Hay siempre una ocasión para hablar de Ignacio Cervantes, porque si alguna cosa queda en pié —aún en medio del más agudo malestar de una sociedad— es el arte, el arte siempre inefable y delicioso.
Y ese arte lo representa Ignacio Cervantes con su historia cuajada de lauros y su cabeza cubierta de triunfos.
Yo no quiero hacer de él un estudio biográfico ni siquiera una nota cargada de antecedentes artísticos. Hay dos razones que siempre me hubieran hecho desistir de tamaña empresa: lo elevado de la personalidad artística del Sr. Cervantes y la pequeñez de mi insuficiencia en materias de tal índole.
Mi propósito es, por cierto, muy ajeno á todo eso. Otero y Colominas me enseñaron la fotografía que representa á Ignacio Cervantes en su gabinete ante el teclado y me dije: “he aquí un grabado que ilustrará una página de El Fígaro”.
El grabado necesitaba un comentario. Y era natural que mi gran admiración al maestro y mi
gran afecto al hombre los pagase alguna vez con unas cuantas líneas que si nada dicen ni nada expresan bastaran, al menos, para sumar un nuevo voto en ese grandioso sufragio que ha proclamado la reputación musical de Ignacio Cervantes.
Dos aspectos hay en la labor artística de Cervantes: el pianista y el compositor.
Como compositor, ahí está, entre otras obras que han asegurado la nombradía del maestro, su colección de danzas cubanas.
Se conocen en todas partes. Han pasado por todos los pianos de Europa y de América. Las notabilidades las elogian, las estudian los amateurs y todo el mundo se encanta y regocija con las delicias de esa música ligera, alegre y alada, á ratos dulce y á ratos melancólica, siempre inspirada y siempre reveladora de la original fantasía de un creador excelente.
Como pianista, harto sabéis todo lo que vale este laureado alumno del Conservatorio de París.
En Cuba es difícil encontrar quienes no hayan oído á Ignacio Cervantes. Su tournée por la Isla, aquellos conciertos en compañía de otro cubano ilustre, otra celebridad musical, el violinista
Albertini, no fueron otra cosa que una ovación repetida de uno á otro extremo de Cuba.
Cervantes, premiado en París, aplaudido en diversas ciudades de Europa y aclamado en su país, ha sido en Méjico, durante una brillantísima temporada, el ídolo de un público rendido de admiración. Méjico lo colmó de lauros, ensalzó su nombre y hoy llama al gran profesor ofreciéndole la plaza más importante de su Conservatorio de Música, un centro donde no hay más que capacidades y donde cada premio otorgado á un discípulo equivale á una verdadera ejecutoria del mérito.
No sé si el artista se determinará á partir. El arte, como todos los órdenes de nuestra vida, ha caído en Cuba en una languidez abrumadora y doliente.
Quiera la suerte que no toque su turno, en esa serie de despedidas que se convierten en deserciones sensibles, al artista que aman y que admiran los habaneros.
¡Cuántos tendríamos que lamentar esa partida! Cuántos que de vez en cuando gozarnos de esas preciosas oportunidades —en conciertos particulares, en fiestas íntimas, en el Club— de oir á Ignacio Cervantes ejecutar al piano las más exquisitas selecciones de Mozart, Chopin, Beethoven y Litz, los clásicos unas veces, y otras las notabilidades modernas, á Verdi, Mascagni, Thomas, Boito, etc.
Nuestra sociedad lo sentiría, nuestra sociedad que tanto le estima, porque Ignacio Cervantes es, en la Habana, el pianista del gran mundo, el profesor de las familias más distinguidas, porque el arte está tan vinculado en su corazón como lo están en su carácter los hábitos de cultura, cortesanía y refinamientos sociales.
Marzo, 1896.
Enrique Fontanills
Bibliografía y notas
- Fontanills, Enrique. “Ignacio Cervantes”. El Fígaro, Periódico Artístico y Literario. Año 12, núm. 12, Marzo 1896, p. 141.
- Márquez Sterling, Manuel. “Ignacio Cervantes”. El Fígaro, Periódico Artístico y Literario. 21(19), Mayo 1905, p. 225.
Deja una respuesta