Lila Hidalgo de Conill y el Baile de Trajes en el Vedado el 12 de marzo de 1916 contado por Enrique Fontanills.
Cuarenta y ocho horas antes de la Fiesta de Lila Hidalgo:
Todo está ya dispuesto. La sociedad habanera se halla en víspera de una fiesta llamada a unisonancia excepcional. Fiesta magna. Como no se recuerda otra alguna de su rango y clase desde hace poco menos de un cuarto de siglo.
Un baile de trajes, así, con el fausto y esplendor del que preparase para la noche del domingo en la señorial mansión de dama tan elegante como Lila Hidalgo, no se celebra en la Habana desde aquel que ofreció en años anteriores a la guerra la nunca olvidada Amalia Conill de Pérez de la Riva.
Eran solo muchachas las que entonces, en la variedad de trajes de época y de capricho, hicieron gala de su arte, de su gracia y de su elegancia en los salones de aquella casa de la calle de Teniente Rey que guarda las memorias de fiestas deliciosas en los anales de los grandes sucesos de otros días.
Pero el baile del domingo sobrepujará al de referencia en un detalle de capital importancia. Las señoras, al igual que las señoritas irán de trajes. Es la consigna.
En los caballeros, y de modo especial entre el elemento joven, predominará el frac rojo, con calzón corto los más. Los pumps, como etiqueta novísima, suplirán al calzado de antaño.
¿No habrá frac azules? De cualquier otro color que fuese tendrían siempre alternativa, de seguro con los usuales, los fracs negros de la mayoría.
Algunos detalles de esta fiesta, precisados de antemano, son de conveniencia general.
La entrada será por la puerta principal de la hermosa quinta de la señora de Conill, esto es, por la calle 11 entre Paseo y 13.
Un criado, al llegar cada uno de los concurrentes, anunciará el nombre. Otro criado, entretanto, se dedicará a recoger abrigos, sombreros, pieles, etcétera. Criados ambos que, en su especial vestir, darán la primera sorpresa de la noche…
Se bailará lo mismo en el gran salón del comedor que en la nueva serre (invernadero), contigua al mismo, de que ha sido dotada la casa y para la que prepara el jardín El Clavel el más apropiado adorno de flores.
La orquesta de Bustanoby se situará en el comedor para llenar el programa de one step y fox trot en tanto que el sexteto de cuerdas que dirige el joven pianista Adolfo Rodríguez queda encargado, desde un ángulo de la serre, de ejecutar los danzones exclusivamente.
Habrá otra orquesta más. Es la del Jockey Club, con el maestro Cosculluela al frente, que estará apostada en los jardines de la quinta. Ejecutará, durante la noche, variadas y selectas piezas de un extenso repertorio.
Allí, en los jardines, se desarrollará la fiesta en múltiples y muy interesantes aspectos. Todas sus alamedas aparecerán con estraditos incontables.
Al aire libre la cena. Se ha escogido para servirla el espacio destinado al tennis con una gran mesa circular al centro y des tables (mesas), en número de cincuenta, distribuidas alrededor convenientemente.
En cada mesita, con un menú en cartulina finísima, habrá una corbeille (cesta) de flores. Y serán orquídeas, enlazadas con artísticos lacitos, las que decorarán la mesa central. Mesa con una bailarina, bajo arcos de luces, como símbolo. Y arlequines en torno suyo.
Una antigua ceiba que se alza en aquellos jardines y lo mismo los álamos, los laureles, las palmas, los árboles todos, aparecerán cuajados de foquitos eléctricos. Esta parte de la iluminación, lo mismo la del interior que la de los jardines, ha de ser en el baile del domingo uno de los capítulos que más han de contribuir a su lucimiento general.
Habrá de sorprender extraordinariamente el derroche de gusto que se hará, especialmente, en las combinaciones de luces de los grandes jardines de la quinta.
Pero aunque penetrado el cronista de éste y de otros muchos detalles, es de discreto sentir dejar a la sorpresa lo que solo, por un desapoderado afán de información, hubiera podido yo describir prematuramente.
