La fábrica de tabacos Por Larrañaga se encontraba ubicada en la Habana, esquina de la avenida Carlos III número 713. Fue este negocio de los más antiguos de todos los independientes. Establecida en el año de 1834 por don Ambrosio de Larrañaga funcionó desde entonces sin interrupción, convirtiéndose, al través de toda esta etapa triunfal, en uno de los más firmes pilares de la riqueza cubana.
Regía la fábrica hacia 1917 el prestigioso industrial don Eustaquio Alonso, perito extraordinario en esta clase de industria. Español, nacido en Labiana, provincia de Oviedo, el año 1868, marchó a Cuba en 1884. Muy joven, casi un niño, formó su corazón y su cultura bajo el sol cubano, interesándose por la vida de la Isla, compenetrándose con ella y acabando por ser allí uno de los cubanos más verdaderos, heredero directo de la tradición clásica.
Contribuyó notablemente a darle este carácter la profesión de que hizo el eje y casi el culto de su vida. Al llegar a la Habana entró de aprendiz en la fábrica de tabacos de Bock, donde por su competencia y su laboriosidad y honradez llegó a encargado general.
En 1898 pasó a jefe de la fábrica “La Corona” donde también su labor fué señalada y en 1902 entró en la casa Partagás como encargado de la fábrica e interesado en los negocios.
En 1906 era socio colectivo de la casa Partagás y en 1913 habiéndosele designado presidente de la Sociedad anónima propietaria de la empresa “Por Larrañaga” pasó a encargarse de dirigirla.
Hombre que viajó por toda Europa y América consiguió hacerse de un nombre altamente respetado en el mundo de los negocios y en el de la banca. A la industria del tabaco está vinculada en Cuba una de las principales riquezas del país y aquella que más prestigio le dió en todo el mundo.
La palabra tabaquero no designa solamente en Cuba al obrero que elabora tabacos, sino que tiene algo del carácter reconocido en la Argentina a la expresión gaucho. En el alma del tabaquero, como en la del gaucho argentino, reviven las virtudes tradicionales y el espíritu clásico de la raza.
En este sentido y en el de gran figura de la industria, como se le llama soldado al general insigne, fue tabaquero el señor Alonso y gran director de la industria, de tal modo, que sólo con encargarse alguna vez de fábricas un poco en decadencia, las elevó en seguida a su esplendor antiguo.
Y tuvo en su carácter todas las virtudes del tabaquero de la leyenda, y entre ellas las admirables, y a cuyo impulso se fortalecen y engrandecen los pueblos, de la franqueza, la generosidad, la amabilidad, la modestia y la energía.
Su amor al país cubano, donde de tal respeto se le rodeó y pasó por una de las principales figuras de la industria que más enorgulleció al país, no le hizo olvidarse de España y sobre todo de su Asturias, habiéndola visitado varias veces y siendo su despacho y su casa particular algo así como un consulado, donde todo asturiano que llegaba al país encontraba en seguida protección y ayuda.
Este amor a la tierra lejana le hizo ser uno de los entusiastas fundadores del gran Centro Asturiano de la Habana, de cuyas Juntas directivas fue por más de veinte años vocal. Igualmente fue fundador de la Caja de Ahorros del Centro y vocal de la Beneficencia Asturiana.
Como hombre de negocios, presidió la Sociedad anónima “La Reguladora”, cooperativa de los fabricantes de tabacos, y fue vocal de la Unión de Fabricantes de Tabacos. Por su experiencia y sobre todo su gran concepto de las realidades, la opinión del señor Alonso era siempre altamente respetada en todas las empresas de las que formó parte.
Como antes hemos dicho, en 1913 pasó a hacerse cargo de la fábrica “Por Larrañaga”, que no necesitaba levantar por no haber decaído nunca su prestigio, pero donde su talento y su conocimiento de la industria podían reportar beneficios considerables. Y así fué.
La fábrica, siempre famosa, aumentó su popularidad desde entonces extendiéndose a todos los países. La reputación de los productos de esta casa era tan universalmente conocida e indiscutible como la del champagne Clicquot, las porcelanas de Sevres o de Sajonia y los tapices de los Gobelinos.
Un “Nacional” de Larrañaga llevaba en su solo nombre la mayor garantía de excelencia. Era el sumum del perfeccionamiento en la producción del tabaco, tanto para el lord de Londres como para el rico estanciero de la Argentina.
Este mercado enorme, que abarcaba el mundo entero y tenía los clientes más selectos de la industria, imponía necesariamente una administración complejísima, y a su frente una personalidad de competencia extraordinaria. Afortunadamente para la empresa, pudo llegar a regirla persona de tales prestigios, autoridad y competencia, que acaso puedan igualarse en Cuba, pero que no tienen, incuestionablemente, vencedores.
Manteniendo los prestigios de la marca Por Larrañaga hacía el señor Alonso obra de gran conveniencia. Los cigarros de esta casa circulaban por todos los grandes centros del mundo. Eran de los que fumaban con preferencia los príncipes de Rusia y los grandes duques de Austria, los clubmen de Inglaterra, los millonarios yanquis, los ricos terratenientes argentinos y los fuertes industriales de Australia.
La fábrica, en virtud de esto, envasaba sus tabacos con todos los detalles de elegancia que al consumidor de tan refinado producto era grato desear, tales como los monogramas de su casa o de su club, en los anillos. Entre los clientes principales de esta casa se encontraban el rey de Inglaterra Eduardo VII y el emperador de Austria Francisco José.
Una de las preocupaciones del señor Alonso al encargarse de dirigir la industria Por Larrañaga fué evitar las falsificaciones, convencido de que sólo en eso estaba el único y serio peligro para la producción.
De entonces data la innovación conocida en el mercado universal con el nombre de Selección de Banquetes para el gran modelo llamado Nacionales, persiguiéndose con esto que en los grandes banquetes y en las grandes fiestas donde la distribución de tabacos de la Habana era complemento obligado y brillante, pudiese el producto de la fábrica llegar a cada invitado sin pasar antes por mano alguna.
Este debía rasgar personalmente el precinto, abrir el envase de madera puesto al tabaco en la fábrica y asegurarse de tal modo respecto a la legitimidad de su procedencia. Y así se ha hecho.
Los “Nacionales, selección de banquetes” de la fábrica “Por Larrañaga”, se envasaban uno por uno en cajitas selladas y lacradas que les permitían conservar todo su aroma, a la vez que hacían imposible la falsificación.
Cooperaban con el señor Alonso en el Consejo directivo de la fábrica personalidades tan conocidas en el mundo financiero de la Habana y tan competentes en la industria del tabaco como los señores Antonio J. Rivero, vicepresidente; José Fernández Rodríguez, primer vocal, y Ricardo E. Rivero, segundo vocal, los cuales, propulsando los negocios de esta casa, a la vez que favoreciendo sus propios intereses, realizaban un gran servicio para el país en general.
Referencias bibliográficas y notas:
- Fábrica de Tabacos Por Larrañaga en Libro de Oro Hispano-Americano. Sociedad Editorial Hispano Americana, 1917. pp. 272-275.
- Personalidades y Negocios de la Habana.
Deja una respuesta