Julián del Casal nació en la Habana el 7 de noviembre 1863. Murió en la misma ciudad el 21 de octubre de 1893. Se educó en el Colegio de Belén, bajo la dirección de los P.P. Jesuitas, educación primera que ha de influir más tarde en algunos aspectos de su obra.
Desempeñó luego un empleo subalterno en la Dirección de Hacienda de la Isla, cuyo puesto perdió por cierto artículo aparecido en La Habana Elegante, revista semanal de la que fue uno de los más asiduos colaboradores, sobre uno de los personajes más conspicuos de la colonia, que aparecía en dicho artículo de cuerpo entero. Con él inauguró su serie sobre la sociedad en la Habana (1888).
Posteriormente, y con el producto escasísimo de la venta de un solar, única herencia de sus padres, hizo un rapidísimo viaje a España, donde conoció al fino poeta y sagaz crítico don Francisco A. de Icaza, con quien entabló una verdadera amistad, continuada por correspondencia, hasta la muerte de Casal. Icaza guarda celosamente las cartas de Casal, como recuerdo de su desgraciado amigo, muerto prematuramente.
A su regreso de España se consagró Casal por completo a la literatura, colaborando en varios periódicos y semanarios locales.
En 1890 publica Hojas al viento, donde con algunas paráfrasis y traducciones de Heine, Hugo, Gautier y algún otro poeta francés, nos revela en sus poesías originales un verdadero temperamento poético.
Es después de la publicación de su primer libro, que por sugestiones amigas se pone en contacto con los autores franceses en boga entonces, y devora en rápidas lecturas asimiladas prontamente debido a su peculiar estado de ánimo, a Baudelaire, Verlaine, Moreas, Huyssman, y a todos los autores de las escuelas post-románticas.
En 1892, minada ya su salud siempre precaria —sufre de vértigos e insomnios horribles que trata por el procedimiento de los alcaloides—, da a la imprenta su libro Nieve. Conoció en el mismo año a Rubén Darío a su paso por la Habana, y durante la permanencia del poeta en esta ciudad.
Casal publicó en La Caricatura, periódico del que fue redactor, los fragmentos de Darío consagrados a La negra Dominga. Darío le dedicó El clavicordio de la abuela, y recuerda su amistad con nuestro poeta en el artículo titulado El General Lachambre, recogido en el volumen póstumo Ramillete de Reflexiones, en otro dedicado a Manuel S. Pichardo, incluido en Letras, y en una carta dirigida a Enrique Hernández Miyares y publicada en la Habana Elegante, año X, número 24.
Casal refiere su amistad con Darío en Páginas de vida, donde describe los momentos de la partida de su amigo, y anteriormente había publicado un artículo crítico sobre la obra de aquél, en La Habana Literaria. También sostuvo amistad epistolar con Gómez Carrillo —exégeta entonces en París, ciudad con la que Casal deliraba, de las nuevas escuelas literarias—, quien en alguno de sus libros ha recordado con emoción la amistad que lo unió a nuestro desventurado poeta.
A fines de 1893, no cumplidos aún los 30 años, murió el poeta repentinamente, en medio de una fiesta, como había sido su deseo, y cuando la salud recobrada, la fama cimentada ya, presagiaban para él un futuro lleno de felices promesas y fáciles realizaciones.
El grupo de sus amigos, —Hernández Miyares, Catalá, Valdivia, F. Diez Gaviño, Francisco Chacón, R. Mesa y Manuel de la Cruz—, unido a los jóvenes poetas que se proclamaban sus discípulos —los Uhrbach y Juana Borrero—, lo trataron siempre con fraternal amor, y después de su muerte cultivaron su memoria creando el día de Casal, y trasmitiéndolo a las nuevas generaciones, entre las que es ya proverbial.
Desde la aparición de su primer libro de versos, pudo señalársele como un extraviado de la conocida y trillada senda de la poesía dominante en aquel momento, que una más áspera sensibilidad consagrara; como un atacado de decadentismo o modernismo decadente.