Toda la Habana tiene concentrada su atención en esa fiesta. No se habla de otra cosa. Y la expectación reinante se aviva con los rumores de los trajes que, en variedad infinita, lucirán las damas de más alta distinción del mundo habanero.
En la nomenclatura de las toilettes pasan nombres que señalan rangos y fijan prestigios.
Y ya, cerrando estas líneas, escritas como anticipo del magno acontecimiento que se avecina, permítaseme que interpretando los deseos de la señora de Conill diga a todos la hora en que se abrirá la casa.
Es fiesta la del domingo que por su condición especial no podrá comenzar hasta las once. Así está convenido.
Enrique Fontanills. Viernes, 10 de marzo 1916…
La Fiesta de esta noche… Unas horas antes.
Fiesta grande. Es el baile de trajes que organizado por la señora Lila Hidalgo de Conill se celebrará en la suntuosa residencia del Vedado de la dama elegante y distinguidísima.
De su fausto, de su riqueza y de su esplendor puede responderse por anticipado. Todo, en cualquiera de sus aspectos, basta a garantizarlo.
Damas del más alto rango social se verán en la fiesta luciendo con los timbres de su hermosura el singular atractivo de la variedad de trajes infinitos.
Van de trajes también las señoritas más distinguidas del mundo habanero. Y los caballeros, en gran número, de frac rojo.
Se bailará en los salones. Pero la mayor animación de la noche culminará en los jardines de aquella quinta, llamados a ser con sus efectos de luz, entre los primores de un decorado espléndido, uno de los más hermosos aspectos de la fiesta.
Hasta después de las diez y media, y por la puerta de la calle 11, en la esquina de Paseo, no empezarán a llegar los invitados. Es la consigna.
La Grandiosa Fiesta de Lila Hidalgo de Conill anoche, domingo 12 de marzo de 1916 en el Vedado.
Vuelvo como de un sueño. Tras la fiesta que he dejado hace algunas horas, vibrante aún de animación, quedan agitándose en mi espíritu impresiones nuevas, no esperadas ni jamás sentidas.
Algo que si pudo forjar la mente, exornándolo y embelleciéndolo con maravillosas concepciones, se nos presenta en la evidencia de la realidad con caracteres de grandeza única, sin igual, incomparable.
No existen en los anales de nuestra vida social, por mucho que se busque y mucho que se investigue, precedentes de una fiesta como la que desde anoche deja unido el recuerdo de su magnificencia al del nombre de su afortunada organizadora, Lila Hidalgo de Conill, dama en quien parecen estar vinculados todos los prestigios, honores y distinciones de la sociedad del presente.
En el alto rango en que la aseguran su nombre, su historia y su posición está acompañada de los respetos y las consideraciones mayores.
La aman y la admiran todos, con rara unanimidad, porque saben el caudal de sencillez, delicadeza y bondad que atesora como el más supremo encanto de su figura privilegiada. Pronta está lo mismo a hacer el bien a manos llenas, con liberalidad que la enaltece, como a promover las más grandes iniciativas en un orden puramente social.
La señora de Conill, en quien los dones y méritos ya señalados se completan con los atractivos que a su persona prestan la juventud, la belleza y la elegancia, destácase entre nosotros con el ejemplo de esas grandes damas de las sociedades más opulentas que entre la suntuosidad de las fiestas que ofrecen nos sorprenden a cada paso con una nota de alta originalidad.
De los distantes chateaux (castillos) y de las lejanas villas nos llegan frecuentemente relatos que se nos antojan fantásticos a veces de bailes que se consagran en la especialidad de un capricho, de una moda, de una circunstancia…
Ha cabido a la sociedad de la Habana la suerte de disfrutar de una fiesta, primera de esa condición, en la que nada, por su fausto, por su riqueza y por su esplendor, ha podido desmerecer de las mejores de que se tiene noticia.
Así el baile de trajes que deja del Carnaval de 1916, en la festividad del Domingo de Piñata una memoria imperecedera.
La señorial mansión de Lila Hidalgo, una de las más hermosas y más modernas quintas del poético Vedado, guardaba ya para nuestra sociedad el recuerdo de aquella magna fiesta con que fué recibido el año 1914.
