EL INDIO DEL YUMURI. Leyenda tradicional matancera.
I. Apreciables lectoras: ¿algunas veces no os habéis puesto á pensar en el origen del extraño nombre que lleva el rio más poético de Matanzas y que dá su nombre al hermoso valle, admiración de todos los viajeros que visitan esta población?
Sin duda algunas veces lo habéis hecho, pero por más que hayáis torturado vuestra imaginacion, creo que no habréis sacado en consecuencia mucho.
Si me lo permitis, os diré que ese nombre de Yumurí encierra una tradicion triste y poética como lo son todas las tradiciones cubanas, y cuyo orígen se remonta á los tiempos anteriores al descubrimiento de esta hermosa Antilla.
Dicha tradicion os la daré á conocer si tenéis la bondad de fijar la vista en esta leyenda.
II.
Creo que no ignoráis que Matánzas fué en un tiempo un humilde pueblo que con el nombre de Yucayo ora habitado por los siboneyes, primitivos habitantes de Cuba. De este pueblo era cacique un venerable siboney llamado Guanimay, el cual era querido y respetado de sus vasallos como pudiera serlo un padre.
Guanimay tenia un hijo llamado Mayabí, que en dia no lejano había de heredar la autoridad de cacique de que estaba revestido su padre, pues sabido es que esta autoridad era hereditaria entre los siboneyes.
Mayarí era un bravo jóven que contaría unos veinte y cuatro años de edad, aunque por su robustez y su prudencia aparentaba tener más edad.
Aunque muy jóven, era ya temido y respetado por los caciques vecinos, á los que, más de una vez, había puesto en gran aprieto al frente de los vasallos de su padre, quien, como es natural, se regocijaba de tener un hijo tan valiente en el combate, como prudente en el consejo.
Aunque Mayabí sea uno de los principales protagonistas de esta leyenda, me permitirán las lectoras que lo deje por algunos instantes, en los cuales, valido de la facultad que tiene el que escribe de hacer cosas difíciles, voy á saltar á la orilla opuesta del Yumurí, que aunque en la fecha de estos sucesos no llevaba aún tal nombre, con él lo designaré para mayor claridad.
III.
En la orilla opuesta del Yumurí, encontrábase, aunque algo alejado del rio, otro pueblo llamado Canasí, nombre que lleva hoy otro pueblo distante tres ó cuatro léguas del lugar del primitivo Canasí. El cacique de este pueblo tenía una hija célebre, tanto por sus virtudes corno por su hermosura, la cual tenía por nombre Higuanea.
Esta, á pesar de su elevada alcurnia, era una intrépida cazadora y no había pájaro ni iguana que no pagara su tributo á la destreza que poseía la bella india en el manejo del arco y su certera puntería.
Casi siempre se la veía vagar por los montes comprendidos en el estado de su padre, no volviendo nunca al cansí con las manos vacias.
Esta aficion en Higuanea, aunque parezca algo rara á las lectoras, no era de estrañar en ella, pues las ocupaciones habituales de los siboneyes, eran la caza, la pesca y la agricultura, segun dicen todos los que sobre ellos han escrito.
Sin embargo, lo que era un misterio, tanto para el cacique de Canasí, como para sus vasallos era la singular predileccion de Higuanea por cazar á las orillas del rio, que cual una cinta de plata, dividía los terrenos de Canasí de los del Yucayo: ó séase el Yumurí.
Esta predileccion, que aunque bastante marcada, podía tener escusa en la abundante caza que poblaba las orillas del rio, no era tomada en serio por el cacique, que sólo veía en ella un capricho de su hija, pero no era así y váis á saber el motivo verdadero.
IV.
Era una hermosa mañana del mes de las flores. La primavera había derramado sus tesoros por doquiera, y los montes, poblados de flores silvestres, esparcían sus perfumes al par que mil pájáros de variados colores deleitaban con sus cantos.
