Descripción de la Cueva de Bellamar en Matanzas por José Victoriano Betancourt. Muchas son las cuevas que hay en el mundo de Adán y en el de Colón; pero las célebres, en el primero, son:
La caverna de Antíparos, que está 1.500 bajo piés bajo de tierra, con una bóveda de 200 piés de elevación, y cuyas paredes reflejan la luz de las hachas; la de Arcy y Adelsberg, la de Terni y Neptuno, y la de Caprí, llamada Grotta azura; ésta debe su celebridad, no á cristalizaciones espáticas, sino á un fenómeno óptico muy sorprendente, y las demás son de estalagmitas y estalactitas comunes; la de Arcy y de Adelsberg tienen un lago: en el de Adelberg se crían peces, cuyo color se asemeja al del cutis humano, que tienen agallas y pulmones, y que tienen una completa aversión á la luz.
En el mundo de Colón, hasta ahora, que yo sepa, todas las cuevas que han sido visitadas, inclusas las de esta isla de Cuba, solo son notables por la majestad y fantástico agrupamiento de sus estalactitas y estalagmitas, que ya semejan pórticos, ora atrevidas arcadas, bien figuras de hombres y animales, efecto de la luz, según hiere esos objetos.
He visitado la cueva de Cabezas y las de Matanzas, cuya entrada se halla en la parte llamada de Simpson, al Oeste de esa ciudad, y que salen al estero situado en el valle de Yumurí, y solo son notables por sus atrevidas columnas, pórticos etc.; pero se ha descubierto una que no solo á mi juicio, sino al de distinguidos viajeros, es un portento: su descripción es poco menos que imposible, porque lo es, sin duda, encontrar en la pobreza del lenguaje humano, palabras para pintar las maravillas de Dios: el Sr. Reinoso, que la visitó, la llama Maravilla de las Maravillas.
Esa cueva, que tan profundamente excita la atención hoy, y cuyos espléndidos echantillons1 figuran ya en el Museo de Nueva-York, y sin duda en el de Madrid, á donde ofreció presentarlos el excelentísimo señor duque de la Torre, á quien se hizo presente de algunos muy hermosos, fué descubierta por una casualidad.
D. Ramón Pargas, compró una pequeña finca cerca de Matanzas y se dedicó de preferencia á explotar una cantera con el objeto de hacer cal: estando uno de sus esclavos Introduciendo una barreta para sacar un canto, se le escapó ésta de las manos y desapareció.
Advertido el dueño, dió orden á su mayoral que hiciese cavar en aquel punto y sacar la barreta; pero el mayoral se desentendió de la prevención por no sé qué temor supersticioso, y el dueño, que había estado algún tiempo empleado en explotación de minas de cobre cerca de Matanzas, le ocurrió la idea que hubiese por allí alguna, y no se engañó por cierto, que una y muy rica y de facilísima explotación fué la que halló, gracias á su constancia, que extraordinaria ha sido la que ha desplegado para llegar á ser poseedor de lo que puede llamarse la novena maravilla del mundo.
Es el caso, que como Pargas viese que el mayoral no obedecía sus órdenes, ya corridos dos meses, un día se fué él con la gente al punto en que había desaparecido aquella, ordenando se trabajase allí; y apenas se había abierto un espacio de poco mas de una vara, salió por el agujero practicado una gran corriente de aire de repugnante olor, caliente y como humoso:
No retrajo á Pargas eso, sino antes por el contrario, continuando el trabajo pudo convencerse de que aquello era la entrada de una cueva, y con un arrojo que rayaba en temeridad siguió ensanchando la abertura y después aventuró un descenso empleando una escala que fué preciso alargar, y en llegando á lo que le pareció al suelo se encontró envuelto en tinieblas.
Mas como él fuese gran práctico en punto á minas, no se arredró y se propuso explotar la caverna, dominado, sin embargo, por la idea de que allí había algo: era Colón entreviendo el nuevo mundo.
Subió determinado á una nueva exploración, y su sorpresa así como su júbilo, no tuvieron medida, cuando volviendo ya apercibido de todos los medios de exploración, se encontró con una bóveda cuajada de magníficas cristalizaciones.
Pero no está el mérito de este descubridor feliz, solo en haber penetrado audaz en esa espelunca, sino en haber concebido la idea de que el descubrimiento primero, merecía la pena de seguir explorando aquella región tenebrosa, de que el público llegaría á apreciar el descubrimiento, y de que sus exploraciones y grandes gastos serian remunerados.
¡A qué trabajos tan arduos y penosos tuvo que dar cima para hacer practicable la entrada de la cueva y su tránsito! ¡Cuántos meses, cuántos obreros y cuántos pesos empleados en esas obras! ¡Sobre mil toneladas de roca, ha tenido que romper y extraer de la cueva! ¡Tres semanas empleó en desaguar el lago por medio de bombas! ¡Y todo esto, sin saber si ese costo sería fructuoso!
El sr. Pargas, luego que concluyó esos trabajos, hizo una casa sobre la entrada de la cueva, y para bajar á ella una escalera de madera bastante cómoda, un puentecito para pasar al través de una gran hendidura, huella de algún terremoto que hubo en esa localidad, y practicó por último á pico en la roca varias escaleras, invitando luego al público á visitar su maravillosa cueva:
El público ha acudido con tal entusiasmo, que aquello parece la peregrinación á la Meca: tal es la concurrencia de visitadores, que el lunes 2 de este mes fui visitante de la cueva, y á las once cuando me retiré quedaban allí más de cien curiosos, y en el camino encontré más de cuarenta, unos en volante y otros en unos jamelgos, por cierto que eran aquellos como nueve ó diez extranjeros vestidos de paño, alegres y bulliciosos, que iba á escape con las piernas abiertas echados hacia atrás: al verlos grité: ¡Evohe! ¡Evohe! porque me parecieron unos Silenos.
Aficionado yo sobre manera á geología y mineralogía, vi meses pasados fragmentos de cristalizaciones de esa cueva, y como no se parecían á nada de lo visto por mí antes, y tos encontrase bellísimos, me vino la voluntad de visitar la cueva, y la visité en efecto, maravillándome aquella rica y primorosa variedad de cristalizaciones tan distinto en todo y por todo, de lo que hasta entonces habia visto y leído:
Trájeme algunas muestras de raro mérito en mi pobre opinión, aunque no descabellada, porque habiéndole enseñado esos échantillons á los sres. D. José Luis Alfonso, D. Domingo Arozarena y D. Domingo Ruiz, se admiraron, confesando que nada igual habían visto en sus viajes; y por demás está decir, que son ellos muy distinguidos viajeros.
Atormentábame gran tentación de escribir algo sobre las maravillas de la cueva, y de seguro que no lo habría hecho á no mediar razones poderosas de gratitud respecto del Sr. Pargas, que en demasía obsequioso conmigo, me ha obligado á tal extremo, que me ha parecido un deber pergeñar este artículo; pero queriendo, ya que de escribir tenía, interesar á mis lectores para que visiten esa portentosa creación, juzgué indispensable volver á ese magnífico y encantador palacio cristalino, donde el espíritu se siente señoreado por un sentimiento religioso y profundo, y donde, por decirlo así, se sorprenda á Dios creando estupendas maravillas con una gota de agua: ¡Maximis in Minimis!
