
Juan Pedro Baró, fué el tipo clásico del cubano de fines del pasado siglo (XIX) que, dado a los negocios, era también hombre de sociedad exquisito, con extraordinario don de gentes, lo mismo estimado, respetado y querido en el mundo de las finanzas, que en los círculos sociales más exclusivos.
Había nacido en la ciudad de Matanzas el 16 de mayo de 1861 y murió en París el 8 de julio de 1939 a los 78 años de edad.
Se educó en los principales centros docentes de su ciudad natal, conocía con perfección los idiomas inglés y francés. Agrupábanse en él los más ilustres apellidos de rancia tradición.
Patriota, amante de la causa emancipadora, contribuyó siempre a impulsar la tendencia separatista de su país. Cuando se supo en París la noticia de la muerte del Lugarteniente del Ejército Libertador Antonio Maceo, ocurrida el 7 de diciembre de 1896, todos los cubanos residentes en la capital de Francia creyeron que terminaría la guerra con la desaparición del caudillo, pero Juan Pedro Baró en su residencia de la Ciudad Luz, reunió a todos los cubanos pudientes que alli se hallaban y en una colecta iniciada por él, se llegaron a recaudar grandes fondos que fueron remitidos a la Junta Revolucionaria de Nueva York.
Espíritu refinado, buscó en los vjajes, satisfacciones que creyó incompatibles con los negocios ; y liquidando sus numerosas posesiones agrícolas, se libertó de toda otra preocupación que no fuera la de viajar por el mundo, sin que, ni un solo día dejase de añorar la patria lejana que le diera, con la fortuna, aquel amor acendrado a la tierra que le vió nacer y presenció sus juegos de niño y los sueños de sus años mozos.
Mimado por la fortuna, no dejó de serlo hasta en sus amores; porque eligió de compañera a una de las mujeres más encantadoras de Cuba, a Catalina de Lasa, cuya belleza singular y altas dotes de distinción, paseó deslumbrante del brazo de su esposo, por los salones más aristocráticos de la vieja Europa.
Catalina de Lasa había nacido en la ciudad de La Habana el 30 de abril de 1875 y murió, a los 55 años de edad, el 3 de noviembre de 1930 en la ciudad de París. Las residencias de Juan Pedro Baró de París y de La Habana, dirigidas por la señora Catalina de Lasa, fueron centros de primera magnitud en las vidas sociales francesa y cubana.
En París y New York, donde pasaron largas temporadas, jamás dejaron de pensar en la tierra amada, más querida cuanto más distante; y sobre las lujosas mesas vestidas con valiosos manteles de auténticos encajes de Bruselas, levantaban las copas de Murano para brindar por Cuba, siendo nuestro exquisito menú criollo el escogido siempre por la bellísima Catalina de Lasa, que se prodigaba en gentilezas con sus invitados, secundada por la cordialidad multiforme de su inseparable compañero.
Mr. Francois L. P. Hekker, apoderado de Juan Pedro Baró y gran amigo de toda su vida, fallecido hace muy pocos años, y al que nos unieron grandes lazos de afecto, hubo de contarnos en repetidas ocasiones la emoción intensa que experimentaban Juan Pedro y Catalina de Lasa, cada vez que regresaban a La Habana después de una larga ausencia:
“Siempre es un espectáculo impresionante de ensueño y maravilla” decían cuando el trasatlántico que los traía a Cuba enfilaba el canal habanero y divisaban la mole pétrea de El Morro y el glorioso lábaro tricolor.
Juan Pedro Baró, supo mantener siempre despierto el interés y la admiración por el bien de Cuba, discutiendo a favor de nuestro comercio y nuestra industria con figuras prominentes del mundo extranjero.
Como todo un señor feudal, sin vasallos que le odiasen, sino servidores que lo amaran, en la frontera franco española, mediante un millón de francos, adquirió el lujoso castillo de Santa Ana, una de las reliquias más preciadas de Europa y que data del siglo onceno; castillo que regaló a su hija Nina, cuando en segundas nupcias, casó hace años, con monsieur Pierre Bouvet en París.
En octubre de 1940, el cadáver de Juan Pedro Baro fué trasladado a La Habana, recibiendo cristiana sepultura en el severo panteón que había ordenado en vida construir a Lalique, renombrada fábrica francesa en labores de cristal, panteón que fué hecho con mármoles de Bergamo y onix, uno de los más suntuosos monumentos de la necrópolis de Colón, donde reposan los restos de su amantísima madre doña María de la Concepción Baró y Ximénez y los de Catalina de Lasa.
El entierro de Juan Pedro Baró revistió caracteres de singular acontecimiento.
Las damas de la más alta sociedad habanera, los caballeros de nuestro gran mundo social, los elementos más prominentes de la banca, del comercio, de las esferas sociales; la representación también de las clases humildes que recibieron la protección del venerable desaparecido; todos, en fin, concurrieron a recibir el cadáver para acompañarlo hasta su última morada; porque a todos por igual afectó la muerte de quien, como Juan Pedro Baró, se hizo acreedor al amor de sus conciudadanos.
Referencias bibliográficas:
- Díaz de Villegas, R. (1954) Juan Pedro Baró. Revista Bohemia, 41, pp. 134-140.
- Personalidades y negocios de Matanzas.
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