La muerte del Dr. Raimundo Cabrera (9 marzo 1852 – ✣ 21 mayo 1923)1 pone un crespón de luto en el alma nacional. Todas las instituciones se asocian al duelo que significa la pérdida de este patriota íntegro, ejemplar ciudadano y prestigioso intelectual.
El último libro que escribió don Raimundo Cabrera es un libro de juventud, delicado y optimista. A su edad, después de una vida agitada, avisado por la Intrusa, los hombres no suelen escribir libros de esos. Es entonces, por lo general, la hora de los desencantos, de las manifestaciones amargas, de las ideas melancólicas.
Hay que llamarse Armando Palacio Valdés, Nicolás Rivero, Raimundo Cabrera, para decir en las horas de ocaso cosas suaves, esperanzadas y risueñas. Hay que haber sabido, durante los días de mocedad, sufrir con entereza, estimar las vilezas de los hombres como lógicas consecuencias humanas, abroquelarse en la virtud contra las insidias, para llegar a la vejez ilusionado.
Hay quien escribe cosas risueñas a última hora y tiene el alma corroída por el desencanto. Son los falsos de espíritu que se acogen a las filosofías eclécticas. Pero miradles atentamente y veréis que la sonrisa es solo una mascara que rezuma decepción y amargura.
Don Raimundo amaba tanto la vida que murió como un justo. Tanta era su ansia de vivir que miraba serenamente la muerte. Sus últimos años fueron un canto a la juventud y a la esperanza. Todos los días escribía una página amable, inspirada en las acciones de ayer, con la pretensión de que florecieran mañana en enseñanzas y buenos ejemplos. Cuando mozo flageló sin piedad, y ahora eran sus palabras suaves y persuasivas.
Si alguna vez, últimamente, decía cosas enfáticas y tonantes era porque los arrestos juveniles despertaban al conjuro de los entuertos del día, pensando en que no debía tolerarse se inflingiesen los deberes para con una patria cuyos designios se habían impuesto con sacrificios y heroísmos.
Murió como un justo, repetimos. La historia se encargará de decir si su ideología era la más sensata frente a Ios acontecimientos. El procedía honradamente, sinceramente; con tanta sinceridad que hemos escrito hace poco estas palabras que le oímos:
“Si yo volviera a nacer qué grato me sería ir provocando la vida cotidiana que he vivido; ver como se sucedían mis actividades en el mismo orden, con igual impulso, para los mismos fines que he trabajado los largos años que voy dejando atrás. En el supuesto, claro está, de que las cosas en torno mío se fueran produciendo como antes las vi desarrollarse.
Ustedes saben bien, si conocen mi obra de escrito, que he movido siempre la pluma a impulsos de las emociones recibidas directamente. Los acontecimientos fueron mi enseñanza y mi tesis. Y como me encuentro bien con mi conciencia y con mi sensibilidad, de ahí que no vacilaría en firmar tantas réplicas de conducta practicada como fuera necesario para garantizar la que hubiera de seguir en sucesivas reencarnaciones.”
Y por nuestra cuenta, en aquel escrito, refiriéndonos a su labor literaria, a su manera de hacer y de decir, dijimos:
“Y así nos deja explicada Don Raimundo la razón de su estilo diáfano y suelto, ameno y fuerte, igual en toda su obra de más de veinte volúmenes. Y cuando nos dice que sus primeras lecturas fueron los clásicos españoles, en sus comedias y novelas, nos damos cuenta de por qué triunfa la elegancia en su decir, y en su fondo un tono melancólico y retórico, del que se destaca su espíritu de clásico hidalgo castellano, rebelde y fino, culto y
valeroso.”
Tan español era Don Raimundo, lo que bien afirmaba su figura simpática, que se portó siempre en sus ataques políticos a España como lo han hecho y hacen todos los publicistas españoles: para a la postre, serenado el espíritu, pasada la razón de las actitudes violentas, ya próximo a morir, al igual que sus hermanos del solar patrio, gustar el noble alarde de decir cosas bellas y peregrinas de España y de sus hombres buenos.
Ved como las decía:
“Todos nuestros males, o la mayoría de ellos, nacen de nuestra pésima educación. Pero en mayor medida tienen su origen en persistir en la mala crianza. Creo firmemente que podemos auto educarnos. A España, nuestra educadora, la educó luego la desgracia. La España de hoy no es la que nos educó a nosotros. España tiene hoy mayor número de buenos cerebros que defienden su política y mejores hombres que la hacen digna. Cuba tiene en sus manos un remedio igual. Ya ven que no soy un descorazonado y un pesimista. La actual desgracia nuestra puede ser nuestra propia maestra.”