Crítico de la penetración de Nicolás de Heredia, pudo charle en cara, como extravíos, o delirios, una tristeza irremediable, un desmedido exotismo, un hastío de todo que se refugiaba en un mundo de pura imaginación. Sin embargo, tuvo que reconocerle dotes formales, como la del secreto de la expresión primorosa y cincelada y la del acierto descriptivo, condensando así la sensación que la lectura de aquel libro le produjera:
Experimentamos un efecto parecido al que nos produciría un salón lleno de marfiles, sedas, estatuas y dorados; pero a oscuras.
Julián del Casal
La luz interior del alma del poeta no era lo suficientemente intensa para que fuera percibida a simple vista, o por pura inteligencia; era necesario una sensibilidad muy desarrollada, y la crítica de entonces, en nuestro medio, no sabía valerse aún sino de los viejos signos de una retórica anticuada.
Por suerte halló una comprensión feliz, a la vez que una voz de aliento, en la crítica avanzada de Enrique José Varona, que supo explicar la verdadera significación de su poesía, como un singular producto de un talento muy real y de un medio completamente artificial, que sin embargo, por la sinceridad y la fuerza con que actúa sobre la sensibilidad del poeta, constituye una buena parte de su mundo verdadero, sustituyendo de tal modo los objetos por imágenes e ideas, que los considera y los trata como tales objetos, los ama o los aborrece y son al cabo la matria de su inspiración.
La crítica que reprochara a Casal la extravagancia o la rareza de su inspiración, no había comprendido hasta qué punto era sincero consigo mismo, ya que no hacía sino expresar sentimientos propios, en un ambiente que en apariencia parecía artificial, pero que era el propio ambiente de su alma, creado por una fantasía delirante y un gusto depurado, alimentados por una lectura caudalosa y exquisita; ambiente que llega a hacerse connatural en la obra del poeta, equilibrando, cuando no venciendo, como dice Varona, la influencia de las circunstancias externas.
Y es precisamente por el consorcio íntimo entre sus sentimientos poéticos y el ambiente de irrealidad natural en que se producen, por lo que la obra de Casal da, no la sensación de la obra rara o trivial, como en muchos poetas de los que se llamaron entonces decadentes, sino por el contrario, una marcada sensación de vigor.
Y es que Casal no trabajaba su verso para decir lo raro, sino el instante raro de la emoción noble o graciosa, para decirlo con palabras de Martí en la muerte del poeta.
Hojas al viento no era, a pesar de estar allí contenidas ya las preferencias y las direcciones del poeta, sino un anticipo de su obra futura. Aunque contrarrestadas por influencias parnasianas de Heredia y de Coppée, parnasiano éste en la forma más que en el fondo, pesaban aún sobre Casal influencias del romanticismo francés (Hugo y Musset).
De éstas se librará más tarde, pero la influencia de los parnasianos se acentuará en su segundo libro Nieve, de una factura depuradísima, impecable casi, y se unirá a ella la influencia de los simbolistas, Verlaine y Moreas sobre todo, así como la de Rubén Darío.
Y como una musa tutelar, flotará sobre la obra del poeta la sombra enorme de Baudelaire, bajo cuya advocación pondrá los versos de su último volumen, Bustos y Rimas.
Para comprender su inspiración habría que pensar en esos seres a quienes jamás la risa “estrecha el arco lívido de sus labios”, o en “la tristeza prematura de los grandes corazones”, o en un espíritu “voluble y enfermizo, lleno de la nostalgia del pasado”, o, en fin, en aquella incurable amargura de los que sintieron la soledad inmensa de la vida, en la que ni aún el dolor comprende al dolor, y el alma se ignora a sí misma.
Será elegíaco por temperamento, y su pesimismo filtrará gota a gota el vino amargo de su desencanto. Pero será a la vez un cincelador maravilloso, que lanzará al azul la sutil y aérea apoteosis de un pensamiento ingrávido, o hará palpitar las figuras de un bajo relieve, o hará vivir bajo los colores de la tarde, un paisaje de ensueño o de tristeza, entrevisto por la exaltada fantasía.
