Ingenio Conchita, Cristina y Puerto Rico Libre de los Baró en el término municipal de Alacranes – 1913. Este ingenio fué fundado en 1823 por el Sr. Bartolomé Casañas y tuvo entre sus nombres los de Cristina, Conchita y Puerto Rico Libre. Comprado por José Baró y Blanchart en 1867 se le llamó Cristina en honor a una de sus hijas, a su muerte en 1878 toma el de Conchita por otra de sus hijas nombrada María de la Concepción Baró Ximénez.
En 1960 se nacionaliza y se renombra Puerto Rico Libre. Posteriormente y debido al Programa Estratégico de Reestructuración de la Agroindustria Azucarera en Cuba se desactiva a sus 179 años de funcionamiento en el 2002. Para 1913 era propiedad de Juan Pedro Baró ciudadano americano.
Poseía en esta época 1445 caballerías de tierra, colorada casi toda; 425 caballerías sembradas de caña propia del ingenio; 140 caballerías de montes; 100 caballerías de potreros, y 380 de terrenos de piedras e inútiles para la caña.
Tenía 503 colonos, de éstos eran aproximadamente 300 cubanos y el resto españoles, en su mayoría de Islas Canarias. Estos colonos cultivaban 400 caballerías, que unidas a las 425 caballerías del ingenio, hacían un área total de 825 caballerías de caña molida en este ingenio.
El peso de la caña molida fue de 32.335 arrobas, no habiendo quedado caña por moler. El promedio aproximado por caballería fué de 39.125 arrobas.
La caña, (variedad Cristalina), se sembraba a 1.75 vara en cuadro, empleándose fertilizantes. Existentes en el ingenio habían 68 kilómetros de vía estrecha, 156 carros y 4 locomotoras.
Durante la zafra de 1913 molió 240.000 arrobas de caña por día, disponiendo de dos basculadores, de una desmenuzadora y de tres trapiches.
Sus diez defecadoras contaban con una capacidad de 7.000 galones cada una. Poseía el negocio igualmente dos evaporadores de triple efecto y uno de cuádruple efecto con 28,600 pies de superficie calórica, cuatro tachos de punto de 1,100 sacos de capacidad y con 6010 pies de superficie calórica, de Mirrless y Cail, veinte cristalizadores abiertos de 260 sacos cada uno, veinte y cuatro centrifugas Watson Laidlaw Co. y una batería de calderas con 6,800 caballos compuesta de doce pailas Babcock & Wilcox en seis hornos.
Como combustible suplementario gastó ese año 3750 toneladas de leña.
En su laboratorio trabajaba un químico cubano y su rendimiento de trapiche era de 75%, la pureza de los jugos 86%, la riqueza de la caña 14%, obteniéndose 11.13% de azúcar pol. 95.50.
En la zafra de 1914 el peso de la caña molida fue de 32,433,358 arrobas, que al promedio de 39,125 arrobas por caballería hacen un total de 829 caballerias de tierra cultivadas por los colonos y el ingenio.
El total de sacos de azúcar fue de 291,621 de 325 libras con un producto cada uno de 11,65% pol.96.
El Ingenio Conchita y Pedro Baró desde El Fígaro en 1912
Por el año de 1855, vecino al poblado de Unión de Reyes, en la pródiga y hermosa provincia de Matanzas, fundó don Bartolomé Casañas un “ingenio” de hacer azúcar, con los elementos y en la forma casi rudimentaria, con que entonces se fabricaba este producto.
Catorce años después, (en 1869) adquirió esta finca el rico propietario don José Baró, que desenvolvía, por entonces, en aquella comarca, su famosa y colosal riqueza.
Le cambió el nombre por el de “Cristina”, que era el de una de sus hijas, casada después con el Conde de Diana, y trabajó la finca hasta lograrle un rendimiento de 14.000 cajas que equivalían a unos 17.000 sacos. En este estado heredó el ingenio, en 1880, otra hija de don José Baró, llamada Concepción, casada con don Juan Pedro y Roig.
Al morir don José Baró repartió en sus hijos, entre los cuales sólo había un varón, el que fué más tarde marqués de Santa Rita, una inmersa fortuna, tocando como he dicho, el ingenio Cristina a la esposa de don Juan Pedro, propietario en Pinar del Río de un ingenio llamado “Asunción”.
A la finca se le cambió nuevamente el nombre, titulándola “Conchita” en honor de su propietaria, y el ingenio, en las nuevas manos, continuó prosperando, gracias a su buena administración, hasta llegar a hacer 50.000 sacos, que era hace veinte años, una zafra fabulosa.
En tales condiciones heredó esta finca, a la muerte de sus padres, el actual propietario, Juan Pedro y Baró, cuya personalidad es de todos conocida para que necesite ponerla de relieve.
Consignados estos antecedentes, necesarios para el proceso de este artículo, voy a decir lo que es, ahora, el ingenio Conchita.
En 1890, cuando por el lamentable accidente del naufragio del vapor Vizcaya, el 30 de Octubre de aquel año, perdió la vida don Juan Pedro, y con él distinguidísimas personas de esta sociedad, correspondió al hijo único del finado administrar aquella propiedad, que era harto pesada para la viuda, embargada totalmente por el gran dolor de la inmensa catástrofe que había venido a perturbar su existencia.
