Desde la Habana a Matanzas en el diario de John Mark (Diary of my Trip to America and Habana)
Miércoles, Octubre 29 (1884)
De pie a las cuatro y treinta empezamos con el tren1 de las seis hacia Matanzas para ver algunas maravillosas cuevas. Salimos puntualmente y tomamos por una calle pública sonando una campana para que la gente se aparte de la vía.
Al salir de la Habana avanzamos con buena velocidad y pocas paradas. Los rieles están bien colocados y los vagones construidos según el patrón americano, son todos de una clase, ventilados y bastante cómodos. La distancia es de unas cuarenta y seis millas2 y llegamos allí a las ocho y cuarenta y cinco.
Bajo un aguacero torrencial nos dirigimos para desayunar a un notorio hotel y a las diez nuestra volanta está en la puerta con dos buenos caballos y un negro postillón. Comenzamos entonces por las Cuevas de Bellamar3, distantes de unas tres millas. La volanta es un elegante y ligero carruaje para dos personas, con capota y cortina para protegerse del sol.
Se soporta en largas y delgadas barras cuyos extremos descansan en el eje balanceándose fácilmente de lado a lado en fuertes muelles de cuero. Las ruedas son de aproximadamente seis pies de alto, muy ligeras y hechas de los mejores materiales. Los caballos se colocan en semitándem para que el conductor, sentado desde el caballo cercano, pueda alcanzar y sujetar la brida del otro.
La primera parte del viaje por la hermosa bahía de Matanzas fue muy agradable, muchas de las casas eran pintorescas y bonitas, y cruzamos varios puentes fluviales. Se dice que la completa escena se parece mucho a Venecia. Después de dejar el borde de mar tomamos un camino áspero y pedregoso que llega hasta la cima de una colina.
Nuestro negro4 conductor se sentó en el primer caballo como si estuviera pegado a una ancha y poco elegante montura y transitó por cerca de una milla con las ruedas de la volanta saltando sobre enormes y lisas piedras incrustadas en el camino.
En un campo de la cima llegamos a la Casa de la Cueva5, un gran edificio de madera erigido sobre la entrada de la caverna. Desmontando fueron conducidos los caballos bajo un árbol con abundantes ramas para protegerlos de los intensos rayos del sol.
El guía nos asistió prontamente y nos aconsejó despojarnos de nuestras chaquetas por el mucho calor que se experimenta en las cuevas, y le agradecimos el gesto pues de sarga un fino traje de baño habría sido más confortable y apropiado que lo que conservamos.
Bajando una escalera en la primera cámara el guía y otro asistente nos preceden con antorchas encendidas hechas de ordinaria cera de abejas pardas, enrollada en gruesos palos de dos pies de largo se iluminan con llameantes mechas.
En este orden seguimos y seguimos a través de grandes cámaras abovedadas, con miles y miles de las más hermosas estalactitas y estalagmitas, desde bonitos colgantes en forma de carámbano hasta enormes troncos como los pilares de un gran templo. Algunas son casi transparentes, otras formaciones parecen grandes esponjas petrificadas de innumerables formas y tamaños, y los millones de cristales son de una brillantez deslumbrante.
Continuamos aún y aún más, abajo y abajo, a través de caverna tras caverna, y arco tras arco, todos hermosos por igual.
En todo el camino tenemos una senda tan seca como polvo de cal, buenas escaleras, puentes y pasamanos firmemente hechos. El calor era intenso pero sin ninguna sensación de humedad u opresión.
Cuando habíamos caminado a buen ritmo durante tres cuartos de hora pregunté si había algún final y el guía respondió que todavía quedaba un largo camino; continuamos hasta que estuvimos a casi tres millas de la entrada y algo más de quinientos pies de profundidad.
Al regresar tuvimos puntos de vista y efectos completamente diferentes, de modo que para nosotros todo parecía nuevo y diferente; la temperatura del casi baño turco era nuestra única incomodidad.
Al llegar a la boca de la cueva nos preguntaron si nos gustaría ver la nueva cueva, descubierta y abierta en los últimos dos años. De nuevo empezamos a descender por otra escalera en cámaras del mismo tipo, muchas de ellas tan hermosas, con delicadas estalactitas y cristales, que se ha hecho necesario proteger algunas de las más finas con barreras al estilo de jaulas con barras de hierro.
Esta cueva aunque en extensión no tan grande como la primera es si posible aún más hermosa. Para la comodidad y seguridad de los visitantes el propietario ha llevado a cabo en ambas grandes esfuerzos y gastos, en pequeños puentes, pasamanos y pasos labrados en la roca. Sólo queda añadir la luz eléctrica, la que sin miedo de estropear los cristales con humo daría efectos extraordinarios.
Habiendo pagado un dólar cada uno por la admisión a cada cueva y comprado algunos especímenes de cristales para llevar volvimos a entrar en la volanta y pronto estuvimos en la estación de Bahía para volver por otra línea del ferrocarril a La Habana. La estación de la Bahía fue recientemente destruida por el fuego6 y otra de una muy conveniente apariencia inglesa erigida, con cómodas salas de espera y una plataforma cubierta.
