
Si Mariblanca Sabas Alomá fuese hombre, o aún siendo mujer hubiese nacido en un país que como Rusia se encuentra en estos momentos en plena e intensa transformación social, ocuparía, sin duda, uno de los primeros puestos entre los leaders de las nuevas doctrinas, directores de multitudes.
Pero Mariblanca, cubana, tiene que conformarse con ser una rebelde espiritual, inadaptada e inadaptable al medio en que vive y cuya voz —anatema y ariete para todo cuanto juzga merecedor de censura— se pierde, sin que encuentren apenas sus palabras campo abonado donde puedan fructificar y extenderse.
Delgada, de grandes ojos negros, melancólicos y soñadores, que con sus cabellos, negros también, hacen resaltar aún más la blancura de su cutis, nerviosa e inquieta, muy joven, casi una niña, deja adivinar, en seguida, su carácter y sus ideas.
—Nací en Guantánamo— dice contestando a nuestras preguntas —como hubiera podido nacer en otro lugar cualquiera. Nací con el siglo y tengo como el siglo 21 años.
A veces cuando pienso, cuando medito, cuando me recojo en el silencio de mi misma, cuando siento la idea tumultuosa retemblar bajo las cavernas de mi cráneo, llego a creer que no 21 sino muchos, muchísimos años más cuenta mi espíritu; pero otras… otras, vivo de nuevo la deliciosa vida de la infancia y de la ingenuidad.
Soy un poco compleja, pues que amo a Nervo, Casal y Rubén Darío; a Víctor Hugo, a Voltaire y a Mirabeau.
—¿Cuándo empezó usted a escribir? le pregunto.

—Empecé a escribir versos a los quince años, si bien es verdad que empecé a —sentirlos mucho antes: mi pasión por la poesía nació conmigo, y fue luego estimulada y cultivada por mi padre, hombre superior (¡con cuánto orgullo lo digo!) que desmentía el concepto que generalmente se tiene de que los médicos desconocen la psicología elevada y sutil de nuestro espíritu, niegan la existencia del alma y todo lo ven bajo el prisma de frialdad y de análisis de la Ciencia.
—¿Vive usted la vida que quisiera vivir?
—Nó, me abruma la vulgaridad del medio ambiente en que vivo: me enferma la nostalgia de Suiza y de París, de Venecia y de Italia. Mi obsesión es viajar, viajar mucho; vivir la vida de una manera vasta, intensa, útil. Si pudiera, haría vida “bohemia”.
Cruzaría en las altas horas de la noche las calles más oscuras y desiertas; me sentaría en las horas sofocantes del medio día en los parques llenos de mendigos y de vagabundos, a conversar con ellos, a sondear en sus espíritus, que presiento lleno, de brumosidades y de filosofías.
Escribiría todos esos versos raros que pienso y me iría a decirlos en alta voz en lo más alto de una montaña, sin más testigos que un perro o un ave.
Soy huraña y rebelde; huyo del trato de todas estas gente, que no saben hablar más que trivialidades; la sangre se me salta de las venas cada vez que se comete una injusticia, cualquiera que esta sea.
Odio la tiranía en todas sus formas; ya sea Wilson esclavizando a Santo Domingo, ya sea Inglaterra cometiendo con Terence McSwiney el atropello más grande que recuerda la Historia…
—¿Qué idea tiene usted formada de la condición presente de la mujer cubana?
—Que nuestro estado de inferioridad es lamentable; ¡Cuánta ignorancia! ¡Cuánto fanatismo! ¡Son tan pocas nuestras compatriotas que se sienten capaces de liberarse por sí mismas del enorme cúmulo de prejuicios que la vanidad del hombre ha ido acumulando sobre nosotras!
En este sentido, soy enemiga declarada de la Iglesia de Roma, porque veo en ella la causa de nuestros atrasos; y desde mi amado rincón provinciano la he combatido y combatiré por todos los medios posibles.
Una vez protesté por la prensa de un sermón pronunciado por el Arzobispo de Santiago de Cuba, Monseñor Guerra, el cual dijo “que el divorcio era una ley corruptora que convertiría a las mujeres cubanas en nuevas mesalinas” ¿Quiere usted mayor insolencia?
Como premio a mis campañas reivindicadoras cuento el altísimo honor de haber sido insultada por ese prelado de Cristo, —De Cristo ¡Qué ironía!— de haber merecido la reprobación de la Iglesia, como Víctor Hugo y Valney.
