Cuba, que por su condición insular y por la magnitud de sus relaciones de toda índole con Europa, atraía a sus puertos tantos buques de todas las procedencias y todas las banderas, no dejó realmente, en este importante aspecto de su vida, de ser española.
Acaso el comercio cubano de exportación destinado a Europa se hiciera principalmente en buques de otra nacionalidad, por no ser España país que importara la producción de Cuba en cantidades tan grandes como alguno del Viejo Mundo.
Pero la gente, lo mismo cuando viajaba para mejor atender sus negocios que por simples excitaciones de expansión espiritual, lo mismo fuera España el país de Europa que más les interesara o apenas una tierra donde sólo quisieran detenerse el tiempo indispensable, elegían siempre, con preferencia a todos los de cualquier otra nacionalidad, buques de bandera española.
El fenómeno, a la verdad, no se producía en Cuba únicamente, sino en todos los países españoles de América. Por encima de las enseñanzas que otras naciones pretendieron inculcar en esos países, desde la cátedra y desde el periódico, creando un sentimiento artificial de latinidad que matase el histórico de hispanismo, la voz de la raza se ha impuso al fin, estableciendo una solidaridad, cada vez más fuerte y más difícil de vencer, entre España y las Repúblicas de allende el Océano, creadas a su imagen y semejanza, que hablaban su idioma y tenían su mismo espíritu.
El cubano, como el argentino, como el chileno, al embarcarse en un buque alemán o inglés, francés o italiano, vió siempre que aquellas costumbres no eran sus costumbres, ni aquella comida la comida habitual de sus casas, ni aquel idioma el idioma en el cual puede el hombre manifestar las mil cosas divinas y confusas por cuya expresión se siente en realidad dueño verdadero de lo creado. Estaba un poco fuera de sí mismo, era en cierto modo prisionero privilegiado de otro país y de otras gentes.
Pero al verse sobre la cubierta de un buque español recobraba el dominio del sí propio, como si el buque fuese argentino para el argentino, y chileno para el natural de Chile, y cubano para el de Cuba. ¿Qué importaban los diferentes colores de la bandera si uno mismo era allí el idioma y el espíritu?
Pensando anteriormente en la posibilidad de una catástrofe, se vió aislado, entregado por entero a sus iniciativas, sin defensa y sin ayuda. Si el terrible momento llegase ahora, ya no estaría solo y sin amparo. Una patria más amplia nace entonces para él, llevándole a una intensa comunión de sentimientos con todos los hombres de su mismo origen.
He ahí seguramente el secreto que llenaba en los puertos americanos todos los buques de procedencia española, y sólo daba pasajeros a los de otros países cuando era imposible encontrar en aquéllos acomodo.
Nosotros vimos por veces agolparse la muchedumbre a las bordas del buque español próximo a salir, enracimarse en la proa, entre los mástiles de las grúas, vencer casi el equilibrio del buque con el peso de aquella masa humana, puesto todo en un solo lado por el ansia de decir adiós a la ciudad y a los amigos.
Y a tiempo que veíamos eso, presenciábamos la salida de otro buque no español, acaso más amplio y más lujoso, con las bordas desiertas y alguna familia de emigrantes acurrucada en la proa.
Entre todos los países de América, el que más se distinguía en este sentimiento de interés por la marina mercante española era el de Cuba. El comercio cubano tuvo durante mucho tiempo sus más íntimas relaciones con la nación española.
De España salían para Cuba los transatlánticos de viaje periódico. España era, además, la nación única cuyos buques, en aquellos mares no tan suaves como los del Sur, jamás dieron origen a ninguna catástrofe.
Entre las Compañías españolas de vapores que compartían allí este inmenso y justo favor del público, ocupaba el primer lugar por su importancia la Trasatlántica Española.
De ella vamos a ocuparnos, aunque sólo en el aspecto de sus relaciones con el pueblo cubano y sin entrar a describirla con el detenimiento que tal institución merece, por su historia y por la gran obra social que realizó, dejando este tributo de justicia para el tomo de la presente obra dedicado a España.
La Compañía Trasatlántica estuvo, desde muy antiguo, unida a la vida de Cuba. Hubo tiempo en el cual el país cubano casi no se relacionaba con el resto del mundo más que por intermedio de los vapores de esta Compañía.
En los momentos azarosos de la guerra de España con los Estados Unidos, y bloqueada la capital de Cuba por una recia línea de acorazados de la gran nación del Norte, un buque de esa Compañía rompía continuamente el estrecho bloqueo para llevar socorros a la plaza, burlando además, con la sola fuerza de la improvisación y del genio aventurero, toda aquella vigilancia favorecida por los más potentes y modernos sistemas de exploración.
