Impresiones de un paseo[1] aéreo por Gonzalo Peoli.
Los grandes pensamientos, ha dicho un célebre escritor francés, nacen de las sublimes impresiones, de cuyo principio se deduce fácilmente la íntima y precisa relación que existe entre las sensaciones y las ideas, sin que por esto creamos como algunos filósofos, que éstas no son otra cosa que aquellas transformadas:
nosotros casi aseguraríamos que sin las impresiones que recibimos comunicadas por los sentidos, el pensamiento moriría, o por lo menos perdería sus más fúlgidos matices: las unas, pues, serán necesarias para los otros: pero la necesidad de una cosa para la realización de otra no prueba la identidad de ambas.
Si, pues, la fuente del sentimiento está en el corazón, nada más seguro que conmoverlo para que broten las ideas. Estas creencias y el deseo infatigable de experimentar sensaciones desconocidas nos determinaron á ser compañeros de viaje del mas intrépido de los aeronautas en la ascensión que se verificó el domingo 11 del presente mes, y deseosos de complacer á varios amigos, que anhelan comprender algo de lo que pasa por esas regiones aéreas, vamos á describir sencillamente lo que presenciamos, sentimos y pensamos durante nuestra separación de la tierra.
Las cinco y media serían cuando llegamos al lugar destinado para la partida: Una concurrencia numerosa esperaba con ansia el momento en que Mr. Godard, acompañado de su señora esposa y los señores pasajeros entrasen en la barquilla para elevarse á las nubes, mientras las dulces armonías de una bien combinada orquesta llenaban los aires de acordes melodiosos y el corazón de ese placer inesplicable que siente todo ser sensible con la influencia de la música.
La mayor parte de los semblantes revelaban algo de sorpresa, como si estrañasen que hubiera personas que sin necesidad, y solo por satisfacer un deseo, se expusiesen á un riesgo tan inminente, como algunos opinan; pero nosotros, acostumbrados á todos los peligros del que ha viajado mucho; con la indiferencia del que no halla en el mundo una mansión de placer, y sobre todo con una fe ciega en el destino, tomamos asiento en la barquilla, pocos momentos antes de la partida, y tan serenos como si hubiéramos entrado en un carruaje para dar un paseo común; pues dígase lo que se quiera, el temor no penetra jamás en el corazón, que libre de remordimientos y dominado de grandes impresiones, se entrega al poder y voluntad de la Providencia.
Pocos minutos después nos sentimos separados de la tierra, y como por encanto íbamos ascendiendo suave y majestuosamente, dejando la pobre humanidad á nuestras plantas: el eco de las personas que nos saludaban llegaba hasta nosotros, pero de un modo tan vago, tan extraño y hasta triste, que parecía un concierto universal de lamentos que exhalaba la humanidad entera al tiempo de sepultarse en un abismo; y esto nos parecía aún más exacto, porque la ilusión de los sentidos nos representaba la tierra, como si la mano de Dios la sumergiese en una sima insondable: á juzgar, pues, por la primera sensación que experimentamos, la tierra huía y nosotros permanecíamos tranquilos:
esta ilusión, fácil de comprenderse por una ley eterna del movimiento, no necesita ninguna clase de comentarios, pues está al alcance de las personas aún no iniciadas en los misterios de la ciencia.
El panorama que se va presentando a medida que se asciende, es seguramente encantador y digno de contemplarse: primero se ve la ciudad como recogida toda en un solo punto; en seguida aparecen los magníficos campos que la rodean; los montes, los collados, los valles llenos de verdor y engalanados por cristalinos ríos, que aparecen como ribetes de plata sobre alfombras de esmeraldas:
luego, y a mayor altura, desaparecen todas las pequeñas lomas y colinas que separan un valle de otro, y al fin queda el alma extasiada contemplando los de Yumurí y San Juan y todos los campos que alcanza la vista, formando un inmenso valle de gigantescas dimensiones y espléndida hermosura.
Más tarde todas estas bellezas pierden su encanto ante el magnífico espectáculo de los mares que azotan las costas de nuestra isla: entonces se contempla todo el esplendor de la naturaleza, todo el poder de su autor.
El silencio más profundo reina en la región del vacío: todo es soledad, misterio, horror sublime que llenando el alma de impresiones sobrenaturales, la dejan estática o incapaz de pensar; pues, aunque es cierto, como dijimos que los grandes pensamientos nacen de las sublimes impresiones, también es cierto que cuando estas son demasiado poderosas, dejan el espíritu anonadado en sí mismo; y solo después de algún tiempo, recordando lo pasado, puede darse cuenta de lo que ha experimentado: entonces, y solo entonces es cuando el pensamiento ejerce sus funciones con libertad absoluta.