Ya tomada mi resolución, apresuró su Cumplimiento; una circunstancia feliz y en todo extremo grata á mi corazón: el Sr. D. Domingo Ruiz, matancero educado en Alemania y avecindado en Caracas, infatigable viajero que ha visto el Niágara, trepado al San Bernardo, subido á los Andes hasta la silla de Caracas, que se halla á 11.000 pies sobre el nivel del mar, que ha visitado la Suiza y la Italia, y penetrado en célebres grutas, contemplando estático las bellísimas muestras de cristalizaciones de la cueva de Bella Mar que le enseñé, quiso ir á verla, y me ofrecí de muy buena voluntad á acompañarle.
Salimos, pues, de esta ciudad en domingo, pernoctamos en Matanzas, y á las cinco y media de la mañana del lunes nos dirigimos á Playa de Judíos y atravesamos el ferro-carril; llegamos á la finca del Sr. Pargas, venciendo las asperezas de la subida de una agria cuesta.
Sobrados de fortuna estuvimos en escoger el lunes para la escursion, porque el día antes había pasado por la cueva una tromba estudiantil; treinta eran, al decir del Sr. Pargas, los estudiantes de nuestra universidad que allí estuvieron, ¡Verdadera edición salmantina sin el manteo!
También supimos que habían estado ese mismo día varias personas notables de esta capital, y entre ellas el señor magistrado de la real Audiencia, D. Emilio Sandoval, y que recibió muy gustosas impresiones, observando los primores de la gruta.
Hállase la cueva sobre un terreno calizo madrepórico, que está á 460 pies sobre el nivel del mar, en el punto mas alto de una cordillera que viene de Canímar y va descendiendo á 300 varas de la cueva hacia el Sudoeste, donde la limita Playa de Judíos, la Jaiba al Sur y Pueblo Nuevo al Oeste.
Obsequioso y cortés estuvo el Sr. Pargas con nosotros: mandó encender las luces de la cueva, y en esto vimos llegar al Sr. D. Antonio Guiteras, director del célebre colegio la Empresa, que con dos niños suyos y cinco mas, sus sobrinos, venía á pié, sin embargo de que la cueva está á dos kilómetros de Matanzas, y que es necesario subir una cuesta bastante áspera y fatigosa: extremado fué nuestro gozo al tenerle de compañero y auxiliador, pues se hizo cargo del termómetro, así como el Sr. Ruiz de la brújula, quedando yo expedito para apuntar mis observaciones.
Al tañido de la campana, que daba el aviso de estar ya iluminada la cueva y repartidos, además hachones de cera y farolitos de mano, emprendimos la marcha y llegamos á la bella casita que protege la entrada, no del palacio de hadas, sino del magnífico templo en que el alma va á llenarse de la plenitud de Dios.
Al borde de la cueva, se orientó su entrada por el Sr. Ruiz, marcando la brújula el rumbo N. N. O., el Sr. Guiteras consultó el termómetro Farenheit, que marcaba 65 grados, siendo las siete de la mañana, y reinando una temperatura accidental, porque aun estaba neblinosa la atmósfera: cuando la niebla se despejó, soplaba el ardiente Sur, por cuyo motivo fué el día muy caluroso.
Descendimos por una escalera de madera de veintitrés escalones, que termina en una plataforma, parte formada del macizo de la cueva y parte fabricada de mampostería; allí hay un barandaje y un piso de madera de figura semi-circular, y nos fué preciso detenernos un momento, no solo para respirar, sino para contemplar el grandioso espectáculo que cautiva los ojos y embarga el espíritu.
Consultada la brújula y el termómetro, marcó la primera rumbo Este y el segundo 72 grados de calor. Hacia la izquierda se vé una gran extension algo oscura, la bóveda allí tiene 30 varas de ancho, el espacio que separa la pared de la plataforma es de 8 varas y la profundidad será próximamente de 10.
Hácia el frente se extiende un salón como de 30 varas al frente, 12 varas á la pared derecha y 10 á la izquierda, y aparece gran parte de la cueva iluminada por veinte faroles y lámparas, ofreciendo la vista mas bella y fantástica que pueda imaginarse: á la derecha se descuelgan algunas estalactitas y se levantan estalagmitas de color súcio, y hay una gran columna de la misma materia y color. Este salón es el mayor de toda la cueva.
La plataforma describe una curva hacia el Este, de manera que es necesario dejar la escalera á la derecha y continuar el rumbo N. N. O. algunas varas, donde hay una bajada con trece escalones, después sigue un plano inclinado en zig zag y se llega al puente echado sobre una hendidura horizontal de dos varas de ancho, profundísima, y que sigue una línea oblícua al Oeste:
Pasado el puente continúa el declive de trecho en trecho, y entonces aparece una gran estalagmita, que representa una matrona de nariz chata, de faz aplastada y bondadosa sonrisa, que está como envuelta en una manta y con las manos sobre el pecho, en ademan de recibir con agrado á los visitadores de aquella fantástica mansión. Hé ahí á doña Mamerta, dije á mis compañeros, que se adelanta obsequiosa á recibirnos, y los dos convinieron en que era ni mas ni menos una doña Mamerta aquel mogote.
Continuamos la ruta por un pavimento en parte estalagmítico, bajando nueve escalones de piedra y descubrimos detrás del macizo donde está la plataforma ya mencionada, una entrada y un gran número de columnas bastante altas: chorros como de cristal blanco cuajuado, y estalactitas colgantes: esa galería, nos dijo Pargas, aun no está abierta al público y contiene mas maravillosas cristalizaciones que las ya exploradas.
Aquí nos detuvimos para examinar esta parte de la cueva, y á distancia de seis varas de la pared derecha vimos un expléndido cortinaje que parecía de nieve, ancho como de seis varas del punto en que pendía de la bóveda, y que iba disminuyendo de anchura basta tener media vara; su longitud seria de siete varas.
¿Qué nombre le pondremos? me dijo Ruiz. — Llamémosle, contesté, el velo del Sancta Sanctórum, porque ¿dónde un velo mas rico, primoroso y bello, pudiera encontrarse para ocultar la majestad del Santo de los Santos á los ojos profanos que ese formado por Dios mismo? ¿Podrá el hombre acercarse jamás á tan suprema creación?
Seguimos en rápido descenso una vuelta hácia el S. E., llamando nuestra atencion una estalagmita de dos varas de altura, que semejaba un pelícano; el techo de la cueva era calizo y en este punto se ensancha el salón, porque allí se bifurca y principian dos galerías, una á la derecha y otra á la izquierda:
Apenas se llega al punto de la bifurcación, la impresión que se recibe es tan poderosa, que todos exclamamos: ¡Qué prodigio de belleza! Es que allí principia la cristalización de forma coraloidea, tan abundante como portentosa, pues llena casi todo el ámbito del fondo del salón y reviste la bóveda y paredes de la galería de la izquierda.