Por la de anoche, sobrepujándola en detalles incontables, ha sido, en realidad, deslumbradora.
Tuvo dos aspectos. Uno, en los salones con el baile en soberanía plena, y el otro palpitando en la animación reinante en los jardines.
Dispuesto había sido para el baile además del comedor, la nueva y amplia serre de que ha sido dotada aquella regia posesión. Una y otra pieza, en comunicación, aparecían decoradas bellamente.
De la serre, revestidos sus calados testeros con esas espigas de gladiolos y dalias que prevalecían en el adorno general de las paredes de la casa, colgaban jardineras en número de quince, donde abundaban las flores de suave tinte rosado.
Existe allí una fuente. Fuente de mármol de la que parecía desprenderse un brote de rosas entre ramas y entre flores que recibían la luz de ocultos foquitos. Era aquella serre, bordeada en su extremidad de plantas, el paso abierto a los jardines.
El aspecto de estos, bañados por una claridad espléndida, supera a todo lo que pudiera tener expresión en la frívola prosa de la crónica.
Cuajados de bombillitos eléctricos aparecían todos los árboles. De una vieja ceiba que allí, en un recodo, extiende su prelado ramaje, colgaban infinitos faroles chinescos.
La orquesta del Jockey Club estaba oculta bajo un kiosko en tanto que los profesores de Bustanoby y el sexteto del popular Adolfo Rodríguez se turnaban en el salón y en la serre, respectivamente, en un continuado y animadísimo programa bailable.
Fué en los jardines, en los terrenos del tennis, donde se dispuso el buffet froid (bufé frío) que hizo honor, por su esplendidez, al gran restaurant de Inglaterra.
En el centro, una gran mesa circular, cubierto el hueco por arecas y kentías escogidas entre las mejores del jardín El Clavel, que tuvo en el adorno floral de la casa la colaboración del buen gusto tan acreditado en los hermanos Armand.
Alzábase en lo alto una bailarina, bajo arcos de luces, que recibía de seis arlequines de los alrededores guirnalda de cintas. Arlequines que eran de tamaño natural, en número de seis, colocados en pedestales donde brillaban sobre el fondo verde cápsulas de luz.
Alrededor de la gran mesa circular se extendían petites tables (mesitas), hasta cincuenta, próximamente, luciendo corbeilles (cestas) de rosas diversas.
Abundaban las orquídeas. Se extendían las aristocráticas flores sobre la blancura de los manteles imprimiendo una suave nota de color, delicadeza y poesía.
Los menús estaban contenidos en unos libritos cuyas tapas embellecían acuarelas pintadas por Dulce María Barrero con la espiritualidad de su pincel magistral.
Copiar lo que en manjares y lo que postres, lo que en sorbetes y lo que en champagne encerraba el menú sería uno de los exponentes del grado de esplendor que revistió la maravillosa fiesta.
Un detalle. Servido todo admirablemente, a las órdenes del grand maître d’hôtel (maestresala) de Inglaterra, el café corrió a cargo de los dos criados que antes habiamos visto a la puerta, de turco ambos, y que eran Víctor Pedroso y Tomás Francia, pertenecientes a la servidumbre de antiguas y encumbradas familias.
Paso ya a lo más interesante. Grande como es la expectación por saber cómo iban vestidas nuestras damas me complaceré en dar una reseña que puede adolecer de pobre en la descripción, que no será brillante, pero que en cuanto a exacta y en cuanto a completa basta a colmar las ambiciones naturales del cronista.
La señora de Conill recibía a sus invitados, en consonancia con la fiesta, de traje. Vestía de bailarina rusa. La túnica de oro y tambien de tisú (tela) de oro los adornos de la chaqueta, que era de color verde, muy vaporosa.
Lucía joyas. Entre éstas, un collar de gruesas perlas, que representa una fortuna. Y un capirucho en la cabeza.
Dos criados de color, vestidos de turcos con una propiedad exquisita en los detalles todos de su tipica indumentaria, anunciaban desde la puerta, a viva voz, el nombre de cada concurrente, especificando al propio tiempo, el traje de las señoras al igual que el de las señoritas.