El buque, sin embargo, como en una historia de otras edades, de aquellas crédulas edades que veían en todo la protección y el descontento de los dioses, llegaba al puerto de la Habana y salía de él a su antojo, cual si no hubiese acorazado alguno impidiendo la entrada, cual si por lo menos lograra hacer su materia momentáneamente invisible.
La Compañía, como institución social, era un verdadero modelo no ya para empresas de su carácter sino hasta para muchos Estados. Posee montepíos, tenía establecido un sistema admirable de jubilaciones y pensiones, creó escuelas destinadas a la enseñanza primaria y hasta a la superior, formando allí todo el personal de sus buques.
Tenía astilleros propios en los cuales muchos de estos buques se construyeron, habiendo además en la empresa otros mil aspectos dignos de toda atención para quien se preocupase por el porvenir de España. Tenemos, sin embargo, que refrenar nuestra pluma, ansiosa de detenerse en la reseña de todas esas grandezas, de todas esas maravillas de carácter tan diverso, aplazando su entusiasmo y su fervor para más tarde.
Hoy le toca fijarse tan sólo en que la Compañía Trasatlántica, con capitanes preparados en sus escuelas técnicas y que jamás viajaron en otros buques, no cuenta, en toda su historia de tantos años y sobre tantos mares, un solo percance de esos que arrancan al mundo un grito unánime de horror y dejan en la orfandad a miles de criaturas y cubren de luto a miles de hogares.
Es incuestionable que el capitán de mayor pericia pueda tener, hasta sin descuido alguno, por su parte, un momento desgraciado que le haga responsable inocente de tantas víctimas. Pero es incuestionable también que la frecuencia de estos accidentes sólo puede remediarse con buques de magníficas condiciones marineras y capitanes de gran pericia.
La Compañía Trasatlántica, repetimos, no ha tenido en toda su historia el menor accidente… ¿Cómo no ha de influir esto en su prestigio? ¿Cómo, donde se conozca este dato que en Cuba corre de boca en boca, al referirse las hazañas del Monserrat, el buque que burló el bloqueo de la escuadra norteamericana, no ha de preferirse la Compañía de tan limpia historia a otras que, por razones de mil suertes, tienen en sus anales tantas manchas de sangre?
La Compañía Trasatlántica Española no se preocupaba sólo de servir al público con la perfección técnica: con barcos seguros y capitanes expertos. Procuró al mismo tiempo que aquéllos figurasen siempre, por el confort de las instalaciones y la atención dedicada en ellos a todos los servicios, entre los mejores de su clase.
La Compañía Trasatlántica Española quiso que en todas sus épocas los barcos de su propiedad superasen siempre a los mejores del mismo tipo. Los dos de construcción más reciente, el Reina Victoria Eugenia y el Infanta Isabel de Borbón, sólo en ciertos aspectos eran superados por aquellos Leviatanes del mar que Alemania e Inglaterra crearon para comunicarse con los Estados Unidos.
Tenía la Compañía un servicio regular entre Italia, los puertos mediterráneos de España y el Río de la Plata; otro entre Italia, la España del Mediterráneo y Nueva York, Habana y Méjico; otro desde los puertos del Norte de España y Portugal al Brasil, Montevideo y Buenos Aires; otro desde los puertos del Norte de España a la Habana y a Méjico; otro entre Italia, España, Canarias, Puerto Rico, Habana, Venezuela, Colombia y Pacífico; otro entre Inglaterra, Portugal, España, Italia, los puertos de Oriente y Filipinas, y otro entre España, Marruecos, Canarias y Fernando Póo.
Barcos de la Compañía Trasatlántica Española:
- Reina Victoria Eugenia, de 15.400 toneladas de desplazamiento (4 hélices mixto turbinas);
- Infanta Isabel de Borbón, del mismo tonelaje (3 hélices mixto turbinas);
- Alfonso XII, de 12.000 toneladas;
- Alfonso XIII, de 7.630;
- Alicante, de 6.300;
- Antonio López, de 10.700;
- Buenos Aires;
- C. de Eizaguirre, de 9.520;
- Cataluña, de 6.300;
- C. López y López, de 8.355;
- Ciudad de Cádiz, de 5.620;
- Isla de Panay, de 7.680;
- Joaquín del Piélago;
- Legazpi, de 1.185;
- León XIII, de 9.300;
- Manuel Calvo, de 11.098;
- Montevideo, 9.520;
- Monserrat, de 8.400;
- M. L. Villaverde, de 2.400;
- S. de Satrústegui, de 9.100;
- Reina María Cristina, de 7.630;
- Rabat, de 1.820;
- San Ignacio de Loyola, de 5.625;
- San Francisco, de 6.100;
- Mogador, de 900.
