Juan Bellido de Luna. Periodista batallador que, cargado de años, acaba de extinguirse, deja un nombre que guardará la historia de nuestras revoluciones para que en esta tierra se le pronuncie con respeto y con cariño.
Desde antes del 68, ya Bellido de Luna figuraba en las conspiraciones y movimientos abortados que preparaban, digámoslo así, el alzamiento general de los 10 años. Al estallar éste, el ardiente revolucionario se trasladó á los Estados Unidos, no tornando á Cuba sino cuando ésta era ya una patria, después de caída para siempre la bandera del poder que la oprimía.
En aquel largo espacio de tiempo no cesó un momento de luchar con la valiente pluma en favor de la causa á que había consagrado la vida entera.
Todos recuerdan su periódico La Independencia, en Nueva York, y aquellas agrias polémicas con los periodistas españoles allí establecidos, que terminaron con el duelo pactado entre él y Ferrer de Couto, duelo á que no pudo concurrir por haberlo arrestado la policía al embarcarse; pero que siempre se verificó, tomando Pío Rosado el puesto de su ahijado preso é hiriendo á su adversario tan seriamente, que éste al poco tiempo falleció.
Ha sido, como patriota, fervoroso é irreductible, y como hombre, altamente estimable por su carácter leal y puro, por su trato ameno, por su devoción á la amistad. Muy versado en la historia de nuestras luchas, su memoria era un asombroso caudal de recuerdos vivos y seguros.
Muere en vísperas de la realización de su eterno y noble sueño, dejando, como adiós último, unas líneas para El Fígaro sobre el acto del 20 de Mayo, en que su corazón de cubano se desborda.
El Fígaro se asocia á esta pena que podemos llamar nacional y envía á sus familiares la expresión más sentida de su pésame.
Escritas las anteriores líneas, una ilustre escritora nos remite las últimas palabras del patriota.
Es un conmovedor ULTIMO ANHELO
La víspera de su muerte, parecía reposar D. Juan Bellido de Luna, y Lola, su señora, que á la cabecera velaba, le oyó decir:
—¡Qué linda!
—Luna ¿Qué cosa es linda? —preguntó ella.
—La bandera cubana.
—¿Cómo la ves si tienes cerrados tus ojos?
—¿Tú no sabes que hay dos vistas? —Sí —Pues yo la veo con el alma.
Al día siguiente, habiendo entrado un poco en delirio, decía:
—¡Cómo flota…!
A. C. de G.
Bellido de Luna1
Ha caído al fin rendido por penosa dolencia, allá en la pintoresca villa de Guanabacoa, el patriota integérrimo, señor Juan Bebida de Luna.
Su vida cubre las dos terceras partes del pendo siglo y acaba de rendirlo en los principios del siglo nuevo, en vísperas de constituirse la República de Cuba, por cuyo ideal de libertad é independencia realizó constantes esfuerzos desde la hora en que lleno de valor y patriótico ardimiento desembarcaba en la atrevida expedición del general Narciso López, hasta el momento en que lo ha sorprendido la muerte, entregado á la obra generosa de fomentar la cultura intelectual de su país.
Prestó su concurso á Céspedes en 1868 y á José Martí en 1895.
Descanse en paz el insigne patriota que tanto y tan bien supo trabajar por la causa grandiosa de las libertades patrias, y reciba su desconsolada viuda, la expresión sentidísima de nuestra profunda condolencia.
El cadáver del Sr. Bellido de Luna ha sido trasladado esta mañana á la Casa Consistorial de Guanabacoa, donde ha sido tendido, en el salón de sesiones de aquel Ayuntamiento, que le hará los funerales.
El entierro se verificará mañana á las ocho de la misma.
La Nota del Día desde el Diario de La Marina en enero de 1902.
El Sr. D. Juan Bellido de Luna, vecino de Santo Domingo 31, Guanabacoa, y Jefe de Negociado en la Secretaría de Estado y Gobernación, publicó ayer una carta en El Mundo, tan llena de odio y de veneno contra los españoles aquí residentes, que si en vez de ser dicho señor un simple empleado del general Wood, fuese el Presidente electo de la República cubana y esta no estuviese garantida por la enmienda Platt, sería cosa de que pensásemos en ir haciendo la maleta.
No quisimos hacernos cargo ayer de dicha carta, porque por la noche debía celebrarse en Tacón el beneficio de los Huérfanos de la Patria y pareciónos que ninguna culpa tenían los niños cubanos que se hallan en la orfandad, de que á un patriota, que cobra pingue sueldo del Gobierno Interventor, se le ocurriera emplear los ócios de la oficina en insultar á una parte respetable de esta sociedad, precisamente en los momentos en que todos, cubanos y españoles, se disponían á ayudarlos.
Para el señor Bellido de Luna los españoles fueron y son en Cuba la mayor de las calamidades; no han dedicado jamás ni la más mínima parte de su fortuna á ninguna obra de utilidad pública; se apoderaron de todo, dejando en la miseria á los cubanos y al fin, “aseguraron su existencia sobre la tabla de salvación que les ofreció el tratado de París de 1898”.
Solo emplean su dinero en levantar frontones, plazas de toros y loterías chinas ó en “obsequiar á su celebrada compatriota María Guerrero, como homenaje á sus méritos artísticos, con una profusión de joyas preciosas valuadas en diez ó doce mil pesos”.
¡Y ese señor Bellido dice todo eso con motivo de las dificultades con que al parecer tropieza para escribir ó para hacer que se escriba una “historia de Cuba”! ¡Bonita historia sería la que saliese de ese receptáculo de bilis y de envidia!
Por fortuna son muy pocos los que piensan y sienten como ese señor burócrata. Y hasta el Presidente electo, señor Estrada Palma, acaba de desautorizar á los que de tal manera discurren, haciendo un llamamiento tan oportuno como patriótico á todos los elementos de esta sociedad, sin excluir á los pícaros españoles, para fundar en Cuba algo sólido y estable.
Y no decimos más por hoy, porque carecemos de espacio y de tiempo; pero algo hemos de añadir, porque cosas como éstas conviene que queden bien en claro.
Bibliografía y notas
- “Juan Bellido de Luna”. El Fígaro Periódico Artístico y Literario. Año 18, núm. 17, mayo 1902, p. 193.
- “La Nota del Día”. Diario de La Marina. Año LXIII, núm. 8, 9 de enero 1902, p. 1.
- Escritores y poetas.
- “Bellido de Luna”. Diario Republicano La Lucha. Año 18, núm. 102, 1 de mayo 1902, p. 2. ↩︎
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