Artistas Cubanos: Fidelio Ponce de León en entrevista especial para Bohemia por Mariblanca Sabas Alomá.
Vengo a entrevistarlo por encargo expreso de Miguel Ángel Quevedo, Ponce…
—¿Para BOHEMIA, Mariblanca?… ¡Ese es un honor muy grande para mí! … ¡Yo no soy más que un pobre diablo, un “tísico”, como dice el ilustre cretino (aquí un nombre “consagrado”) fulano de tal, un “pintor de brocha gorda”… ¿Tú sabes quién fué el imbécil que lo dijo, cuando supo que me habían comprado un cuadro para el Museo de Arte Moderno de Chicago? ¡Pues (aquí otro nombre conocidísimo) el tal por cual de perencejo!…
Fidelio Ponce de León, cubano considerado por algunos —¡muy pocos!— en Cuba y por muchos —¡los mejores!— fuera de Cuba, como uno de los pintores más grandes del momento, se incorpora a medias en su lecho de enfermo.
Lo miro con simpatía. Quiero estimo y admiro a Ponce. No me engañan sus ferocidades implacables (“de los dientes para afuera”, si se me permite la expresión), ni de sus chistes demoledores, ni sus “boutades” (bromas) espectaculares, ni sus catilinarias pavorosas contra todo y contra todos. Me río de su crueldad, de su cinismo, de su iconoclastia, de su aparente delirio de grandezas: en una palabra: de su disfraz.
Su mujer, María, lo retrata con una frase elocuente “Ponce es un poco majadero, Mariblanca. Pero es más bueno que el pan”.
Estoy en presencia de un hombre de genio. Fidelio Ponce de León es, como ya he dicho, uno de los pintores más grandes de la presente generación. Enfermo, muchos falsos amigos (protectores) lo han explotado sin misericordia. Paga sus deudas con cuadros…
¡Con cuadros destinados a la consagración de la gloria, al homenaje de la posteridad! Graznan cuervos a su alrededor, ansiosos de “que se acabe de morir” para fijarle precio a sus colecciones. Las excepciones —abundantes, por cierto.— no cuentan.
(Alguien me preguntó una vez, al saber que el pintor estaba sumamente grave: “¿es verdad, Mariblanca, que Ponce se está muriendo?”, con el mismo acento indisfrazable de júbilo con que hubiera gritado “¿sabes que me gané la lotería?”).
La casa es clara y pequeña. Todo limpio, todo desordenado, todo hermoso, todo pobre. Montones de revistas y periódicos. Cajas de inyecciones, tubos de pintura, frascos de vitaminas, lienzos, óleos, caballetes, pinceles, bocetos. Olor a trementina y a medicamento. Cuarto de enfermo que es a la vez estudio de pintor. Ponce habla. Yo anoto febrilmente sus palabras:
—Me he curado de la bebida ¡Qué cosa más asquerosa es un borracho! Eso es lo primero que tienes que decir… Pero estoy satisfecho de estar tuberculoso. Me voy a morir en rojo hacia adentro y no en blanco hacia afuera. Yo sé que la tuberculosis no se cura. Soy el mismo Ponce. La tuberculosis es una enfermedad fea y mala: engaña mucho: a veces sus víctimas parece que estamos bien y nos estamos muriendo…
No le creo Ponce sabe que ya está curado (¡milagro de la estreptomicina!) y hace planes para el porvenir. Lo contemplo con una especie de lástima afectuosa que no lo humilla. Al verlo tan abandonado, tan dejado de la mano de Dios, experimento una punzante sensación de vergüenza. Fidelio Ponce de León es una gloria de Cuba.
Pero Cuba lo ignora, atiborrada de glorias de crocantería, cercada de arribistas, secuestrada por apóstoles de la lengua, hipnotizada por falsos evangelistas, deslumbrada por los espectaculares fuegos de artificio de una demagogia afortunadamente ya condenada a desaparecer!…
Ponce habla:
—A mí me parece que el tiempo lo lancé ya al vino, y se perdió. La gran cabeza está muy lejos de la gran copa. El alcohol inspira cuando entrega sus secretos iniciales, pero es un néctar del cual solo pueden abusar los dioses, no los hombres…
Apenas apunto, con timidez, algunos comentarios. Más bien procuro hacer hablar a este hombre de genio. Salta de un tema a otro. Se hunde en rápidos ensimismamientos. Cae en breves silencios sombríos. De pronto, se desborda. Alternan en él la pasión y la serenidad. Es claro y turbulento, como su pintura.
