados a casa del señor Obispo, y el I. S. se opone, diciendo:

—A mi casa no va eso; que lo lleven a casa del General.

Y éste repuso:

—A mi casa tampoco.

Entonces, Arólas, dándose cuenta de las razones que asistían a las citadas personalidades, para no querer hacerse cargo de la custodia de aquellos restos, indicó, que, en vista de hacer más de cien años que estaban en la Catedral, allí podían permanecer en tanto no se dispusiera su embarque.

Y en efecto, guardados por el señor Deán, y custodiados por una guardia militar, permanecieron los ahora tan sospechosos y repudiados restos de Colón, en el Sagrario Mayor de la sacristía hasta el 12 de diciembre en que fueron embarcados rumbo a España.

Aunque otra cosa pensaran entonces, ante las anormalidades descubiertas, los personajes asistentes a la referida exhumación, no hubo alteración alguna en los restos, y los que fueron llevados a España en 1898 eran los mismos traídos en 1796 de la Catedral de Santo Domingo, sin que con ello afirmemos que pertenecían a Cristóbal Colón, pues parece lo más probable que los de éste quedaron en Santo Domingo, trasladándose a La Habana los de su hijo Diego.

La falta de una de las dos cajas que en 1822 hizo colocar en el nicho de nuestra Catedral el Obispo Espada, se debe a que dicha caja fué extraída del nicho por su fondo, en 1823, a consecuencia de haberse abolido en España él régimen Constitucional y no ser por ello prudente guardar junto a los supuestos restos de Colón el libro de la Constitución que aquella caja contenía.

Así consta todo ello minuciosamente expresado en las actas del Cabildo de la Iglesia Catedral. En la misma fecha en que se realizó la extracción de la mencionada caja con el Código español de 1812, se variaron, en esta forma, los versos de la lápida que cubría el nicho:

“¡O Restos e Imagen del grande Colón!
Mil siglos durad guardados en la Urna
Y en la remembranza de nuestra Nación!”

Por último, en cuanto a la posible sustitución de los huesos por pedazos de yeso, no la hubo, pareciendo aquella materia calcárea debido a la natural descomposición que con el tiempo sufren los huesos en sus elementos integrantes, que son la oseína y las sales calcáreas.

Bibliografía y notas

  • Roig de Leuchsenring, Emilio, “De como el capitán general Blanco y el Obispo Santander y Frutos se negaron a guardar en 1898 los supuestos restos de Colón.”. Revista Social. Vol. XX, núm. 1, enero, 1936, pp. 15, 51, 61, 63.
  • Cronau, Rodolfo. América. Historia de su descubrimiento desde los tiempos primitivos hasta los mas modernos. Tomo I. Barcelona: Montaner y Simón, 1892. En línea: https://www.google.ca/books/edition/Am%C3%A9rica/FSwSAAAAYAAJ?hl=en&gbpv=0
  • Escritores y poetas de Cuba

Publicado en: Colonia Española Etiquetado como: Emilio Roig de Leuchsenring, Habana: Instituciones y Negocios, Habana: Personalidades, Revista Social

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