El Hoyo de Monterrey la mejor Vega de Vuelta Abajo. Cuando al final de opípara comida, después de saborear una rica taza de café, encendemos un “puro de Monterrey” —que es el favorito de los fumadores— no sabemos la suma de afanes y cuidados que ha costado al agricultor, primero, al obrero más tarde, y al industrial, por último, convertir la burda planta sembrada en las faldas de lejana loma, en la torneada “corona”, artísticamente ataviada, que, displicentes, reducimos a cenizas, embriagándonos, antes, con su aroma.
Muchos, sin embargo, han querido librarse de esa ignorancia y han recorrido la feracísima comarca donde se produce el mejor tabaco del mundo. Nosotros hemos sido de esos y sabiendo que las vegas del Hoyo de Monterrey eran las que habían sido dotadas por la Naturaleza con el divino privilegio de producir la hoja más rica y más aromática, allá nos fuimos a conocer esa maravilla de la región vueltabajera.
Enclavada en el término municipal de San Juan y Martínez, el Hoyo de Monterrey constituye un extensísimo valle con los más pintorescos panoramas. Fué adquirido desde mediados del siglo pasado (XIX) por un español emprendedor y laborioso, el señor José Gener y Batet, que llegó a ocupar lugar prominente entre los magnates de la Administración española.
El cultivo de sus famosas vegas, y sobre todo, el riquísimo tabaco que producían, llevaron al señor Gener a dedicarse también a la manufactura, completando el industrial al agricultor. Abrió entonces en la Habana una gran fábrica, a la que puso por nombre La Escepción. Y fué desde sus comienzos lo que ha sido hasta hoy, una verdadera excepción en la excelencia de la hoja que trabaja y en el orden, disciplina y organización general de la casa.
Allí, en el propio Hoyo de Monterrey, supimos que la semilla del tabaco no se siembra directamente en la vega en donde luego florece, sino que se hace nacer en terrenos vírgenes, generalmente al pie de montes cerrados, y cuando tiene unas dos pulgadas de alto, se trasplantan a la vega. Es curioso ver las arrias de mulos cargados con enormes cerones llenos de “las posturas”, que es como se llama a las matas recién arrancadas, desde los semilleros hasta la vega.
Arrias y arrieros suelen ir calados de agua, pues para estas operaciones se necesita que la tierra esté muy húmeda a fin de que la planta arraigue y se espera, por tanto, a que llueva. ¡Suprema abnegación del guajiro cubano que ofrenda así su salud al éxito de la cosecha!
A los cuarenta días se le corta a la planta la parte superior de su penacho —la “corona” le dicen los vegueros— para que la exuberancia del florecimiento no perjudique la calidad y el tamaño de la hoja. A los pocos días,—el ojo experto del agricultor determina la oportunidad— se corta la planta entera por el tronco y cabalgando sobre largas varas llamadas cujes, son conducidas a la “Casa de Tabaco” a “curarse”.
Desde aquí pasa, en su sazón, a la “escogida”, en donde se le “despala” y se apilonan las hojas para que adquieran uniformidad, separando las que se destinan a “capa” con que se cubre el tabaco para elaborarlo y la tripa o entraña que le da espesor y es su combustible más eficaz. Ambas se envasan en unos bultos, que no sabemos por qué se denominan “tercios”, cubiertos con “yaguas” que se obtienen con la corteza de la palma real y son llevados de la vega al almacén, concluyendo así la vida campestre de la hoja para entrar en su existencia urbana, no menos complicada y difícil que la anterior.
Todo esto que hemos contado al lector en pocas palabras, es una síntesis de lo que vimos y oímos en el Hoyo de Monterrey; parece cosa fácil y sencilla, y sin embargo, sólo el que presencia el múltiple laboreo del tabaco y llega a penetrar todas sus operaciones sabe cuan delicado y difícil es ese cultivo.
Cuando la planta comienza a crecer hay que aporcarla tenazmente, limpiando con asiduidad la yerba que nace a su alrededor y que amenaza su virilidad. Y no digamos si el temible “bicho” cae a la hoja para horadarla y destruirla. Entonces se necesita una legión de sanitarios para montar los insectos y tener la energía de López del Valle para evitar que los insectos se propaguen convirtiéndose en plaga, lo que es, por desgracia, frecuente…
Por lo demás, la vega del Monterrey es un rincón del Paraíso. Nos explicamos que su actual propietaria, la señora hija de Gener —que reside actualmente en España— se encoja de hombros cuando le hablen de vender la maravillosa heredad.
Cuéntase que le han ofrecido una millonada. Pero hace muy bien la poderosa dama. ¿Qué millones necesita quien los tiene guardados en sus almacenes, a veces, hasta cuatro o cinco años, en forma de “tercios”, que esperan la época propicia para la manipulación?
Como la cosecha del tabaco no puede ser elaborada en el mismo año de su recolección, es necesario, en las grandes fábricas, como “La Excepción”, tener un enorme stock como dicen los financieros, o grandes depósitos, como decimos el resto de los mortales, de hojas para que ella sola y por medios exclusivamente naturales vaya curándose, es decir, poniéndose en condiciones favorables para su elaboración o manipulación industrial.
