

Matanzas vista por el Vizconde Florimond de Basterot en 1859.
Matanzas, este 5 enero 1859
El tres de enero antes del amanecer atravesamos la Habana para ir a tomar el camino de hierro a Matanzas. Las calles están completamente oscuras: en ciertos barrios hay farolas, pero la inteligente administración solo las enciende en las noches de plena luna.
A penas emprendemos la marcha el sol se levanta ¡Que admirable espectáculo! Las agraciadas palmeras y los cocoteros se destacan sobre un cielo dorado. Primero invaden las llamas de la mañana el Oriente para dar paso a las lenguas de fuego que salen del brasero. Parece un árbol que arde, así debía de ser el arbusto en el que Jehová apareció a Moisés.
Quizás ya he hecho demasiadas descripciones de la mañana o de la tarde. Pero esta salida de sol es realmente asombrosa. Hay algunas nubes blancas en el cielo ¡Así que imaginamos la reunión de todos los esplendores del trópico con la inagotable variedad del cielo del Norte!
Avanzamos despacio. De vez en cuando divisamos esas miserables chozas llamadas ranchos. Están construidas de adobe y cubiertas de hojas de palmeras. Raramente vemos los barracones de negros y las haciendas de los colonos que están pintadas de rojo, azul o amarillo.
En resumen el país es más plano y menos cultivado de lo que creía. Gran parte de los valles está ocupado por matorrales de lianas llamados jungla en la India y aquí chaparral. Sin embargo, un poco antes de llegar a Güines[1], pasamos a través de una hermosa pradera salpicada de cocoteros y naranjos como lo está de hayas y tilos un parque inglés. Es una escena pastoral en la isla de Cuba. Pero no son todavía estos los hermosos pastos alpinos que en días más felices admiraba sobre las inclinaciones salvajes de San Gotardo[2].
La temperatura se ha vuelto más soportable que en estos últimos días y, me he dispuesto a reconciliarme con el país a pesar de la obsesión de un aburrido compañero del que ningún expeditivo ha podido deshacerme.
Al llegar a Matanzas tengo el placer de encontrar allí al conde Alfred S… y otros amigos ingleses. Intentamos asustar a mi alemán (que no es buen jinete) con una descripción de los precipicios del Valle de Yumurí y con relatos estremecedores sobre la maldad de los caballos españoles, pero es en vano y juntos todavía la mañana siguiente montamos en unos pequeños sementales andaluces.
El aspecto del valle de Yumurí, profundo anfiteatro que se abre inmediatamente detrás de Matanzas, deleita la vista desacostumbrada al esplendor de esta vegetación meridional. Por todas partes palmeras, naranjos, setos de cactus y bananeros además de lianas florecidas alrededor de las cuales revolotean colibríes y otros pequeños pájaros de brillantes plumajes.
Pero, junto a estas plantas desconocidas a nuestros climas he aquí la retama, la retama que he encontrado por todas partes, la retama de las turberas de Irlanda, la que ya he saludado con una mirada amorosa cerca de las cascaditas de Tívoli[3], la de los peñascos de las Orcadas.[4]
Después de haber atravesado todo el valle subimos por una ladera desde donde sin dejar de contemplarlo a nuestros pies vemos del otro lado todo el golfo de Matanzas y más lejos los elevados picos del interior de Cuba. Este paisaje casi puede rivalizar con el que se descubre a medio camino entre Castellamare y Amalfi pero no tenemos aquí ni Vesubio ni templos de Sérapis y de Diana, ni memorias.
Un pobre rancho se levanta cerca. Sosteniendo entre sus labios una flor roja una joven morena nos da de beber con la misma gracia que en lejanos tiempos lo hizo Raquel con Eleazar, camellero de Abrahán.
Por la tarde vamos a visitar una plantación azucarera. La hospitalaria acogida que recibimos al no estar ya acostumbrados nos causa mucho más placer. Los propietarios son antiguos colonos de Santo Domingo y sus tierras eran vecinas de las que poseía antiguamente nuestra familia. Nos olvidamos en largas charlas y es bajo un admirable claro de luna que regresamos a Matanzas, a través de un bosque congelado en el tiempo.
Pasamos toda la mañana en la playa, como verdaderos niños buscando esas hermosas conchas que se ven en los museos de Europa. Grandes buitres volaban cerca de nosotros y hubiéramos fácilmente podido herirles a pedradas.
Son ellos los únicos que limpian las calles de todas las inmundicias depositadas allí por la incuria de una desaseada población. Son también muy apreciados estos alados carroñeros y bajo las penas más severas la agradecida policía prohíbe molestarlos. Parecen comprender la inmunidad de que gozan y no son mucho más salvajes que las ocas y pavos.
Contábamos regresar por mar a la Habana: pero al no pasar el barco de vapor nos vimos obligados a retomar el ferrocarril.
La Habana, 9 enero 1859
Regresamos a la Habana a tiempo para asistir a la fiesta de los negros[5]. Este singular día que algo se parece al de los Saturnales de Roma tiene lugar todos los años en la Epifanía. Desde la mañana los negros son completamente libres. Se reúnen en bandas, se disfrazan y con los músicos a la cabeza van a desear feliz año nuevo y pedir propinas a personas notables y amigos de sus amos. Es en general por tribus africanas que se reúnen. Cantan entonces […]
Bibliografía
- Florimond de Basterot, «XI, La Habana: Matanzas Enero 5, 1859». En De Québec à Lima, journal d’un voyage dans les deux Amériques en 1858 et en 1859, par le vicomte de Basterot. (París: Imprimerie de CH. Lahure et Cíe., 1860), 281-285.
Traducción y notas: Alfredo Martínez
[1] Güines: Guymés en el texto se encuentra a 54 Km al sur de la Habana y fue fundada en 1735. La línea del ferrocarril Habana-Güines fue la primera de Cuba inaugurándose en noviembre de 1837.
[2] Macizo de San Gotardo: Región montañosa ubicada en la cadena de los Alpes en Suiza, su punto más alto se encuentra en el Pizzo Rotondo a 3.192m
[3] Tívoli: Antigua Tibur es una ciudad italiana de las más representadas en la historia de la pintura. Encaramada en un pico rocoso a unos treinta km de Roma con sus templos en ruina y sus cascadas vertiginosas es fuente de inspiración.
[4] Orcadas: Islas que conforman un archipiélago al norte de Escocia.
[5] Entiéndase afrodescendiente, afroamericano.
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