Llegó, de las primeras, la ilustre dama que es siempre esperada en todas las grandes fiestas por cuanto significa en ellas, además del realce de la presencia, su distinción personal.
¿Necesitaré decirlo? ¿Cuál otra podría ser que la interesante esposa del Presidente de la República? Se presentó la señora Marianita Seva de Menocal vestida con elegantísimo traje de baile. Y con peluca gris.
Cuando algunos de los que se acercaron a saludarla referíanse a la proximidad de su marcha recibían la grata nueva de haber desistido del proyectado viaje. Obedece esto, según pude informarme, a las noticias llegadas últimamente sobre una epidemia que parece declarada en muchos de los grandes hoteles de Nueva York.
La ilustre dama, resolviendo permanecer en la Habana, ha hecho pensar nuevamente en promover el asalto a la mansión presidencial que quedó en suspenso.
Me detendré preferentemente, al emprender ya de plano la relación, en hacer mención especial de las señoras que más sobresalieron por el lujo, el gusto y la novedad de sus trajes.
En primer término, Lolita Morales de Del Valle, que llamó poderosamente la atención por la riqueza extraordinaria de las alhajas que lucía. Iba de Reina de Francia.
María Leczinska, hija del Rey Estanislao, de Polonia, y esposa de Luis XV, revivió por una noche en la figura de la distinguida primogénita de los Marqueses de la Real Campiña. Joyas antiguas, de valor imponderable, las que llevaba esta dama. El collar espléndido.
Todo el delantero del vestido salpicado de gruesos broches de brillantes. Los aretes, largos, como las viejas arracadas, de ópalos y brillantes. Y fulgurando éstos, con el efecto de una constelación, en la hermosa corona que ostentaba prendida entre la empolvada cabellera.
El traje con que se presentó Susanita de Cárdenas de Arango tiene un valor histórico. Traje de Dama de la Corte de Luis XV conservado como una reliquia al través de largos años y que sirvió de modelo al gran pintor cubano Guillermo Collazo para el cuadro que en la Exposición de París alcanzó el primer premio. Era de azul plata. Y bordado todo primorosamente.
También iba de Dama de la Corte de Luis XV, resplandeciente de elegancia, la joven y bella señora Mireille García de Franca. Lucía preciosas alhajas.
Paquita Díaz, la Condesita de Torrubia, unía al supremo encanto de su belleza el lujo de su vestido de Princesa Oriental. Fue celebradísima.
De Princesa Oriental, muy graciosa y muy interesante, iba asimismo Merceditas Martínez de Robbins.
Una maja de Goya que fué la admiración de todos María Luisa Menocal de Argüelles. ¡Qué linda y qué airosa! Todo lo que llevaba, la alta peineta, la mantilla negra, el peinado, respondía fielmente al tipo. Un artista español, presente en la fiesta, el señor González de la Peña lo decía: — Admirable!
Su hermana, la ideal, la bellísima Ana María, era una fascinación. Iba de Diana Cazadora. Pasaba entre la concurrencia, flecha en mano dejando como estela los detalles de su alada, inspiradora figura.
María Gobel de Estéfani, de María Antonieta, llevaba un traje riquísimo. Todo en ella era exquisito. Agitaba entre sus manos un abanico de nácar y oro que adquirió su señor padre, coleccionista infatigable, con la garantía de haberlo usado aquella infortunada soberana. Un broche, que era una miniatura de la época, completaba la toilette de la señora de Estefani.
El traje de Emma Cabrera de Giménez Lanier, de India, era del más alto valor y ajustado en su confección a modelos que fueron extractados de algunas enciclopedias. La india americana, tal como la conserva la historia, tuvo encarnación anoche en la joven y distinguida señora.
María Teresa Sarrá de Velasco, de Persa, fué la admiración de toda la concurrencia.
La señora del Ministro de España, la siempre interesante Angela Fabra de Mariátegui, estaba de Oriental, resplandeciente de elegancia. Nada le faltaba. y como detalle curioso, entre la profusión de piedras y cuentas que recamaban su vestido, un collar de uñas de tigre, finamente pulimentadas, que guarda en su joyero como recuerdo de su estancia en Constantinopla.