Esa cristalizacion, por una ilusion óptica, está envuelta en una neblina cándida y trasparente como el alcanfor, y al través de esa gasa de cristal, se ven en todas direcciones tubos de todos gruesos, ya rectos, ya encorvados, que se retuercen, se confunden, se ramifican, se rizan como una sutilísima escarola, se entretegen como una randa, se cubren de agujas horizontales y oblicuas, se afiligranan, en fin, tan pasmosamente, que la vista se fatiga ante aquel poliedro expléndido, que tiene la trasparencia y blancura del mas esquisito alabastro, que centellea á trechos como el diamante, descomponiendo la luz en mil y mil iris, y que tomando el rumbo del E. forma el seguido salón de treinta varas de largo, tres de ancho y dos de altura; el pavimento es estalagmitido, desigual, inclinado y en figura de camellon; antes de abandonarlo, consultamos el termómetro y marcaba 75 grados: habíamos bajado 100 pies.
En algunos puntos de esta galería hay trozos de pared y de techo desnudos de cristalización y solo á trechos estalactitas y estalagmitas de color blanco de porcelana, que salen de la formación coraloidea: hácia á la izquierda se vé, en una especie de recodo, una multitud de estalagmitas amarillentas, de una vara de alto y á distancia, con la proyección de la rojiza luz de los hachones, parecía aquello un grupo de siboneyes, que salían vestidos como Adan á recibirnos.
Termina este salón y continúa la galería sin presentar en su bóveda y paredes mas que una superficie de cocó y un suelo estalagmítico, producto, no de filtraciones, sino de corrientes de agua: á trechos, salen del medio de la pared izquierda, unas como hojas de heniquen muy anchas y largas y algo encorvadas, de color blanco porcelana y columnas trasparentes como alcanfor; aquí empezamos á subir siempre rumbo al E.:
Á la derecha hay un montículo de cocó y arcilla plástica en los respaldos de la pared: las gotas de agua que caen sobre esta arcilla, originan una cristalización grosera, pues es una costra amarillenta en su superficie y cristalina opaca en la cara inferior, y como la arcilla se ha resquebrajado en cuadrados irregulares, la costra presenta esos mismos cuadrados, siendo á veces la línea de separación hasta de una pulgada de profundidad: tomé un ejemplar de esa curiosa cristalización.
A la izquierda hay una gran cortina trasparente con magníficos pliegues, de color blanco porcelana: aquí bajo el terreno se encuentra á la derecha toda la parte inferior de la pared, un espacio de tres varas de largo cristalizado y blanquísimo, y al pié una fuente de agua mansa fresca, cristalina y de un sabor delicioso: tomamos unos tragos de ella y continuamos el viaje.
En el centro de la bóveda terrosa hay una mancha de cristalización coraloidea: al herirla la luz, apareció como encendida, y la llamé la Zarza ardiente de Oreb: en este lugar el descenso es muy rápido, abundan montones de tierra de jaboncillo; la senda algo interrumpida por grandes rocas calizas despedazadas: una de ellas tiene ocho varas de largo, cuatro de ancho y tres de alto:
La vista se detiene asombrada ante ese bloc madrepórico y se pregunta uno con espanto, sí se ha desprendido de la bóveda ó de la pared de la derecha. ¿Cuándo ocurriera eso? ¿Si se repetirán esos desprendimientos? Pero al examinar la techumbre, que allí es de caliza grosera, no hay indicios de semejante desprendimiento, y se sosiega el ánimo y el corazón presta nuevo aliento para continuar la exploración.
A pocos pasos de este titánico destrozo, principia la nueva formación coraloidea mas bella que la primera, porque hay grandes estalagmitas blanco de nieve, y empieza á subir el terreno sobre seis varas hasta, llegar á donde se halla la salida de la galería N. N. O.: el techo bajo y terroso con grandes espacios de cristalización coraloidea:
Á la derecha grandes copos bellísimos, que parecen de porcelana, agrupamiento gracioso de columnitas, cascaditas níveas; en el pavimento una gran meseta de cristal macizo, presentando en su superficie, algo convexa, líneas ondulosas en relieve á manera de greca, que revela no ser esa cristalización producida por gotas de agua, sino por la acción de una gran corriente: no sé si me equivoco al clasificarla de un pisolitho.
Cuando llegamos á ese tramo, sentimos el aire mas fresco, porque allí sale la otra galería que principia en el primer salón. Hicimos un alto de cinco minutos, y pudimos á nuestro sabor gozar del efecto de la luz de las farolas y lámparas que, suspendidas de la bóveda á trechos, derramaban una suave claridad, sobre aquellas mírificas metamorfosis de la materia inerte:
Nos sentíamos allí penetrados de un sentimiento profundamente religioso, sepultados en las entrañas de la tierra, separados de la comunidad de los vivos y sumergidos en un silencio vaporoso, interrumpido solo por el trabajo de los obreros misteriosos de aquellas maravillas, las gotas de agua que caían á millares, con una cadencia que tal parecía el ruido que hacia el tiempo rozando con las puntas de sus invisibles alas, las olas de la eternidad.
Nadie hablaba, ni aun los niños que estaban como atónitos contemplando tantos portentos: yo rompí ál fin el silencio, exclamando:
¡Oh soberano arquitecto del Universo! ¡Aquí estoy compenetrado de tu divina esencia! ¡Con una gota de agua has llenado de maravillas este pequeño espacio y arrojado cien problemas á la orgullosa sabiduría de tus criaturas, que cuando baje aquí armado de la mundana ciencia, osará explicar con sus atrevidas hipótesis lo que solo á tí es dado comprender!
Proseguimos nuestra exploración, y penetramos en otro salón que tiene cuatro pies de altura, por hallarse toda la bóveda revestida de cristalización coraloídea: el pavimento de esté salón tiene 16 varas de largo por cuatro de ancho, y es lo mas prodigioso que puede imaginarse: lo forma una cristalización en todo extremo caprichosamente bellísima:
Es un agrupamiento simétrico de vasos de cristal como du 25 centímetros de largo, 33 de circunferencia, cavidad prismática de ocho centímetros de diámetro superior y catorce de profundidad, cuyas caras presentan unas á manera de escamas inversas, como las hileras de dientes palatinos del tiburón: esos vasos á dos tercios de altura, se ensanchan hacia afuera como un centímetro, por su parte posterior, para formar una figura semi exágona:
Compuesta de tres lados de diez centímetros de largo, teniendo 13 de ancho el del centro, acanalado en aristas triangulares en toda su longitud, el de la derecha plano con siete centímetros, y el de la izquierda plano también con diez y seis y terminando todos en unas aristas rectas de un milímetro de latitud: y después otras tres aristas interiores paralelas de la misma forma, con una profundidad de ocho milímetros, y una anchura de cuatro: y luego siguen adheridos tres cuerpos huecos, el uno grande y los otros mas pequeños semejante á un crisol, embrión de esa forma tan peregrina: la otra mitad del vaso que debía completar esa como flor exágona, está truncada en parte y dentada en lo demás.
El pavimento todo de esta labor tan graciosa, rica y admirable, presenta un plano recto horizontal, como sí se hubiera tirado á cordel. El ejemplar que poseo, parece una gran flor, cuyo cáliz está entero pero cuya corola monópetala exagonal solo tiene la mitad. Ninguno de los innumerables curiosos que han visitado este expléndido salón tiene una idea tan completa de la magníficancia de esto pavimento pisólito, como yo, pues poseo ese precioso echantillons ó muestra, admiración de cuantos le han visto detenidamente: el Sr. D. Domingo Arozarena quedó asombrado examinándole.
