
La Condesa de Merlín (Habana: 5 de febrero, 1789 – París: 31 de marzo, 1852) por D. Figarola-Caneda. Nos habíamos propuesto no contribuir de manera ninguna respecto a la publicidad que se viene haciendo relativa a la habanera muy ilustre Condesa de Merlín en sus relaciones con el Convento de Santa Clara, por diversas razones, unas antiguas y otras recientes, pero que todas juntas concurrirían a demostrar lo nada imprescindible de nuestra cooperación.
Así lo hemos expuesto a aquellas personas que en la calle o en nuestra casa nos han interrogado, y ésto mismo deseamos que reciba como respuesta —junto con el mayor reconocimiento— el fecundo y celebrado publicista cubano Incógnito, por haber tenido la extremada bondad de recordarnos instándonos en el Diario de la Marina para que tomáramos parte en el acontecimiento que se realiza.
Y llegue también nuestra debida gratitud a la octogenaria y muy sentida poetisa señorita María de Santa Cruz, sobrina carnal de la Condesa, y al estudioso e ilustrado doctor Abdón Tremols, quienes han tenido también para nosotros un recuerdo al ocuparse de la Merlín en el mismo diario.
Pero obligados con la revista Social, por deberes que imponen las necesidades de su redacción, —a la que de antiguo pertenecemos— y respondiendo además a sus expresas y reiteradas solicitudes, forzados nos, vemos a quebrantar por una vez nuestra determinación, para publicar siquiera sean unas breves notas y observaciones que vengan a acompañar el precioso retrato que antes de ahora no sabemos que haya adornado publicación alguna de Cuba.
FECHAS RECTIFICADAS
Comenzaremos por fijar la fecha de nacimiento y la de muerte de la condesa. El acta de bautizo publicada por el Diario de la Marina es conforme a la que conservamos hace ya algunos años. Cierto es que nació en 1789, pero son las menos aquellas de sus biografías que no ofrecen una fecha exacta.
Respecto a su muerte, también se lee que ocurrió el 1o. de febrero, según unos, y el 13 de marzo, según otros, siendo la verdad que falleció el 31 y fué enterrada el 2 de abril, o sea dos días después de su muerte, pues como es sabido, en Europa no observan nuestra costumbre de inhumar a las veinticuatro horas de ocurrido el fallecimiento.
Por cierto que ante la vista tenemos la certificación de la correspondiente parroquia, donde se declara que la condesa murió a los sesenta y un años, y no a los sesenta y tres, que es lo verdadero.
SUS PRIMERAS OBRAS
Mis doce primeros años e Historia de la Hermana Santa Inés son los primeros libros de la condesa de Merlín. Fueron publicados anónimamente, y las traducciones únicas de éstos se deben al señor Agustín de Palma, cubano, sobrino del distinguido poeta Ramón de Palma, y quien modestamente figura en la portada de dichas obras sólo con sus iniciales. De la primera de estas dos traducciones conocemos hasta cuatro ediciones, y dos de la segunda.
En ambas obras, y sobre todo en la última, se demuestra que hay mucha parte de pura imaginación. Lejos de ser novelas, desde su aparición en la prensa francesa los críticos las apreciaron como realmente son: un relato literario, de cierto origen real.
Esto cuanto al conjunto de ambas producciones. Por lo que hace a la primera, o sea Mis doce primeros años, nos parece que en verdad es bien limitada y muy sencilla la época de la condesa de Merlín en el Convento, para que todo el episodio ofrezca notoriedad para la vida de la condesa ni para la historia del Convento tampoco.
Ella, alimentada sin duda su joven y ardiente imaginación con la lectura de las obras francesas de la literatura romántica de 1830, utilizó la relación de un hecho del cual fué protagonista en su niñez, para presentarnos el primero de sus libros.
EL “VIAJE A LA HABANA”
No es ésta la mejor obra de la condesa de Merlín, como se ha dicho, ni tampoco es una obra propia.
Si se exceptúan los apuntes biográficos escritos por la Avellaneda, y pobres de noticias como abundantes de acertadas reflexiones, queda una serie de diez cartas escritas por la Merlín, y las cuales ya habían sido publicadas en La Presse de París bajo el título de Fragments d’un voyage a la Havane, y más tarde incluídas todas con otro orden de numeración romana, dedicatorias, notas, etc., en La Havane, para cuya obra fueron escritas, y de lo cual resulta que el Viaje a la Habana no es más allá de un grupo de cartas anticipadas al público en idioma español, en un tomo, para luego, con otras muchas más y en tres volúmenes ofrecerlas en lengua francesa.
“LA HAVANE”
La más conocida de sus obras es ésta. De ella hace años que en un extenso trabajo dijimos cuanto sigue:
“La Havane es una obra escrita, sobre todo, con un propósito mercantil. Hacer un viaje desde París a la capital de Cuba, y regresar no llevando por lo menos un par de cuadernos repletos de apuntes que utilizar después para escribir un libro de viaje, hubiera sido desdeñar una buena ocasión de provecho positivo, sobre todo para quien, como la condesa, por su condición de nacida en la Habana, y aunque de la tierra natal había partido a los once años de edad, para no volver a ella sino después de contar ya más de cincuenta, le daba aparentemente cierto carácter de autoridad para poder tratar de la Habana y ser más creída que un escritor extranjero.
Pero su estada en esta ciudad hubo de ser tan corta, que es bastante hojear su libro para conocer que por el volumen de éste y por las diversas e importantes materias que comprende, no es humanamente posible que viajero ninguno haya logrado llevar a cabo obra semejante.”
