Un Paseo por el San Juan1 de Miguel Teurbe Tolón
L'air, le ciel, résonnaient2 de ta complainte amère Comme si chaque étoile avait perdu sa mère Et chaque brise son enfant!
Lamartine. Meditations.
El sol iba á ocultarse tras el Pan: el cielo estaba sereno y diáfano, la tarde rosada y apacible: todo disponía el alma á las puras y casi divinas emociones que despiertan las bellezas de la Creación en esta tierra tropical y virgen, y nuestro bote se deslizaba suavemente sobre las aguas del “San Juan”.
Yo, á excepción de dos remeros, era el único que le ocupaba. Fastidiado de la monotonía de la ciudad, quise buscar en esta excursión solitaria impresiones nuevas de cualquier naturaleza que fuesen, ya tristes, ya alegres, que divirtieran el curso de mis ideas; porque necesitaba respirar durante algunas horas el aire libre de los campos, y gozar el reposo del silencio y la soledad.
En medio de esos paisajes agrestes, en medio de esos sitios desiertos, donde se oye el ruido del pez que nada, de la hoja que cae, del pájaro que vuela; donde la calma y el misterio de la naturaleza añaden encantos á sus maravillas, el corazón se llena de emociones desconocidas, y la mente concibe una rápida serie de ideas nuevas y brillantes, infinitas como las hojas de los árboles, y variadas como los colores del cielo y de la tierra.
Allí ¿Qué penas no se consuelan? ¿Qué esplín3 no se adormece? ¿Qué esperanzas no despiertan?
El bote surcaba lijero como un pez las ondas del río: la espuma que formaban los remos desaparecía á uno y otro lado de la embarcación, y la estela que dejábamos se desvanecía á poco espacio, recobrando su tersura el cristal de las apacibles ondas.
Ya habíamos dejado atrás el puente de San Luis, y al dar la vuelta del recodo que algo más adelante forma el curso del río, se ocultó á mis ojos la vista de la ciudad.
Este era el momento que yo deseaba para separarme enteramente de todas las ideas y objetos de la vida cuotidiana, y entregar la mente y el corazón á impresiones nuevas, desconocidas, sorprendentes; porque así como á las veces conviene al cuerpo respirar otro aire y vivir bajo otro cielo, así también al alma dolorida conviene buscar otro mundo de sensaciones y de ideas que trastorne y regenere nuestro sér espiritual.
A medida que avanzábamos me presentaba mayores encantos la naturaleza majestuosa de aquellos agrestes y silenciosos paisajes.
Tan pronto navegábamos entre dos riberas de mangles coronados de aguinaldos, como tan pronto una y otra margen del río aparecían desiertas, y de un lado se veía una sabana estéril y del otro un valle, infinitos grupos de palmas reales, pintorescos sitios, casas, animales, y allá en el fondo, formando horizonte, el Pan, que es el gigante que domina todos los paisajes de las cercanías de Matanzas.
Aquí me llamaba la atención un grupo de alegres muchachos, ocupados en pescar, metidos dentro de una cachucha pequeña y frágil como una cáscara de nuez, y más adelante una mujer anciana y miserable que tal vez se despedía del Sol por la última vez, sentada á la puerta de su bohío.
Algunas veces me sorprendía el súbito ruido producido por una garza, que al ver aproximarse nuestro bote, alzaba el vuelo desde los mangles de la ribera, á pocos pasos de nosotros; y casi tocando la superficie de las aguas con las blancas plumas de sus alas, iba á posarse algo más adelante, hasta que, viéndose siempre perseguida, se alejaba á mayor distancia y se ocultaba á nuestra vista en los recodos del río ó en lo espeso del manglar.
Ya el sol se había ocultado enteramente, la sombra comenzaba á desvanecer las rosadas tintes del cielo y sentíase el húmedo terral que movía con apacible susurro las espigas de los millos de la ribera. La calma y el misterio del crepúsculo revestían de solemne majestad el aspecto de aquellos sitios, donde otro ruido no se oía que el acompasado golpe de los remos al dividir las aguas y el dolorido canto de la tojosa anidada en algún árbol de la orilla.
Para el que vive entre el bullicio y la agitación de la ciudad, estos momentos de silencio y de recogimiento tienen un precio inestimable, porque el aire y la libertad de las soledades dan nueva vida al cuerpo y nueva savia á la mente.
Entonces las impresiones son indefinibles y las ideas se atropellan en la mente, brillan y se apagan de súbito una tras otra como las chispas fosfóricas que lucen de noche sobre la espuma del mar. La hoja que pasa llevada por la corriente; el tronco de una palma que alguna avenida arrastró al lugar donde se halla; una flor que nadie celebra, una planta que nadie repara, un sonido que á nadie causa impresión, todo atrae una mirada, todo despierta un pensamiento, todo hace renacer un recuerdo.
Vienen á la memoria los primeros días de la vida, dulces y alegres, los juegos de la infancia, los besos de la madre, las caricias del hermano… y todas esas imágenes pasan y se desvanecen en un punto como la espuma de la estela, y luego la tristeza apoya sobre el corazón su mano, porque no hay recuerdo que no sea doloroso: si de placeres porque pasaron; si de penas porque reviven.
