Rara Coincidencia por Bonifacio Byrne Puñales. No deja de ser curiosa la particularidad que ofrecen los poetas de Matanzas, desde los tiempos del inmortal é infortunado Plácido hasta la fecha en que escribimos.
Antes de pasar adelante y antes de que algún erudito á la violeta nos salga al encuentro tratando de sorprendernos con la estupenda noticia de que el inimitable cantor de Fela, nació en la Habana, debemos consignar que ya lo sabíamos; pero nadie podrá negarnos que en la ciudad de los dos ríos pasó su juventud y se desarrolló su admirable talento poético, hasta el punto de que son muchos los que aun viven en la creencia de que Plácido no oyó durante su vida otros rumores que los de los ríos San Juan y Yumurí.
Plácido pues nació en la Habana per accidens; pero él se consideraba como hijo de esta ciudad. Aquí creó las afecciones que conservó hasta el día de su muerte, y aquí se le otorgaron los primeros aplausos y alabanzas á que se hizo acreedor por su genio y el vuelo de su inspiración, verdaderamente pindárica.
La particularidad á que nos referimos al comienzo de este artículo, —ó lo que sea, —no es otra que la muerte que han sufrido esos hijos preclaros de las Musas, esos rimadores cuyos sueños y desvaríos poéticos han recreado á más de una generación, y seguirán recreando á las venideras, con la ventaja que proporciona y da la vejez á las cosas delicadas y exquisitas.
José Jacinto Milanés no pudo tener un fin más triste.
Después de haber sido con su hermano Federico, el Pontífice de la literatura en esta ciudad: después de una era de esplendor, en que sus versos eran saboreados con delectación por los doctos y los no doctos, la inteligencia del cantor de La fuga de la tórtola y de El Beso, languideció de súbito, obscureciéndose como el cielo cuando se extinguen en el horizonte los postreros resplandores del sol que va desapareciendo lentamente…
¿Cómo murió Plácido? Nadie lo ignora.
El gobierno español temió que la voz de un poeta, de un pobre poeta, mulato por añadidura, lo que contribuía á hacer más mísera su condición en aquella época, temió, decíamos, que revolucionara á la raza de color en esta provincia y que ésta, despertando del letargo en que yacía, enarbolase la bandera de la rebelión y rompiese, de una vez para siempre, las ignominiosas cadenas de la vil y degradante esclavitud.
Bajo el plomo artero de un enemigo cruel y sanguinario, aquel mulato, aquel condor de la poesía americana, abatió el vuelo para no levantarlo nunca más, dejándonos por único legado su nombre y sus obras, llenas de inspiración, aunque no exentas de defectos literarios.
¡Pobre Plácido! Aspirando otro ambiente, entre otros hombres, ¿á qué altura no habría llegado? ¿á qué rango moral no habría ascendido quien, como él, recibió en la mente, —y á la hora de su nacimiento, —el ósculo inefable del más celeste de los dones? El que escribió la Plegaria á Dios y el soneto La muerte de Gesler, tendrá siempre una página de honor y de gloria imperecedera en los anales de la literatura antillana.
De Miguel Teurbe Tolón se sabe que su vida no fué más que una cruz pesadísima, una prolongada serie de sinsabores.
Murió en su pueblo natal, á los dos meses de haber regresado del extranjero. Murió como quiso: no lejos de su patria, á la que tanta amaba, y por cuya independencia trabajó incansablemente con la pluma y con la privilegiada imaginación que le concediera el cielo.
¿Y Angel Mestre? Murió en un manicomio, profiriendo palabras ininteligibles, sin conocer á nadie, con el cerebro completamente trastornado…
Santiago Manzanet no ha muerto, pero es lo mismo que si hubiera muerto para nosotros, toda vez que vive en un pueblo extraño, y el eco de sus cantos —si es que escribe aún— no llega á nuestros oídos.
La historia de Manzanet es sobradamente conocida para que necesitemos repetirla.
