Cómo murió el general José Maceo Grajales. No es la primera vez que sobre la muerte del General José Maceo Grajales, se asegura que no murió a manos de los españoles. No me pareció oportuna la ocasión escogida por el señor Ramón Vasconcelos para hacer publica la terrible acusación; pero confieso que no me alarmó porque no era una cosa nueva.
Además, el señor Vasconcelos tendría a lo sumo seis u ocho años cuando acaeció la muerte infortunada del Caudillo, lo que demuestra plenamente que la conciencia que él tiene de ese hecho no lo fué por impresión directa sino de modo reflejo; es decir: el señor Vasconcelos ha asegurado lo que le contaron a él.
Yo afirmo bajo la mas profunda convicción —ya que de otro modo me consideraría como un miserable cómplice del asesinato— que el General José Maceo fue herido heroicamente en la memorable acción de “Loma del Gato”, a las once de la mañana, y murió, rodeado de sus ayudantes y Escolta, a las 3 y 20 de la tarde en el cafetal “Soledad”, jurisdicción de Ti-Arriba, el día 5 de Julio de 1896.
En el combate de ese día estaban presentes fuerzas considerables de las tres Divisiones del primer Cuerpo del Ejército Libertador con sus respectivos Generales a la cabeza: la segunda el General Agustín Cebreco; la primera el General Pedro Agustín Pérez y la tercera el General Matías Vega.
Las fuerzas de este ultimo tomaron poca participación en el combate; el General Periquito Pérez cubría con su División nuestra retaguardia fijando su cuartel en la finca “El Mamón” y tampoco entró en fuego, de modo que fue la División del General Cebreco y la Escolta del General Maceo las que verdaderamente se batieron ese día.
El General Maceo venia muy contrariado porque el día 28 de Junio , en “Canasta”,» había tenido que entregar al Mayor General Jesús Rabí, la casi totalidad de los armamentos y municiones que en los primeros días de ese mes alijó en la playa de Baconao el General Rafael Portuondo Tamayo.
La orden de entrega de la expedición fue dada por el General Calixto García, Jefe del Departamento Oriental que lo constituían los tres primeros Cuerpos de Ejército.
La noche del 4 de Julio acampamos en “La Isabelita”, de Vizcoy y el cinco por la mañana emprendimos marcha atravesando la línea férrea de “La Maya”, a doscientos metros del poblado; cruzamos “La Isabelita”, de Ramsdem y Pompo, y antes de legar al “Espartillar” sentimos fuego con el enemigo.
Los primeros tiros los había tenido con cuatro o cinco números a sus ordenes, el Capitán Pepillo Mesa desde las alturas de “Sangre de Toro” y “Camarones”. El General Maceo con sus escoltas, la de caballería mandada por el Teniente Coronel José Antonio León y la de infantería al mando del Teniente Coronel Lorenzo González y sus ayudantes, se situó en “El Espartillar”.
Ordenó al Coronel Louis Boune con el Regimiento “Prado” que marchara hacia el suroeste con dirección a “La Jagüita”; al General Cebreco con el resto de su División al Sur hacia “Loma del Gato”; el General Pérez cubriendo con la suya la posición de “El Mamón” y la tercera División del General Matías Vega que venia a la retaguardia, que marchara a apoyar las fuerzas del General Cebreco.
Pasado un cuarto de hora le dió órdenes al Capitán Luis Aranda —uno de sus oficiales predilectos por su valor y su pericia— que marchara al encuentro del Coronel Boune para que éste “le echara la gente arriba al soldado donde quiera que estuviera, aun dentro de la casa de “La Jagüita”, y al Teniente Coronel Francisco Sánchez Hechavarría que con su guerrilla volante “Maceo” se adelantara por el camino mas corto a “Loma del Gato” para batir al enemigo.
Transcurridos veinte minutos poco más o menos y no sintiendo fuego en la dirección indicada al Teniente Coronel Sánchez Hechavarría, marchamos escolta y ayudantes al encuentro de los españoles, con quien ya se batía ardorosamente, como de costumbre, el valiente General Cebreco.
Además de la banda de música, con su jefe el Capitán Antonio Pérez, íbamos en el Estado Mayor, el doctor Porfirio Valiente, los Comandantes Francisco de Pando Valiente y Enrique Thomas, Teniente José Caridad Álvarez y José B. Sánchez, los Subtenientes Juan Castillo Bravo, Alberto Padró Griñán y José Agustín Varona y el que estas líneas escribe que había sustituido como Jefe del Despacho al inolvidable Capitán Manuel Bergues Pruna, caído en el “Triunfo” en 29 del pasado mes de Abril.
El combate se había generalizado. Ya estábamos en el. Mi caballo estaba desmayado, sudando a mares y tembloroso. Yo marchaba a pie detrás del General y al darse cuenta de esto, me preguntó: “¿Que te pasa?” Le mostré el caballo, lo examinó y me dijo: “Vuelve para atrás. Espérame con Periquito”.
