Las Fiestas del 20 de mayo 1913 en una Crónica al vuelo del Fígaro. Fue en este día la toma de posesión d el Mayor General Mario G. Menocal como presidente de la república de Cuba. Reemplazaba así al General José Miguel Gómez.
No se recuerda en Cuba de otro entusiasmo popular tan intenso, tan elevado, tan trascendental, como el exteriorizado en forma tan culta y vigorosa por nuestro pueblo durante las festividades del 20 de Mayo que acaba de pasar.
Desde los más apartados lugares de la República , vinieron visitantes a la Habana. De hora en hora los trenes llegaban totalmente abarrotados de pasajeros. Los hoteles fueron insuficientes.
Hubo necesidad de improvisar casas de albergue y aun así fué inmenso el número de viajeros que se pasaron las noches de claro en claro. La Habana duplicó en tales días su población.
Desde el día 19, la ciudad acentuó más su fisonomía de fiesta. Concluidos ya todos los preparativos y ultimándose los detalles del decorado, el pueblo esperaba ansioso, paseándose nerviosamente por calles y paseos, a que sonaran las doce de la noche.
En el Prado, Malecón, calles Obispo, San Rafael, O’ Reilly, Parque Central, Campo de Marte y Parque de la Punta la muchedumbre era compacta. El tránsito hacíase imposible…
Por fin sonó la medianoche. Un grito formidable, brotado de miles de pechos regocijados, hendió los aires, mientras las bandas de música esparcían en el ambiente sus alegres armonías y retumbaban los cañones de los fuertes y de los barcos de guerra surtos en la bahía.
Las sirenas de los vapores y fábricas, los petardos, los voladores, las campanas de los templos, pitos, gritos, aplausos, todo contribuía a hacer del barullo una cosa verdaderamente indescriptible, entre la que se destacaban vigorosamente las patrióticas aclamaciones a Cuba.
La misma explosión de júbilo se repitió a la hora de la salida del sol. Era la mañana de un día primaveral. Día diáfano, sonriente, pletórico de luz y de vida como si la naturaleza participara también de la justa alegría del espíritu de la nación cubana.
A eso de las diez y en momentos que en la plaza “Maceo” se congregaba el pueblo para realizar la manifestación en honor del General Mario G. Menocal, nuevo Presidente de la República, en el salón de sesiones del Senado se realizaba un acto imponente y simpático que conmovió en lo más hondo a todos los que lo presenciaron.
El Lcdo. Alfredo Zayas, Vice-Presidente de la República, hacía entrega de su alto cargo al Dr. Enrique José Varona, nuevo Vice-Presidente de la nación. Después del juramento de ley, rendido por el doctor Varona el doctor Zayas hizo uso de la palabra.
En frases vibrantes, llenas de altas y generosas ideas patrióticas, expresó bellamente la emoción que embargaba su espíritu en aquellos momentos en que al bajar del alto puesto en que lo colocara el voto de sus conciudadanos, dejaba en su lugar a otro cubano, a un hermano, a un hijo de la misma Patria, tan esclarecido, tan noble y tan prestigioso como el doctor Varona.
Dijo que nunca había sentido una emoción más grata para su espíritu de patriota y concluyó haciendo votos por la prosperidad y engrandecimiento de Cuba bajo la labor de los nuevos directores de sus destinos y por la ventura y progreso de las naciones extranjeras tan dignamente representadas en aquel acto.
Una atronadora salva de aplausos envolvió las últimas palabras del doctor Zayas. A esas palabras contestó emocionado el doctor Varona, con otras llenas de entereza moral al par que de elocuencia.
Mientras tanto, el Secretario de Estado, Sr. Manuel Sanguily, iba en un elegante coche de Palacio a traer desde su residencia al General Mario G. Menocal para que tomara posesión de la Presidencia de la República.
Una comisión de distinguidas damas de nuestra sociedad, fué también para acompañar a la digna esposa del nuevo jefe del Estado, señora Mariana Seva de Menocal.
Al pasar el nuevo Presidente por la plaza “Maceo”, un inmenso público, en delirante explosion de patriótico entusiasmo, prorrumpió en atronadores vivas y aclamaciones.
El General Menocal saludó a la muchedumbre profundamente conmovido y despacio, seguido de otros coches y automóviles en que iban representaciones de todos los clubs politicos, continuó su camino hacia la plaza de Armas, entre un verdadero mar humano que se agitaba a impulsos de de su incontenible alegría.
