
El puerto, las casas y las calles de Matanzas. – La Plaza de Armas y el Gobierno. – La catedral. – Los Matanceros, su carácter, sus aptitudes. – Los que se han distinguido en las artes. – La población y el comercio de Matanzas. – Los colegios, los teatros, la Sociedad filarmónica. – Los ríos Yumurí y San Juan. – El puente de Yumurí y Versalles. El Valle de Yumurí.[1] – Simpson. – Las Cumbres. – Pueblo Nuevo. – Partida hacia la Habana.
Después de una estancia de algunas semanas en Puerto Príncipe[2], don Pedro y yo nos embarcamos a bordo de un bonito bergantín español, el cual antes de dirigirse hacia otras villas debía hacer escala en Matanzas.
El bergantín era ligero, favorecido por una fuerte y suficiente brisa, llegamos prontamente al fin de nuestro viaje.
La villa de San Carlos de Matanzas, situada al fondo de una encantadora bahía, presenta a la mirada de los que llegan un aspecto agradable. Las casas que bordean el puerto, todas no teniendo más que una planta baja o un primer piso, están pintadas de colores alegres y parecen sonreír bajo los cálidos rayos del sol tropical.
Al borde del mar se extiende un extenso paseo plantado de pinos: es el Paseo San Severino[3], desemboca este a un fuerte que lleva su mismo nombre y corona la entrada de la bahía.
El terreno aquí no es llano como en Puerto Príncipe, desde nuestra borda, divisamos colinas y valles que añaden al encanto y a lo pintoresco del paisaje.
Tan pronto como desembarcamos, enviamos nuestro equipaje al hotel del Comercio[4] y, siendo la tarde y esperando la hora de la cena, nos dedicamos a recorrer la villa que ya conocía Don Pedro.
Inmediatamente me condujo al más hermoso barrio y me hizo ver las calles Contreras, de Gelabert, del Medio, del Río, etc.; las que siendo anchas y bordeadas de cómodas aceras solo están ornadas por casas de una sola planta, no ofrecen una arquitectura regular y se presentan a la vista con esos variados colores tan a la moda por toda la isla. La calle Manzano tiene sin embargo casas con primeros pisos.
Entre las calles de Gelabert y Contreras se encuentra la Plaza de Armas. Como en Cuba, como en Puerto Príncipe, vemos un parque rodeado por una reja, plantado con árboles, arbustos y flores, surcado por arenosas avenidas para paseantes. Los paseos están provistos de hospitalarios bancos donde gratuitamente podemos reposarnos, respirando el perfume de las flores y escuchando la música militar que llega tres veces por semana para dar conciertos nocturnos.
El Gobierno[5], que no tiene nada de notable y donde entramos por un instante, se eleva sobre esta plaza, pero la catedral no le hace frente como en Santiago.
Esta iglesia principal, dedicada a San Carlos, se encuentra algo más lejos, en la calle de Gelabert[6]. Simple en su exterior e interior, de una estructura en la que no sorprende preocupación alguna por el arte, no retuvo largo tiempo nuestra atención.
San Carlos y otra iglesia llamada San Juan[7] son las únicas de esta ciudad que tiene una gran extensión – porque sus casas son vastas y en general solo poseen una planta baja – y cuenta más de cuarenta mil habitantes[8]. Nos vemos obligados a reconocerlo, los Matanzeros (hijos de Matanzas) son mucho menos piadosos que los Cubanos y los Camagüeyanos. Es un aspecto distintivo de su carácter, y esta impiedad se concibe para sorprender en un pueblo que desciende de españoles.
Situados entre la capital y Puerto Príncipe, los Matanzeros tienen a la vez de Habaneros y Camagüeyanos. Sensibles, generosos, exaltados, son también muy inteligentes, bien dotados para las artes, para la literatura sobretodo. Sin embargo, las preocupaciones mundanas les hacen olvidar las prácticas religiosas; los bienes tangibles y perecederos de la tierra les son más queridos que las alegrías eternas prometidas en el paraíso. De espíritu algo positivo, balizan estrechamente su credulidad. Activos, inquietos, industriosos, son buenos cultivadores y buenos comerciantes.