Pero dejando á un lado la poesía, diré que Higuanea salió del cansí, y provista del indispensable arco y de la aljaba vistosamente adornada, accesorios que nunca la abandonaban, so encaminó á las orillas del rio.
Una vez allí, despues de descansar un rato y de cerciorarse de que no era espiada, tomó una flecha de su aljaba, y poniéndola en su arco entesó éste y lanzó el agudo proyectil, que fué á clavarse en uno de los árboles de la ribera opuesta, despues de lo cual volvió á reclinarse en la menuda yerba que alfombraba el lugar donde se hallaba.
Cual si hubiera sido una señal convenida, apareció en la opuesta orilla un indio que entrando en una canoa que se hallaba oculta en la espesura de la orilla, se dirigió, atravesando el rio, hacia donde se hallaba la princesa.
Llegado á la orilla, saltó á tierra, y despues de amarrar convenientemente la embarcacion, se dirigió al encuentro de Higuanea, que al verlo avanzar se enderezó un poco, aunque sin abandonar su asiento.
Escuso decirle á las lectoras, que sin duda lo habrán adivinado, que el recien venido era Mayarí, y que entre ámbos príncipes se entabló una tierna conversacion de amor.
Como demasiado conocidas son estas conversaciones y lo que en ellas se digan los novios, aunque sea sostenido el diálogo en idioma siboney, y como ya es conocido de las lectoras el móvil de Higuanea por cazar en las orillas del rio; para no cansar, bastará que les diga que los amantes se separaron despues de un rato, volviendo cada uno por donde había venido.
V.
Antes de proseguir la narracion, voy á dar á conocer otro nuevo personaje que ha de hacer un importante papel en esta leyenda.
Este personaje era un indio naitano (noble) vasallo del padre de Higuanea.
El tal naitano, llamado Guaní, había concebido por la princesa una pasion ardiente, al estremo de que arrostrándolo todo, había declarado á ésta su amor, al que contestó Higuanea con las más duras palabras de desden que lábios de mujer han proferido.
Esta circunstancia hizo que Guaní trocase su amor en un odio feroz, jurando vengarse, á la primera ocasion que se le presentase, de la desdeñosa princesa y de su afortunado rival, dado caso de que lo hubiera; así es que desde aquel día no cesó de espiar á Higuanea, buscando la realizacion de su venganza.
Cuando Higuanea mostró su predileccion por cazar á orillas del Yumurí, chocole á Guaní la circunstancia, y poniéndose en acecho, logró averiguar los amores de ésta con Mayarí, por lo cual se preparó á vengarse de ámbos amantes, lo que efectuó de la siguiente manera:
VI.
Cierta mañana y á la hora de costumbre, hallábanse los amantes entregados á su dulce conversacion, cuando Guaní, que los espiaba, lleno de celo y escondido en la copa de un árbol, se deslizó al suelo, y acercándose sin ser visto ni oido hacia el sitio donde se encontraba la canoa de Mayarí, y desamarrándola, la dió tal empuje, que la hizo sozobrar, despues de lo cual se volvió á su escondite.
Llegada la hora de separarse, Mayabí se dirigió hácia donde había dejado su canoa, viendo con asombro que ésta había desaparecido; pero aunque no dejó de chocarlo ésto, pensó que la canoa, mal amarrada, tal vez había sido arrastrada por la corriente.
Como era robusto y buen nadador, no vaciló en echarse al agua para atravesar á nado el rio, y poniendo en práctica su pensamiento, empezó á luchar con la corriente. Higuanea, aunque algo inquieta por el peligro que podría correr su amante al atravesar el rio, á pesar de los muchos caimanes que en él había, no tardó en serenarse viendo que ya éste distaba sólo unas cuantas varas de la orilla opuesta.
