La boda de Regina Truffin y Clemente Vázquez Bello en Villa Mina el 24 de julio de 1917. Empezaré por declararlo. La hora y el lugar entre otras varias circunstancias, bastaban a imprimir en la boda de anoche un sello de originalidad deliciosa.
Boda que ha servido a nuestra actualidad social, por los detalles que la rodeaban, para tema constante, de todos los días, de todos los momentos. El alto rango de los novios era suficiente a despertar interés semejante.
¿Sus nombres? Están en todos los labios. Y se verán escritos hoy en todas las crónicas respondiendo a un acontecimiento palpitante de la vida habanera.
Ella la gentilísima fiancée de la víspera es la señorita Regina Truffin y Ojeda. La primogénita de un caballero como el señor Regino Truffin en quien se reúnen, con los timbres de su prestigio personal, los de su elevada significación en el país. Cónsul de Rusia en la Habana, a quien el gobierno del Czar otorgó hace algunos años la condecoración de la Orden de Santa Ana, es el señor Truffin, además, Presidente del Unión Club, Vicepresidente del Habana Yacht Club y representante de empresas como la Cuba Cane Sugar Corporation, de importancia poderosa.
Cuanto al doctor Clemente Vázquez Bello, el feliz elegido de la señorita Truffin, es un prestigio de la juventud cubana. Congresista brillante de quien se enorgullece legítimamente la política de las Villas es verbo y es encarnación en la Cámara de Representantes de las más justas causas.
Lo quieren, lo admiran todos, sin diferencia de partidos. Goza de general simpatía. Sin odios y sin intransigencias, que hubieran pugnado siempre con sus privilegiadas dotes de caballerosidad, se ha hecho estimar en todas las esferas de la política. El Unión Club lo ha llevado a uno de los puestos de su Junta Directiva y es allí, en el seno de la elegante sociedad, una de las figuras más simpáticas y más queridas.
Es por todo lo expuesto la unión que anoche quedó consagrada el más feliz concierto de méritos y cualidades.
¡Qué interesante la boda! Señalada estaba para las once en Villa Mina1, la regia mansión, en lo más pintoresco de Buena Vista, de la distinguida familia de la novia. Muy contado el número de concurrentes, debido al carácter de estricta intimidad que revistió el acto, ya a la hora indicaba, rodeaba a los dueños de la casa un concurso selecto, escogidísimo.
A todos recibía con exquisita amabilidad la señora Mina Pérez Chaumont de Truffin. Vestía de negro. La severidad del traje parecía servir como digno marco a la belleza de la elegante dama. Observé en ella un detalle. Lucía, como joya única, una sortija con una hermosa perla negra. Nada más.
Aunque existió el proyecto de celebrar la ceremonia en los jardines de la quinta, bajo un kiosco de flores, a su realización vino a oponerse un accidente inesperado. Aquejado se encuentra desde hace varios días el señor Truffin de unas fiebres que aunque de poca intensidad lo obligan a una absoluta reclusión. Quebrantó ésta anoche el distinguido caballero solo por imperio de un deber paternal. Deber grande y santo.
Hubo que efectuar la boda, ya que no en pleno parterre, dentro de los muros de la señorial residencia. En la sala, contra el hueco de una de las puertas, se improvisó el altar bajo una tupida bóveda de ramas y de hojas tachonada de colgantes ramilleticos de clematís.
Destacábase al centro, entre nimbos de luces, la imagen del Sagrado Corazón. Y un crucifijo de plata al pie. La rosa Perla de Cuba abría sobre el follaje, en la linda capillita, su corola de nieve. Es la flor de las novias.
El jardín El Clavel, que de tantas creaciones puede vanagloriarse, la ha impuesto en las bodas del mundo habanero. No falta en el ramo de mano. Ni en el altar.
Próximas ya las once y media y alineada la concurrencia en doble ala atravesó la novia, del brazo de su señor padre, por la senda que la conducía a su felicidad suspirada. Instante único, sublime, que en vano intentaría la pluma copiar ni definir.
Novia ideal. Novia inspiradora la señorita Truffin con los encantos de una toilette suntuosa. Su traje, de raso meteoro, lucía aplicaciones de encajes de Inglaterra. Traje precioso. Modelo de la famosa Maison Beer de París que llamaba la atención tanto por su riqueza como por su gusto, su novedad y su elegancia.
