Francisco Vicente Aguilera Tamayo nació en Bayamo el 23 de junio de 1821. Fue hijo del Coronel Antonio Ma. Aguilera y de la señora Juana Tamayo e Infante, pertenecientes ambos a distinguidas familias de aquella antigua y legendaria ciudad. El Coronel Aguilera comandaba las milicias, disciplinadas del Departamento Oriental.
Este matrimonio tuvo dos hijos: Antonio María y Francisco Vicente. El primero salió temprano de su ciudad natal. Estudió en Madrid y a su vuelta a Cuba, fijó su residencia en la Habana, donde contrajo matrimonio, muriendo sin sucesión.
Francisco Vicente (“Pancho”, como cariñosamente se le llamaba) empezó su educación en el mismo Bayamo y aún adolescente fue enviado a Santiago de Cuba donde completó su instrucción primaria. A los 15 años pasó a la Habana, ingresando en el colegio de Carraguao, que dirigía el Sr. Navarro. Después cursó, sin terminar, la carrera de Leyes.
A los 25 años volvió a Bayamo (1846), ocurriendo, a poco de su llegada, el sensible fallecimiento del autor de sus días. A los 27 años, contrajo matrimonio, con la Srta. Ana Kindelán y Griñan, hija de Santiago de Cuba, descendiente, como Aguilera, de familia de noble alcurnia y admirada.
Este enlace se vió favorecido por diez hijos: 5 hembras, Caridad. Juanita. Anita, Magdalena y María y 5 varones, Antonio, Francisco, Juan, Pedro y Eugenio, de los cuales quedan sólo, dos hembras, Anita y María y dos varones, Pedro y Eugenio. Aguilera residió siempre en Bayamo, rodeado del amor de su distinguida familia y siendo, a la vez, el centro y el alma de aquella culta y progresista sociedad.
Entregado a la dirección de su inmensa fortuna, que llegó a adelantar al extremo de hacerse el hombre más acaudalado en la región comprendida entre Trinidad y el extremo Oriente, pasaba su tiempo atendiendo a sus intereses, a los deberes de su familia y al cuidado de su anciana madre.
Por su esmerada educación, por la bondad de su carácter, por sus sentimientos generosos y altruistas y, más que nada, por sus hábitos democráticos, Pancho Aguilera, vino a hacerse no solo el director y consultor de aquella sociedad, sino el ídolo del pueblo, que lo adoraba y lo estimaba como su mentor, e inconscientemente como su futuro redentor.
Era alto, esbelto, delgado, de facciones muy finas, de ojos lánguidos, de modales distinguidos. y como característica de su fisonomía, usaba una larga barba que se dejaba crecer hasta cubrirle el pecho y que tanto le aproximaba a un patriarca bíblico.
A principios de 1863 pasó por el intenso dolor de perder a su madre, el amor de sus amores, y fué tal el efecto que produjera en él semejante pérdida, que su fa milla y amigos le aconsejaron se alejara de aquel escenario, emprendiendo un viaje al extranjero. Al que esto escribe, le cupo la dicha de acompañarle en ese viaje, que se efectuó en el mes de mayo de 1863, siendo los E. U. el primer país visitado por él.
Una vez que recorrió aquel grandioso y admirable foco de Libertad y Democracia, Aguilera pasó a Europa, teniendo la inestimable suerte de atravesar el Atlántico, en unión de Domingo Goicouría, su condiscípulo de Carraguao y ahora su compañero en ideales y amor a la causa de la libertad de la Patria. A fines del año volvió a su ciudad natal.
La situación de Cuba no podía serle indiferente. Saturado, como se encontraba su alma, de los principios de Justicia y Democracia, muerta su madre y creyéndose dotado de fuerzas moral, financiera y popular para acometer la empresa de libertar a Cuba, se decidió a afrontarla y ya, desde 1864, no pensó sino en levantar un altar en su corazón, a la consumación de su pensamiento.
El fracaso de los comisionados cubanos, que en 1866, fueron a la Corte española a informar sobre la situación y necesidades de la Colonia, la afrentosa conducta de la Comisión Militar y la despótica de las autoridades, resolvieron a Aguilera y a algunos compañeros a iniciar la campaña de una activa conspiración.
La Gran Logia Masónica de Santiago de Cuba, deseando extender su fraternal propaganda, por todo el territorio Oriental, instaló Logias subordinadas en todas las localidades de alguna importancia y este fué un resorte precioso de que se valieron los patriotas para comenzar y propagar la santa idea de la Revolución.
En una sesión de la R. Logia “Redención” de Bayamo, constituyó un Comité Central, que tuviera a su cargo la difusión de un programa revolucionario. Esa misma noche se reunieron en la palacial residencia de Pedro Figueredo (autor de nuestro Himno nacional) a donde acudieron Francisco Maceo Osorio y Pancho Aguilera, constituyendo el “Comité Revolucionario de Bayamo”, que eligió a Aguilera, Presidente, a Maceo Osorio, Secretario y a Pedro Figueredo, Vocal.