Sería pueril hablar ahora, porque ha muerto, de su obra. Murió con la pluma en la mano y alcanzó a todos su labor y sus consejos. Le sorprendió la muerte haciendo la edición de sus obras completas, las que al ir apareciendo en las librerías se agotan rápidamente. Su labor, incluyendo la del principio de su vida, es tema de actualidad, gracias a la gracia de su estilo, a lo permanente de sus ideas, a la visión lejana y justa de sus ensueños.
Enumerarla, analizaría, criticarla nada diría a los lectores que no supieran ellos. Su mayor elogio como escritor está hecho al decir que no dejó nunca de interesar al público. Los libros de Don Raimundo se leen hoy todos, como si cada uno saliese hoy de lo inédito.
Aún no terminaron su misión; porque aún persisten las razones que los inspiraron, y los acontecimientos van por las rutas que trazara el Maestro.
Don Raimundo nació en la Habana en la calle de la Estrella y se crió en Güines.
“En Güines se me quería, nos decía en la ocasión a que se refiere la interview a que repetidamente aludimos, lo que hacemos porque le oímos decir que en ella se reflejan fielmente su carácter y su obra. —Estudié. Me ayudaron a estudiar. Me mandaron de alumno gratuito al colegio de José Antonio Delgado, donde fui condiscípulo de Montero, de Julio de Cárdenas, de otros muchos que luego dieron gloria a Cuba.
Vino la Revolución de 68. Fui a la Revolución y me prendieron. Estuve en las cárceles de la Habana, de Güines y de Bejucal. Me confinaron durante diez meses a la Isla de Pinos. Cumplí allí los diez y ocho años. Volví a la Habana a pasar muchas miserias y decidí ir a estudiar a España.
Era yo entonces muy pobre. Tan pobre que idee pedir prestado dinero para el viaje. Alargué la mano a amigos y desconocidos, suplicando un recurso con que embarcarme. Y encontré almas generosas que me atendieron. He aquí la lista de los donantes. Ello fue después de la Revolución del 68.”
Fué querido cuando niño pobre. Fué querido, respetado, cuando hombre rico. ¿No caben en estas afirmaciones todas las loas de una crítica justa?
Ha muerto viejo y no es llegada la hora, sin embargo, de hacer su biografía. Lo que fué en vida lo presenciamos todos. Lo que hizo a todos nos movió interesados. Es hoy, como lo será durante mucho tiempo, un escritor de nuestros días, un conductor de muchedumbres hacia ideales altos y nobles.
Pero hay un cariño más egoísta, más dolorosa y tiernamente egoísta, que no dirá lo mismo; para el que Don Raimundo es ya un hombre de ayer, de un ayer lejano, perdido y acabado irremisiblemente; para el que hoy está separado del ayer por abismo.
Es el cariño de su esposa y de sus hijos. También ellos son inteligentes y fuertes; pero la muerte de ese viejecito dulce y tolerante, animoso y consolador, es más fuerte que todo: que la propia vida, que las propias esperanzas que él supo poner en sus corazones y en su inteligencia.
A nosotros nos queda Don Raimundo en sus obras. A ellos les faltará eternamente “Papy”. Y sus obras, con ser tan grandes, son ¡Si lo sabrán ellos! infinitamente pequeñas comparadas con aquel enorme montoncito de canas, de bondades y de sonrisas.
La Triste Noticia
El Capitán González Quijano, amigo consecuente del Dr. Cabrera, fué el encargado en las primeras horas de la madrugada de ayer de comunicar la triste nueva a las personas de su íntima amistad.
Se ofrece el Salón de Sesiones del Ayuntamiento
El Alcalde Municipal de esta Ciudad, tan pronto como tuvo conocimiento de la muerte del Dr. Raimundo Cabrera, expidió el siguiente decreto:
Habana, mayo 21 de 1923.
Enterado con la más profunda pena, del fallecimiento del ilustre cubano doctor Raimundo Cabrera que dedicó los mejores años de su vida a honrar a su país, enalteciendo a la vez que su propio nombre el de su patria, por su dedicación constante a promover la cultura y el bienestar de su pueblo, y estimando que la pérdida de tan gran ciudadano constituye un verdadero duelo nacional, vengo en disponer que se ofrezca el Salón de Sesiones del Ayuntamiento a su viuda para que en él sea expuesto el cadáver, con lo cual no sólo se le tributará un homenaje digno de sus grandes merecimientos, sino que se honrará la Casa de la Ciudad.
Comuníquese este Decreto a la señora Viuda del Dr. Raimundo Cabrera.
(f.) J. M. CUESTA, Alcalde Municipal.