¡Cuán insignificante se considera el hombre en medio de esa inmensidad! Pero en medio de esa misma miseria, cuán grande y atrevido es el pensamiento que abarca toda la extensión de la tierra, la inmensidad de los mares, y no contento con eso, porque nada limitado satisface las aspiraciones del alma, se lanza a lo infinito, hasta perderse entre los misterios de lo insoluble.
Todas estas ideas nos dominaban, cuando las pardas sombras de la noche, empezando a derramarse sobro el mundo, nos privaron del espectáculo más sublime que jamás conmovió nuestros corazones, viniendo entonces á reemplazarlo la sombría oscuridad de la tierra, que contrastaba caprichosamente con algunas ráfagas de luz que, aunque ya perdidas e inciertas, iluminaban aun el firmamento, produciendo otra escena, sino de una belleza tan risueña y encantadora, á lo menos de un aspecto imponente e inexplicable, semejante solamente en nuestra opinión al espectáculo que debió presentar el Universo, cuando al brotar del caos, luchaban aun las tinieblas con la luz:
entonces la impresión que domina al alma es la mayor prueba de su existencia é inmortalidad, y sería luchar con una imposibilidad absoluta el querer describirla. Hay ciertas impresiones que no pueden traducirse al lenguaje humano, y el que intente describirlas es seguramente incapaz de experimentarlas: las palabras, por elocuentes que sean, no pueden nunca revelar algunas sensaciones del corazón: ello es tan imposible como representar la vida, colorando las pálidas mejillas de un cadáver.
Mientras contemplábamos, llenos de entusiasmo y admiración, esta última escena, el silencio se aumentaba, pues parece que la oscuridad lo hace mayor: el eco de los humanos no se mezcla allí en el viento: el murmullo de la brisa, el suspiro del arroyo; la voz de la cascada; el eco atronador del torrente y todos esos ruidos misteriosos que entona la naturaleza para saludar al poder que le dio la vida, todo, todo se desconoce en la región infinita del vacío!
El alma desea participar de esa quietud sepulcral, de esa calma majestuosa e imponente, donde se refleja el espíritu del Creador, y queda al fin sumergida en un mar de pensamientos desconocidos hasta entonces, y grandes como la inmensidad que la rodea.
Todo es entonces, sublime: el espíritu parece que se desprende de la materia, para poblar las soledades del vacío: la idea del peligro ni aun siquiera se concibe: nada vulgar nace en el alma, la cual llena de emociones sobrenaturales, desprecia hasta la misma muerte; pues llega uno a imaginarse que, aunque por un accidente funesto, se descendiera de esas altivas regiones, permanecería el espíritu eternamente vagando por esos mundos desconocidos, sintiendo y concibiendo como se siente y se concibe en los más supremos instantes de la existencia!
Pocos minutos más y vimos a Mr. Godard tomar la cuerda de la válvula, lo que nos indicó que era ya tiempo de prepararnos para la descensión, la cual se verificó tan feliz y pausadamente, que ni aun sentimos el roce natural de la barquilla con la tierra. Después de haber descendido, preguntamos por el nombre del lugar en que nos hallábamos, y nos dijeron que era el terreno de una finca llamada San Miguel, distante como una legua de esta ciudad.
Allí nos encontramos con la hospitalidad y ayuda de infinidad de personas que habían seguido la dirección del globo, y á las cuales damos las más expresivas gracias, por la buena acogida que de ellas recibimos. Concluiremos, pues, este artículo, recomendando a todos los amantes de las grandes impresiones, que no bajen al sepulcro, antes de conocer las sublimes é indescribibles que se experimentan surcando el insondable piélago del vacío.
Referencias bibliográficas y notas
[1] Este paseo se verificó en Matanzas el día 11 de mayo de 1856.
- Gonzalo Peoli, “Impresiones de un paseo aéreo”, En Albores de la libertad (Matanzas: Aurora del Yumurí, 1869), 17-20.
- El aeronauta Eugène Godard después de pasar por Nueva York y realizar ocho ascensiones va a Nueva Orléans, San Luis, Cincinnati, Louisville y a la Habana sin dejar de visitar Matanzas donde le encontramos junto a Gonzalo Peoli el once de mayo de 1856 surcando los cielos de la Atenas. De su estancia en la isla quedará la historia de Matías Pérez. En septiembre Eugène está en Canadá donde construye un nuevo globo nombrado Canadá, el 8 de septiembre hace la primera ascensión con tres pasajeros y la segunda el 15 del mismo mes con tres también…
- La finca que se menciona con el nombre de San Miguel y que fue el lugar del aterrizaje pensamos que se trata del Ingenio San Miguel distante del Parque Central de Matanzas 4.2 km, exactamente la misma distancia que se menciona en el texto, queda mucho por investigar, entre otras cosas el lugar del despegue…
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