Para comprender su preciosismo habrá que pensar en la imaginación más portentosa, encadenada en cárcel vil, soñando los más febriles sueños de belleza en una vida monótona, entre gente vulgar.
Se rodeó de exóticas preciosidades, porcelanas de China y biombos del Japón, para aislarse del medio asfixiante; perfeccionó, artífice supremo, la expresión de su arte, para ser el único y para estar sobre la mediocridad ambiente, aristócrata del verso y del matiz quintaesenciado.
Tuvo la gran sinceridad de su dolor, que era incurable, como el mal que de temprano lo acechó.
¿No fue él también un mártir, “un mártir que sufre el triple martirio de su destino, de sus aspiraciones y de su medio social”, para decirlo con palabras suyas aplicadas a otro poeta?
Bibliografía
por: Félix Lizaso y José A. Fernández de Castro
publicado en: Lizaso, F. & Fernández de Castro, J. A. (1924, septiembre). Julián del Casal. Revista Social, IX, pp.45-46.
- Obras Poéticas. Hojas al viento. Primeras poesías, Imprenta El Retiro, Habana 1890. Nieve. (Bocetos antiguos. Mi museo ideal . Cromos. Marfiles. La Gruta del Ensueño). Imprenta La Moderna, Habana 1892. Trelles cita una edición hecha en México de este libro, con prólogo de Luis G. Urbina. Bustos y Rimas, Biblioteca de La Habana Elegante, Imprenta La Moderna, Habana 1893. Recientemente Rufino Blanco Fombona publicó en Madrid, en 1917, unas Poesías Escogidas, en la Editorial América, que contienen lo más representativo de la labor de Casal. Anteriormente el mismo Blanco Fombona lo había hecho incluir, representando a Cuba, en la Antología de C. S. González, titulada Poetas modernistas de América, Garnier Hermanos, París 1913.
- Consúltese: José de Armas, Estudios y retratos, Madrid, 1911. Emilio Bobadilla. Triqui-traques, Madrid, 1892. Manuel de la Cruz. Cromitos cubanos, Habana, 1892. Nicolás Heredia, Puntos de vista, Habana 1891. E. Hernández Miyares, Prosas, Habana 1916. Eulogio A. Horta, Bronces y Rosas, Habana 1906. José Martí, Hombres, Habana 1906. (Reproducido en Páginas Escogidas, Garnier Hermano, París 1923). Manuel Sanguily, Hojas Literarias, T. II, La Habana 1893. Durante la vida de Casal, y ocultándose tras el pseudónimo de César de Guanabacoa, un periodista de bajo vuelo, llamado Ciríaco Sos, publicó un folleto titulado Un falsario de la rima: Julián del Casal, monumento de incomprensión y de critica pedestre. En 1910, Ramón Mesa, extrayéndolo de la Revista de la Facultad de Letras y Ciencias, volumen XI, número 2, publicó otro folleto donde se contiene un minucioso estudio biográfico-crítico del poeta.
- En distintas ocasiones Jasé Enrique Rodó y Rufino Blanco Fombona han señalado el lugar preponderante que a Julián del Casal le tocaba ocupar en el movimiento de renovación efectuado en la lírica hispano-americana Isaac Goldberg, Alfred Coester, Max Henríquez Ureña y Julio Cejador y Frauca estudian, en sus respectivas obras: Studies in Spanish American Literature, The Literaty History of Spanish America, Rodo y Rubén Darío e Historia de la Literatura Castellana, el aporte de Julián del Casal en dicha renovación. Arturo A. de Carricarte, en un largo ensayo publicado en el año 1915 intentó la revisión de Casal. También la ha intentado Rafael A. Estenger en El Cubano Libre, Santiago de Cuba, 2 de Noviembre de 1918. (Del libro en preparación La Poesía moderna en Cuba, 1882-1922).
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