Ya habíamos llegado al punto donde se unen los dos brazos del “San Juan”, y tomando por el de la derecha que conduce á los Molinos, habíamos andado un buen espacio sin notar que entretanto á la luz del crepúsculo había sucedido la de la luna, y que nos hallábamos á gran distancia de la ciudad.
Hízomelo observar uno de los remeros y luego volvimos la proa hacia Matanzas, con no poco contento suyo y disgusto mío. Ellos entonces bogaban con todas sus fuerzas, ganosos de dar por fin descanso á su fatiga; pero al llegar al punto de confluencia de los dos ríos hirió mis oídos un sonido dulce y lánguido como la última nota de una flauta y luego creí percibir el ruido de una embarcación que se acercaba é hice que alzaran los remos hasta desengañarme.
Efectivamente, á poco andar pasaron á corta distancia de nosotros dos botes que venían
de la izquierda. El son de la flauta y los ropajes de mujer que ví blanquear á la luz de la luna despertaron mi curiosidad y determiné seguirlos de cerca. Los remeros me obedecieron de mil amores, y esforzando los robustos brazos, á vueltas de cinco minutos dimos alcance á los dos botes, siguiéndoles á distancia de quince ó veinte pasos.
Entonces pude percibir un grupo de seis ú ocho personas que ocupaban la embarcación delantera; en la que le seguía la huella conté otras tantas y entre ellos los trajes de tres mujeres; de una, sobre todo, que estaba sentada junto al que gobernaba el timón y cuyo rostro iluminado á veces por la luna, parecía ser joven y de bellas facciones, aunque sus cabellos negros, en copiosos bucles esparcidos, no permitían examinarle como yo quisiera.
Seguíamos nuestra marcha pausadamente detrás de los dos botes, reinaba un silencio profundo que sólo era turbado por el ruido de la boga. Perdí ya las esperanzas del nuevo placer que me había prometido aquel acento de la flauta tan melodiosamente exhalado:
observé que así los de una como los de otra embarcación permanecían silenciosos, sin dar muestra de querer hacer uso de los instrumentos que algunos de ellos llevaban en las manos, y cesé en mi empeño de seguirlos de cerca, aunque no por eso desmayaron las fuerzas de los remeros, en quienes también ejercía su imperio la curiosidad.
Mas de repente el grito de ¡música! ¡música! interrumpió el silencio y vino á sacarme del adormecimiento en que me hallaba: aquel grito produjo su efecto, al mismo tiempo palpitó el aire herido por las armonías de seis ú ocho instrumentos hábilmente concertados.
Pocas veces he experimentado una sorpresa tan agradable: pocas veces he sentido latir mi corazón con tanta fuerza, movido de impresiones tan poderosas, y era porque allí las bellezas del arte unidas con las de la naturaleza parecía que creaban un nuevo mundo de sensaciones infinitas é indefinibles, de idealidades casi divinas!…
Después de un ligero preludio se dejó oír una voz de mujer que comenzó á cantar los siguientes versos4:
“Reina el sol y las ondas serenas corta en torno la proa triunfante, y hondo rastro de espuma brillante va dejando la nave en el mar.”
El aire se agitaba lleno de las armoniosas olas de aquel concierto, en que se exhalaban las melodías dulcísimas de la flauta, los suspiros de la viola y las brillantes notas de aquella voz de mujer, cuyo timbre era sonoro como el acero y tierno y apasionado como el canto de la enamorada Filomena.
¡Qué poderoso efecto produjeron en mi alma las palabras de nuestro bardo cuando la voz de la cantora ejecutó aquella estrofa donde dice:
“ …Y la frente de palmas ceñida
á los besos ofrezcas del mar.”
¡Oh, si el triste poeta hubiera estado allí para oír aquella dulcísima expresión de su himno! ¿Cómo hubiera sido posible que su memoria no viniese á mezclarse entre las impresiones que alternativamente se apoderaban de mi corazón? Me acorde de aquella noche, mil veces dichosa para mí, en que ví á nuestro poeta por la primera y última vez.
Yo era niño todavía; pero el deseo de verle fué para mí una necesidad indispensable, y mi corazón infantil y tierno latió agitado de gozo y de entusiasmo cuando fijé mis ojos en aquella frente noble, que parecía haber sido serena y resplandeciente en otro tiempo! ¡Pobre madre, tú también le veías entonces por última vez, porque él se arrancaba de tu regazo y había de morir lejos de nosotros!
Continuaba el canto, pero yo estaba de tal manera abrumado por tantas impresiones nuevas y profundas, que ya la armonía del concierto resonaba apenas en mis oídos como un rumor lejano y confuso; cuando se perdió en los aires la última nota de la flauta y de la voz, corría por mi rostro una lágrima arrancada por las emociones de lo presente en ofrenda á la memoria de un muerto.
En este mismo instante tocaba el bote á la orilla: los otros siguieron, pasaron bajo los arcos del puente y se perdieron á lo lejos entre las aguas de la bahía.
MIGUEL T. TOLÓN.
