Manuscrito Un paseo por el Canímar escrito por Cirilo Villaverde.
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( escrito en el album de la Srta Dª S. M.
Canímar, ò mas bien Caneymar, segun se le nombra en documentos antiguos, como se sabe, es un río, el mayor de los tres que vierten sus aguas en la ancha bahía de Matanzas. El que estando en esta ciudad no dió un paseo por el, puede decirse que no ha gozado una de las escenas mas apacibles que la naturaleza ofrece al hombre en Cuba.
Las cartas del doctor americano Mr Abbot, cuyos estractos se publicaron en la “Revista bimestre Cubana”, corriendo el año de 31, y la fama que por toda esta parte occidental de la isla cunde de la belleza de ese rio, el ultimo año que estuve en Matanzas me incitaron poderosamente á visitarle.
Mi impaciencia no se vio satisfecha hasta los primeros días
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de diciembre. Mejor. Entraba el invierno con sus auras embalsamadas, con tibios soles, sus aguinaldos cargados de miel sus pajaros bullicios y cantadores, sus despejadas mañanas y rosadas tardes… El invierno, en fin, de Cuba, que es la primavera de Europa.
Partimos Eramos cinco viajeros todos à caballo. Nuestra ruta fué por el puente se San Juan, playa de Judios, costeando el mar y la linea trazada al camino de hierro de la Sabanilla hasta la encrucijada de Buey-Vaca, donde el camino de la Guanabana desemboca en el del Coliseo. Tomamos este. A una milla, mas de jornada encontramos el río. Sus aguas no se presentaron de golpe, sino por grados,
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pues la bajada era tortuosa y profunda. Aun en su margen no descubríamos mas que charcos mas ó menos grandes, que fingían lindísimos lagos entre enormes montañas, porque describiendo en un dilatado curso vueltas y revueltas sin termino, cada recodo parecia cortado, y en efecto lo cortaban à nuestros ojos.
Echamos pié à tierra bajo un frondoso roble. De su tronco, al lado opuesto del río, habia tendida una maroma, hecha de una sola cuerda de majagua. Agarrandose de ella, cual del pasamano de una escala, de pié sobre un puente flotante, que dicen Andarivel, à poco vino un negro para transportarnos.
El puente era de largo como de seis varas y de ancho como tres con guardalagos, y encima, aunque no
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muy holgados, cupimos los cinco jinetes con nuestras caballerìas. Este pasaje se hizo con toda felicidad y regocijo general. Porque, en efecto es cosa encantadora atravesar un río tan hondo y ancho, al pie de los caballos y en montón sobre un frágil puente, sin vaivenes ni esfuerzo se desliza por las aguas tranquilas, en medio de las montañas feraces vírgenes, no de otro modo que ahora trescientos y mas años lo hacían los indígenas en sus lijeras canoas y rusticas balsas.
Por lo que à mí toca, las mentiras, algunas veces ingeniosas, de los poetas mitológicos y de los libros de caballería, tuvieron entonces su realidad seductora.
—Caballeros que corríamos à tierra en pos de las aventuras, habíamos tocado en las orillas de aquellas aguas, que no podían vadear sin el auxilio
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del esclavo, que nos deparó el mágico encantador que nos protegía. Ó bien almas condenada à las penas del Cocito, el Caronte de aquella laguna Estigia (que segun le pintaban los poetas debió de ser negro) nos prestaba su barca, mediante una pequeña retribución, para trasladarnos del otro lado, en los campos Eliseos.
¿Quié no ha soñado cosas mas peregrinas con menor ocasión? En el lado opuesto del río casi en su mismo lecho , al pié de una loma muy pendiente, hay una taberna, dicha del Andarivel: pagando en ella el pasaje, nos dejaron ir libres, por un camino ancho, sí, pero escarpado.
Continuamos por la tierra adentro, paralela á la margen derecha del Canímar, llegamos á un cafetal, termino de nuestro viaje, y en que
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de antemano teníamos concertado pasar el día. Despues del almuerzo, acompañados del joven administrador de la finca y de un aleman naturalista, que allí se hallaba por comision de su gobierno recogiendo insectos y animales raros, bajamos al río por una alameda de arqueados y espesos bambués.
Dos canoas con toldos estaban preparadas esperandonos: repartiendonos en ella y llenos de confianza y gozo indecible, nos entregamos á las aguas río abajo.