Entre los Matanzeros que se han distinguido en las letras, se cita con razón a Emilio Tolón, Tula[9] y Milanés. Este último, poeta remarcable, que ha dejado obras impregnadas de gracia conmovedora, enloqueció al final de su vida.
Otros Matanzeros se han dado a conocer como músicos, entre los cuales solo citaré un nombre bien conocido en Francia: José White.
Muy niño todavía, un pequeño violín entre las manos, por sus sorprendentes facultades entusiasmaba a sus compatriotas. Cuando vino a París solo tuvo que presentarse en el Conservatorio para de preferencia ser acogido. Entró a la clase de Allard y salió seis meses después con el primer premio de violín. El público parisino bien sabe cuáles son los resultados que obtiene el Matanzero de su mágico instrumento.
Ahora José White recorre las dos Américas, y en ellas se hace aplaudir como un émulo de Sívori[10].
Matanzas se encuentra justo en la parte más fértil de la isla y sus habitantes saben sacar provecho de esta gran riqueza. El campo, bastante accidentado, es admirable y tiene la feliz suerte de no haber sido asolado ni por españoles ni por insurrectos. Lejos de la lucha sangrienta y encarnizada, florece ella en su esplendor y presenta un impresionante contraste frente a los campos devastados de la mitad oriental de la isla.
Matanzas ocupa ahora el segundo lugar comercial de la reina de las Antillas. Su comercio ha tenido una rápida expansión; hace muchos negocios, sobre todo con los Estados Unidos. Sin embargo la insurrección ha paralizado en parte el movimiento que a diario se acentuaba. La exportación de Matanzas se elevó hasta alcanzar quince millones de pesos, sea setenta y cinco millones de francos en azúcar, café, ron, melaza, tabaco, etc.
Don Pedro y yo regresamos bastante cansados de nuestra precipitada exploración. Sin embargo, después de una cena bastante sustanciosa aunque sin gran encanto y una buena noche, no quedó más que el recuerdo de nuestra fatiga pudiendo continuar nuestros paseos al siguiente día.
La ciudad tiene varios colegios bastante bien manejados, en los que se recibe una adecuada instrucción.
Tiene dos teatros: el antiguo, muy pequeño, situado en la calle de Manzano y el nuevo llamado Esteban que se levanta en la calle de Gelabert, Plaza de Colón, frente al puerto. Especialmente en esta última escena se representan óperas italianas y sobre la primera piezas españolas.
La Sociedad Filarmónica tiene su local, que se llama aquí el Liceo, situado en la calle del Río. Conciertos y bailes – como en Santiago – reúnen los principales personajes en este establecimiento, que no tiene que una planta.
Trazando dos líneas paralelas dos ríos atraviesan Matanzas y van a verterse al puerto: son estos los ríos Yumurí y San Juan.
Un puente construido sobre el Yumurí y que lleva su nombre mismo conduce a Versalles, un barrio muy rico donde abundan las casas de recreo. Es un lugar encantador donde se respira aire puro y se quisiera pasar la vida, entre bienestar y soledad.
Además de un gran cuartel también se han construido dos hospitales: uno militar, donde existe una capilla y otro para mujeres.
No lejos del puente de Yumurí se encuentra un valle, un precioso valle que recibió el mismo nombre, plantado de bellos árboles que dan una beneficiosa sombra es un paseo delicioso. Notamos una pintoresca cueva la que visitada placenteramente por todos los extranjeros, posee un cristalino hilo de agua que desde ella fluye y cae en cascada. Mientras examinábamos las magnificencias que nos rodeaban, alegres niños se divertían haciendo resonar los ruidosos y singulares ecos del valle.
Al salir de allí, por amor a los contrastes, fuimos hasta la cima de una colina nombrada Simpson desde la cual se domina toda la ciudad. Aquí se admiran las bellas casas de recreo que rodeadas de fragantes flores y escondidas bajo la sombra de los árboles eluden los ardientes rayos del sol, se goza de una espléndida vista; desde esta altura se abarca con un vistazo todo el puerto, los navíos, las embarcaciones de todo tipo que en todos sentidos le surcan, con los dos ríos que llegan para ofrecerle el tributo de sus límpidas aguas. Es en Simpson donde se situó la Casa de Beneficencia, un hospicio para grandes y pequeñas niñas.