Matanzas 1843.
Un texto homenaje a José María Heredia ¿De Teurbe Tolón?
Llega este relato desde las páginas de la Revista Cuba y América. Publicado en 1905 se especifica que ha sido enviado por un “colaborador” y finaliza con el nombre de Miguel T. Tolón y la fecha de 1843.
El escritor y poeta Miguel Teurbe y Tolón nació en 1820. Si estas líneas son de su autoría tendría unos veinte y tres años cuando las escribió.
El texto está lleno de referencias a José María Heredia y podría ser desde su prosa descriptiva un disimulado homenaje al veinte aniversario (1823-1843) del destierro de José María Heredia. Precisamente a finales de 1823 el poeta escapó de las autoridades españolas por el río San Juan de Matanzas.
Desde los Estados Unidos escribe Heredia en noviembre de 1823 a su amiga Pepilla: “Cada vez que vea a la luna resplandecer en un cielo purísimo y refractar sus rayos la calma superficie de las aguas, se me representará la última noche que pasé en las orillas del San Juan” y sigue “…sentiré palpitar el corazón de mi Salvadora sobre mi corazón desesperado, y temblar bajo mis pies la frágil barquilla que burló la venganza de los tiranos.”
Y leemos desde este: …una cachucha pequeña y frágil como una cáscara de nuez, y aún …se despedía del Sol por la última vez, la garza siempre perseguida ¡La persecución y la huida toman forma!
El sol va á ocultarse tras el Pan, la loma del Pan, la montaña Herediana del Himno del Desterrado en la que en su falda respiran “El amigo más fino y constante, mis amigas preciosas, mi amante… la procesión embarcada y sus cánticos del mismo poema, ya se disipa toda duda, Heredia sin que se mencione su nombre aparece en sus letras y el cuadro se completa. Es ahora evidente la historia contada desde el relato y el grito de libertad.
Tal y como sucedió antes con Heredia destino y causa libertaria llevaron en 1848 a Teurbe Tolón a exiliarse, escapando a la persecución por estar involucrado junto a Narciso López en la conspiración de La Mina de la Rosa Cubana. Al igual que sucedió con Heredia antes, regresó enfermo a Cuba en 1857. Heredia falleció en México, Teurbe en Cuba.
¿Es el texto de Teurbe Tolón?
Yo era niño todavía dice:
”Me acorde de aquella noche, mil veces dichosa para mí, en que ví á nuestro poeta por la primera y última vez. Yo era niño todavía; pero el deseo de verle fué para mí una necesidad indispensable, y mi corazón infantil y tierno latió agitado de gozo y de entusiasmo cuando fijé mis ojos en aquella frente noble, que parecía haber sido serena y resplandeciente en otro tiempo! ¡Pobre madre, tú también le veías entonces por última vez, porque él se arrancaba de tu regazo y había de morir lejos de nosotros!”
José María Heredia regresa a Cuba en 4 de noviembre de 1836 y parece enfermo, débil y mustio.5 Es por eso que su frente noble parece haber sido serena y resplandeciente en otro tiempo. Su estancia concluye en 16 de enero de 1837 al embarcarse hacia Veracruz.
En momentos de la estancia de Heredia en la Isla a lo sumo tendrá Teurbe Tolón unos 16 años ¿Se considera el autor un niño a esa edad? Relaciones sí hubieron siendo Heredia amigo y conocido de su tío paterno José Teurbe Tolón, otro de los involucrados en la conspiración de los Soles y Rayos de Bolívar. La pobre madre que veía a su hijo por última vez será María Mercedes Heredia y Campuzano.
Quedará siempre la incógnita del autor y la fecha hasta que algún investigador aporte alguna prueba definitiva que apoye o desmienta la autoría. Mientras tanto seguirán siendo estas letras de Teurbe Tolón un bello paseo por el río San Juan de Matanzas y un merecido homenaje al poeta Heredia y a la Libertad.
A. Martínez (Oct. 16, 2023)
Bibliografía y notas
- Un colaborador nos remite para su publicación, este artículo, asegurándonos que es inédito. (N. del Texto.) ↩︎
- La palabra utilizada en la publicación riesonaient se ha reemplazado por résonnaient tal y como aparece en el poema “La cloche du village” trad. La Campana del Pueblo: El aire, el cielo, resonaban con tu amarga queja como si cada estrella hubiera perdido a su madre y cada brisa a su hijo. (N. del Ed.) ↩︎
- Esplín: 1. m. Melancolía, tedio de la vida. R.A.E. ↩︎
- Los versos pertenecen al poema Himno del Desterrado de José María Heredia. Heredia escapó de Cuba en 1823. ↩︎
- Valdés y de la Torre, Emilio. Antología Herediana. Imprenta el Siglo XX, 1939, p. 56. ↩︎
- Teurbe Tolón, Miguel. “Un Paseo por el San Juan.” Cuba y América. Vol. XX, núm. 12, 1905, pp. 181-183.
- Lamartine, Alphonse de. “La Cloche du Village.” Recueillements Poétiques. Imprenta de H. Fournier et Comp., 1839, pp. 291-296.
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