VII
En el mismo instante en que Mayabí iba á agarrarse á los ramajes de la orilla opuesta para escalar ésta, una flecha partió silvando desde la orilla en que estaba Higuanea y fué á clavarse en la espalda del príncipe, que se volvió apresuradamente para ver á quien tan traidoramente le había herido: viendo cerca de Higuanea á un indio que sonreía diabólicamente señalando á ésta, que llena de espanto por la agresion de que había sido víctima su amante, había quedado paralizada por el terror, en el sitio en que estaba.
Antes de que Mayarí, herido aunque no mortalmente, hubiese podido prevenir á su amada, Guaní, que era el asesino, entesó por segunda vez el arco y dirigiéndolo hácia la princesa la atravesó el corazon con una flecha, muriendo al instante, sin que pudiese proferir ninguna queja.
Mayarí, que en la orilla opuesta había contemplado esta escena, y que se había vuelto á echar al agua para salvar á su amada, nadó para llegar á tiempo siquiera de vengar á ésta, pero ántes de que pudiese ganar la orilla, una certera flecha de Guaní, clavándosele en el pecho en un instante en que se alzó para respirar, le hizo exclamar con voz angustiosa, al mismo tiempo que lanzaba el último suspiro,
—Semí, yu murí. (Dios, yo me muero.)
Y como si por la Providencia hubiese sido escuchado aquel grito, una nube de flechas cayó sobre el asesino, que espiró á la vista de su crimen.
Estas flechas procedían de algunos naitanos de Canasí que habiendo oido el grito de Mayarí, se habían acercado, aunque sólo llegaron á tiempo para vengar á los dos desdichados amantes.
Diré en conclusion, que el cadaver de Higuanea fué llevado al cansí de su padre, que cayó sin sentido al ver á su hija muerta, y el de Mayarí, estraido del rio, fué entregado á su padre, haciéndosele á ámbos príncipes magníficas exequias fúnebres.
VIII.
Tal fué el drama que dió orígen á que se llamara Yumurí al rio que divide á Canasí de Yucayo. Este nombre puesto en memoria de aquel grito que lanzó el moribundo siboney, ha sido trasmitido y conservado hasta nosotros.
Basta yá, queridas lectoras, otro dia (mediante el permiso de la ilustrada Directora de este periódico) os daré á conocer otras tradiciones que se encierran en esta gentil ciudad; por lo tanto, ya sólo me queda que deciros una palabra y es:
—Hasta la vista, bellas lectoras.
Bibliografía y notas.
- R. J. De Palacio y V. «El Indio del Yumurí,» El Album, Revista Quincenal de Literatura, Bellas Artes e Intereses Generales volumen I, no. 8, Octubre 31, 1882. 118-120.
- Cuba: Historias y Leyendas
Olga leiseca dice
Muy entretenida manera de contar una leyenda
Me imagino que Jorge Anckerman
Se inspiró en esta leyenda cuando escribió “flor del yumuri”
Gracias por su escrito
Almar dice
Hola Olga,
Gracias por leerla y por la mención a la Flor del Yumurí de Anckerman, bellísima sin dudas y de las preferidas. Además de esta versión La leyenda del Yumurí ha sido reescrita varias veces, una de ellas es la de Ramón Palma (1837) https://cubamemorias.com/matanzas-y-yumuri/ y bueno también la de Américo Alvarado Sicilia titulada El Abra del Yumurí… Imposible no escribir sobre este río y su Abra. Saludos!
Dayne dice
Vivo en el Valle de Yumurí y desde pequeña leo cada una de sus leyendas y escucho diferentes versiones. No sólo del Valle sino de Matanzas en general. Hoy se las cuento a mis niños y espero las recuerden con amor para sus hijos
Almar dice
Buenos días Dayne, me alegra que haya encontrado usted otra de esas leyendas y además que las haga disfrutar a sus hijos, de esas cosas que sin dudas deben de contarse para que se quiera la tierra, que de eso está hecha, colores, arboles, piedras, cantos de pájaros y leyendas… de niño recorría la carretera del valle hasta el crucero de Mena. Bellos recuerdos en la memoria! Saludos!