Sobre otra elevación nombrada las Cumbres, se han sembrado ricas propiedades rodeadas de árboles, las magníficas casas de recreo.
Dos puentes, el puente de Baylen y el puente de San Juan, conducen a un barrio llamado de Pueblo Nuevo, donde se encuentran las dos estaciones del ferrocarril de la Habana. La antigua vía, por los rodeos que describe, tarda siete horas para hacer el viaje mientras que el nuevo solo emplea tres.
Matanzas tiene otras dos líneas de ferrocarril que la unen al interior y a Cárdenas, pequeña y muy comerciante villa que gozaba de creciente importancia antes de la insurrección.
En Pueblo Nuevo se sitúan vastos almacenes de azúcar y una inmensa refinería que pertenece a americanos. También destaca la plaza de Toros, lugar donde se libran los combates de toros y se anima en ocasión de grandes fechas.
Después de haber visitado Pueblo Nuevo nos vimos impulsados a recoger nuestros billetes en la nueva estación del ferrocarril, para la Habana.
Referencias bibliográficas y notas
[1] Las palabras que aparecen en cursiva o itálica, también conocidas en tipografía como bastardillas, aparecen igualmente impresas en el texto original bajo este formato, siendo en general utilizadas por el autor para subrayar palabras en castellano o nombres de lugares. En este caso particular se ha cambiado pues aparece en la obra como La Valla de Yumurí siendo Valle el término que se debió de utilizar.
[2] Puerto Príncipe: Esta villa fundada bajo la advocación de Santa María del Puerto del Príncipe principiando el siglo XVI es hoy conocida como Camagüey, en la isla de Cuba. De la ciudad de Matanzas en línea recta y por vía terrestre la separan unos 420 kilómetros.
[3] Paseo San Severino: El autor nombra así al Paseo de Santa Cristina. La alameda conocida en la actualidad como de Martí se encuentra situada en terrenos del barrio de Versalles y conduce hasta la explanada del Castillo de San Severino.
[4] El Hotel El Comercio: La Lic. Miriam Menéndez Alfonso en su publicación Los hoteles en la ciudad de Matanzas en los siglos XIX y XX cuenta que es esta en 1841 una casa de mampostería de tres pisos, inmediata al mar. En 1845 su dueño Mr. E. Babin agrega al hotel dos casas inmediatas.
[5] El Gobierno, se refiere así a la Casa Consistorial o Palacio de Gobierno situado frente a la Plaza de Armas o Plaza de la Libertad. El edificio se terminó de construir en octubre de 1853 y se instaló el reloj en su torre central en octubre de 1855.
[6] La calle Gelabert es actualmente conocida como de Milanés en honor al poeta José Jacinto Milanés quien vivió en la casa marcada con el número treinta y ocho y falleció en ella en 1863.
[7] Además de las iglesias de San Carlos y de San Juan Bautista existía en Matanzas la de San Pedro Apóstol en la barriada de Versalles, en funciones desde mayo de 1870.
[8] En el Censo de 1877, es decir un año después de la aparición de la obra, se muestra una población total de 87.760 habitantes, de estos son españoles 50.565 lo que acercaría a la cifra avanzada por el autor de 40.000 habitantes, nótese que deben de agregársele los extranjeros, asiáticos y afrodescendientes. No debe de olvidarse que la Guerra de Independencia, también llamada Guerra Grande o de los Diez Años aún no ha concluido en Cuba, lo que pudiera haber incrementado el número de habitantes en la provincia occidental de Matanzas.
[9] En el texto aparece como Turla, posible referencia a Tula, nombre por el que era conocida la poetisa Gertrudis Gómez de Avellaneda, nacida en Puerto Príncipe (Camagüey) tenía muchos admiradores en la ciudad de Matanzas, en ella fue coronada y agasajada.
- Piron, Hippolyte. 1876. XVIII. En: L’île de Cuba: Santiago – Puerto-Príncipe – Matanzas et la Havane. París: E. Plon et Cía., pp.259-267.
- Traducción y notas: Alfredo Martínez
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