Historia trágica, en que los celos desempeñan el principal papel, armando, á un tiempo , la mano del esposo, del padre y del hijo. Manzanet, sobre ser un poeta de expresión delicada y exquisita, era un gramático de primer orden, como lo prueban sus censuras, publicadas en La Estudiantina, contra el notable crítico don Juan Martínez Villergas, quien hubo entonces de escribirle, según cuentan las crónicas de aquellos tiempos, ofreciéndole un puesto en la Redacción de El Moro Muza, y con el puesto, una retribución mensual, tentadora para un periodista que sólo vivía del producto de sus concepciones literarias.
Manzanet no aceptó, sin que dejara por eso de agradecer la halagadora oferta.
Contemporáneo de Manzanet, Mestre y Teurbe Tolón, fué Nicanor A. González, poeta de cuerpo entero, patriota exaltadísimo y un hombre bueno en toda la extensión de la palabra. La miseria fué la inseparable compañera de Nicanor González, quien vivió pobre, pobrísimo, siendo el educador en Matanzas de algunas generaciones que le deben á él los conocimientos que poseen.
Fué tan buen cubano como poeta. Acaso algún día, con más tiempo y espacio, diga yo todo cuanto hay de interesante en la historia de aquel hombrecito enclenque, bilioso, atrabiliario, mordaz de lengua y de pluma, que no entendía de términos medios en cuestiones de política, criollo hasta la medula, é inteligente y erudito como pocos.
Me quiso entrañablemente, guiándome en los primeros pininos que hice en el camino de las letras, siendo para mí lo que la sombra de Virgilio para el Dante en su travesía por los abismos infernales.
Y Nicanor A. González, en su pueblo natal, que tanto quiso, en medio de los amigos que demostraban tenerle aprecio y simpatías, se enfermó gravemente durante la guerra; y solo, y triste desamparado del cielo y de los hombres —menos de uno, que se llamó don Prudencio Rabell —murió en una casucha antihigiénica y miserable, donde hasta los rayos del sol parecían penetrar con lentitud y pesadumbre.
A su entierro acudieron cuatro amigos. Los demás, no quisieron proporcionarse la molestia de acompañarle al cementerio, ó tal vez quisieron economizar el duro que había de costarles el alquiler del coche… ¡Oh!
Aquellos tiempos eran muy infaustos; la gente se moría de hambre en las calles; los víveres costaban un ojo de la cara; el que disponía de una peseta le daba un millón de vueltas entre los dedos; pero sin soltarla…
Lo que decía Hamlet: ¡Words, words, words! Lo que hay en el fondo de todo esto no es más que un egoísmo brutal y sórdido, un cínico encogimiento de hombres en presencia de un infortunio, que á tiempo pudo ser aliviado, evitándose la muerte de un sér de elevada fantasia y de dotes intelectuales nada comunes.
Para remate de cuentas, á González le inició una suscripción El Correo de Matanzas, alcanzando un éxito asombroso, pues no llegó el producto de aquella á una docena de pesos. ¡Qué ignominia!
Rafael Otero y Castroverde murió algunos años antes que Nicanor A. González. Un día nos sorprendió la noticia de que Oterito, como le llamábamos sus amigos y admiradores, habíase convertido en un idiota, de la noche á la mañana.
Aquel muchacho, tan simpático, tan alegre y decidor, no era más que un bulto, arrinconado contra la pared de un cuarto… Los médicos acudieron á visitarlo, sometiéndolo al efecto de cuantos medicamentos recomienda la terapéutica para esos casos. Todo fué inútil. Oterito murió, sin que un destello de inteligencia iluminara sus ojos antes de espirar.
En su cuarto, sobre una mesa, se halló una cuartilla, donde aparecía escrito este octosílabo: Casta virgen de mis sueños… Fué lo último que escribió, el que durante su vida fué considerado como el ídolo mimado de la culta sociedad matancera.
Otro poeta, Carlos Pío Uhrbach —mi amigo del alma, —murió en medio de la manigua enmarañada. Se lanzó al campo de combate para pelear por Cuba.