—¿ Es usted pues, una entusiasta feminista?
—Sí, soy ferviente partidaria y propagadora del feminismo y dedico al triunfo de su causa todas mis energías. En mi libro próximo a publicarse La Rémora, trato ampliamente todos los problemas que a la mujer se refieren.
Desarrollando sus ideas, Mariblanca se revela como una convencida. Cree, y cree bien, que la sociedad actual necesita transformarse por completo, cambiando los moldes medievales en que se halla asentada por otros más acordes con las nuevas doctrinas y orientaciones del siglo. Y nadie más necesitada de reformas que la mujer.
Y, aunque exaltada y radical, el feminismo que defiende Mariblanca no es un feminismo utópico, sino razonado y preciso
—No queremos masculinizarnos —dice— No.
Queremos simplemente hacernos dignas del hombre: y al decir el hombre, nos referimos al hombre que piensa, que crea, que trabaja, que aspira, que progresa, que se desvela por remediar los males de la humanidad, que labora incesantemente por nuestro perfeccionamiento.
En cambio los hombres inferiores, los hermanos espirituales de Don Juan se burlan de nuestras ideas, porque saben que cada mujer que se educa, que se despoja del misticismo hipócrita y del prejuicio vano, cada mujer en fin que se independiza, es una odalisca menos en sus harenes, una flor inalcanzable para ellos, una fuente de agua cristalina en la que no podrán saciar su sed…
Tiemblan al pensar que la mujer debe de ser algún día el quebradizo bibelot con que ellos juegan; tiemblan ante el temor de que desaparezca la Hembra, para dar paso a la Mujer.
—¿ Llega usted a pedir el voto para las mujeres?
—Sí —responde resueltamente— el sufragio es la base principal del feminismo.
Pretendemos que se nos de el puesto que “Junto al hombre”, no “por encima del hombre” nos corresponde; para ello necesitamos una absoluta igualdad; igualdad que no conseguiremos, en tanto no podamos ejercer el derecho al sufragio.
No por ello dejaremos de ser mujeres. Por el contrario pasaremos a ser “la mujer”, la digna compañera del hombre, la educadora, la consoladora, la dulcificadora de su vida ¡Bien es verdad que entonces no encontrarán ya en nosotras, como hoy, el juguete inconsciente y quebradizo que sacia los antojos perversos y brutales de los hermanos espirituales de Don Juan!
Fiel reflejo de sus ideas, de su carácter y su temperamento, es la poesía de Mariblanca Sabas Alomá: ora tendenciosa y filosófica. Donde expone, cubiertas de bello ropaje, todas sus rebeldías y sus inconformidades; ora pasional y melancólica, gritos de anhelos no satisfechos, de sueños no realizados, de esperanzas marchitas…
Que para Mariblanca, como para la protagonista de Benavente, es la vida “la losa de los sueños”.
Poesías de Mariblanca Sabas Alomá
Claudicación
Cuando te vi a mis pies, alcé la mano,
y con altivo gesto y frase dura,
al par que te mostré la senda oscura,
te dije mi desprecio soberano.
Volví la espalda y me senté en el piano,
presa de indignación y de locura;
cerré los ojos llena de amargura,
y me perdí en la sombra de mi arcano!
No se la duración de aquel instante...
Sólo recuerdo que al abrir los ojos
te vi otra vez, postrado y suplicante...
¡Y que entonces, cual ave de consuelo,
olvidaron mis manos sus enojos,
y en la senda se hundieron de tu pelo...!
¿Cómo quieres que ría?
¿Cómo quieres que ría, si en la noche infinita
de mi vida, no hay luces que disipen mi duelo?
¿Cómo quieres que vuele con magnífico vuelo
este espíritu frágil que el Destino marchita?
¡Sí supieras cuán honda, cuán amarga la cuita
que entristece mis horas de profundo desvelo... !
Al mirar sin estrellas ni celajes mi cielo,
la nostalgia me invade que en sus sombras palpita.
En el jardín en donde, con febriles empeños,
cultivé y le dí vida al rosal de mis sueños,
hace ya mucho tiempo se mustiaron las rosas...
¡Y es en vano que intentes que me anime la fiesta! De tal modo he sufrido, que ya sólo me resta un profundo desprecio para todas las cosas...!
Bibliografía
- Roig de Leuchsenring, E. (1921, marzo). Poetisas Cubanas, Mariblanca Sabas Alomá. Revista Social, pp. 39-40-70
- De interés: Mariblanca Sabas Alomá
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