Fueron para mí sus ultimas palabras. A poco de llegar a “El Mamón” con el General Pérez lo hizo también la banda de música, a quien el General mandó a retirar.
No habían trascurrido 35 minutos de mi estancia al lado del General Pérez cuando llego el Subteniente Alberto Padró Guiñán con la infausta noticia. El General atravesaba del lugar en que estaba su escolta de caballería para el en que situó la infantería, cuando cayó desplomado de su caballo soltando el revolver que tenia en la diestra.
Acudió a él para levantarlo el Teniente Salvador Durruthy —que vive y está actualmente en Guantánamo— y teniéndolo ya en los brazos cayó a su vez atravesado por la Ingle. Al examinar al General el doctor Porfirio Valiente, sondeó la herida, de la que perdió bastante cantidad de masa encefálica, le extrajo la bala y declaró que la herida era mortal por necesidad.
Esta operación se realizó en la finca “EI Aguacate”. De allí lo condujimos al cafetal “La Soledad”, donde a las 3 y 20 de la tarde expiró entre la infinita tristeza y la extraordinaria consternación de los que lo rodeábamos.
Vivos están los coroneles Lorenzo González, José Antonio León, Francisco de Paula Valiente, Enrique Thomas, el Comandante Juan Castillo Bravo, el Capitán Juan Ferrer y los Tenientes Salvador Durruthy y Nesamildo López. Tanto estos como muchos otros que ahora no recuerdo, pueden informar con su valioso e irrefutable testimonio.
Era muy grande la admiración que su gran valor despertaba entre todos los que lo conocieron y mucha la devoción de los que lo rodeábamos para que la protervia hubiera podido llegar al asesinato.
El General José Maceo, murió como tenía que morir, ya que —desgraciadamente— su insuperado valor no lo hacía invulnerable a las balas españolas y él nunca tuvo en el combate sino un lugar invariable: el más avanzado de la extrema vanguardia.
Lo que motivó el rumor en la guerra fue que se traslució su disgusto por el nombramiento del General Calixto García para el mando del Departamento Oriental, lo que estimó el General José Maceo como una injusta preterición. Cuando el General Calixto García llego a la playa de “Nibujón”, en Mayo de 1896, el General José Maceo mandaba el primero y segundo Cuerpo del Ejercito.
A propuesta del General en Jefe, el Mayor General Máximo Gómez, el Gobierno lo nombró Jefe del Departamento Oriental y al notificárselo al General José Maceo, este le dirigió una carta al General Gómez, pidiéndole “su pase para el extranjero porque no podía consentir que lo mandara como jefe quien vivía todavía cómodamente en España cuando ya hacía mucho tiempo que él exponía, por la Patria, su pecho a las balas españolas”.
El General Gómez le contestó noblemente, con entereza, y en uno de los párrafos le decía: “Usted sabe cuanto lo he estimado siempre, General, pero es usted injusto conmigo y con el General García; porque si las circunstancias hubieran sido distintas, usted puede tener la seguridad que de ser yo el General en Jefe y a usted le hubiera tocado la desgracia de venir tarde, siempre habría tenido para usted el puesto a que es acreedor por sus merecimientos patrióticos”.
La orden del General Calixto García para que entregara toda la expedición traída por el General Portuondo Tamayo, al General Rabí, exacerbó al General Maceo, quien con su carácter impetuoso dió claras muestras de su disgusto, gritando que “el quería las armas para pelear”.
Esto sucedió el 29 de Junio en el campamento de “Canasta”; seis días después, en la triste mañana del 5 de Julio caía para siempre aquel león oriental causando el pavor y la estupefacción de los que lo creíamos inmortal.
A esa coincidencia se debe el rumor del asesinato del General José Maceo. Rumor que llegó hasta el General Antonio, pues encontrándonos en el campamento “La Piedra”, territorio de Yateras (Guantánamo) en el mes de Octubre de 1896, a ruego del General Periquito Pérez contesté una carta algo capciosa del General Antonio Maceo, en la que le pedía “detalles de la muerte de su hermano José”.
Por conducto del Dr. Diego González, de la Habana, que luego supe era el seudónimo del señor Perfecto Lacoste, enviamos la contestación desvaneciendo las dudas del General.
No ha podido, pues, extrañarme que el señor Vasconcelos —que tendría seis u ocho años cuando murió el General José Maceo— se haya hecho eco del absurdo rumor. Yo afirmo que la verdad es lo que he relatado y que ni en poder del señor Vasconcelos ni en el de nadie pueden existir pruebas en contrario de mi aserto, porque a lo que no ha sido, nada ni nadie puede infundirle existencia.
Lino Dóu.
Habana, Junio de 1916.
Bibliografía y notas
- Dóu, Lino. “Cómo murió el general José Maceo”. Revista Literaria Labor Nueva. Año I, núm. 17, Habana: 11 de junio 1916, pp. 4, 5.
- Guerra de Independencia en Cuba.
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