Mis lectores pueden formarse una idea algo aproximada de ese bello espécimen, tomando una flor del chamico morado y cortándola por la mitad verticalmente hasta donde empieza á angostarse, y luego imaginársela cómo sí tuviese cuatro pulgadas de altura y veinte de circunferencia y fuese de cristal.
Ese mirífico pavimento, por el cual, sí hubiera podido extraerse de la cueva entero, un lord habría dado muchos centenares de libras esterlinas para enriquecer su museo, ha sido empero lastimósamente maltratado:
El Sr. Pargas, como fuese necesario pasar muy encorvado por aquella parte de la galería, en razón á ser allí sumamente baja la bóveda coraloídea, en vez de ensanchar el paso, destruyendo en parte la cristalización de la techumbre qué es tan copiosa en todos los salones, prefirió romper esté magnífico pisolitho. ¡Profanación Impía!
Verdad es que el Sr. Pargas se decidió á esto, porqué hay hombres cuya exageración llega hasta tener seis pies de altura, y como de esos fueron muchos á visitar la cueva y tenian que caminar como si jugaran á la sillita de Mambré y bajar demasiado la cabeza, apiadado Pargas de ellos y de las señoras que tenían que andar punto menos (y así anduve yo también la primera vez), para evitar tales desaguisados en lo sucesivo, hizo practicar un camino de 16 varas de largo, una de ancho y tres cuartas de profundidad, y perdió así, sin saberlo, una riqueza; ¡lástima, podía ver hacinados aquellos bellísimos cristales en pedazos pequeños, que ni aun acertó á sacar grandes trozos, y en cuya fractura hojosa y resplandeciente reflejaban las luces de nuestros hachones como en unos reflectores!
Triste yo y desabrido ante aquella desvastacion, me bajé á examinar el subsuelo y hallé, con sorpresa, que entre el pavimento no destrozado y el subsuelo también cristalizado y diáfano y brillante como si fuera de hielo, había un espacio de una cuarta, vacío hoy, y lleno de agua, cuando le vi en mi primera visita; observación que hice entonces por que el Sr. Pargas había hecho allí una escavacion de dos varas en cuadro.
¡Qué problema tan curioso no presenta la circunstancia de estar ese pavimento sobre una capa de agua y haber debajo de ésta otra de cristal! Dejo la resolución á observador mas competente que yo; lo único que me aventuro á creer es, que ese pavimento es un pisolito formado por una corriente de agua, lo mismo que el inferior; por su diafanidad vítrea, guarda estrecha analogía con las cristalizaciones bellísimas y estupendas que se hallan en el fondo del baño de la Inglesa y del Lago de las Dalias, llamado así por que está incrustado de dalias de cristal finísimo y resplandeciente.
Hay en este salón además de la sayuela, así llamada porque parece un vestido con el ruedo bordado, muy bellas columnas, arcos afiligranados, á cuyos primorosos arabescos no son comparables los tan celebrados de la morisca Alhambra: termina aquí el salón con treinta varas de largo.
Sigue una galería, cuya bóveda es de caliza, madrepórica con algunas impresiones de conchas; salteados se ven varias esbozos de cristalizacion coraloidea, que son muy interesante á la vista, bajo el aspecto del cómo principia, pues parecen ni mas ni menos, grandes redaños extendidos; la galería es bastante larga, oscura, y va estrechándose á llegar á un grupo de columnas trucadas, blanco porcelana, que se asemeja á un órgano, por lo cual tiene este nombre:
Abunda mucho la arcilla roja; la entrada por este punto tiene vara y media de alto y sobre cinco varas de largo, yo la llamé los Dardanelos; la bóveda sigue terrosa, el pavimento sumamente áspero y desigual: un montículo tiene á la derecha y luego baja á la izquierda el terreno estalagmitíco: allí está el célebre sepulcro, á la izquierda, rodeado de grandes montones de estalagmita, que hacen difícil la bajada:
Es el sepulcro una cavidad elíptica de dos varas de largo y dos de ancho, cristalizada, conteniendo agua y cubierta con una tapa convexa, tan trasparente como si fuese de cristal de roca: colócase allí una luz y esto ofrece una sorprendente, deliciosa y fantástica visualidad; el humo que se desprende de la lámpara con que se ilumina, ha ennegrecido un poco el centro; se le hizo la observación al guía, y contestó que todos los días se lavaba.
A la izquierda, y cerca del sepulcro, hay una gran parte del techo, revestido de la formación coraloidea, agrupamiento fantástico de columnas, de festones, de cascadas, chorros, hojas como de heniquen y un sofá todo blanco porcelana; á la derecha el pavimento, lleno de rocas en pedazos, y la bóveda de caliza grosera; después no hay cristalizaciones y el terreno tiene mucha inclinación y así sigue hasta llegar al Túnel.
Llámase así la entrada al salón de las Maravillas ó del Baño: al terminar la galería ancha y alta que veníamos describiendo, se estrecha un poco á la derecha y aquí se encuentra un pasillo abovedado que principia dentro de dicha galería, de dos varas de largo, siete varas y medía de altura y lo mismo de ancho, cristalizado solo en su lado derecho hasta la mitad de su longitud, en que ya continúa la cristalización coraloídea y por debajo de esa bóveda, casi encorvado, se pasa al salón de las Maravillas, por tres escalones abiertos en la roca: parece que la Divinidad quiere así preparar al espíritu para que le sea mas grata la impresión que causa aquella copia de resplandores derramados fantásticamente sobre las magníficas cristalizaciones de aquel salon cuando se penetra en él.
Allí vagan los ojos, deslumbrados por tanta luz, y la imaginación se eclipsa agobiada por tantos portentos: allí se recoge el espíritu, el labio enmudece y se cree uno en la presencia del Creador:
Allí fué donde cayeron de hinojos un jóven y una señorita extranjeros, y oraron bastante tiempo; ¡y quién no ha de orar allí! ¡Quién no se siente en aquel mundo de maravillas anonadado ante la majestad y poder con que allí se revela el Hacedor Supremo! ¡Allí fué donde nuestro digno pastor2 con ferviente y religioso asombro, levantó su diestra y bendijo aquel templo lleno del espíritu de Dios, ¡y, sin embargo, á este santuario le llaman salón de baile! ¡Profanación!
Después que pudimos volver de nuestro éxtasis, empezamos á ver en detalle las bellezas de aquel santuario: la bóveda, desde la entrada, riquísimamente adornada de esa cristalización de coral blanco porcelana, que forma el arco de la entrada, y á media vara de ésta, desciende vertical la hoja de una espada de media vara de ancho, en su base, y vara y media de largo: despuntada por uno que tropezó con su cabeza en ella, y que no se hizo daño gracias á que el golpe fué de soslayo y á la estructura hojosa de esa cristalización, llamé á esa espada la de Damocles:
Á la izquierda pende del techo una columna de una vara de largo y dos de circunferencia, lo mas peregrino y primoroso que pueda imaginarse: toda revestida de una riquísima labor afiligranada y con la transparencia del alcanfor: nada hay comparable á ese enrizado de piedra, á esas líneas espirales que acá y acullá se entrelazan graciosa y simétricamente á esas preciosas hojuelas repicadas, mas bellas que las que admiramos en los claveles de China.
