Domingo del Monte es uno de los escritores á que mas debe la literatura cubana. No porque nos haya dejado numerosos volúmenes, sino por la influencia que, innegablemente, ejerció en su época.
Amigo del desventurado Heredia, consultado por cuantos en su tiempo escribían, pudo y supo inspirar, con sus preceptos y ejemplo, el gusto fino y delicado y la corrección y pureza de lenguaje, que son las dotes características de casi todos los autores que honraron la tantas veces citada década de 1830 á 1840.
En el de 1804 nació Domingo Delmonte en la ciudad de Caracas. Vino á Cuba muy joven, cuando las revueltas del suelo natal obligaron á sus padres á abandonar el continente sur-americano. Vivió entre nosotros, se identificó con nuestra naturaleza, y fué tan cubano en todo, que, en muchas de sus composiciones, llama patria á la de su elección, que á su vez se regocija en llamarle hijo suyo.
No tuvo el ilustrado literato, de que nos ocupamos, la febril impaciencia de publicar que devora á la mayor parte de los poetas y que tanto, en general, les perjudica. Hasta los 25 años no empezó á dar á luz sus composiciones en el periódico literario la Moda, que se publicaba en la Habana por 1829, y qué, con D. J. de J. Villarino, dirigía el mismo Delmonte.
Escribió después en «el Álbum» que en 1836 redactaba Ramon de Palma, del que llegaron á publicarse hasta doce tomos y tal vez es el mejor de aquellos días de entusiasmo y de movimiento literario. En el Plantel que no pasó de la segunda entrega, escribió también Delmonte, y hubiera sin duda honrado los que mas tarde aparecieron, si su partida para Europa no le hubiera separado, y para siempre de nosotros.
Pasó en Madrid los últimos años de su vida, conservando sin perder nunca su afición á las letras ni su amor á Cuba. Allí, lejos de la patria, murió el año de 1854 á los 50 de edad, el que cantó en sencillos y tiernos versos, las costumbres y los amores de nuestros guajiros.
No pudieron los cubanos tributarle los últimos honores, acompañando su cuerpo á la fúnebre mansión postrer servicio, desinteresada manifestación del amor y del respeto de los pueblos, á los que les han amado ó instruido.
Delmonte no ha publicado jamás sus versos en colección, pero en las «Rimas americanas» que citamos en la introducción, se encuentran hasta trece de sus poesías; la «América poética» de que también nos hemos ocupado, ha reproducido las mas.
Delmonte fué el primero de nuestros literatos que se esforzó por emancipar la literatura de nuestro pais, pretendiendo formar una propia, al escribir sus romances cubanos, esas ligeras composiciones en que, con lozano estilo y sabor que recuerda á los buenos hablistas españoles; ha pintado algunas escenas de nuestros campos, y hecho brillar como en relieve, nuestros tipos populares con sus pasiones, sus sentimientos tristes ó alegres, amorosos ó entusiastas, pero siempre estremados.
El deseo que devoraba á Delmonte porque los poetas de Cuba retratasen los bellos espectáculos que á sus ojos se despliegan, y no la naturaleza y costumbres de otras provincias, lo hacia conocer hasta en sus composiciones poéticas.
En una epístola á Elicio Cundamarco, se espresa de la siguiente manera, que quisiéramos no olvidase ninguno de nuestros poetas.
...No humilladas
Así se vieran las cubanas Musas
Vistiendo en vez del opulento arreo
Con qué plugo á Natura ataviarlas,
De la ignorancia el miserable andrajo
Con que sus miembros cándidos afean.
No citamos por buenos estos versos que se resienten de prosaísmo y de falta de armonía, y donde el sustantivo andrajo hace tan mal efecto: lo hacemos solo para presentar una prueba de los deseos que animaban al autor para que se adornara la poesía con formas cubanas.
Al entrar por fin en la parte crítica de esta nota, nos sentimos poseídos de una timidez respetuosa… ¡Ojalá que solo tuviéramos que tributar elogios y presentar como modelo en todos los géneros, al ilustrado literato que tanto veneramos! Pero creemos que no en todos ha conseguido triunfos, y vamos á presentar al lector el fruto de nuestras observaciones.
No pensamos que tengan un mérito superior los versos mayores de Domingo Delmonte. El mismo lo creía así cuando en la epístola citada dice á Elicio Cundamarco.
Mas ¡no! Que el Señor Dios el estro santo
Negóme, y nunca prez alcanzar puedo
Prez ansiada de gloria concedida
Solo al poeta — En instrumento humilde
Acompañar la simple cantilena
Del morador de Cuba, y sus costumbres
Campestres retratar — ese es mi canto.
Versos que prueban que el poeta fundaba mas esperanzas en los romances que en sus demás composiciones. Y en efecto, resiéntense estas, regularmente de debilidad; porque las estrofas no están construidas con aquel arte esquisito que obliga al lector á no desear mas, después del verso postrero, porque nada mas debe decirse.
Esta languidez de las partes afecta generalmente al todo, y entonces no son bastantes la dicción castiza, la propiedad de las voces, los buenos giros idiomáticos y otras buenas dotes, para que una poesía pueda presentarse como un modelo.