—De arte no se sabe nada, se siente todo. De ciencia se sabe todo y no se siente nada. Esa es la diferencia esencial entre el científico y el artista. Desde luego, el estómago del artista no es de celuloide… Yo quisiera ser un sujeto que no tuviera sombras. Y yo le llamo sombras a mis malos hechos…
Ponce me mira desde las profundidades de su mundo atormentado:
—Lo que nace para ser, es. El hombre grande pone la escala de sus conocimientos, y sube, y a lo más alto que puede subir es a las plantas de la divinidad. Creo que, en el fondo, yo soy religioso. Porque soy timorato. La religión es un gran temor. El hombre que verdaderamente ama a Dios y lo lleva en su corazón es el que comparte lo suyo, no con su hermano, sino con un desconocido. No hay plegaria más grande que poner un poco de alegría en el corazón de un desdichado, aunque sea una mentira bella y diabólica…
—¿Y de pintura, Ponce?…
—Luis de Soto dice que soy un caso aparte, y que a mi no se me puede catalogar junto a los demás pintores cubanos… Juan Clemente Orozco le dijo en México a Pepe Gómez Sicre que yo debía visitar aquel gran país. Me gusta la pintura mexicana; especialmente, aunque son tan distintas, las de Diego Rivera y Juan Clemente Orozco. Pero prefiero el cielo de Cuba, a pesar de que tengo la desgracia de no poder mirar sino un cielo que no tiene Dios…
Experimento la sensación de que ahora sí que mi entrevistado se encuentra en su elemento. Hablamos de la gente de talento. Se mezclan en nuestra conversación los nombres de Amelia Peláez, Mario Carreño, Cundo Bermúdez, Víctor Manuel, Portocarrero, Felipe Orlando, Lam, Mariano…
¿Es fracaso, frustración o éxito real, el caso de Escobedo lamido y atildado, retratando a diestra y a siniestra a gentes ricas, sacrificando sus aptitudes estupendas de pintor a sus habilidades bien cotizadas de retratista?… ¿Qué hay de nuestros “viejos” algunos de ellos sólo “académicos”, pero otros, pintores muy de veras dentro de las realidades de su tiempo?… ¿Has visto, Mariblanca, cómo ha evolucionado Eduardo Abela?… ¿Qué te parece Ramón Loy?…
A Ponce se le ilumina el rostro:
—Wilfredo Lam es pintor abstracto. Su mundo solo él lo sabe, lo conoce y lo comprende. Su pintura es una ventana abierta a la pintura… En el retrato, el pintor que solo hace lo que ve no sabe lo que siente. El retrato tiene que parecerse al retratado, no tiene a la vez que reflejar el alma del artista…
Todo lo grande está en el artista, dentro de él, no en la naturaleza… El más grande de los pintores, Picasso… Víctor Manuel es un gran artista… No me pidas que clasifique o que juzgue, Mariblanca: todo pintor que pierde su tiempo midiendo o clasificando la capacidad de otro pintor, carece de capacidad propia… El que es pintor de verdad, tiene la comida en las nubes… No hay cosa más absurda que la envidia…
Entrevistar a Ponce ofrece desde un punto de vista periodístico, tremendas dificultades. Habla como pinta: es tenue, profundo, contrastante, firme anárquico en la apariencia, obsesionado por un propósito de perfección, ático, agudo, claro, inquieto, vital ingrávido, sorprendente…
—Hay personas, mi querida Mariblanca, a quienes por ningún dinero les pintaría un cuadro. Hay gentes que cuando vienen a verme no me dan la sensación de que vienen a comprarme un cuadro, sino de que pretenden comprarme a mí… Mis pinturas son feas, pero tienen alma. Serán feas para los hombres, pero bellas para los dioses… Leopoldo Romañach es un artista que sabe de pintura. Romañach tuvo sus grandes épocas. Hay que respetarlo. Ningún pintor moderno ha hecho lo que hizo Romañach en su época, mejor en su tiempo…. A pintar y a esculpir nadie aprende… Yo conozco a un guajiro escultor que nunca ha aprendido a modelar y es un genio…
Examinamos algunos problemas de nuestra vida artística. Hablamos de la necesidad —por fortuna bien comprendida por Carlos Prío—, de estructurar en el Ministerio de Educación un verdadero centro de trabajo con funciones propias eminentemente constructivas, de modo que exista, en realidad un Departamento que pueda denominarse Dirección de Cultura, con disciplina, con responsabilidades específicas, con autoridad y con jurisdicción propia.