Dos mil pesos le ofreció un caballero americano al Sr. Pargas por ella; el Sr. Pargas desechó la oferta, lo que habla mucho en favor de su buen gusto y desprendimiento. El señor Ruiz estuvo contemplándola á su sabor un cuarto de hora, y me decía: amigo, hé visto la Célebre Alhambra; aquellas labores peregrinas, comparadas á esto, son nada.
La pared de la izquierda es un laberinto de festones, columnas, arcadas y caprichos indescriptibles: allí está la fantástica figura que representa una jóven inclinada en ademan de llorar y con la cabeza casi oculta en un follaje de cristalizaciones coraloideas.
A la derecha, se halla una magnífica cascada de seis varas de alto y seis de largo, de color blanco porcelana, con reflejos vivísimos: llámase el Manto de la Virgen: no llega al pavimento, del cual dista una media vara escasa, terminando en puntas como flecos: introducido un hachon en el espacio vacío, se trasparenta: inclinándose uno para ver lo que hay detrás, descubre una extension de ocho varas ó mas á lo largo, y todo ese espacio es una formación maciza de esa cristalización, y el suelo está todo inundado de agua.
Mas adelante del Manto de la Virgen continúa la misma formación, y alli se halla el Baño de la inglesa dos varas hacia adentro; es necesario, para llegar allí, arrastrarse como un lagarto por un pavimento manando en agua: encuéntranse primero una fuente de dos pies de hondo, llena de cristalizaciones diáfanas, y en el medio hay una gran dalia de dos pies de diámetro, que parece un florón: yo le llamé la fuente del Nelumbio: algo mas adelante, está el baño donde se sumergió una señora inglesa ó americana, que estando enferma salió curada. También hácia este lado pende de la bóveda una cristalización semejante á un gran pulpo.
Este salón tiene veintidós varas de largo, como diez de ancho y sobre seis y media de alto: está á ochocientas varas de la entrada de la cueva, rumbo al Este, y el termómetro marcaba 80 grados de calor: el piso es llano: no pudimos averiguar, por falta de instrumento, á cuántos pies estábamos de la superficie: el señor Ruiz vió su reloj y eran las ocho y media.
A los diez y seis pasos de la entrada, sube el terreno dos varas: el pavimento es cristalizado macizo, después se estrecha, terminando en dos columnas, que yo llamé de Hércules.
José Victoriano Betancourt.
(Se concluirá)
Aquí se pasa á otra galería algo estrecha, cuya bóveda y paredes son de roca calcárea, el pavimento levantado del centro y con declive á los lados, arcilloso rojizo, algo lodoso: á las diez ó doce varas, hácia la pared izquierda, hay una cristalización de tres varas de ancho y seis de largo, que tal parece una cascada blanca de alabastro que se precipita en olas encrespadas:
Luego dos grandes orejas de elefante al lado y sigue una entrada estrecha, formando parte de ella una gran barba de cristal: después empieza un pavimento que parece de cristal macizo, de tres varas de largo, y cuya superficie revela en las líneas de relieve ondulosas, que es de la misma especie y de época muy anterior al que dejo descrito y destrozó el Sr. Pargas:
Á la izquierda hay una gran estalagmita monticulosa, y después en la bóveda un espacio de tres varas y en que aparece la roca de un bello color amarillo y bañada de una cristalización granugienta y brillante imitando el cristal de roca: aquí el pavimento es sucio y fangoso, muy desigual: á la Izquierda comienza, desde la tercera parte de la bóveda, revistiendo toda la pared, un follaje de coral blanco porcelana, y hacia el medio de aquella, entre festones preciosos, se abre una cavidad de dos varas de largo, en cuyo fondo se ven columnitas y otros adornos: ese hueco es un nicho de tan raro mérito, que pudiera servir de reservatorio en la expléndida capilla Sixtina.
Aquí el suelo es ya estalagmítico, ó al menos está la cristalización al descubierto, y cautiva la atención ver sobre su amarillenta superficie, montoncitos de cristalización coraloidea á manera de culebritas enlazadas, indicando así que han caído allí por un poco de tiempo gotas de agua, que la filtración se ha interrumpido y que aquella cristalización es de fecha muy reciente: la galería en este punto va estrechándose;
Se camina con dificultad por un pavimento de piedra caliza, áspero en demasía, con levantamientos y depresiones muy sensibles: la bóveda es de cocó, muy cavernosa en su superficie, y la pared derecha, con muchas anfractuosidades, en admirable contraste con la pared izquierda, donde una infinita variedad de cristalizaciones revela la virtud proteica del carbonato calizo, pues allí se hallan la estalagmitas y estalácticas, la forma coraloidea, los pisólitos y la prodigiosa, que forma la primera entrada al lago de las Dalias, pues cuando se llega allí cree uno estar á la orilla de un Océano que, embravecido, lanzó poderoso una gigantesca oleada, la cual, al estrellarse contra la roca en espumosos rizos, se congeló:
Al través de esta espumosa cristalización, blanca como la cera y trasparente como el alabastro, se penetra en este lago, mas portentoso que la gruta azul; hay dos entradas: la una se halla entre el magnífico grupo coraloideo, que tiene tres varas de largo y cuatro de altura, y se abre en el centro para formar un angosto y curvo túnel que sale al lago: el piso de este túnel se eleva tres varas sobre el de la galería; la subida es muy fatigosa ; se llega por él á una entrada de una media vara de alto y dos de longitud: tanto el pavimento como las paredes y bóveda, son de flores de diáfano y luciente cristal, á manera de dálias, y de sólidos, pequeños, prismáticos como almendras de cristal.
La otra entrada se halla á tres varas de distancia; interrúmpese allí la cristalización coraloidea por una media naranja de cristal trasparente, que tiene seis varas de alto por cuatro de ancho, y termina en una abertura semicircular de una vara en longitud y latitud. Habia, para penetrar por allí al lago, una escalera de mano de nueve escalones, la cual no llega á la abertura, de manera que era necesario alcanzar esa entrada, que dista una vara del último escalón, arrastrándose como un lagarto.
Yo probé á llegar á ella, pero era imposible; la redondez y lisura de aquella superficie no presentaba asidero á mis dedos, y mohíno y mal trecho tuve que bajar, lamentándome de mi mala estrella; pero mi guía, compadecido, me condujo entonces por la otra entrada, por la cual, aunque con tanto peligro como dificultad, me asomé al borde de aquel lago encantado.
Subí, no, trepé, vestido con mi flux de casimir, pero era imposible entrar con el paletó: el Sr. Ruiz, que me acompañó hasta el punto en que es necesario entrar como una culebra, tuvo la bondad de quitarme el paletó y empecé á arrastrarme por aquel tubo de cristal; logré que entrara la primera parte de mi individuo, pero la otra mitad no entraba, y á los esfuerzos que hice para ello solté los calzones, de manera que puede decirse que largué el pellejo como verdadero Majá;
El amigo Ruiz, que casi agachado presenciaba mi mala ventura, se desmorecía de risa, y me decía, “está usted pasando por el estrecho de quita calzones:” y á esto yo, clavándome las puntas de las dálias en todo el cuerpo, sudaba á mares, y casi asfixiado, porque el guía que me precedía estaba tendido á la boca de la entrada y con un hachón de cera que despedía mas humo que la chimenea de un vapor, me alumbraba el camino; yo le gritába: ¡que me ahogo, váyase con su hachón para el lago, y déjeme franca la salida de este difícil viaducto!