Declinan el ofrecimiento
El Dr. Ramiro Cabrera, hijo del ilustro patriota desaparecido, dirigió ayer la siguiente carta al Alcalde Municipal:
Habana, Mayo 21 de 1923.
Señor José María de la Cuesta, Alcalde Municipal.
Ciudad.
Distinguido amigo:
En nombre de mi madre y de mis hermanos, tengo el honor de manifestarle nuestra profunda gratitud por su sentido pésame y por el acuerdo que se sirve comunicarnos de ofrecer el salón de Sesiones del Ayuntamiento, para exponer en capilla ardiente el cadáver de mi padre.
Sus deseos en vida fueron permanecer en el hogar de sus cariños, rodeado de sus hijos hasta el último instante y consultado el parecer de mi madre, hemos acordado no contrariar sus postreros deseos.
Apreciamos altamente el honor con que el Municipio de su ciudad nativa ha querido distinguir a nuestro inolvidable padre y hemos de quedarle por siempre agradecidos.
Sírvase, señor Alcalde, aceptar nuestras excusas, así como el testimonio de nuestra intensa gratitud y alta estima personal.
De Vd., muy afectísimo amigo:
Ramiro CABRERA.
A la provincia de La Habana
A las dos de la mañana de éste día ha dejado de existir para la vida material en su residencia de la calle de Jovellar en el Vedado, el doctor Raimundo Cabrera.
La circunstancia de concurrir en él excepcionales condiciones personales que han mereció en más de una ocasión la consagración pública, me obligan a Invitar por este medio a la Provincia de la Habana para el acto del sepelio que tendrá lugar a las 8 y media de la mañana del día 22 del actual, partiendo el cortejo fúnebre de la calle de Jovellar esquina a L.
El Dr. Raimundo Cabrera une a una vida pública inmaculada y consagrada a la defensa de los más altos ideales nacionalistas, la circunstancia de haber fomentado una familia que se encuentra ligada a otras de ilustre prosapia intelectual y de abolengos revolucionarios. En la vida literaria ha aportado un caudal valioso, al punto que muchas de sus obras dadas al público comentario en momentos en que era un crimen sostener puntos de vista libertarios, han vivido la vida siempre fresca y eterna de las cosas que no mueren.
En Cuba y sus Jueces dejó fijado con sello indeleble los defectos de un régimen y marcó el sendero por el cual un día habría de llegarse a la independencia de Cuba; y ahora casi en los lindes de la eternidad, cuando debieron suponerse en él extinguidos los fuegos de la Juventud y los entusiasmos de la edad temprana, desde la vieja y cubana tribuna de la Sociedad Económica lanzó la noble semilla de un nacionalismo que fructificará sin duda y traerá para Cuba mejores días, produciendo en el alma cubana aquella sensación de grandeza que parecía adormecerse y rendirse al golpe infecundo y letal de tristísimas realidades políticas.
El tributo, pues, de esta Provincia a su ilustre hijo debe serle rendido. Esta modesta invitación que hago desde las columnas de la prensa, no es más que la expresión tranquila y serena de más justos sentimientos de admiración y respeto por el cubano que hoy duerme su sueño eterno.
Habana a 21 de mayo de 1923
(f.) Antonio RUIZ,
Gobernador Provincial.
De Luto
El Rector de la Universidad doctor Aragón dispuso en el día de ayer que fueran enlutados los balcones de los edificios universitarios y colocadas a media-asta las banderas nacionales en señal de duelo por la muerte del ilustre doctor Raimundo Cabrera, presidente que fué de la Junta de Patronos de la Universidad.
Al sepelio concurrirán el Rector y una representación del Claustro Universitario y los niños de las Escuelas Públicas anexas a la Universidad arrojarán flores al paso del fúnebre cortejo por frente a la Universidad.
Tan pronto como circuló por esta ciudad la noticia del fallecimiento del doctor Cabrera, acudieron a su residencia de Jovellar y L. Vedado, numerosas y distinguidas personas de esta sociedad, para dar pésame a los familiares.