El stock actual de “La Excepción” no podría comprarse con un millón de pesos. Cuando la hoja sale del almacén, es decir, cuando se abre el “tercio”, todavía antes de hacer el tabaco hay que realizar una serie de operaciones complicadas y que sólo gente experimentada puede realizar. Estas operaciones nos fueron minuciosa y prácticamente demostradas bajo la dirección del distinguido caballero señor don José Lastra Canal, apoderado general de la señora Hija de Gener, quien lleva hoy sabiamente el gobierno de aquel palacio industrial.
Mojada la hoja al salir del engavillado del “tercio”, al recobrar su libertad, como si dijéramos, se despalilla, es decir, se le quita por las manos hábiles de lindas obreritas cubanas, la vara o palillo central, que amargaría al tabaco y haría difícil la combustión. Véase cómo la mujer siempre tiene en la vida la misión de quitar lo amargo.
¡Feliz la virtuosa despalilladora a quien ha tocado tan simpático papel en la industria del tabaco! La hoja, ya despalillada, va colocada en barriles especiales con respiraderos laterales y allí permanece todo el tiempo que el experto considere necesario para que adquiera el bouquet el aroma y el color adecuado.
Es este el momento más solemne de la industria y por eso el Departamento en que permanece encerrada la hoja, se le considera como el sancta sanctorum de la industria. De allí pasa a las manos del tabaquero, del artífice que lo torna en la multiplicidad de formas que conocemos, y por último, mujeres de dulce sonrisa los atavían con vistosos anillos y los colocan, por último, en las olorosas cajas de cedro, en que salen al consumo y van a la mesa del Emperador, o al bureau del banquero, o a los dedos inquietos del bohemio.
Cuando volvimos a la oficina de la Administración de aquella colosal Fábrica, no pudimos menos que felicitar al señor Lastra por el orden que reina en sus dominios, en su pequeña República. Trabajan allí más de mil hombres y nunca se oye una voz más alta que otra. Casi todos esos hombres son cubanos que trabajan en fraternal compañerismo con numerosos españoles, únicos extranjeros que han sobresalido en la industria del tabaco. Aquella colmena humana produce, al día, cincuenta mil tabacos.
La industria del tabaco está ahora más floreciente que nunca. Así lo asegura la estadística, ciencia que no se equivoca. Algunos pesimistas auguraban un desastre, a los fabricantes, fundados en que la guerra mundial impediría la exportación y ese contratiempo haría mermar la producción de un modo sensible.
Los hechos han desmentido esos augurios. Durante el año 1917 ha producido Cuba más tabaco torcido, más cigarros, más picadura que en los últimos veinticinco años y —¡asómbrese el lector!— casi toda esa producción nos la hemos fumado los cubanos.
Cerca de 371 millones de tabacos de diversas vitolas y 368 millones de cajetillas de cigarros salieron de nuestras fábricas en todo el año pasado y de esas enormes cifras fueron consumidos en el país 259 millones de tabacos y 359 millones de cajetillas de cigarros. Una sola fábrica de las que existen en la Habana vendió en un mes —en el de Noviembre pasado— dos millones y medio de tabacos.
Los anteriores datos no pueden ser más halagadores, para el cultivo y para la industria del tabaco. No es sólo el azúcar el producto de su rico suelo el que hace a Cuba envidiable y envidiada. También el tabaco le da fama y prosperidad, pues cuando se creía que su industria iba a sufrir una merma extraordinaria, se ha visto que el consumo interior es suficiente para sostener su producción en estado floreciente.
Está salvada la industria del tabaco para el porvenir. No le importan ya los problemas de su exportación y cuando cesen los horrores de la guerra y pueda ir nuestro tabaco a los mercados extranjeros en la extensión que su fama reclama, puede calcularse el auge que adquirirá una industria que ya el consumo interior puede sostener holgadamente.
Este porvenir que se vislumbra hace que el agricultor amplíe y refine su zona de cultivo, pues sabe que en un futuro no lejano la demanda de la aromática hoja dará un precio remunerador a sus afanes. Y lo mismo piensa el comerciante en rama, a quien hoy el industrial le arrebata la mercancía para elaborarla. Y también ganará el sufrido y abnegado obrero —eslabón necesario en la cadena de la rica producción— encontrando al cabo el premio a sus afanes, compensación a los duros tiempos en que su tarea sobre la mesa apenas le producía para el sustento…
Bibliografía y notas.
- “El Hoyo de Monterrey la mejor Vega de Vuelta Abajo”. El Fígaro Periódico Artístico y Literario. Año 35, núm. 6 y 7, 10 y 17 de febrero 1918, pp. 194-195.
- Fábrica de Tabacos La Excepción de la hija de José Gener.
- Provincia de Pinar del Río.
- Pinar del Río, ciudad y municipio por Santovenia.
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