Entonces el guía penetró en el lago, hacia la derecha, y levantó en alto el hachon, cuya rojiza llama rieló en las aguas de aquel lago cristalino y en las paredes y bóvedas, tan resplandecientes cual si fuesen diamantes: asomado al borde contemplaba atónito tan maravilloso espectáculo, y allá lo lejos, como á treinta varas, descubría como un crepúsculo, por llegar allí ya débiles los rayos de luz del hachon.
Tiene este lago 60 varas de longitud, 32 de anchura, y hasta quince pies de profundidad por algunas partes: parece que en un tiempo fué un depósito de agua, como lo prueban ser todas las paredes y bóvedas, á semejanza de cristal de roca, y se crian bellísimas dálias, cuya diafanidad tanto admira y hechiza, que después se abrió paso por las dos entradas que dejo descritas, y que parecen á la vista como que al caer la masa de aguas se congeló de repente: en especial, la que tiene figura de media naranja y que se asemeja á la nieve teñida de suavísimo azul:
El fondo está también lleno de esas dálias tan diáfanas y bellas de que antes he hablado; de unos como pernos, cuyo tamaño varía de una á seis pulgadas de largo y una ó dos de circunferencia: de grupos de hojas semejantes á coronas de laurel: siendo el color de estas variedades como alcanfor. El Sr. Pargas me regaló una corona, con que obsequié al Sr. Ruiz, que presentaba la particularidad de estar toda cubierta de un polvillo amarillento, y en alguno que otro punto se presentaban facetas brillantísimas de media pulgada en cuadro.
Del techo de la bóveda pendían unos como jigantescos tulipanes que tuviesen la córola vuelta hácia adentro, de una vara de largo, media de diámetro en la córola en disminución hácia el punto de donde pendían y cuyo grueso seria do una pulgada. El Sr. Pargas tenia un ejemplar de tan peregrina cristalización en el escaparate de preciosidades que enseña en su casa, y aunque el Sr. Ruiz se lo compraba en una onza, para regalarlo al Museo de Filadelfia, lo refusó, manifestando que estaba vendido para el Museo de New-York.
Pero volvamos á mi tabuco, de donde todavía no he salido; aunque extasiado en la contemplación del fantástico lago, sentía un extraordinario calor y traté de salir para arrojarme al agua, pero mi guía me disuadió de ello, manifestándome que si había media vara de profundidad solo en la margen, después había hasta quince pies y podía pescar un reuma, y como no me gusta esa pesca, me contenté con tener sacada la cabeza de mi estuche de cristal, á guisa de gicotea;
Sí extendí la diestra y palpé aquellos pernos y aquellas dálias que allí crecían al amor de aquella linfa tan cristalina, y llevado en alas de mi imaginación poética, buscaba la náyade hermosa, moradora de tan encantadora gruta, y se me vinieron á la memoria los bellísimos versos del célebre poeta andaluz Pedro de Espinosa, de los cuales no quiero hacer burto á mis lectores, porque se repastarán sabrosamente leyéndolos:
Columnas mas hermosas que valientes
Sustentan el gran techo cristalino,
Las paredes son piedras trasparentes
Cuyo valor del Occidente vino.
Brotan por los cimientos claras fuentes
Y con pié blando en líquido camino.
Corren cubriendo con sus claras linfas
Las carnes blancas de las bellas ninfas.
Vido entrando Geníl, un virgen coro
De bellas ninfas de desnudos pechos.
Sobre cristal cerniendo en granos de oro.
Con verdes crivos de esmeraldas hechos;
Vido ricos de lustre y de tesoro,
Follajes de carámbano en los techos,
Que estaban por las puntas adornados
De racimos de alfójares helados.
Un rico asiento de diamante frío
Sobre gradas de nácar se sustenta,
Donde preñadas perlas del rocío
Al alcázar dan luz, al sol afrenta:
El venerable viejo Dios del rio.
Aquí con santa majestad se asienta.
Reclinado en dos urnas relucientes
Que son dos caños de abundantes fuentes.
Al leer estas sonoras y poéticas octavas no parece sino que el gallardo poeta á quien la morisca Antequera dió cuna, había penetrado en la Cueva de Bella Mar, y embelesádose con sus primores, poblándola con su ardiente fantasía de bellas Ninfas: yo, no tan venturoso como él, no ví en ella las tales Ninfas; verdad es que á haberlas no me las hubieran dejado ver.
Sin embargo de estar arrobado con la contemplación de tan divinas creaciones, aquejábame el calor y la sed, y nuevo tántalo, ni la sed ni el calor apagar podía, teniendo tan próximas aquellas aguas dulces, puras y cristalinas, cuyo grato frescor tan cerca de mí sentia: en necesidad, pues, de apartarme de aquel mágico palacio, empecé á arrastrarme hacia atrás con suma pena, hasta que logré desprenderme de aquel canuto, llegando á donde estaba mi amigo Ruiz, esperándome bastante zozobroso, pues temía, y no sin razón por cierto, verme salir de allí reumático cuando menos.
He vencido un trabajo de Alcides, le dije en saliendo: mucho se goza, amigo Ruiz, con la vista del lago, pero muchas penalidades cuesta, y diciendo esto le di algunos de los pernos de cristal que pude arrancar del fondo de aquel lago, en memoria del oportuno auxilio que me prestara: me devolvió mis prendas de vestuario, y revestido con ellas emprendimos el retorno, porque allí finaba nuestra exploración, pues aunque la caverna continúa no está aun explorada.
Al retorno tomamos la galería de la izquierda (que dejamos á la derecha entrando) y que comienza sin ofrecer pasto á la curiosidad, porque todo es calizo calcáreo, pavimento, paredes y bóveda y hay bastante oscuridad: á trechos se ven manchas de cristalizacion de coral; pero como á mitad del camino se halla en la pared izquierda una cascada de siete varas de longitud y cinco de latitud: color blanco porcelana aunque llena de facetas que reflejan la luz de una manera estupenda.
Eramos tres los que agrupados allí llegábamos: el Sr. Ruiz, el guía y yo, cada uno con un hachón de cera de tres mechas, que producía una llama de cinco pulgadas de altura y una base de tres pulgadas: apenas la luz de estos hachones reflejó en aquella masa de trasparente blancura de alabastro, la convirtió en un raudal de vivísimos resplandores, produciendo en nosotros una impresión indefinible: aparecía como cuando el expléndido sol de nuestro cielo tropical, cubierto por un grupo de cándidas nubes, las rompe y lanza torrentes de lumbre, sobre ellas. ¡Oh, qué vista tan grandiosa! ¡Cómo juega allí la luz, y se deshace en mil cambiantes de brillantísimos iris! ¡El Sinaí! ¡El Sinaí encendido con los resplandores gloriosos de Jehovah! exclamé lleno de religioso entusiasmo. ¿Por qué no encuentro aquí á Moisés con las tablas de la Nueva ley? Mi voz se perdió ahogada en aquellas regiones tenebrosas, sin despertar á los ecos, dormidos en las anfractuosidades de las cóncavas bóvedas.