La anchura de este, sus vueltas y revueltas la apacibilidad de sus corrientes, el verdor de las orillas, la altura de las montañas entre las cuales se desliza manso como una laguna el silencio solemne que
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reinaba en la naturaleza, la soledad de aquellos sitios, que por la falta de caseríos y la sobra de lozana vejetación, parecían aún en su estado primitivo; todo fue parte à escitar en nuestras almas, ya predispuestas sensaciones de tal genero que ni las habíamos experimentado nunca ni la pluma puede expresarlas.
El mayor número de los que en las canoas ibamos, gozaba por la primera vez de las escenas apacibles de la naturaleza primitiva en Cuba, su patria, y à las puertas de un pueblo civilizado: ved si había razn para maravillarse y sentir fuerte tan dulces emociones.
Para gozar mejor, fuimos escojiendo siempre el cañon del río, à pesar de los consejos de uno de nuestros compañeros que temía que un golpe de viento
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en el toldo volcara nuestra canoa. Las corrientes no la arrastraban pues ya he dicho que son mansisimas, al extremo de no moverse las hojas secas que caen en ella, si el aire no las ajita. Remando nos deslizabamos con la pausa y serenidad de las aves acuaticas. Cada punta ó recodo que doblabamos, crecía nuestra admiración y alegría, con los nuevo paisajes que se ofrecían á nuestros ojos.
La circunstancia de no ver una sola montaña, ni seguida, las que forman las margenes acatiladas del Canímar, sino muchas y divididas por quebradas profundas, contribuye á la variedad infinita de deliciosas perspectivas que admirábamos á cada paso. A la lengua del agua y en esas quebradas,
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que digo, por ambos lados, crecían arboles corpulentos, tales como palmas, cedros, cujes macurijes, jagüeyes y jobos, y a proporcion que el terreno se iba levantando, iba la vejetacion disminuyendo de tamaño, pero no de fuerza y lozanía, puesto que no ostante ser el núcleo de aquellas montañas piedra viva, á flor de agua la primera, cosa de treinta varas mas arriba la segunda.
Ambas tenían el techo ennegrecido cual si hubiesen sufrido por mucho tiempo la accion del humo del hogar domestico. -Entonces nos refirió que aquellas dos grutas habían servido de morada por largos años á un hombre de la plebe denominado generalmente el tio Carando, cuya vida, procedencia y
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sucesos se ignoraban completamente. En la de arriba díjonos moraba en la estacion del calor y de las aguas y en la de abajo cuando despuntaba el invierno. Vivía de la pesca y de las limosnas, que por acaso de tarde en tarde pasaba à recojer en las fincas de la comarca. Murió hace dos años, agregó el narrador, y allí está enterrado.
En efecto acercamo un poco nuestra canoa à las márgenes del río, y vimos una pequeña cruz de madera de cedro clavada en la mitad de la gruta de abajo.
Después retrocediendo, nos acordamos con tristeza, sin saber por qué de los amores de Renato y Atala pinta con tal magia por la pluma de Chateaubriand.
¿Quien era el sería aquel hombre que huía
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de los otros hombres en nuestros tiempos de sociedad y civilizacion? Acaso un criminal ó un loco. ¿No tenía padres, hermanos, hijos, siquiera deudos en el mundo? Afortunada ó desgraciadamente para él, si su intento fue siempre vivir oscura y retirada, el traje que llevaba, sus maneras, y hasta su tosco semblante, anunciaba que era un hombre de baja clase y por de contado nadie se cuidó de él, para molestarlo en su soledad.
Asi ha muerto desconocido y solo, cual morían los hermitaños de otras edades. Y de tal modo que ni el río, à cuya márgen yace, es de temer que turbe con el ruido de sus corrientes el descanso de su sueño eterno.
A tiempo nos volviamos del lugar de donde habiamos partido, que con
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el calor del día bajaban á beber, bañarse y cazar en las tranquilas aguas del Canímar, variedad de pájaros, entre los cuales los llamaron la atencion unas garzas azules, que de pié sin mojarse las plumas se mantenian piesanco en el cieno de las orillas, tales eran sus zancas:
pero sobre todo los alcatraces de ancho pico y grandes alas, que divisando al pez desde lo alto se dejaban caer pesadamente en el agua y engullían la presa.
Cirilo Villaverde
Notas:
- Villaverde, C. (s.f.). Un paseo por el Canímar. Manuscrito Recuperado el 29 de abril del 2020 de la Biblioteca de la Universidad de Miami, FL.
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