De una naturaleza débil y enfermiza, en breve se desmejoró notablemente, convirtiéndose en una especie de automata. Una ocasión pasóse tres días sin comer, y, no obstante, le escribió una carta á la autora de sus días, dándole cuenta de que se hallaba muy satisfecho y feliz, bebiendo buen vino, excelente chocolate y nutriéndose con exquisitos bizcochos y otras golosinas.
Murió cerca de Colón, en brazos de un cubano meritísimo, del Comandante Luis Argüelles. Este acababa de matar una jutía para prepararle con ella una taza de caldo. Apenas Carlos Pío aproximó el líquido a sus labios, cuando sus ojos se cerraron para siempre.
Carlos Alberto Boissier también tuvo idéntico fin al de Uhrbach. Simpático y apuesto como un doncel de la Edad Media, lanzóse á la lucha con ánimo decidido y resolución inquebrantable.
Fué uno de los expedicionarios del Bermuda y escapó con vida en aquella memorable jornada marítima… Reincidente, se embarcó otra vez, formando parte de una nueva expedición, logrando pisar las riberas natales. Acometido por una fiebre tenaz que hubo de minar su débil organismo, falleció en Pinar del Río, abrazado á su bandera, por cuyo triunfo lo había abandonado todo: padres, novia y amigos.
Hoy sus restos mortales descansan en el cementerio de su pueblo natal. No pasa así con los del malogrado Carlos Pío Uhrbach. ¿A qué se espera para cumplir con ese piadoso requisito?
Por último, Manuel de los Santos Carballo, el primero, —en sentir del que esto escribe, —de los poetas cubanos de estos últimos tiempos, murió en la Habana no hace mucho, sumido en la mayor desesperación y en el más completo estado de miseria.
Carballo es aún poco conocido, pues su poesía, hosca y extraña, no podía ser apreciada por todas las inteligencias. Pero llegará un día en que se le haga justicia, en que se desentrañen las bellezas de sus raras concepciones, y entonces quedará plenamente probada que Manuel de los Santos Carballo fué una personalidad poética, con estilo propio, y con una fisonomía literaria, original á todas luces.
Entonces Cuba sabrá lo que ha perdido, y Matanzas adoptará el acuerdo de traer, para inhumarlos en la necrópolis de San Carlos, los restos del poeta que hoy yacen en el cementerio de la capital.
Ahora recuerdo á un pobre muchacho, inofensivo como una paloma, que también nació en Matanzas y que se dedicó desde muy joven á cultivar el trato de las Musas.
Me refiero a Leopoldo Reyes. ¿Cómo olvidarlo? No voló muy alto, ni tampoco muy bajo. No hizo nada notable; pero sus versos todos se distinguían por su dulzura y sentimiento. El amor filial hizo muchas veces vibrar su lira, y entonces era espontáneo y sencillo.
Murió en un hospital, sin tener el consuelo de estrechar á la hora de su muerte la mano de un amigo. Sobre su fosa, no hay una cruz, ni nadie tampoco esparce flores, como homenaje cariñoso á la memoria del pobre visionario.
Veáse, pues, cómo es cierto lo que decíamos al principio. Un hado fatídico parece haber presidido el nacimiento de los poetas en matanzas, durante el siglo pasado. Esta ciudad, donde parece que la poesía se pasea por sus valles, sus ríos y sus lomas, ya no cuenta con poetas de importancia y mérito excepcionales como los citados.
Pero yo no desconfío. Matanzas es el pueblo de los bardos y de las mujeres hermosas. Ya surgirá la figura del heredero de los poetas que hemos nombrado, y tras él surgirán otros muchos, para encantar con los sones armoniosos de su lira, al hermoso país en que nacieron.
Bibliografía y notas:
- Byrne Puñales, Bonifacio. “Rara Coincidencia.” Revista Ilustrada Cuba y América, Mayo, Octubre 1901, 455-459.
- Escritores y Poetas
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