Prendido en el pecho resplandecía como un destello el pasador de brillantes que le regaló su novio. Y eran regalo del padre, a su vez, los magníficos aretes de perlas y brillantes con que quiso completar Regina sus galas nupciales. Pudo lucir otras ricas joyas. Otras de las muchas que fueron admiradas en la chambre de la novia encerradas en estuches donde la etiqueta de la Casa Quintana predominaba soberanamente.
Llevaba un ramo primoroso. Muy sencillo, sin más flor que la Perla de Cuba, entreabierta, desprendíase del conjunto un ancho encaje de Inglaterra. Ramo donde los hermanos Armand pusieron a prueba, una vez mas, su maestría consumada en la materia. Era una filigrana.
Ofició en la ceremonia, tan solemne y tan interesante, el Padre Cándido Arbeloa, sacerdote muy querido por su ciencia, su bondad y su virtud de la Compañía de Jesús. Director espiritual de la novia. Fué la hermana de ésta, la gentil y elegante señorita Matilde Truffin, la madrina de la boda, en representación de la madre del novio, la señora Carmen Bello de Vázquez, impedida de venir desde Santa Clara, su residencia habitual, para el matrimonio del hijo de su adoración.
Y el, señor Truffin, padre de Regina, el padrino.
Entre los testigos de la bella desposada figuraba el licenciado Jesús María Barraqué, letrado de alto renombre en el foro de la Habana y caballero que goza de gran popularidad y gran simpatía por su carácter, por su bondad, por sus sentimientos. Era anoche la primera vez que el señor Barraqué, y en gracia a razones de un afecto entrañable, se apartaba de la cabecera del hijo queridísimo.
Otros de los testigos de la novia eran su primo, el señor José Ulmo Truffin, y el señor Miguel Arango y Mantilla.
A su vez actuaron como testigos del novio los distinguidos hacendados don José María Espinosa y don Laureano Falla Gutiérrez con dos ingenieros jóvenes que gozan de tan justa notoriedad como los señores Primitivo del Portal y Evelio Govantes, unidos ambos al doctor Clemente Vázquez Bello por lazos de un antiguo y acendrado afecto.
Rodeaban a Regina Truffin, al pie del altar, sus amigas predilectas, entre otras, las tres graciosas hermanas Bertha, Zenaida y Sarita Gutiérrez, Ofelia Diaz Piedra, Henriette Le Mat, Adelaida y María Teresa Falla y las hermanas del novio, las bellísimas Consuelo y Obdulia, que vinieron expresamente desde Santa Clara para la boda.
A su hermana Matilde, que lo recibió con un beso, hizo cesión Regina del lindo ramo. Rasgo simpático que tuvo por testigo a los dos hermanos tan simpáticos, a Regino Truffin, junior, y a Marcial, el enfant gatee2 de la casa.
En el nuevo comedor de la casa, pieza alhajada con gusto exquisito, se sirvió un buffet espléndido en obsequio de la concurrencia. En la mesa, donde abundaban las salvillas de pastas, sandwichs y dulces, eran de admirar las flores de su adorno.
Flores de nueva creación. Producto de la inventiva de los Armand que dedicaban, imponiéndole su nombre, a la señora Mina P. Chaumont de Truffin. Rosas de color rojo, en suave coloración, muy finas y muy fragantes. Todos la celebraban.
Camino del Country Club salieron los novios para de allí trasladarse, dentro de breves días, al elegante hotel de la playa de Varadero. Emprenderán viaje a mediados de Agosto hacia playas extranjeras con su amor, su alegría y su ventura por compañeros únicos, inseparables.
Bibliografía y notas
- Villa Mina devino el actual Tropicana Night Club en la Habana, Cuba. ↩︎
- Del francés: Niño consentido. ↩︎
- Fontanills, Enrique. “Habaneras. La boda de anoche en Villa Mina. Regina Truffin y Clemente Vázquez Bello”. Diario de La Marina. Año LXXXV, núm. 167, 25 de julio de 1917, p. 4.
- “La verdad sobre el atentado a Clemente Vázquez Bello por uno de sus autores”. Revista Carteles. Vol. XIX, núm. 36, 17 de diciembre 1933, pp. 26, 27, 78, 79, 82.
Deja una respuesta