Un nuevo triunfo para los artistas de Cuba es el Salón de Bellas Artes de 1920. La Sociedad de Pintores y Escultores ha dado un paso de avance en la consideración pública, pues el hecho de vivir agrupados elementos, de suyo tan retraídos y disidentes como los artistas, es ya prueba de que se ha comprendido que la cohesión es lo único que puede darles la victoria.
El nombre del meritísimo presidente de esta Sociedad, Federico Edelman y Pintó, debe inscribirse con letras de oro entre los beneméritos del Arte en Cuba: a su gran tenacidad, espíritu conciliador y devoción artística, se deben los éxitos de las brillantísimas exposiciones que desde hace cuatro años se vienen celebrando entre nosotros.
El Salón de este año no es tan brillante como los pasados. Nuestros pintores no han estado tan felices como otras veces y las obras expuestas no han despertado la admiración que en los años pasados se advertía en la crítica y en los comentarios del público visitador.
Lo mejor, en el Salón de este año, es el cuadro “Los Ciegos”, de Vega —ya conocido—; el cuadro “Dura Tierra”, de Valderrama y la admirable composición de Rafael Lillo, modelo de pintura decorativa.
En cambio, de lo que pudiéramos llamar la debilidad o flojera del Salón de este año, tiene el gran mérito de haber revelado a un joven y vigoroso pintor: Augusto Menocal. Las obras que este brillante muchacho presenta revelan un gran talento, una verdadera vocación artística.
El que lo hereda no lo hurta, y el joven Menocal es sobrino del ilustre maestro Armando, de su mismo apellido y del talentoso escritor Segura y Cabrera. El brío del pincel de Augusto Menocal anuncia a un gran artista.
En estas notas ligeras no podemos hacer una crítica completa del Salón. Oportunamente la pluma experta de un compañero escribirá en las páginas de El Fígaro un juicio razonado sobre el conjunto de las obras expuestas. Por eso no decimos nada de las obras de escultura que se exhiben y que, salvo las que llevan la firma de Mateu, no merecen apenas una mención.
Otro éxito del Salón de este año, que no debemos silenciar, es el de habernos permitido oír una vez más la palabra elocuentísima del doctor Bustamante. El discurso de este maestro de la palabra, la noche de la inauguración, es una pieza oratoria impecable.
De todos modos, los aplausos de El Fígaro son cálidos para el “Salón” de 1920 y espera que el de 1921 sea el definitivo para la consolidación y arraigo de estas justas artísticas en Cuba.
Bibliografía y notas
- “El Salón de Bellas Artes de 1920.” El Fígaro Periódico Artístico y Literario, Año XXXVII, núm. 7, 8 y 9, 1920, p. 143.
- Manuel Vega López en el Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba.
- Artes Plásticas de Cuba: Categoría.
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