Nota de ensueño y de poesía, entre el conjunto, Nena Ariosa de Cárdenas. Representaba la Noche. ¡Ideal!
De Egipcia, con una toilette preciosa, Merceditas Morán de Cárdenas. Llevaba un collar que es prenda antiquísima, de sus antepasados, con esmaltes en ónix primorosos.
Otra egipcia en la fiesta era Laura G. de Zayas Bazán.
En elogio de ambas damas, por el gusto y propiedad con que estaban vestidas, no tendría más que repetir las palabras oídas por el doctor Orestes Ferrara al caballero egipcio que figuraba anoche entre los concurrentes.
¿Su nombre? Abd el Messiah. Se encuentra en la Habana desde fines de la anterior semana y fué presentado a la señora Conill por el ilustre presidente de la Cámara de Representantes.
De Tosca, sin faltarle un solo detalle, elegantísima, Vivita Rodríguez de Pino.
Traje de Arabiam Prince, digno de singular mención, el que lució la Marquesa de Pinar del Río. Nada más artístico. Estaba todo bordado en canutillo y perlas, con pantalones de pailletes cubiertos por una túnica de tul ilusión con hilos de perlas hasta el borde, que formaban, sobre una piel obscura, menudas conchas.
Collares de perlas y brazaletes de oro en profusión. Los zapatos, con hebillas de brillantes, eran de tissu (tela) de plata. Y en la cabeza un adorno de perlas con un penacho de paradiss que remataba la majestad de la figura. Una toilette, en fin, de las más suntuosas que se hicieron anoche.
Así también la de María Luisa Gómez Mena de Cagiga, quien se presentó de Pastora Watteau, con un traje magnífico, deslumbrador. La firma de Lucile, en el espléndido robe (vestido) de la bella dama, basta como el mejor de los testimonios.
Merceditas Morán de Lawton, de Zafiro, era en el baile una expresión de gusto, delicadeza y chic. ¡Qué encantadora!
Faltaba allí quien había de ser su compañera, con traje de Perla, la señora del Cónsul de Rusia, pero esta elegante dama se vió impedida de asistir a la fiesta por haber venido el señor Regino Truffín enfermo, desde Manatí, a causa de un golpe que recibió momentos antes de su marcha al gran central de Oriente.
Llamaba la atención y era de las figuras más graciosas y más sugestivas entre el concurso Carmelina Guzmán de Alfonso. Iba de contrabandista. El traje, el sombrero de ancha ala, todo en su toilette se completaba bellamente con una magnífica manta, cedida a la linda dama, que se enorgullecía de ostentar la histórica prenda, por la nunca olvidada señora de Romero, Josefina Herrera.
Rosa Castro, la interesante viuda de Zaldo, con un traje que era copia exacta de un cuadro famoso.
María Dolores Machín de Upmann, de Griega, con traje blanco bordado en oro y manto verde. ¡Elegantísima!
De Arco Iris, un traje original, de gran gusto, Inés Margarita Ibarra de Olavarría.
Admirada era de todos una dama joven y bella, Loló Larrea de Sarrá, que de Princesa de la Noche, era un encanto, una inspiración. Otra de sus hermanas, Teté Larrea de Prieto, era una japonesa ideal. ¡Qué mousmé (chica de la palabra japonesa musume) tan aristocrática!
De Dama del Segundo Imperio, con un traje lindisimo, de tarlatana, Nena Valdés de Fauly de Menocal. Iba así también y era de todos elogiada a su paso Nena Pons de Pérez de la Riva. Tan interesante siempre.
Emelina Vivó, la bella señora del siempre querido confrère Miguel Angel Mendoza, descollaba por la elegancia de su traje. Traje magnífico que correspondía bellamente al personaje de Manón Lescaut en ella encarnado anoche.
Ofelia Abreu de Goicochea, en la que siempre hay que admirar un detalle de gusto, de distinción y de elegancia, se presentó en la fiesta con un robe (vestido) magnífico de Dama de la Corte de Luis XV. Llevaba joyas riquísimas.
