La India Maldita en tradiciones y leyendas de Cienfuegos por Adrián del Valle. El culto a los muertos es de los más antiguos y extendidos. Lo hallamos en los pueblos primitivos, revistiendo las más diversas formas, según el grado de desenvolvimiento o civilización que van alcanzando.
Dijérase que la primera manifestación de racionalidad en el hombre, está precisamente en la más rudimentaria aparición del culto a los que dejaron de existir.
Como es natural, los siboneyes, que habían ya adquirido cierto grado de desenvolvimiento cultural, tenían el hábito de honrar a los desaparecidos, a los que suponían viviendo en ultratumba.
Sus ideas respecto a los espíritus de los muertos eran bastante originales. Llamaban operito a la sombra o fantasma de una persona muerta, que se aparecía a los vivos adoptando la forma humana, y que corporalmente solo se diferenciaba del sér humano, en que carecía de ombligo; por cuyo motivo, cuando el indio sentía por la noche que alguien se acostaba en su hamaca, para saber si se trataba de un vivo o un muerto, tenía la costumbre de pasarle la mano por el abdomen.
Designaban con el nombre de Hupia el alma o espíritu de la persona muerta, en su forma incorporal o etérea. Mientras el sér humano vivía, su alma o espíritu recibía el nombre de Goeiz.
Era costumbre de los siboneyes, ofrendar fruta a los muertos. Los indios de Jagua daban preferencia para tal objeto a la fruta del bagú, árbol que abundaba en aquellas costas y tierras cenagosas, de cuya madera sacaban —y aun sacan los pescadores de aquella parte de Cuba,— los flotadores o corchos con que sostenían las redes de pescar.
El fruto del bagá no es alimento muy agradable, pero los siboneyes, estimando que los muertos no debían ser muy exigentes en materia alimenticia, se lo dedicaban de muy buena voluntad creyendo hacerles un bien.
Árbol que tan buenos servicios les prestaba, tanto en el orden material como en el espiritual, necesariamente tenía que ser considerado por los sencillos siboneyes como sagrado, dedicando especial cuidado a su cultivo.
Todavía en la actualidad abunda el bagá en las costas y en algunos ríos de Cuba, y aún se aprovecha su fruto como alimento del ganado, y sus raíces, ligeras y porosas, siguen utilizándolas los pescadores para sostén de las redes en el agua; pero desaparecidos los siboneyes y ocupando su lugar otras razas más civilizadas, ha perdido el bagá su propiedad de servir de alimento a las almas de los muertos. Hoy nos contentamos con ofrendarles flores.
Todos los años, en la época en que el bagá daba con más abundancia sus frutos, los siboneyes celebraban, en común, ceremonias religiosas en recuerdo de los desaparecidos. En procesión y llevando grandes catauros llenos de los frutos del bagá, se dirigían a los caneyes de muertos o cementerios, y allí depositaban con el mayor respeto dichos frutos.
Además de esas ceremonias de carácter general, solían celebrar otras, individualmente o en familia, ofrendándoles la mencionada fruta a sus deudos fallecidos y también a los caciques, behiques y guerreros; ofrendas que más obedecían al temor que a la veneración, pues creían que por la noche los muertos vagaban por campos, valles, montes y poblados y podían causar daño.
Había una hermosa india llamada Iasiga —y aquí da comienzo la leyenda,— legítima esposa de un laborioso siboney conocido por Maitio. Vivían los dos en santa paz y buena harmonía, muy de tarde en tarde alteradas por ligeras nubes que empañaban el cielo de la felicidad doméstica.
Mientras él se ausentaba para dedicarse a la caza y a la pesca, ella preparaba la comida, cuidaba la siembra, tejía redes y jabas, cumplía todas las obligaciones de una mujer hacendosa.
Iasiga era de temperamento ardiente y apasionado. Amaba a su marido, pero no tanto que solo tuviera ojos para él. Y tanto era así, que la primera vez que vió a Gaguiano, un apuesto siboney amigo de catar la fruta del cercado ajeno, sintió por él pasión tan abrasadora, que olvidando al confiado Maitio, se entregó sin resistencia, gustando sin tasa los placeres del amor vedado.
Muchas tardes al regresar Maitio, notaba la ausencia de su esposa, quien al volver se disculpaba diciendo que había ido a ofrendar el fruto del bagá a sus familiares muertos; cuando lo cierto era que volvía de sus ilícitas correrías.
Todo tiene fin en el mundo, y lo tuvo la confianza de Maitio. Camino de su bohío al atardecer de cierto día, sospecha cruel mordió su alma candorosa. Al llegar al desierto hogar, no se limitó a esperar paciente. Preguntó por Iasiga a los vecinos, que le informaron haberla visto pasar con una batea llena de bagá, seguro indicio de que iría a visitar a los muertos.
No se tranquilizó Maitio. Fué a la cercana orilla y embarcó en su piragua, dirigiéndose al caney. Desde lejos divisó, en la playa, una pareja en tierno coloquio. El corazón le dió un vuelco. Temía que la sospecha se convirtiera en cruda realidad. Bogó con redoblado esfuerzo y al fin logró desembarcar sin ser visto. Avanzó con cautela y de improviso se presentó a los desprevenidos y confiados amantes, que no eran otros que Iasiga y Gaguiano.
Huyó el amante, cobarde, y del pecho de ella se escapó un grito de angustia. Maitio, contraído el rostro por el dolor, se acercó le dijo con ronca voz:
—Mil veces maldita seas mujer perjura. Que Mabuya castigue tu infidelidad, condenándote a vagar eternamente por las costas, sin esperanzas de descansar ni de inspirar compasión.
Al instante fué transformada la infiel Iasiga en monstruo marino, que se aparece de tarde en tarde, muda, triste y suplicante, a los pescadores solitarios, que en sus botes, piraguas o cachuchas, libran en el mar la subsistencia. Así por lo menos lo asegura la leyenda.
No falta en la actualidad quien crea que realmente existe el sér origen de la tradición y suponen unos que sea el manatí que viene a las aguas del Jucaral, o alguna enorme tortuga o carey que penetra en la bahía de Jagua.
Bibliografía y notas
- Del Valle, Adrián. “La India Maldita”. Tradiciones y Leyendas de Cienfuegos. Imprenta el Siglo XX, 1919, pp. 27-32.
- Tradiciones y leyendas de Cuba.
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