Contó Cuba entre los adalides de la gloriosa epopeya de la Independencia Nacional, y en lugar preferente, al ilustre Doctor Domingo Méndez Capote.
Nacido en Cárdenas, Provincia de Matanzas, el año de mil ochocientos sesenta y tres, de familia acomodada, hizo sus estudios profesionales en la Universidad de la Habana, y se recibió de Abogado en mil ochocientos ochenta y siete.
Por circunstancias muy especiales, no obtuvo la borla de Doctor en Leyes, sino hasta el año de mil ochocientos noventa y cuatro, habiendo desarrollado su tesis con notable acierto.
Fué educado en la escuela de la adversidad, en la que templó su carácter, y conocedor ya del derecho, pudo no adaptarse al medio de aquella época, porque como otros tantos patriotas comulgaba con los bellos ideales de libertad para su país.
Fiel a sus principios y abandonando su bienestar y sus más caros afectos, se lanzó a la manigua, sin vacilaciones, y luchó con tan singular denuedo, sorteando con valor los innumerables peligros propios de tan desigual contienda, que, paso a paso, fué recorriendo la escala militar y obtuvo grado tras grado hasta llegar al de General, el que ostentó con legítimo orgullo.
Méndez Capote, al cambiar la toga por la espada, lo hizo de manera transitoria, desprovisto de ambiciones bastardas, atento tan sólo a las circunstancias de aquel entonces e inspirado por un santo y noble ideal, que ya dejamos expuesto.
No fué un aventurero ni un soldado mercenario, de esos de quienes nos dice Crescencio: “que son hombres sin cabeza, que se juegan la vida por no tener otra cosa”. Méndez Capote, muy por el contrario, no se limitó a servir en el Ejército Libertador: la Patria demandaba de él sus actividades también en otros órdenes; necesitaba el contingente de su clara inteligencia; relevaba al Soldado que había luchado con entusiasmo y con valor, para llamar al hombre de leyes. El deber no discute, se cumple.
No podía ignorar esto el General Méndez Capote, y es por ello lo que vemos más tarde desarrollando importante labor en la Convención Constituyente, en la cual figuraban connotadas intelectualidades, las que, precisamente por esa razón, estaban capacitadas para justipreciar los valimientos del aguerrido mambí, y para aquilatar las dotes de talento del joven Letrado.
En tal concepto, lo distinguieron y honraron con la Presidencia de dicha Convención.
Tan señalado triunfo hubiera envanecido a cualquiera otro hombre joven (y tal vez no joven) menos sencillo y modesto que él; pero ya hemos dicho que se había educado en la escuela de la adversidad, que es en donde se forman los hombres virtuosos.
En los momentos difíciles y aciagos para la causa redentora —que no fueron pocos— cuando algunos de los miembros de la Convención se sentían desanimados con las dificultades, y próximos a doblegarse ante la tormenta, Méndez Capote, que se había acreditado en el campo de batalla, en más de una ocasión, que no conocía el miedo, los alentaba, levantando el espíritu de los abatidos, recordándoles “que en la lucha está la virtud y no en el premio”.
Es que él quería y debía vencer, y esa clase de hombres son los que vencen, como venció.
¡Qué mayor satisfacción puede experimentar un hombre, que la de ver cumplidas sus aspiraciones e ideales! En Cuba brilla el Sol de la Libertad; ya ondea majestuosa la bandera de la Estrella Solitaria; Cuba es libre; los cubanos ya tienen Patria propia!
Los verdaderos patriotas, los que quedaron de la prolongada y cruenta lucha, retornan alegres a sus hogares, en donde narrarán a sus hijos las épicas hazañas de cubanos y españoles, ya que en sus pechos nobles y generosos no caben rencores ¡Cuba es la patria de todos! Méndez Capote pertenece al número de los que así piensan y reanuda sus interrumpidas labores de Abogado. Abre su Bufete, y con gran caudal de experiencia de la vida, trabaja y se abre paso; pone en orden su hacienda y prospera.
Pero como no sólo de pan vive el hombre y Méndez Capote ama, forma su hogar eligiendo para compañera a la que fue su esposa, la virtuosa y distinguida señora María de los Angeles Chaple de Méndez Capote. Fruto de esa unión nacieron sus cuatro hijos, Francisco, Eugenio, René y Sara; cuatro retoños que fueron la alegría y la esperanza de sus cariñosos padres.
Por último nuestro biografiado desempeñó los cargos siguientes: En la guerra de Independencia fué Jefe Superior del Cuerpo Jurídico Militar y redactó las leyes penales que debían regir a todos los revolucionarios y organizó los Tribunales.
Fué Presidente de la Asamblea que se reunió en La Yaya, Provincia de Camagüey en 1897, resultando en la misma proclamado para el puesto de Vicepresidente de la Revolución con el General Masó.
Luego fué Presidente de la Asamblea que se reunió en Sta. Cruz del Sur en Octubre de 1898. Presidente de la Convención Constituyente, Vicepresidente de la República, en el Gobierno del señor don Tomás Estrada Palma, Presidente del Senado, Catedrático de la Facultad ele Derecho, Decano del Colegio de Abogados de la Habana, en tres períodos, Jefe del Cuerpo Jurídico tres años Secretario de Gobernación en la primera intervención americana, y representante de varias casas extranjeras.
Tuvo bienes de fortuna, consistentes en casas y terrenos en el campo. Su Bufete estaba establecido en la calle de Mercaderes, número diez y seis y medio, y su domicilio particular, en el aristocrático barrio del Vedado, en la calle quince esquina a B.
Falleció en La Habana el 16 de junio de 1934.
Referencias bibliográficas y notas
- Dr. Domingo Méndez Capote en El Libro Azul de Cuba (The Blue Book of Cuba). Habana: Imp. Solana y Cía., 1917, 114-115.
- Cárdenas Segunda mitad del siglo XIX
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