Aun hay mas: por una fatalidad inconcebible en quien, como Delmonte, estaba familiarizado con los mejores preceptistas, sus estrofas finales son, casi siempre, las mas débiles; lo que deja en el alma un vacío difícil de llenar. Nos parece que en la mayor parte de estas composiciones debiera el autor haber acabado en la estrofa anterior.
¡Cuan diverso aparece Delmonte en sus romances! ¡En ellos está el mérito y el triunfo del poeta! Sencillez dulzura, gracia, animación, verdad, buena versificación, todas las buenas dotes del Romancero y de Gongora, sin que falte una sola, se encuentran en ellos.
El gusto mas severo reina en estas composiciones. Los pensamientos y las imágenes están revestidos de una originalidad espresiva, y las descripciones fáciles y amenas, ni se suceden con la rapidez que aturde, ni se prodigan con la profusión que hastía. Los cuadros son vivos y de animados colores, los retratos completos y exactos, y el plan perfectamente desarrollado.
Todo esto, realzado por las prendas características del autor en todas sus otras producciones, como son la corrección esmerada y la locución perfecta hacen de los Romances cubanos de Domingo Delmonte, unas de las perlas mas valiosas de nuestro Parnaso.
Pero se nos ocurre una observación. Consiguió este poeta hacer romances cubanos? Parécenos que no. Si hemos de tener una literatura propia, ciertamente que le hemos de imprimir un carácter tal, que la distinga de las demás.
Esas mismas dotes de lenguaje que embellecen el decir de Delmonte hacen recordar al Romancero y á Góngora cuando no delira é imprimen á sus romances un sabor tan propio de las Musas castellanas, que no puede ser cubano, en el sentido de que hablamos.
Porque no hay medio ó nos formamos en el gusto y estilo de nuestros padres, en cuyo caso nuestra literatura será una parte integrante de la castellana, ó nos hacemos una especial que, por lo mismo, ha dé distinguirse precisamente de aquella.
Al terminar la nota destinada á Domingo Delmonte nos asalta de nuevo el temor de que hayamos podido equivocarnos al juzgarle, ¡tal es el respetuoso cariño que nos inspira!
Si así fuere, si extraviados por el deseo de ejercer con imparcialidad absoluta, la delicada misión del crítico, hemos incurrido en un error menoscabando en algo la fama que merece, que nos salve al menos del público anatema, la rectitud de nuestras intenciones, el espíritu que nos anima y la buena fé que nos disculpa.
Romance Primero.
El Montero de la Sabana.
I
— “Tiende noche el, negro velo, Que la luz me es enojosa Tu oscuridad ¡cuan hermosa Se estiende ya por el cielo! No te tardes, que en el suelo Tu misteriosa negrura Place mas á la hermosura Del dueño del alma mia, Que la claridad del dia, Que del sol la lumbre pura"— Así en alto contrapunto Un montero discantaba Por las veredas de un bosque Entre el rio y la montaña No solicita sus toros Ni sus terneras pintadas; El alma toda ha perdido, Y en busca parte del alma Mas presto la noche oscura Triplica su manto, y nada Divisa el fino montero: No importa, que amor lo inflama. En el distante horizonte Un sordo tronar ya vaga; Ya ruge fuerte en la sierra, Ya con el rayo amenaza Del norte el silvido fiero Se escucha, y amedrentadas Las mansas reses; se agrupan, Al bosque marchando tardas. Las nubes se agitan, ruedan, Se chocan, y al punto estallan, Y con el rayo se rompen Del cielo las cataratas. El manso Cayaguatege,1 El de las ondas preciadas, Embravecido ya ruge, Y su linde, infiel traspasa, En tanto el firme montero El temporal mira,y anda, Que no aterran temporales Su enamorada constancia "Mas tranquilos ¡holgaremos; Lucero lindo del alba, Y mientras que brama el rayo, Y la alta ceiba amenaza "Mientras los cielos abiertos De lluvia torrentes mandan; Mientras el furioso rio Hatos y vegas arrasa, En tu regazo inclinado Olvidaré la borrasca, Y al dulce sonar del beso No escucharé la tronada." Dice, y marcha. En la corriente Su amante pecho levanta; Con las aguas turbulentas Lucha, vence, ufano,pasa El hato pisa querido De su Felicia adorada ¡Feliz quien como el montero A solas mira á su dama!
Referencias bibliográficas y notas
- Cayaguateje (Cuyaguateje) es el río que baña la mayor parte de las vegas de Guánes (por lo cual toma á veces este nombre) en la Vuelta-abajo, ó parte occidental de nuestra Isla. Nace en la sierra de Cabezas, prolongación de la del Cuzco: después de discurrir por 17 leguas, desagua al Sur en el Océano. ↩︎
- Fornaris, J. & Luaces, J. (1858) Domingo Delmonte y Aponte. Cuba poética: colección escogida de las composiciones en verso de los poetas cubanos desde Zequeira hasta nuestros días. Habana: Imp. y Papelería de la Viuda de Barcina. pp 54-60.
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