El Reina Victoria Eugenia y el Infanta Isabel de Borbón eran los dos mejores buques de su tipo que navegaban por todos los mares del mundo. Contaba el primero con cuatro hélices mixto turbinas y tres el segundo, con 11.000 caballos de fuerza cada uno y ambos la marcha probada de 18,00 millas por hora, no alcanzada en 1917 por ningún otro buque del mismo tonelaje.
Eran además verdaderos palacios flotantes, donde el espíritu más exigente encontraba todo lo que podía ofrecer el mejor hotel y el mejor casino. Pero acaso no fuera esto lo principal entre todas sus múltiples excelencias, sino el esmerado, el afable, el delicadísimo trato que allí, como en todos los otros buques de la Compañía, recibían todos, absolutamente todos los pasajeros de las tres clases que admitían.
La Compañía Trasatlántica Española era algo más que una empresa de navegación, una empresa mercantil por lo tanto.
Una verdadera institución patriótica que paseaba por todos los mares, triunfalmente, el pabellón español y que contribuía, como acaso ninguna otra entidad y con fuerza superior tal vez a la de las embajadas diplomáticas, a realizar el ensueño de todos los grandes hispanistas: la resurrección del imperio de Carlos V en cuyos territorios no volvería a ponerse el sol nunca y los cuales, enlazados por la mutua comprensión y el amor mutuos, estuvieran más unidos que en ningún otro momento de su historia.
Manuel Otaduy
El prestigio de la Compañía Trasatlántica Española no decayó en Cuba ni un solo momento, habiendo contribuido a afirmarlo, la competencia y el prestigio de su representante en la Habana, el español insigne don Manuel Otaduy, uno de los comerciantes y banqueros de mayor cultura y autoridad en la Cuba española de ayer y en la Cuba independiente.
Nacido en Portugalete a la sombra de la industriosa Bilbao, tenía en el organismo algo de ese hierro de que su tierra natal es tan pródiga y que se manifestaba principalmente en sus actos, siempre regidos por una voluntad acerada y una constancia invencible, de hidalgo clásico español, puesto en tantas ocasiones de favorecer el buen nombre y los intereses de la patria al mismo tiempo que los del país donde vivía.
Presidía el señor Otaduy la Sociedad de Beneficencia Vasco-Navarra, era vicepresidente del Casino Español, presidente de la Colonia Española de Cuba, de la Asamblea de la Cámara de Comercio Española y de la Compañía La Cubana, y vocal del Banco Trust Company of Cuba y de la Compañía de seguros La Mercantil.
Entre todas estas instituciones repartía su tiempo y a todas llevaba continuamente el tesoro de sus iniciativas y de su talento.
Pero la empresa principal de su vida, aquella a la que consagraba los mayores entusiasmos, era la representación de la Compañía Trasatlántica Española, por devoción a la obra de esta empresa, por creer que de su prosperidad dependían en gran parte las relaciones de Cuba y España y por afecto al ilustre marqués de Comillas, presidente de la Compañía y quien supo dar a la empresa el carácter de una verdadera institución patriótica, con el más alto y trascendental de los patriotismos.
Referencias bibliográficas y notas
- La Compañía Trasatlántica Española en Libro de Oro Hispano-Americano. Sociedad Editorial Hispano Americana, 1917. pp. 242-249
- Personalidades y Negocios de la Habana.
Dennise otaduy dice
Un gran hombre Manuel Otaduy, gran empresario, pionero en la industria de los cruceros, patriota, con una gran cálidad humana y un extraordinario hombre.
Es un honor pertenecer a la familia Otaduy.
Me hubiera encantado conocerte Tío, te admiro, Dennise Otaduy
vicente luis sanahuja dice
Estimados webmasters.
Mi nombre es Vicente L. Sanahuja y mi pagina web es vidamaritima.com
Junto al Museo Maritimo de Barcelona estamos haciendo una serie de monograficos sobre la Compañia Trasatlantica, teniendo editados 8 libros y 3 mas en proceso de edicion. En el que sera llamado EL PRIMER ALFONSO XIII, un libro de 600 paginas, hacemos unas referencias a Manuel Otaduy y nos gustaria saber si nos darian permiso para publicar la foto de Manuel Otaduy y el capitan Francisco Aldamiz que ilustra este articulo.
¿Seria posible conseguir esta foto en mas resolución?
Agradeciendo su atencion.
Vicente L. sanahuja