El huérfano, haciendo un poderoso esfuerzo de voluntad se inició en un asunto para él desconocido, del que siempre había sido un mero espectador, y para el cual no había tenido jamás preparación alguna. Tomó la finca con 180 caballerías de tierra, haciendo como he dicho un máximum de 50.000 sacos y valiendo, estimativamente, 800 mil pesos.
Veinte años después, a pesar de la guerra de independencia, que fué devastadora; a pesar de las revueltas de Agosto que atrasaron el desenvolvimiento agrícola y dieron al traste con el crédito del país, y a pesar de años malos para el cultivo, que mermaron grandemente el producto, la finca ha logrado una extensión de MIL CIENTO NOVENTA Y DOS caballerías, ha hecho en esta zafra la enorme tarea de 250.000 sacos y ha tenido en Octubre del año próximo pasado una oferta, en firme, para su compra de 21 millones de francos.
Parece una novela esta maravilla, pero en el fondo no hay nada de prodigioso ni de arte de encantamiento, sino un buen talento industrial, un sentido práctico muy cuerdo y un temperamento tenaz y progresivo en su propietario.
Sin la acometividad que se oculta bajo el exterior frío y reposado de un inglés, que tiene el Sr. Juan Pedro Baró, la finca no habría llegado jamás al grado de desenvolvimiento que hoy tiene. Poseído de una gran competencia, adquirida sobre el trabajo, conociendo al detalle todos los secretos, dificultades y obstáculos que habrían de vencerse, ha elevado la elaboración a su último extremo hasta llegar al grado de perfección, único por el cual, dado los inmensos gastos que ello requiere, la fabricación del azúcar debe ser una utilidad y no una ruina.
La maquinaria, que es inmensa, consta de dos trapiches con carros de volteo, (que creo no hay más que uno semejante en toda la isla), tiene cada trapiche, su desmenuzadora y su triple molida. Allí se extrae el jugo a la caña, en un promedio de 230.000 arrobas cada 24 horas.
Aquel jugo que se cocina en los tachos va a terminar en 20 cristalizadoras de 400 hectólitros cada una y un recipiente de 650 hectólitros. De allí pasa a 32 centrífugas de 40 por 20 y es admirable y curiosísimo aquel proceso de la caña que se ve caer en el trapiche, por el extremo izquierdo de la casa y salir en chorro de azúcar por un aparato, de compuertas que llena rápidamente el saco, que rectificado con escrupulosidad en su peso, va a embarcarse rápidamente en el vagón del ferrocarril que allí junto a la puerta en el lado derecho, del edificio, se estaciona.
La casa de calderas, el dinamo y toda la fuerza motriz la dan cuatro hornos que trabajan a 100 libras y un quinto horno, sustituye a los otros cuando uno a uno, y paulatinamente, se van apagando para limpiarlos en frío.
Un axioma del Sr. Pedro Baró es: que las utilidades de un ingenio son las economías que en él se hacen.
En este sentido se trabaja allí para no desperdiciar lo más mínimo. Hay 18 filtros gigantes de Kroty que tienen 44 cámaras, de un metro cuadrado. El combustible que consume es el propio bagazo, pero en condición tal, que sobra una gran parte que irá á abonar los campos, y en esta zafra no se ha gastado más leña que las primeras rajas empleadas en encender los hornos.
Después del primer impulso el movimiento ha sido incesante sin que un tornillo flojo ni una pieza gastada hayan interrumpido aquel movimiento ciclópeo.
El Conchita al extenderse se ha anexado antiguos ingenios que fueron famosos, entre ellos “Las Cañas” de Poey, que tiene la más bella arboleda de frutales y plantas exóticas que pueda imaginarse; “San Agustín” de Valladares; “La Esperanza”, “Arco Iris” y el célebre “San Rafael” de Jorrín.
Muele el “Conchita”, la caña de las colonias “San Juan”, “Babiney”, “San Antonio de Valera” y otras ricas fincas como el antiguo ingenio “El Carmen” del Sr. Alfredo Hernández, Magistrado de la Audiencia de Matanzas.
Las tierras del “Conchita” están cruzadas por vía férrea que miden 62 kilómetros de extensión. Cierta ocasión, en una de mis visitas al ingenio, encontré allí a un caballero alemán, que hacía estudios sobre la fabricación del azúcar. Venía a Cuba por primera vez y retornaba a su país con el resultado de sus observaciones.
Al saber de las líneas férreas, me recordó que algunos Estados no tenían tanto camino de hierro. Pero su asombro llegó al colmo cuando le aseguré que real y efectivamente la finca era por completo de la única propiedad del Sr. Pedro Baró.
—Empresas de esta magnitud —me dijo— no se conciben ni se realizan sino por asociaciones.
Esto es lo que debe regocijar a todo cubano, y ello es lo que me impulsa a escribir este artículo en el que quizás tenga yo más orgullo en lo que he descrito que el Sr. Juan Pedro en lo que ha hecho, porque hay que conocer a este paisano nuestro para sentir contento por su riqueza y por su esfuerzo… (Continuará)
Bibliografía y notas:
- Secretaría de Agricultura, Comercio y Trabajo. (1915). Ingenio Conchita en Industria Azucarera de Cuba, 1913 a 1914. Habana: Librería e Imprenta La Moderna Poesía. pp.64-65
- De Saavedra, Héctor. “El Ingenio Conchita”. Revista El Fígaro. Año XXVIII, núm. 20, mayo 1912, pp. 292, 293.
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