Entre otros allí vimos al Presidente de la Cámara de Representantes doctor Clemente Vázquez Bello; al Tesorero General de la República señor Figueredo; el Rector de la Universidad doctor Aragón; el Secretario de la Academia de Historia, doctor Coronado; al Presidente de la Empresa del DIARIO DE LA MARINA Conde del Rivero;
El Secretario de la Academia de Artes y Letras doctor Catalá, el general Gerardo Machado; al Senador y Presidente de la Asociación de Hacendados y Colonos doctor Vidal Morales; el representante señor Wolter del Río; doctores González Curquejo; López del Valle; Saladrigas; Manuel Mencía; Díaz Albertini; Pérez Reventos; Marcelo de Caturla;
Señor Faustino Angones; Julio de la Torre; doctor Carlos Mendieta; Coronel Matías Duque; el Secretario de la Presidencia doctor José M. Cortina; Capitán de Navío, Julio Morales Coello; doctor Enrique Llansó; Carlos Miguel de Céspedes; Representantes señores Miguel Mariano Gómez; Juan Rodríguez; Miguel Haedo; Amado Finales; Coronel Modesto Morales Rubio; señor Julio Ibarra; Justo Martínez; Comandante Bernardo Córdova; Charles M. Aguirre; Edito Aparicio; Augusto Saladrigas y otros.
El Comandante Bernabé Martínez, Ayudante del Presidente de la República estuvo anoche velando el cadáver. Anoche la casa-quinta resultaba pequeña para contener a la concurrencia.
Coronas y Flores
Incesantemente estuvieron llegando anoche a la casa mortuoria grandes coronas y hermosos ramos de flores naturales que como último tributo le dedican al ilustre desaparecido, sus familiares, amigos y admiradores.
He aquí la relación de esas ofrendas florales:
Un ramo de orquídeas y violetas, A Raimundo de Elisa. Ramo de orquídeas y violetas, de Lydia y Raulín. Corona de rosas, dalias y gladiolos, A Papá Graciela y Julio. Hermosa cruz de dalias, gladiolos, lirios y rosas, a Papi de Isis. Corona de rosas, dalias y gladiolos A Papi, Lily y Julito. Corona de rosas, dalias y gladiolos, A Papi, Ramiro, Juanilla e hijos. Corona de gardenias, a Papá, Esther y Fernando. Corona de rosas y dalias, a Papá, Emma, Manolo y Leopoldo. Corona de rosas y gladiolos, a Papá, Seida y Manolo. Corona de rosas y dalias, a Raimundo, sus hermanas.
Corona de rosas, dalias, lirios y gladiolos, a Raimundo Cabrera, La Lucha. Ramo de rosas y dalias, A Papi, María Elena. Corona de rosas, dalias y gladiolos, a Raimundo Cabrera, Charles y Fredesvinda. Corona de rosas y gladiolos A Raimundo, Mina y Truffin. Corona de rosas, a Raimundo Cabrera, D. Marcelino Díaz de Villegas, Corona de rosas y Jazmines, a Don Raimundo, Eduardo Solar y señora. Corona de rosas, gladíolos y extrañas rosas, J. Gispert y señora. Un ramo de rosas, de María Teresa Anglés. Corona de rosas y dalias, Juan de D. García Kolhy y señora. Un cesto de rosas de la Casa de Dubic. Corona de rosas y claveles, de Alfredo Sena.
Cesto de flores, de Rafael Díaz. Corona de rosas y dalias A Raimundo de Edelberto Farrés. Corona de rosas, dalias y gladiolos, de Gustavo Sánchez Gálarraga. Corona de rosas, A Raimundo, El Cuerpo de Bomberos de Güines. Corona de rosas, A don Raimundo La Servidumbre. Corona de rosas y claveles A Don Raimundo, Leonardo Díaz y familia. Corona de rosas A Raimundo, María Eugenia y Teresa Ferraez.
Corona de rosas, a Don Raimundo, “Recuerdo de Justo”. Un ramo de rosas, de la Viuda de Parrilla. Un ramo de rosas y claveles, de Amelia Montalvo. Cesto de orquídeas, dalias, claveles, pensamientos y gladiolos, A Raimundo Cabrera, de Blanca Masino de Hierro. Corona de rosas y dalias A Raimundo Cabrera, de Ricardo Veloso. Corona de rosas y claveles de Manuelita y Purita… y muchas otras además de innumerables mensajes de condolencia.
A mi amigo del alma Raimundo Cabrera
Es una sola estrofa de violetas
Pero llena de amor y de rocío
Melancólica flor de los poetas
Que a tu gran corazón consagra el mío
Lola R. de Tió.
Raimundo Cabrera y Bosch unió sus destinos con la digna dama doña Elisa Bilbao Marcaida y Casanova, natural de la villa de Güines. El matrimonio tuvo por hijos a Lydia Cabrera quien fuera una destacada etnóloga y escritora, Esther; Graciella, Emma; Zeida, Juvenal, Raulín y Ramiro Cabrera y Marcaida.2
Bibliografía y notas
- “La muerte del Dr. Raimundo Cabrera pone un crespón de luto en el alma nacional”. Diario de La Marina. Año XCI, número 142, 22 de mayo 1923, pp. 1, 16
- Personalidades y negocios de la Habana
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