De aquí la desigualdad, la falta de plan de ese libro y otras muchas observaciones que no caben dentro de la brevedad de estas notas.
LA CANTANTE
Si no fué gloria en las letras, cierto es también, que lo hubo de ser en el canto, sólo que le faltó precisamente aquello de que no necesitó: lanzarse al teatro, ocupar profesionalmente las tablas. Su posición social y pecuniaria, entre otros motivos, le impidieron ser una Malibran, una Grisi del escenario, pero ¡Cómo se confundía su mérito lírico con el de ellas cuando en los conciertos tomaban parte separadas o juntas!
Después de haber brillado en el Real Palacio de Madrid, y una vez instalada en la calle de Bondy, en París, en el primer piso de la casa número 40, después número 56, fué allí la reina de la hermosura y de la gracia, y sus salones, que pasaron a figurar en la historia del arte musical en Francia, se vieron frecuentados por cuanto había de celebridad en el arte, la literatura y la política entonces.
Allí se reunían en animada sociedad, la Malibran, la Grisi, la Sparre, el maestro Rossini, el tenor Mario, Balzac, Théophile Gautier, Girardin y su esposa Delfina Gay, Alfredo de Musset, Berryer, George Sand, Thiers, Martinez de la Rosa, Sainte-Beuve, Chateaubriand, y James Rothschild entre otros muchos.
El piso de la casa bajo aquel ocupado por la Merlín, lo habitaba la condesa Honoré Baston de La Riboisiere. Era también persona muy rica y de la primera sociedad; pero mientras que en sus salones se celebraban únicamente bailes, en los de la Merlín se hacía música de canto, de piano y de orquesta.
SU BlOGRAFlA
No son pocas las biografías de la condesa de Merlín que se han publicado en Francia y en la Habana. En España publicó una la Avellaneda, autora que no se explicará nadie cómo estando en íntima correspondencia, como nos consta, con la condesa, no fué lo suficiente instruida para evitar todos los errores que contiene su trabajo.
En la Habana han sido publicadas las de Calcagno, el Dr. Rosaín, Serafín Ramírez, Domitila García… y unas más y otras menos, no se encuentra una que no adolezca de inexactitudes, porque los unos han reproducido todas las falsedades que como verdad han hallado en los otros.
SU BELLEZA
Inútil parece hablar de ese don precioso de la naturaleza, cuando se tiene ante los ojos un retrato de la condesa de Merlín. Herencia fué de su madre, y a su hija legó esta herencia. Todo era admirable en ella, donde tanto correspondía al retrato físico el moral de los sentimientos, de la distinción y del refinamiento de la cultura.
El magistral retrato que ahora contemplan los lectores, fué ejecutado, según creemos, en 1839, dos años antes de su primer (y no de su viaje) a la Habana. Y fué además la inspiración de uno de los artículos del famoso estilista de Emaux et camées.
SUS ULTIMOS DlAS
La penúltima morada del eminente violinista cubano e inolvidable amigo nuestro Joseph White, había sido la última de la condesa de Merlín.
Allí, en la calle de Berlín número 18, en un elegante y cómodo apartamento, visitábamos con frecuencia al virtuosa, cuya biografía escribíamos doblemente complacidos por la tarea que desempeñábamos y porque con ella se respondía conforme al deseo persistente de aquel, que no quería morir sin que la relación de su vida quedara en manos del público.
Una de estas veces hablábamos de la condesa de Merlín, y se nos ocurrió preguntarle:
—Maestro, ¿sabe usted’ quién tenía colocado su piano en ese lugar mismo que ahora ocupa el de usted?
—No lo sé; ¿quién fué?
—Y tampoco sabe usted quién tuvo su último lecho en el lugar exactamente donde he visto que se halla colocado el de usted?
—¿Quién? ¿quién? dígame quién.
—Pues nuestra compatriota la condesa de Merlín, y de este mismo apartamento salió para el cementerio.
La sorpresa del maestro fué tal, que no pudo hablar inmediatamente.
—¡Y yo, viviendo aquí, y no lo sabía! —exclamó luego.
Y en efecto, todo había sucedido así. Las investigaciones habían respondido por esta vez favorablemente a esa búsqueda larga, minuciosa y en muchas ocasiones infructuosa, que imponen las tareas indispensables en los trabajos históricos, y por esto pudimos causar la sorpresa de White.
Desde el invierno de 1852, que fué el de su fallecimiento, pasaba sus días y sus noches sentada en un sillón, y sin embargo, todavía se ocupaba en proyectos musicales. Y así pasó a la nada. A su sepelio concurrieron casi todas las damas que en otro tiempo llenaban sus salones, en homenaje excepcional sin duda, porque en aquella, época sólo los hombres asistían a los entierros en París.
El día que se publique la vida de la condesa de Merlín, separando de aquélla todo cuanto tiene de error y de leyenda, pero revelando al mismo tiempo toda la verdad de la historia, sin omitir aspecto ninguno por grande o pequeño, luminoso u obscuro que sea, entonces podrá apreciarse justa y satisfactoriamente todo el mérito con que ésta ha de surgir y destacarse entre todas las cubanas más ilustres.
Bibliografía y notas
- Figarola-Caneda, Domingo. “La Condesa de Merlín”. Revista Social. Vol. VII, núm. 12, diciembre 1922, pp. 41, 42.
- Figarola-Caneda, Domingo. “La Boda de María de la Merced Santa Cruz y Montalvo con el Conde de Merlín”. Revista Social. Vol. 13, núm. 8, Habana, agosto 1928, pp. 14, 70, 73.
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