La Compañía de Pinillos Izquierdo y Cía, de Cádiz, era la otra Compañía española de navegación preferida por el público cubano para sus relaciones con Europa. Representaba a esta Compañía en Cuba la firma Santamaría Sáenz y Cía., regida por don Juan Santamaría, hombre emprendedor y animoso, que gozaba en el país de simpatías generales y un prestigio muy firme, todo lo cual puso siempre al servicio de la empresa, haciéndola arraigar hasta darle en cierto modo el carácter de cosa nacional.
Juan Santamaría, consignatario en la Habana de la Compañía española de vapores Pinillos, Izquierdo y Cía.
El señor Santamaría nació en año 1883. Natural de Nieva de Cameros, en Logroño, su sangre era la misma de aquellos conquistadores castellanos que, sin haber visto nunca otras tierras, se lanzaban a la aventura encarando confiadamente la vida y seguros de llevar en su voluntad la llave de todas las victorias.
En 1897 llegó el señor Santamaría a la Habana, destinado a la Casa L. Sáenz y Cía., donde a poco sus condiciones de laboriosidad y honradez, al mismo tiempo que su intuición de los negocios, le recomendaron de tal modo entre sus jefes, que pasó a la condición de socio de la casa, en cuyo puesto su labor se hizo más amplia aún.
En 1911 quedó al frente de ella, y se cambió la firma tradicional por la con que en 1917 giraba y que de tal prestigio gozó entre todo el comercio cubano.
El negocio principal de la casa era la representación de los vapores de la empresa Pinillos, Izquierdo y Cía., no tanto por sus rendimientos sino por el entusiasmo que merecía al señor Santamaría, para quien nada tan grato como prestar algún servicio a la tierra natal e inolvidable.
El señor Santamaría, hombre culto y de espíritu muy moderno, sabía que nada significa tanto para las conveniencias de un país como el fomento de sus relaciones con aquellos otros donde tenía su campo natural de expansión.
De ahí el cariño y el entusiasmo con que atendía a la representación de esos vapores que, viajando continuamente de Cuba a España, contribuían a crear, unidos a los otros de la misma bandera, un verdadero puente entre los dos países.
Pero la casa se dedicaba a la importación de víveres en gran escala y recibía además en consignación toda clase de mercancías. Hacía sus compras en todo el mundo, prefiriendo, siempre que esto le fuera posible, la industria española, y tenía un mercado tan extenso como el área total del territorio cubano.
Respecto a la importancia de esta casa, ningún dato tan elocuente como la cifra de sus ventas anuales, que pasaban de millón y medio de pesetas.
El señor Santamaría no veía colmada su actividad con tales ocupaciones, que llenarían por entero la vida de otro hombre menos entusiasta del trabajo.
Tenía, pues, negocios mineros en Pinar del Río, y tal competencia demostró en este asunto, que, por acuerdo entusiasta de la mayoría de accionistas, se le designó para el cargo de vocal de la Compañía Minera Occidental de Cuba. Don Juan Santamaría era además vocal de la Cámara Española de Comercio.
Su gestión en favor de la empresa de vapores Pinillos, Izquierdo y Cía. fue ayudada, justo es reconocerlo, por la organización excelente con que esta casa tenía montados sus servicios, las condiciones inmejorables de sus buques y el magnífico trato que dentro de ellos se daba al pasajero. Quien hiciera un viaje en tales vapores, se convertía espontáneamente en un propagandista de sus excelencias.
La Compañía, respondiendo siempre a este creciente favor del público, no sólo reformó algunos de sus barcos antiguos, sino que adquirió otros de moderna construcción, verdaderos palacios flotantes.
El Vapor Infanta Isabel
Entre ellos descollaba el Infanta Isabel destinado a la línea del Río de la Plata; un barco de gran tamaño, de gran marcha y de capacidad enorme. Fue construido expresamente para la Compañía y atendiendo, por lo tanto, a las necesidades del pasaje español e hispano-americano, que no siempre se correspondían con los de quienes proceden de otros países.
El Infanta Isabel tenía salones espléndidos, camarotes de lujo, inmejorables cuartos de baño y, en general, cuanto las modernas necesidades del confort y de la higiene decretaron para estos hoteles flotantes, donde la preocupación principal de la gerencia era de hacer olvidar a los pasajeros que se encontraban sobre un elemento traidor y dentro de una cárcel, dorada acaso, pero cárcel al fin.
El Infanta Isabel, aunque era el buque mejor de la Compañía, no era el único donde estas exigencias se atendían escrupulosamente. Los que tenían al servicio del pasaje de Cuba pertenecían a tipos de menor tamaño, si bien no apreciable a simple vista.
Dentro de ellos las comodidades eran, poco más o menos, las mismas. Había magníficos salones de comedor y de fiestas, camarotes con todos los refinamientos que pudiera apetecer el hombre más acostumbrado a la vida amplia y de lujo, espléndidos cuartos de baño y la misma abundancia de servidores.
Las clases secundarias eran objeto también allí de cuidados escrupulosos; no diferenciándose más que en ciertos detalles los camarotes de segunda de los de primera, y siendo igual la comida, con sólo algún plato de menos. Abundante y bien condimentada era también la comida de los pasajeros de tercera y cómodos e higiénicos sus dormitorios, sus baños, etc.
La constante atención que la Compañía prestaba a sus vapores se completaba con el entusiasmo que les dedicaba su representante en Cuba, fusión de la que resultaba beneficiado el pueblo español, cuyo comercio se aumentaba y cuyas relaciones con el país cubano se hacían más firmes y más íntimas.
Referencias bibliográficas y notas
- La Compañía de Pinillos, Izquierdo y Cía., Cádiz en Libro de Oro Hispano-Americano. Sociedad Editorial Hispano Americana, 1917. pp. 249-251
- Personalidades y Negocios de la Habana.
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