El resultado fué tal y tales fueron las consecuencias de una no interrumpida propaganda, que Carlos Manuel de Céspedes, uno de los conjurados y más activo, propagandista, se resolvió a lanzarse al campo, en presencia de una orden de prisión contra él y sus adeptos, el 10 de octubre de 1868, en el ingenio “La Demajagua”.
Pronto todo el Departamento oriental se agrupó bajo el estandarte de la revolución, se tomó a Bayamo, se rechazaron las fuertes columnas que de Manzanillo y Santiago vinieron en socorro de la ciudad sitiada y la lucha se asentó sobre sólidas bases.
Respondieron Camagüey y las Villas: se unificó la Revolución y el 10 de abril de 1869, fué proclamada la República de Cuba, dándose su constitución y creándose los distintos poderes que habrían de regir sus destinos.
Aunque Céspedes fué electo Presidente, no se olvidó la importancia de loa servicios de Aguilera, que fué electo Vice-presidcnte de la República, Lugar Teniente General del Ejército, Segundo del General en Jefe y Secretario de la Guerra.
Aquel hombre siempre grande y generoso de los tres cargos, ocupó el de mayor peligro, aquel de más difícil desempeño: nombró a Pedro Figueredo, Sub-secretario de la Guerra, que actuaría en su ausencia y marchó a la organización y dirección de la campaña en Oriente. Dirigió varias acciones de guerra y siempre dió gran ejemplo de valor, de orden y disciplina
En 1871, en presencia de las diferencias entre los emigrados cubanos, resolvió el Presidente Céspedes enviar al General Aguilera y al, hasta entonces Secretario de Relaciones Exteriores, Dr. Ramón Céspedes Barrera, para que asumieran la Agencia General el primero y las funciones diplomáticas el segundo.
Los nuevos Agentes abandonaron las costas de Cuba, por el Sur de la isla, por el puerto de Boca Caballo, en la Sierra Maestra, el martes 27 de junio de 1871. Los condujo el valiente Coronel Juan Luis Pacheco, llegando felizmente a la isla de Jamaica.
Los nuevos Representantes de la Revolución fueron recibidos por todos los emigrados con muestras de simpatía. Todos depusieron sus actitudes y tal parecía que el patriotismo cerniéndose sobre aquellas agrupaciones de abnegados servidores de la Patria, habría de traer días bonancibles y prósperos para la causa de la Libertad de la Patria. Pero fué un vano ensueño, que se evaporó como una ilusión: pronto surgieron las mismas dificultades y las mismas divisiones
Aconteció la deposición de Céspedes, como Presidente de la República (Oct. 27, 1873) y Aguilera fué llamado, como Vice-presidente, a ocupar el cargo, que le señalaba la Constitución. Pero en su empeño por cumplir con su deber se le presentaron otras y más penosas dificultades.
Se movió por todas partes y en todos sentidos por volver a Cuba: todos eran obstáculos insuperables que se traducían en fracasos. Errante por las Antillas, solicitando la manera de cumplir su deber, sin recursos, desfallecido por tanto luchar, rodeado siempre de obstáculos insuperables, se rindió, al fin, ante el destino: lo venció la adversidad y en su afanoso y sobrehumano esfuerzo, contrajo la enfermedad que desgraciadamente lo postró.
Enfermo de cuerpo y alma, decepcionado, entristecido, retornó a la ciudad de New York para entregar su alma a Dios el inmaculado patriota, el día 22 de Febrero de 1877 en la casa marcada con el número 233 de la calle 30, al Oeste. Eran las diez y media de la noche.
La ciudad de New York honró la memoria del patriota y del abolicionista, enlutando la fachada de la casa consistorial, poniendo la enseña americana, junto a la cubana, a media asta, en señal de duelo y tendiendo sus restos en capilla ardiente en la sala capitular.
Sus venerables cenizas fueron trasladadas a Cuba en octubre de 1911, a los 34 años de su muerte, en uno de los buques de guerra de la República, recorriendo la isla, desde la Capital hasta Bayamo, en imponente procesión, siendo depositados en el panteón de su familia, en la necrópolis de aquella ciudad, el 10 de octubre, al cumplirse 43 años de haberse iniciado la lucha por la independencia de su Patria.
Al que esto escribe le cupo la triste suerte de formar parte de la luctuosa comitiva, que condujo sus despojos del exterior a Cuba. Otra vez fuimos compañeros de viaje, acompañando aquellos adorados restos a través de una vía, en que las muchedumbres del trayecto elevaban sus preces al Altísimo por el eterno descanso de aquel mártir del deber y regaban con sus lágrimas piadosas, la senda que hacia el lugar de su nacimiento recorría la triste comitiva…
Citas y referencias:
- Figueredo Socarrás, Fernando. (1921, jun.) Francisco Vicente Aguilera. Revista Social, p. 50
- Provincia cubana de Oriente
david edward alena dice
Excelente artículo, soy bayamés y vivo exiliado en USA…!