
La Bruja del Manglar de Jesús María por Manuel F. Valdés.
Hace poco más de veinte años todos los muchachos del barrio de Jesús María conocían a la Bruja de Atarés, o del manglar, que era el nombre que más comúnmente le daban.
Era una mujer alta, de rostro trigueño, de ojos expresivos y de relativa elegancia. Sus vestidos eran de telas usadas de mérito, que parecían guardados y conservados con esmero como restos de antigua y perdida opulencia.
Aquella buena mujer venía todos los sábados al oscurecer y al toque de oración, a situarse en el atrio de la vieja iglesia de Jesús María, y mientras las beatas entraban en el templo a rezar y a oír la salve cantada y tradicional del sexto día de la semana, ella apoyada en la pared, movía murmurando las cuentas de su rosario. Ese rosario singular era lo que le ganó el renombre de bruja.
No estaba formado con cuentas de vidrio como es de uso, sino con las semillas rojas y duras que se conocen con el nombre de peonías, y cada serie de diez granos estaban separados del que la seguía con una semilla más gruesa y redonda, las que se conocen con el nombre de mates. Todas estas cuentas cerraban en una de color pardo y más grande, llamada cayajabo.
Lo singular era que aquella mujer jamás entraba en el templo. Parecía que rezaba y tal vez no rezaba. ¡Probablemente maldecía!
Los muchachos de la barriada, que al principio se acercaban a ella a hablarle y a oír su conversación alegre y picaresca, se alejaron después de su trato atemorizados por el rumor corriente de que tenía relaciones con el diablo.
¿Por qué no entraba a rezar como las demás mujeres…? ¿Por qué llevaba un rosario colorado? ¿Por qué tenía en él como decenarios los mates…?
¡Nada, que podía embrujar a cualquiera! Porque los mates forman los collares de los duendes.
Pero lo cierto es que con esa mala reputación, que asustaba a los chiquillos pusilánimes, a conversar con la bruja se detenían rápida y furtivamente —al entrar y al salir del templo— las señoras devotas y no pocas señoritas de la barriada.
Unas le compraban peonías y mates —de que traía ella siempre buena provisión— y que vendía según el tamaño y cantidad, por precio más o menos alto, comprándolos como amuletos preciosos para asegurar buena suerte, o para usarlos como remedio de alguna enfermedad o consuelo de penas morales.
Lo que vendía a más precio eran otras semillas de color y duras llamadas cayajabos, y no se las vendía a cualquiera, sino a los que consideraba dignos de adquirirlas y las pagaban en relación a la dignidad. El cayajabo de la bruja del manglar llegó a tener en Jesús María notoriedad extraordinaria: eran el preservativo contra el ñequismo, o sea contra la ingerencia de los ñeques, llamándose ñeques a los individuos cuyo contacto da mala suerte.
Los elegantes los llevaban como dije del reloj adornados con iniciales y ribetes de oro, y las señoras los llevaban en las pulseras con no menores vestimentas doradas ¡Servían para tanto!: para asegurar cualquier día el premio gordo de la lotería; para casarse bien las solteras; para curarse los enfermos; para no tener ningún mal tropiezo.
El cura de la parroquia aparentó ponerse en cuidado con la fama de esos amuletos, pero hasta llegó a creer en ellos, porque consintió en poner una sarta ele peonías mates y cayajabos engarzados en oro y brillantes a la imagen del patrono, hasta que le trajo como milagro una de las devotas más ricas que había curado de un mal muy grave, poniéndose sobre el pecho las semillas que le vendió la bruja.
Nadie sabía dónde vivía esta mujer misteriosa…
Pero, un día, un muchacho atrevido; de los que no creen en fantasmas, la siguió furtivamente y halló que ¡Vivía en casa del sacristán… en una casita retirada, al extremo de una calle traviesa de la calzada de Vives que iba a perderse en los pantanos de los manglares!
Hoy nadie se acuerda de la bruja de Jesús María… Debe haberse muerto… a pesar del influjo de sus amuletos. Y a nadie usa de sus mates y guacalotes, y por aquellos manglares donde ella se ocultaba, pasan las líneas de carros eléctricos, los alambres telefónicos, los tubos del alcantarillado y se levantan edificios industriales valiosos…
Y los niños de Jesús María —que van ahora a la escuela y saben leer— no creen ya en brujas, porque ésas son ¡Creaciones de la superstición y de la ignorancia!
Bibliografía y notas:
- Valdés, Manuel F. “La Bruja del Manglar.” Revista Ilustrada Cuba y América, Enero 1914, 185.
- Historias y Leyendas de Cuba.
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