Las damas arrojaban flores al nuevo Presidente, quien las recogía lleno de agradecimiento, mientras el señor Sanguily, a su lado, como un gentleman británico, con su semblante grave y expresivo, contenía apenas la emoción que le embargaba.
Llegado al Palacio de Gobierno, donde ya lo esperaba el Mayor General José Miguel Gómez, el Mayor General Mario G. Menocal se dirigió al Salón Verde de la mansión presidencial.
Allí conversaron ambos prominentes políticos durante algunos instantes con sus amigos y miembros del cuerpo diplomático, y tan luego como llegó a Palacio el Tribunal Pleno del Supremo, pasaron todos al Salón Rojo que fué el escogido para verificar la ceremonia de la transmisión del poder.
Las doce en punto eran cuando el Presidente del Supremo tomó el juramento de ley al Mayor General Mario G. Menocal, nuevo Presidente de la República. Una salva de 21 cañonazos, disparada por las baterías de la fortaleza de la Cabaña, anunció al pueblo que la Conjunción Patriótica Nacional había asumido los poderes públicos de la Nación.
Acto seguido, los generales Gómez y Menocal salieron al balcón de Palacio que da frente a la Plaza de Armas y saludaron al pueblo allí congregado.
Las tropas presentaron las armas, rindiendo banderas, las bandas dejaron oír las notas de nuestro himno nacional y las baterías de cañones de nuestra artillería, situados en frente del Cuartel de la Fuerza, hicieron otra salva de 21 cañonazos.
El público, al ver a los dos ilustres cubanos que lo saludaban, prorrumpió en una delirante ovación, inmensa, imponente, atronadora, a tal punto que apenas se escucharon las salvas que hacían en aquellos momentos nuestros cañones.
Momentos después, el General Gómez, acompañado de su digna esposa, la meritísima dama señora América Arias de Gómez, cuyas bondades, sencillez y discreción han dejado como una estela luminosa en el Palacio Presidencial, y de su hijo el doctor Miguel Mariano Gómez, del Secretario de Estado Sr. Cosme de la Torriente y de un ayudante del General Menocal, tomaba un coche oficial para dirigirse a su residencia de la finca “América”. Los esposos Menocal salieron a despedirlos.
Apercibido el público de la salida del General Gómez, prorrumpió de nuevo en otra imponente ovación hacia ese meritísimo caudillo del Partido Liberal, cuya actuación política al frente de los destinos del país, cuenta ya con la más cumplida sanción del pueblo cubano.
En la plaza de Albear, el General Gómez y sus acompañantes, dejaron el coche de Palacio y se trasladaron a un automóvil para continuar viaje a la finca “América”. El pueblo continuó ovacionándole.
Por la noche, las iluminaciones dieron a la ciudad un bello y encantador aspecto. Parecía una ciudad de encantamiento.
Desgraciadamente los anunciados fuegos artificiales resultaron un fracaso. El Municipio hizo fiasco en ese número de un modo lamentable.
Casi puede decirse otro tanto de la función de gala en el teatro “Payret”. Hubo en ella, es verdad, mucha concurrencia distinguida; pero se notó muy sensiblemente la concurrencia de público anónimo, de gentes absolutamente desconocidas en el gran mundo social habanero.
El número que correspondió a los Bomberos en la plaza del Polvorín, ha sido de lo más notable en las festividades patrióticas. Nuestros bomberos, como siempre, han puesto muy alto su nombre en esta memorable ocasión.
Estamos algo más que satisfechos. Han sido estos, verdaderos días de júbilo patriótico para todos los cubanos.
Y como para que nuestra satisfacción fuera más amplia, nuestro protector, el gran pueblo americano, quiso también hacerse presente en estas alegrías de Cuba y envió para que lo representara una Misión Especial, compuesta de tres de sus personalidades más sobresalientes:
El general Crowder, Mr. Malone, tercer subsecretario de Estado de aquella República, y Mr. Bell. Tan
cultos y distinguidos personajes han recibido de parte de la sociedad cubana las más cariñosas y expresivas muestras de simpatía.
Terminadas las fiestas patrióticas, el espíritu público fijaba su atención en la labor de los nuevos gobernantes.
Estamos en el dintel de la realización de las promesas; las esperanzas que esas promesas despertaron en la mente popular, se agitan en estos momentos con la nerviosidad de las incertidumbres. ¡Es tan fácil caer del jardin florecido de la ilusión en el desolado yermo
del desencanto…!
Bibliografía y notas
- “Las Fiestas del 20 de Mayo. Crónica al vuelo” El Fígaro, Periódico Artístico y Literario. (Mayo 25, 1913).
- Personalidades y Negocios de la Habana.
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