Pasado el asombro, me acerqué á examinar aquella rica cristalización, y advertí que era de una superficie poco lisa, y toda facetada de un modo admirable.
Continuamos nuestra penosa ascensión muy fatigados, pues desde que se entra en esta galería, el terreno sube casi perpendicularmente, estrechándose el pavimento en el centro y con gran declive á entrambos lados; y si á esto se agrega que es muy desigual, se conocerá cuan molesta debe ser esa subida: poco nos deteníamos á observar; pero como á diez varas del punto en que termina esta galería, notamos hácia la pared derecha, y en una gran porción de su respaldo, cristalizaciones diáfanas: nos acercamos, y era todo un revestimiento luciente como de cristal de roca:
Los cristales eran unos paralelépidos desde cien milímetros hasta dos centímetros de largo, inclinados hacia todas direcciones; exagonales con cúspides prismáticas triangulares, de fractura vítrea; el calizo sobre el cual se implantaba esta cristalización era rosada y tan blando, que sin dificultad se arrancó un pedazo de seis pulgadas en cuadro, tan saturado de humedad, que se ensuciaban las manos con aquel barro.
Proseguimos caminando, y á medida que nos acercábamos á la boca de la galería se ensanchaba esta hasta el punto de presentar la bóveda una altura de cuarenta pies: hacia la derecha, parte de la techumbre y pared ofrece grandes estalactitas que, pendientes de aquella y saliendo de esta en dirección oblicua, se agrupaban fantísticamente;
Allí el suelo tiene grandes montones estalagmíticos, uno de los cuales puede tener cinco varas de alto, y en él hay un grupo de columnas truncadas, sobresaliendo una de cuatro varas, sobre la cual se subió el guia, llevando en la mano su antorcha, que levantó en alto para iluminar el fondo de la bóveda, cuajado de cristalizaciones resplandecientes; proyectábase allí el resplandor del hachón con tal bizarría, que se le antojaba uno ver grifos, aves, ya posadas, ya con las alas abiertas, monstruos marinos, y qué se yo con cuantas imaginaciones poblaba la fantasía aquella cóncava techumbre.
Nos separamos de allí, y al llegar al punto en que la galería sale al primer salon, apareció este tan pintoresco que hicimos un alto para saborear tan bellísima perspectiva: la luz allí de las farolas, y la de nuestros hachones, no era bastante á dar una gran claridad, pero sí la suficiente para el juego de luz y sombras: veíamos la senda que de la plataforma baja hasta la primera bóveda coraloidea, como una huella luminosa en zig zag, á la derecha el antro oscuro, dibujándose en él débilmente las grandes columnas y estalactitas colgantes en forma de copos, que ocupan todo el lienzo entre las entradas de la galería del Oeste y la que acabábamos de dejar: distinguíamos, al frente, el inmenso malacoff de doña Mamerta, el chispeante velo del Santa Sanctorum; el torrente de luz solar que entraba por la boca de la caverna y se derramaba en la pared del S. O., tan juguetona, que las sombras huian á ampararse de los repliegues de las estaláctitas de la pared del Oeste y del abismo, que constituye allí la profundidad de la espelunca: el efecto de esa vivida lumbre, que se lanzaba oblicua por la escalera para esparcirse tan coquetamente, es de todo punto indescriptible.
Alagado el gusto, que no saciado, dimos punto á tan deliciosa contemplación, y nos encaminamos hacia la plataforma, y en llegando á ella detuvímonos un breve instante para refrescarnos, pues habría sido peligroso salir de repente al aire libre.
Luego que pudimos hacerlo, salimos de aquel maravilloso laboratorio y nos dirigimos á la casa del Sr. Pargas para ver el museo de preciosidades que tiene y vende á los visitantes. Allí vió el Sr. Ruiz trozos cristalinos cuya parte superior era como una gran coliflor de diamantes: otros fantásticos de la forma coraloidea, y en fin, multitud de variedades de exquisita belleza.
Después trajo una caja, que contenia otra variedad de cristalizacion, encontrada en la galería del Oeste, la cual no visitamos por no estar abierta aun al público: nos quedamos poseídos de un asombro inesplicable al ver aquellos especimens: semejaban espigas de rabos da zorra, de un blanco porcelana, y la labor primorosisimamente delicada y tan microscóoica, que tal parecía un árbol de Diana: habla espigas de un candor trasparente como la cera ó alabastro, otras de un color de rosa muy suave, y otras con un tinte de color de acero en las aristas, pero tan tierno, que antojábasele á uno creer era debido á una fumigación rápida. ¡Qué desconsuelo sentimos al tener que retirarnos sin ver la galería que atesoraba esa cristalización! y ¡qué desabrimiento en no poder llevarnos un ejemplar siquiera de ella! Pero el Sr. Pargas no las vendía por entonces, y fué preciso resignarnos.
Permanecimos en la morada del Sr. Pargas hasta las doce, porque quiso otorgarnos la honra de que almorzáramos con él y con su amable esposa que, tan obsequiosa como bella, hizo los honores de su casa, de una manera tan cumplida que nos dejó encantados y agradecidos.
Almorzando estábamos, cuando empezaron á llegar visitadores, en carruajes y caballerías: y en un momento se llenó el comedor de ellos: allí estaban varías señoritas y caballeros confederados y no confederados: alemanes y alemanas: franceses, isleños, asturianos, catalanes, gallegos, andaluces, vizcaínos y criollos, unos de Matanzas y otros de esta capital: allí tuve el grandísimo gusto de ver á mi querido amigo el distinguido escritor D. Emilio Blanchet que ha regalado al público un articulo de notable mérito y copioso de poesía, sobre sus impresiones de la cueva, el cual por mi mala ventura, aun no he podido gustar: acompañaban á ese buen amigo, sus bellas señora y cuñada la señora doña Luisa Delgado; al Sr. Casañas con su ilustrada esposa, sus hijas é hijos políticos. Terminado el almuerzo escribimos nuestros nombres en el registro que allí tiene el Sr. Pargas, y partimos al fin sumamente regocijados de nuestra excursion, dejando mas de ochenta curiosos, que, en procesión, se dirigieron á la cueva.
Tal es la pobre descripción que ofrezco de esta novena maravilla, llamada la CUEVA DE BELLA MAR: todos los expléndidos íris de la imaginación mas poderosa y creadora, no son bastantes á dar una idea de aquella inmensa copia de portentosas cristalizaciones: y si he tenido la osadía de escribir sobre ello, sálveme con mis lectores la buena intención que he llevado de despertar su curiosidad, para que se dispongan á g0zar de las sublimes impresiones que señorean el espíritu al contemplar ese pasmo de Bella Mar, en comparacion del cual el Pasmo de Sicilia es un borrón.
Para el viajero algo instruido en ciencias naturales, la cueva es un gran libro de estudio, lleno de problemas que despiertan un enérgico deseo de investigacion, porque todo es allí asunto de profundo exámen.