Así también iban vestidas, rivalizando en elegancia, María Dufau de Le Mat, Elisa Pruna de Albuerne y Esperanza de la Torre Rodríguez Alegre.
Preciosa como un bijou (joya), Rosita Cadaval de Alfonso. Su traje era un modelo de la época dorada de Carlos II de Inglaterra. Nada más artístico.
Dulce María Junco de Fonts, de Dama del Segundo Imperio, Graziella Cabrera de Ortiz, de Novia Holandesa, Amelia Rivero de Domínguez, de Manón, Aida López de Rodríguez de Aldeana Holandesa, Conchita Fernández de Armas de Pierret, también de Pierret, Sarita Larrea de García Tuñón, María Luisa Sánchez de Ferrara de Maja, Mercedes Montalvo de Martínez de Mariposa, Panchita Pérez Vento de Castro de Reina, Juanita Ruiz de González de Manón y Graziella Ruz de Cisne.
María Teresa Herrera de Fontanals, de Oriental, desplegando gran lujo en su toilette primorosa.
De Sol, Juanita Cano de Fonts, de Novia Holandesa Leocadia Valdés Fauly de Menocal y de Girasol Teté Berenguer de Castro.
Y ya, por ultimo, María Radelat de Fontanills. De Oriental.
Las señoras, entre las que iban de sala, forman un grupo bastante numeroso.
Emilia Borjes viuda de Hidalgo, Rosita Echarte de Cárdenas, Lola Pina de Larrea, la Condesa de Buenavista, María Martín de Plá, Julia Torriente de Montalvo, América Wiltz de Centellas, María Carrillo de Arango, Blanche Z. de Baralt, Tomasita Alvarez de la Campa de Gamba, Rosa Rafecas viuda de Conill, Eugenia Segrera de Sardiña, Elisa Pérez viuda de Gutiérrez, María Arango de Etchegoyen, María Dolores Morán viuda de Diago, Esther Cabrera viuda de Ortiz, Amelia Castañer de Coronado, Angélica Barrio de Stern, Angelita Benítez de Collazo y la Condesa viuda de Macuriges.
Mrs. Pease, una distinguida lady, huésped de la señora de Conill. Y Mrs. Francis Burrall Hoffman y Mrs. Alfred H. Curtis con la gentilísima Miss Alice De Lamar, todas de Nueva York, pertenecientes a la mejor sociedad.
Señoritas ¡Cuántas de traje! Primeramente, Rosario Arango, de Princesa de la Corte de Carlo Magno, elegantísima. Su traje, un primor. La diadema que llevaba, digna de la majestad de su figura, era de esmeralda y perla.
Consuelito Ferrer, la linda Consuelito, era con su traje de Libélula la expresión suprema de todos los encantos y todas las gracias. No oyó más que aplausos. Por todas partes era llamada, para recibir un elogio, mi adorable primita.
Nena Rivero, una flor, representaba otra flor. Iba de Margarita. Así tan encantadora, fué la bella
y gentilísima primogénita del director del Diario de la Marina y una de las señoritas más celebradas
entre el conjunto.
De Hielo. Florence Steinhart, en su traje de una exquisita originalidad.
Julie la Guardia, preciosa. Iba la espiritual y bellísima Julie de Diosa Isis, muy vaporosa, alada como una estrofa de Musset. Rosita Sardiñas, de Diana Cazadora, cautivando corazones… Una turca adorable, era Nany Castillo Duany, señorita que anoche, como siempre, con su ideal belleza, era muy celebrada.
El Imperio de la Media Luna, a no ser por el doctor Guillermo Portela, hubiera podido intentar una reclamación. Para un rescate…
Regina Truffin, gentilísima, de María Antonieta. Dos hijas de la Condesa Viuda de Macuriges, presentes en la fiesta, eran muy celebradas. Una, Mellita, iba de Gallega, y la otra Carmen, que hacía su aparición en sociedad, de Gitana.
María Teresa Diago y Morán, que también hacía su primera presentación en los salones, iba, de Mariposa. Linda criatura. Otilia Llata, de Colonial, estaba fascinadora. Así también, de Colonial, una señorita para quien siempre hay en mi pluma una frase y un elogio. Es Luisa Laborde.