Estamos de acuerdo en que deben de adoptarse medidas prácticas de ayuda y protección a los artistas. La extremada pobreza que rodea a Fidelio Ponce de León, el más grande de los pintores cubanos, me conmueve y me indigna.
Tendido en su lecho de enfermo, Ponce convalece de una gravísima crisis de tuberculosis pulmonar, ya dominada y superada. Bajo el imperativo bondadoso de la tenacidad de su mujer, cumple del mejor modo posible el plan medico que lo obliga a reposo absoluto.
La enfermedad —así lo afirman las placas, los análisis, los reconocimientos, las fluoroscopías— se ha rendido al tratamiento de la estreptomicina y a la competencia del Profesor Alfredo Antonetti. Yo pienso sin embargo: ¿qué sería de Ponce sin esta humilde y ejemplar María, personificación providencial de la abnegación, y sin este Miguel Angel Domenico Ponce de León que le alegra la convalecencia con sus años tan dulces y tan compresivos?…
—Oyéme bien, Mariblanca, tú que entiendes el idioma en que hablamos los artistas: “El hombre que es ateo y mira a un niño, cree en la divinidad”…
Hablamos de su Exposición, abierta en la Universidad bajo los auspicios generosos de la “Sociedad Universitarias de Bellas Artes”.
No me atrevo a decirle la pena con que he visto que esa Exposición, a mi juicio el acontecimiento artístico más notable que se ha producido en Cuba en los últimos años, ha pasado poco menos que inadvertido para los que tienen por oficio dar cuenta al público de las actividades de nuestro mundo cultural. Solo he visto en el Suplemento dominical de “El Mundo” un artículo informativo de Ramón Roy. Pero parece que Ponce, con ojo de lince, ha descubierto mi pensamiento…
—Mi Exposición escogió un mal momento: hay cosas mucho más importantes en el tablero de la actualidad: el asalto al Banco del Canadá, el viaje de Genovevo, la incógnita del Gabinete de Prío…
La Exposición de Ponce es, sin embargo, la nota sensacional de nuestra cultura artística. En ella hemos podido saborear su estilo único, su gracia, su hondura, su fuerza, su originalidad, su genio.
Me da gusto contarle a Ponce que he tenido el privilegio de hablar de arte con los directores de las galerías mas notables de Chicago, Filadelfia, New Orleans, Washington y New York. Indefectiblemente, me han preguntado por él, y se han mostrado interesados en adquirir —para exponer o para vender— sus cuadros.
Ponce me muestra cartas muy interesantes que le han enviado solicitando obras suyas los directores de los Museos de Arte del Vaticano, del Louvre, del Prado y de la London Gallery.
Todo parece indicar que esto lo ignoran —lo han ignorado siempre— nuestros gobernantes.
A través de los años, he clamado en el desierto pidiendo la debida protección, no solo para Ponce, sino para los más valiosos de nuestros pintores, escultores, músicos y artistas en general. Los hombres “cultos” que han pasado por ministerios de tanta importancia como los de Educación y Estado, no han hecho nada práctico, jamás, por nuestros artistas mientras han desempeñado esos altos cargos, aunque antes y después con arrogante despreocupación, han dirigido los disparos de su hueca palabrería contra los funcionarios cubanos QUE NO HACEN NADA POR EL ARTE NI LA CULTURA.
Le digo a Ponce que tengo la esperanza bien fundada de que a partir del diez de octubre la política cultural del gobierno se asiente sobre bases fundamentalmente sólidas y positivas. Las becas, hoy miserable y mezquinamente dotadas, no se otorgarán más, como frecuentemente, con irresponsabilidad pavorosa, se ha venido haciendo hasta ahora, a analfabetos vulgares que nada tienen que ver con las ciencias, las letras o las artes; no tendrán tampoco el absurdo carácter vitalicio que ahora tienen.