Dentro de la estación, al tomar los billetes, nos rodearon diez de los mendigos más miserables que jamás haya visto juntos; muchos de ellos eran miserables lisiados y, todos chinos.7
En la cantina pagamos tres chelines por una pequeña botella de cerveza lager y algunos dulces de azúcar de fabricación inglesa que fueron multados al mismo precio por libra, a pesar de que a menos de tres medios peniques por libra suministran las plantaciones de la vecindad inmediata miles de toneladas de azúcar crudo al año a América.
En el viaje por ferrocarril pasamos kilómetros de plantaciones de azúcar, bosques e hileras de palmeras, cacaoteros, plátanos, poinsetías y otras raras plantas de invernadero en plena floración, todo luciendo brillante y alegre como si fuera mitad del verano.
De los animales, los más notables eran grandes rebaños de ganado fino, un rico marrón oscuro en la espalda, con un sombreado a cervatillo que deleitaría a Sidney Cooper8; muchos de ellos estaban arando, y otros como buenos equipos tiraban de pesadas carretas. En un caso seis espléndidos bueyes en yugo de dos y dos tiraban de una pesada carga.
Las cabras eran abundantes así como las manadas de emaciados cerdos negros; las ovejas después del primer año en lugar de una capa de lana sólo tienen pelo corto como ciervo en barbecho.
Vimos grandes bandadas de blancos pavos y aves domésticas que son como las nuestras. De las aves silvestres las más numerosas y remarcables son unas aves negras9, casi tan grandes como las urracas y similares en vuelo.
En algunas partes el suelo es de un color rojo intenso y las patas de las mulas y bueyes están manchadas y enfangadas por él como si hubieran vadeado a través de rojo ocre.
Las viviendas son mayormente chozas miserables techadas con pencas de palma, y los niños que se ven corriendo parecen costar muy poco a sus padres en sastrería, costura y sombrerería.
En muchas estaciones al lado del camino mulas ensilladas en lugar de transportes rodantes esperaban a los pasajeros, en cada estación hombres y niños saltaron en los trenes y se precipitaron a través de los coches ofreciendo a la venta caramelos dulces, frutas, leche, mantequilla, queso crema, codornices vivas, biblias y por supuesto billetes de lotería.
La excursión del día a Matanzas dejó una impresión de novedad e interés, la que sin duda si el tiempo lo hubiera permitido deberíamos de haber extendido a un paseo desde Matanzas hasta el hermoso Valle de Yumurí. En la Habana, avanzada esa misma tarde10, hicimos un placentero paseo por los cuarteles militares11 que están en la parte superior de una eminencia rocosa, desde donde una imponente vista domina al país circundante.
Bibliografía y notas
- Sabemos que unos cuatro años antes del viaje del autor la Compañía del Ferro-Carril de la Bahía de la Habana tiene diariamente cuatro trenes establecidos entre Regla y Matanzas, saliendo el primero a las seis y cuarenta llega a su destino a las nueve de la mañana ↩︎
- Unos setenta y cuatro kilómetros. ↩︎
- Las Cuevas de Bellamar fueron casualmente descubiertas en 1861 y se convirtieron en una atracción turística que ha perdurado hasta la actualidad. ↩︎
- Entiéndase afrodescendiente. ↩︎
- Una interesante fuente de consulta es: Guiteras, E. (1863). Guía de la Cueva de Bellamar. Matanzas: Imprenta de La Aurora del Yumurí. Las Cuevas de Bellamar son Monumento Nacional y fueron cartografiadas por Antonio Núñez Jiménez en 1948. ↩︎
- Nos cuenta Mauricio Quintero en sus Apuntes… que en abril 15 de 1880: á las cuatro y media de la madrugada, se declaró fuego en la Mayordomía de la estación de García del Ferro-Carril de Matanzas, propagándose rápidamente al edificio en que estaba la Administración de la misma Empresa, Contaduría y Secretaria, situado al Este de la manzana que ocupa dicha estación, quedando totalmente destruido, así como el andén de pasajeros y salones para los mismos que componían el costado sur de la manzana. ↩︎
- Desde 1847 hubo una importante emigración desde China a Cuba la que en su inmensa mayoría correspondía a un régimen de semi-esclavitud y abusivos contratos. ↩︎
- Thomas Sidney Cooper (1830-1902): Pintor paisajista inglés y posible referencia a su obra llamada Cattle in the pasture. ↩︎
- Cathartes Aura, ave carroñera comúnmente conocida en Cuba como Aura Tiñosa. ↩︎
- Es posible que haya regresado en el tren que salía desde Matanzas a la una y once de la tarde para llegar a Regla (Habana) a las tres y veinte. ↩︎
- Posible alusión a la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña localizada en un promontorio que domina la bahía de la Habana. ↩︎
- John Mark. Havana to Matanzas. En “Diary of my Trip to America and Habana”. 2nd ed. (London: Simpkin, Marshall, & Co., 1885), pp. 59-64
Traducción y notas: Alfredo Martínez.
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