Miss Vanberger, la esbelta americanita, se presentó de Pintor, con un traje del mejor gusto, muy apropiado. Una Vendedora de Pájaros, saltada de las páginas de Vogue, la adorable María Larrea. Julita Plá, de Quiromántica, muy bonita y muy graciosa.
Adriana Alvarez de la Campa, de Cartomántica Griega era una de las señoritas que más llamaban la atención por el gusto y por la originalidad de su elegante traje ¡Encantadora!
María Francisca Cámara, de Persa, y su hermana Gracia, de Locura. Muy celebradas las dos. Nena Gamba, de Pastora de las Porcelanas de Dresden, resaltaba graciosamente con el encanto y la idealidad de su figura. Arrobadora, de Circasiana, María Antonia Oña. ¡Qué linda Conchita Gallarda figurando la Cintarella (Cenicienta) de la leyenda ítala!
Conchita Desvernine, de Pierret Adriana Párraga, de Pavo Real, María Alvarez Cerice, de Dama de Ia Corte de Luis XV, Leonor Diaz Echarle, de Japonesa, Sarita Gutiérrez, de Asturiana, Josefina Coronado, de Oriental, Adelita Baralt, de Otoño, Chiquitica de la Torre, de Contrabandista, Blanquita Baralt, de Desdémona, Julieta de Cárdenas, de Aurora. Loita Varona, de Dama de la Corte de Luis XV y también así, muy elegantes, Beatriz Alfonso, Bertha Gutiérrez y Conchita Pagés.
Julita Montalvo, de bailarina española, terciado el mantón de Manila con sumo donaire y gracia. Parecía una figurita escapada de El Príncipe Carnaval que nos da en Payret el gran Quinito Valverde. Elena de Cárdenas, de Princesa Persa, era muy admirada por su gracia, por su gentileza. Como siempre, al fin, la bellísima señorita.
Caridad Aguilera, de Cascabel, Yuyú Martínez, de Aldeana de la época de Luis XV, Anita Sánchez Agramonte, de Manola, y Seida Cabrera con un traje precioso do Dama de la Corte de Enrique IV. No olvidaré a una encantadora, a Elena Alfonso, que iba de Hada. ¡Muy linda!
El grupo de caballeros que asistió de frac rojo lo formaban Marco Carvajal, Rafael María Angulo, Elicio Argüelles, Gustavo Pino, Miguel Morales, Emilio Bacardí, Her. Upmann, Miguel Varona, el Marqués de Alava, Guillermo Lawton, Orestes Ferrara, Eddie Abreu, Ernesto Sarrá, Raulín Cabrera, Rafael Menocal, Manuel Jiménez Lanier, Petter Morales.
El Ministro de España, L. de Castro, Estefani, Enrique S. Farrés, Manuel Rodríguez, Fernando Conill, Clemente Vázquez Bello, I. Fantomy, Gaspar Contreras, Thomas Recio, J. Sousa, Pantín (hijo), Sardiña, Colás de Cárdenas, Enrique Soler, Mauricio Labarrére, Eloy Martínez, Agustín Goicoechea, Segundo García Tuñón, Ramiro Cabrera y Alonsito Franca.
No puedo extenderme más. Pero antes de concluir y ya, como la última palabra, una confesión.
Ha sido la de anoche la fiesta más grande que recuerdo en mi larga vida de cronista.
Así quedará, por su magnificencia, en un recuerdo imborrable.
Enrique de Fontanills. Marzo 13 de 1916.
Nena en Sociedad — En vez de Crónica Social: A Propósito de Fiestas por Lydia Cabrera.
Los periódicos diarios y las revistas semanales ilustradas han llenado sus crónicas con descripciones entusiastas o ilustraciones gráficas de dos grandes fiestas sociales que han señalado con fechas brillantes los fastos de nuestro desenvolvimiento social.
Tales han sido la recepción de la Sra. Lila Hidalgo de Conill celebrada en su fastuoso chalet del Vedado la noche del seis doce de marzo, y la que la Sra. Mina Pérez Chaumont de Truffin ofreció en su quinta de Buena Vista la noche del 18 de marzo (1916).
