Layenda La casa del Miedo. Cuando a mediados del pasado siglo los constructores se daban a la tarea de levantar con mano de obra esclava, la casa ubicada en el lugar conocido entonces como Las Canteras, no imaginaron la mala fama que, con el tiempo, iba a alcanzar dicha vivienda, la mala fama que ha llegado a nuestros días.
Para algunos vecinos del lugar, el misterio de la casa tuvo su origen en los largos períodos en que la misma permaneció desocupada. Los que la habitaron en los primeros años lo hicieron por cortos períodos y eso despertó a ese diablillo encantador que llevamos dentro.
Con el tiempo las lechuzas, roedores y murciélagos se apoderaron del inmueble. Después fueron los fantasmas, los güijes, las almas en pena, las brujas y los piratas, los que se asentaron en dicho lugar para disfrutar de la paz y el sosiego entonces allí reinantes.
Mi abuelo trabajó en la construcción de esa casona siendo todavía esclavo, señor. El era babalao en su tierra, y por eso era tan querido por sus compañeros de infortunio. Cuando terminaron de fabricarla allí quedó mucha sangre y sudor de los negros esclavos, mi abuelo hizo un “trabajo” para que los dueños nunca fueran felices allí, y así fue, pero el “trabajo” era muy fuerte, tan fuerte, que allí nadie nunca fue feliz.
Tengo noventa años, sí señor, y estoy clarito como el agua, y tengo buena memoria. sí, soy creyente de las cosas del más allá. Nadie conoce esa casa como yo. No crea en eso que dicen de que los fantasmas eran gentes que iban allí a jugar al prohibido, o parejitas que iban a sus cosas, ¡no!, eran los espíritus y los güijes, que son muy alborotadores.
Pero las broncas más grandes eran las de los piratas, que tenían un tesoro enterrado en ese lugar y, cuando se emborrachaban, discutían mucho. También, de tiempo en tiempo, se daban allí reuniones de brujas. No se me olvida la risita finita que tienen. parecida al chillido de las ratas.
La verdad es que los güijes eran los verdaderos dueños de ese lugar. Vivían o viven, ¡ Vaya Usted a saber !, en el aljibe y el pozo que tiene cien varas de profundidad. Algunas tardes, cuando estaban pal’ paso porque el güije es muy mal genioso.
Ellos salían de sus escondites y se regaban por toda la casa; a veces se le podía ver asomados a los postigos, sobre el tejado, o encaramados en los árboles que había en el patio. Después, al caer la tarde, volvían a recogerse. Entonces empezaban a revolotear por la casa las lechuzas y los murciélagos. Más tarde en la noche, los espíritus, los fantasmas, las brujas o los piratas, hacían allí de las suyas.
Señor, yo he visto con estos ojos que la tierra se van a tragar, a las brujas salir de madrugada de esa casa, montadas hasta dos en una yagua, no en escobas, como se dice, y remontarse por los aires, rumbo al valle. He visto a los piratas borrachos a media noche y tomar el camino del Estero, ¡y yo no digo mentiras señor!…
A un blanco de buena posición, se le metió en la cabeza comprar la Casa del Miedo. Y Usted lo veía mirando pa’ la casa y dándole vueltas, y se iba y volvía pero nada, no se decidía. Parece que alguien le dijo que la casa había que conjurarla, que para eso había que buscarse un santero o un babalao que hiciera ese “trabajo”, porque los curas no creen en esas cosas. entonces fue a verme a mí. ¿A mí?, le dije, ¡por na’ de este mundo! Entonces fue a ver a Ma Tula, una vieja que tenía mucho poder, y ella tampoco quiso meterse en ese lío.
Pero el blanco le cayó y le cayó, y al fin ella consintió. la vieja se tomó su tiempo para hacer las cosas sin apuro, y que todo saliera bien. me pidió ayuda y se la di. Le hice un escobón con matas de escoba amarga. El escobón con esa mata es muy importante para barrer a los fantasmas y a los espíritus que, cansados de joder durante la noche, se echan a dormir en los rincones o debajo de las camas.
La noche antes que Ma Tula fuera a hacer su “trabajo” allí, yo estuve hasta tarde vigilando la casa para avisarle a ella si veía algo extraño. Serían las doce cuando comenzó la discusión en alta voz. Allí estaban otra vez los piratas.
¡Aquello fue tremendo! Y yo me pregunto: ¿Cómo es posible que con aquel escándalo los vecinos no se despertaran y salieran a la calle para ver qué pasaba?… Entonces sucedió que, de pronto, los piratas dejaron de discutir y empezaron a gritar. Eran unos gritos que se iban apagando hasta que cesaron del todo, como si les apretaran el pescuezo, y enseguida se oyó la risa finita de los güijes:, ¡estaba claro!, los güijes molestos por la bulla que hacían los piratas, salieron de su escondite y les clavaron sus colmillos en el “güergüero”.
Cuando amaneció, fui a ver a Ma Tula y le conté todo. Pero ella decidida, me dijo que pasara lo que pasara, iría esa mañana a la casona porque tenía que terminar con ese asunto y quitarse de arriba al blanco, que no la dejaba vivir. entonces le dije que se pusiera unos zapatos fuertes porque la sangre allí debía llegar al pescuezo. Pero ella no me oyó y partió hacia la casona con tremenda decisión. Cuando llegó, empujó con fuerza la puerta principal, que se resistía a abrir por el tiempo que llevaba cerrada.
Entonces metió el brazo y recostó el escobón a la pared. Todo estaba oscuro. Empujó otra vez la puerta, pero ésta no abría más. Entonces entró con mucho esfuerzo. Dio unos pasos y notó que el pie se le hundía en algo. Sintió olor a sangre seca, y haciendo un rápido giro, salió de allí como alma que lleva el diablo.
Después los incrédulos dijeron que lo que tenía en los pies Ma Tula, era barro rojo que la lluvia había arrastrado de las paredes, casi en ruinas de la casona, y no sangre de los piratas. ¡así es la gente de incrédula! Por eso pasa lo que pasa.
El día que menos lo esperen, los que viven allí se van a acordar de este viejo. porque los fantasmas, los espíritus, las almas en pena y todas esas cosas, son como los volcanes, que se apagan y al cabo de cien años vuelven a encenderse. ¡Entonces se van a acordar de mí!
Extrajo del bolsillo del pantalón una pequeña bolsa con tabaco. Rellenó la pipa, la prendió y aspiró el humo. Dejó de mirar para la Casa del Miedo. Se levantó del quicio donde estaba sentado. Sus ojos cansados se fueron en lontananza, más allá de la bahía; más allá del verde de las lomas que circundan a la ciudad.
Entonces echó a andar…
Deja una respuesta