Allí está la cristalización estaláctica y estalagmítica común con su carácter esfoliable de doble reflaccion, y solo un eje repulsivo, su aspecto translucido y amarillento terroso; su forma columnaria; allí están las formaciones pisolíticas, que constituyen ese pavimento primoroso de que ya he hecho mención: allí la cristalización coraloidea, que yo creí Aragonita, porque sus canales interiores no son verticales, sino en direcciones curvas, y su fractura me pareciera vitrea; allí los paralelipípedos romboidales de un eje y doble refraccion testura hojosa ó laminar de brillo vitreo, de los cuales poseo un precioso espécimen tan diáfano como un pedazo de hielo;
Allí las cristalizaciones horizontales en forma de dalias generadas en el fondo del lago y en las paredes y bóvedas donde estuvieron encerradas las aguas que le formaron: allí otros modos de cristalización, generadas en el lago y en la galería NNO., que salen del fondo en dirección inclinada, que se secciona plana y oblicuamente á su eje de testura hojosa, especie de sólidos parecidos á pernos, cuyo tamaño varia desde un céntimo de pulgada, que es el embrión, hasta 6 pulgadas de longitud y dos de latitud de forma exagonal y cuspide prismatica triangular;
Los he visto pequeños, semejantes á esas almendras de cristal de roca, llamadas colgantes de quinqué: los mayores, de aspecto traslucido por fuera y diáfano en el interior y en el plano en que se seccionan, presentando un brillo vitreo y manchas irrisadas;
Hallo, por último, grupos de cristales, ofreciendo numerosas formas cristalinas escuamiformes, lameliformes, aciculares, recticulares, espiculares, radiformes, ciliadroides, etcétera; las formas accidentales son también indefinidas: las hay estalagmíticas, estalactíticas, tubulosas y macizas, fungiformes, tuberculosas, mamelonares, globulosas, filiformes, algodonosas, miscrutantes, y en cuanto á su estructura dominan la hojosa y la vitrea: esta última me parece bien determinada en un pedazo coraloideo que poseo: la otra puede estudiarse en una muestra de la cristalización paralelípepida prismática triangular que extraje del fondo del lago de las Dalias;
Partí uno de esos sólidos, y obtuve un bellísimo ejemplar, que ofrece las dos caras paralelas de la sección, planas, de aspecto vitreo y á la percusion, [arece que se quebró interiormente: y presenta esa fractura un rombo inclinado, descansando sobre un paralelógramo romboidal que se halla en posición oblicua á dicho rumbo: este es de lo mas perfecto que puede encontrarse, y según la estimación de sus ángulos agudos y obtusos, hecha por un inteligente, sin el geníómetro, porque no le había, tenían próximamente 103° 5′ y 74°; como los cristales de caliza, puros, son susceptibles de esfoliarse en tres direcciones distintas: este espécimen presenta las esfoliaciones.
Y lo mas admitible es que se ven estas familias mineralógicas, asociadas bajo una misma bóbeda, cuya superficie es un calizo madrepórico; extraño problema que yo, por mi ignorancia en la materia no puedo resolver, y que puede estudiarse en varios puntos de la cueva, pero especialmente en el último salón llamado del Lago, pues allí hay una gran variedad de cristalizaciones, desde la coraloidea, hasta la que se forma en el seno de las aguas.
No menos llama la atención la abundancia de arcilla plástica rojiza, depositada en los respaldos de las paredes calcáreas: la hay también negra que parece cera virgen; de esa tomé un pedazo en la concavidad de una roca, que tenia la forma de un alero de tejado, á la altura media de la pared, y hallábase la arcilla en la parte inferior protegida por ese alero, sin que pueda explicarse cómo pudo llegar á aquella concavidad: esta arcilla es mucho mas á propósito que el yeso para modelar, y abunda tanto, que el Sr. Pargas puede sacar mucha utilidad, vendiéndola á los escultores en yeso de esta ciudad: en uno de los salones hay varios cantos grandes, formados de tierra de jaboncillo ó Creta de Brianzon, y otros de verdaderas marnas, que se rompían y pulverizaban entre los dedos.
Como yo ¡Pobre ostra adherida á la roca de mi querida Cuba, no he tenido otro alimento que el que me ha traído la oleada civilizadora de Europa, habla estudiado en los libros la formación coraloidea llamada Aragonita; y al ver la de la cueva, creí que era ella; pero hablando sobre mi sospecha con el distinguido sabio Reynoso, me dijo éste que era tan espato hislándico, como las estalactitas y estalagmitas que á su lado estaban y que él me enseñaría un ejemplar de Aragonita, el cual aun no he podido ver.
Es en verdad una cosa que preocupa mucho el espíritu, investigar cómo la gota de agua ha podido engendrar esas enredaderas de espato hislándico, determinando cristalizaciones aciculares horizontales y oblicuas en todas direcciones, agrupándolas como las púas de los erizos, y ofreciendo en fin, todas las modificaciones lineales, desde la espiral hasta el círculo: porque bien se comprende la forma redondeada de las estalagmíticas porque la gota, aunque cae vertical, va resbalándose y esparciéndose, desarrollando la formación estalagmitica; pero que esa misma gota salga de la vertical para formar como una bejuquera, es lo que yo no he podido comprender.
Para todos los que visiten ese mundo de maravillas, hay ocasión de contentamiento: el vulgo de los curiosos sa admira; el bello sexo se abandona á un éxtasis religioso, y los hombres pensadores se asombran y sumergen en una contemplación profunda, buscando con ávidos ojos lo que jamás verán; porque allí acontece que el espíritu, como que se separa del cuerpo y quiere volar hasta Dios, y á Dios busca queriendo encontrarlo entre los prodigios de aquellas estupendas creaciones, para consubstanciarse con él.
¡Oh, vosotros cualesquiera que leáis este boceto de los prodigios de la Cueva de Bellamar, si queréis sentir lo que nunca habéis sentido, id á visitarla: id, que allí está el fiat de Dios en esas sublimes manifestaciones, en esa creación de maravillas con una gota de agua, y otorgadme vuestra indulgencia por la osadía con que me he lanzado á dar cuenta de mis impresiones; pues si no he acertado á deleitaros con el narrar (achaque de mi indocta pluma), por lo menos, espero haber despertado vuestra curiosidad, premio azás harto para mi árduo empeño.
José Victoriano Betancourt.
Bibliografía y notas:
- Del francés: Muestras (N. del E.) ↩︎
- El Excmo. é Ilmo. Sr. D. Francisco Fleíx y Solans, hoy dignísimo arzobispo de Tarragona. ↩︎
- Betancourt, José Victoriano. “Descripción de la Cueva de Bella Mar en Matanzas.” La América, Feb. 26, 1870.
- Betancourt, José Victoriano. “Descripción de la Cueva de Bella Mar en Matanzas.” La América, Mar. 13, 1870.
- Betancourt, José Victoriano. “Descripción de la Cueva de Bella Mar en Matanzas.” Habana: El progreso, 1863.
- Guiteras, Eusebio. Guía de la Cueva de Bellamar. Matanzas, 1863.
- Personalidades y negocios de Matanzas.
Otras obras de José Victoriano Betancourt:
- Leyenda La Luz de Yara
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