En ambas predominaron el buen gusto, la distinción, la riqueza, la esplendidez y sobre todo, el distintivo de nuestro medio familiar: la alegría efusiva, correcta y cordial.
Para los que en esos actos de asociación festiva buscan las manifestaciones del lujo y los placeres del trato selecto, cortés y amigable, las recepciones referidas fueron exponente supremo en ese orden de ideas: para el observador estudioso que relaciona cada acto con sus causas y con el medio en que se realizan, fueron la demostración acabada de que en Cuba se ha operado una verdadera transformación social y ha culminado el renacimiento de las costumbres cultas que habían agostado, alejado y hasta exterminado, las desgracias políticas.
La riqueza agrícola del país, fundada en el sistema de la esclavitud, permitió a los grandes y nobles acaudalados, de indiscutible cultura y de aristocráticos blasones, celebrar en Cuba fiestas verdaderamente regias que las antiguas crónicas describen en años anteriores a la desastrosa revolución de 1868. Los nombres de los Condes de O’Reilly, de Fernandina, del Marqués de Almendares de Miguel Aldama y otros, están brillantemente señalados en esas narraciones.
Cayeron con la destrucción revolucionaria las persecuciones, el trabajo libre y las crisis económicas, no solo la riqueza y las familias ricas sino el encumbramiento de clases menos cultas. Y en un largo período de penuria, de convulsiones y amarguras sólo a largos intervalos y con limitada ostentación se celebraron fiestas análogas a las que nos ocupan.
La República, la Libertad, han devuelto a Cuba el esplendor de la riqueza y las auras del bienestar general.
Volvemos a tener la riqueza en la familia cubana y las clases cultas.
Por eso se inician y repiten festividades tan gratas y selectas como las que ofrecen nuestros modernos Clubs, el Tennis, Country y el Yatch y culminan en demostraciones tan grandiosas y relevantes como las fiestas de las Sras. Conill y Truffin.
El progreso político, económico y social de Cuba han tenido en ellas su corolario. El triunfo de la Revolución (1868-1878 y 1895-1898) está señalado en ellas. Los cubanos forman un pueblo culto, distinguido, tan alto en estos conceptos como los pueblos más ricos y civilizados de la tierra.
Las Sras. Hidalgo de Conill y Pérez Chaumont de Truffin, reuniendo en sus hermosas y respectivas mansiones, a lo más selecto de nuestro medio social y festejandolo con todos los elementos de su riqueza, de su fausto y de su gusto, ofreciendo a nuestras hermosísimas damas ocasión de ostentar su belleza y sus maneras delicadas, a los caballeros su distinción y a los extranjeros ocasión de apreciar lo que somos y valemos, han sido y son unas servidoras eminentes del país, unas grandes patriotas.
Como cubana las admiro, las aplaudo y las felicito.
Nena (Lydia Cabrera)
Bibliografía y Notas
- Fontanills, Enrique. “Habaneras: El Baile de Trajes.” Diario de la Marina, vol. LXXXIV, 58, Marzo 10, 1916, p. 5.
- Fontanills, Enrique. “Habaneras: La Grandiosa Fiesta de Anoche.” Diario de la Marina, vol. LXXXIV, 60, Marzo 13, 1916, p. 5.
- Cabrera, Lydia (Nena). “Nena en Sociedad – En vez de Crónica Social.” Revista Ilustrada Cuba y América, Marzo 1916.
- “Álbum de Cuba y América.” Revista Ilustrada Cuba y América, Abril 1916.
- Zayas Rubio, Lynne. “Tipologías constructivas de las residencias del Vedado de finales del siglo XIX y siglo XX. Caso de estudio: casa de Emilia Borges.” Sociedad Española de Historia de la Construcción, http://www.sedhc.es/biblioteca/actas/109_Lynne%20Zayas%20Rubio.pdf. Accedido Abril de 2022.
- La Vida Social de la Habana y las Grandes Fiestas en 1916.
- Personalidades y Negocios de la Habana.
Deja una respuesta