Ponce fué becado una vez por el Alcalde de la Habana, doctor Antonio Beruff Mendieta. Viajó, estudió. Pero se vió forzado a regresar. La beca le duró poco, y, enfermo, no se sintió con fuerzas suficientes para afrontar las duras adversidades de la bohemia madrileña o parisién. En Cuba, ha trabajado hasta quemarse: su vida se ha desenvuelto en un clima de agobiante dramaticidad. Sin embargo, anoto sus palabras:
—Yo quiero mucho a Cuba, me siento muy cubano. Cuba para mí es el todo. Sin Cuba seria un hombre sin corazón, un hombre vacío. Me duele que los políticos no hagan nada por el arte. Yo soy apolítico. La primera y única vez que he votado lo hice por Grau, confiado en que haría algo por los artistas.
Sí, ha hecho algo. Le hizo justicia a Eduardo Abela nombrándolo Ministro en Guatemala. Y le ha dado dinero del tesoro público a muchas instituciones que, aunque ignoran al artista en sus aspiraciones como tales y en sus necesidades como seres humanos, son, sin embargo, y a pesar de todo, instituciones de arte y de cultura.
Para mí tienen muy poca importancia los diplomas y las medallas. Un hombre con condecoraciones parece un perro con chapa. Los hombres de letras, de ciencias, y de artes lo único que merecen es “ser tomados en consideración”. Porque no solo de arte, ciencia o cultura vive el ser humano…
Ponce se anima. Me hace depositaria de un mensaje de gratitud para Miguel Ángel Quevedo y para BOHEMIA:
—Dile a Miguel Ángel, de mi parte, que BOHEMIA puede hacer en beneficio de los artistas cubanos mucho más de lo que NO hace el gobierno. El pueblo de Cuba debiera conocer, por su conducto, qué hacemos, cómo vivimos (es decir, cómo nos morimos de hambre!) y cómo padecemos los artistas: cuál es nuestro calvario.
El precio, para la inmensa mayoría de nosotros, de PODER COMER, es, por regla general, el adocenamiento, la claudicación. Tenemos que pintar cromos bonitos o esculpir estatuas de pisapapel si queremos que nos incluyan en la categoría de genios tropicales. Para nosotros, la única puerta de la inmortalidad es la muerte ¿Quién es el hombre, por otra parte, que para vivir en la perennidad no tiene que pasar por la muerte? Todo hombre grande, se entiende…
Fidelio Ponce de León nació en Camagüey el 24 de enero de sabe Dios qué año. El dice, con absoluta seriedad, que en el de 1903. Cuadros suyos figuran en los principales museos del mundo y en las galerías más exclusivas, tanto privadas como comerciales.
Su vida es un largo vía-crucis. Ha sufrido horriblemente. Por años, la tuberculosis, la bebida y la miseria lo mantuvieron al borde de la muerte. Le debe la vida a su médico, a dos o tres amigos, a su propia fuerza de voluntad, a María, su mujer… ¡y a ese Dios en el cual el mismo no sabe si cree o no cree…!
Los cubanos tenemos una deuda pendiente con él.
Es así. Los pueblos viven en la perennidad de la gloria por obra y gracia del esfuerzo de aquellos de sus hijos que son capaces de crear, mejorar y superar los valores esenciales —constructivos y permanentes— de su cultura y su espiritualidad. Pero la ingratitud es el premio frecuente que la patria les ofrece. Es necesario morir (¡a veces de hambre!) para recibir en la frente helada y en los labios sin vida el soplo maravillosos pero inútil del reconocimiento y de la gratitud.
Nos despedimos. En la acera dorada por el sol poniente, juegan con juguetes de niño pobre los tres años dulces y comprensivos de Miguel Ángel Domínico Ponce de León…
Bibliografía y notas:
- Sabas Alomá, Mariblanca. “Artistas Cubanos: Fidelio Ponce de León.“ Revista Bohemia (Sep. 5, 1948).
- Agradecimientos a Valia Garzon y a Fedro Boris Villares Villares por su gentileza al compartir el artículo original, lo que permitió completar el texto.
- Un excelente artículo de Gina Picart que debe de ser leído: Grandes mujeres del periodismo cubano: redescubriendo a Mariblanca Sabas Alomá.
Deja una respuesta