

La Fábrica de Alpargatas La Cubana y Víctor Vidaurrázaga en 1925. Una buena mañana sonriente de la pasada semana, este redactor de El Fígaro, abatido bajo el estrepitoso ajetreo de la capital, encaminó sus pasos hacia los antiguos muelles de Luz. El sol había comenzado a teñir de rosa la débil neblina que se cernía sobre el alegre caserío de Regla. El escritor se puso alegre. Tanto era el regocijo que sobre el espíritu dejaba caer aquella mañanita tropical.
—¿Y si fuéramos a Regla? — se dijo.
Y acto continuo, como quien resuelve de súbito una resolución inquietante, se lanzó, níquel en mano, hacia el tardo y delicioso ferry boat, que hace la travesía desde aquel vecino pueblo a esta ciudad.
Sobre las tranquilas aguas azules de la rada, el monstruo hizo su marcha lenta. Llegamos a Regla.
Jamás un pueblo de la República, como el de Regla, ha llevado a cabo con tanta rapidez, con tanto esplendor, la realización de sus nobles empeños. Hoy se levanta magnífico y triunfal, a la orilla sonriente de la bahía, con todos los adelantos de la higiene, del confort y del buen gusto. La arquitectura moderna, de preciosas líneas, ha comenzado ya su poderío deslumbrador.
Y todo, absolutamente todo, se debe a una voluntad de hierro, a un carácter inflexible y decidido, que desde hace algún tiempo inquieta con su juventud nerviosa y avasalladora.
Hablamos del doctor Antonio Bosch, a quien el pueblo en masa eligiera para gobernar sus destinos municipales. No es preciso que hagamos aquí el elogio de su persona política. Demasiado le conoce la Habana. Suficientemente le conoce y distingue la villa de Regla, que tiene en él a uno de sus hijos predilectos.
En nuestro distinguido amigo íbamos pensando, mientras, bajo el sol de la mañana, recorríamos las calles tranquilas.
A eso de las nueve, con intención de saludarlo, nos dirigimos al moderno edificio que ocupa el Ayuntamiento. Allí le encontramos, como siempre: tranquilo y sonriente. Conversamos largo rato. La charla de este sabio hombre público, es de esas que encantan.


El doctor Antonio Bosch hace discurrir su pensamiento con espontáneo y fresco buen humor, como todo aquel que tiene en perfecto equilibrio el estado de sus ideas y de sus actos. Encendimos sendos cigarrillos. Durante la amena charla, transcurrida con verdadero entusiasmo por habernos encontrado de nuevo con el antiguo y querido paisano nuestro, el representante de El Fígaro pudo darse exacta cuenta de que su interlocutor es de esos caracteres que no dejan nunca para mañana lo que muy bien puede hacerse hoy.
Bien conocida es de todos su labor eficaz en beneficio del obrero de Regla. Acerca de estas cuestiones sociales, que tanto han movido al mundo, nuestro compatriota desenvuelve las ideas más avanzadas. Mueve con soltura todas las tesis. Rusia le inquieta. Y no podía ser de otra manera. Para quien, como él, tiene en perfecto orden moral sus ideas y costumbres, la cuestión obrera es problema que no puede pasar inadvertido.
Recuerde el lector que no hace aún mucho tiempo, a fines del pasado año, el doctor Antonio Bosch presentó al Ayuntamiento un informe en virtud del cual se pedía una ayuda decidida para el trabajador cubano, a quien las industrias extranjeras, gracias al fatal sistema arancelario que rige actualmente en la Aduana, tienen poco menos que apabullado. Por ese terrible método, el precio de la materia prima, importada de otros países, alcanza a una cantidad verdaderamente fabulosa.
El doctor Antonio Bosch, al llegar a este punto de nuestra conversación, hace memoria acerca de este asunto:


—La fábrica de alpargatas “La Cubana” —dijo— se encontraba en aquellos azarosos días, casi paralizada, ocasionando perjuicios generales a toda la comarca.
—¿Y a qué atribuía usted ese estado de cosas?
—Ya lo dije entonces también en mi informe. Vea usted. He aquí el volumen donde se conservan los documentos relacionados con esta materia. La causa de la paralización en la vida industrial, y por ende en la vida económica, era y es la competencia establecida por los mercados extranjeros. Y la culpa única estriba en los Aranceles de Aduana.
¿Por qué no han de proteger a la industria nacional?
Apenas había pronunciado estas últimas palabras el joven alcalde, hizo su aparición en el local un nuevo personaje. Se adelantó hacia nosotros y quedó hecha la presentación de rigor.
Precisamente hablábamos de usted —dijo el doctor Bosch, dirigiéndose al recién llegado.
Este era nada menos que el señor Víctor Vidaurrázaga, “alma mater” de la importante fábrica de alpargatas, de la cual veníamos hablando. Tomó asiento.
—Pues, como le iba diciendo— exclamó el doctor Antonio Bosch…
No pudo continuar. Nuestro activo repórter gráfico, agazapado desde hacía rato en uno de los recodos de la amplia sala decorada, les sorprendió a ambos en “pose” pensativa, e imprimió las placas que podréis ver en estas páginas. Acabada la maniobra del fotógrafo, restablecida la calma, el “Mayor” de Regla continuó así su frase interrumpida:
— …Tenemos un caso concreto en el caso de la Fábrica La Cubana. Actualmente, esta industria alpargatera tiene en activo servicio a trescientos y pico de obreros solamente. Eso se lo debemos a los antinacionales aranceles de la Aduana.
Si la materia prima no sufriera tan considerable peso aduanero al ser importada, si nuestro gobierno se decidiera a tomar una resolución eficaz y noble sobre este asunto, puedo asegurar a usted que en la Fábrica “La Cubana” encontrarían trabajo más de mil obreros de ambos sexos. Imagínese usted lo que esto representaría para Regla, pueblo floreciente, que necesita del apoyo gubernamental. Calcule usted los beneficios que esto reportaría a la clase trabajadora del pueblo que me ha confiado sus destinos…
Y el distinguido Alcalde de la blanca villa tranquila, lanzó un suspiro de descontento y de dolor.
—¿ Y el Ayuntamiento inició ya las gestiones para hacer algo en tal sentido? —preguntamos.
—Inmediatamente. Pero la Ley parece que duerme el sueño de los justos. Usted sabe lo que ocurre en todos estos casos. Los trámites a seguir se pierden en un laberinto intrincado de papeles y de consideraciones.
—¿…?
Y como si comprendiera nuestro pensamiento…
—Pero tengo absoluta confianza en la labor que está desenvolviendo el actual gobierno regenerador. Amigo personal del General Machado, admirador de su vida política y privada, guardo plena confianza en que sabrá entender y atender el propósito cordial que me anima en estos problemas sociales. Es de pura necesidad que así sea.
Encendimos otros cigarrillos. Transcurría deliciosamente la mañana. Y nos pusimos todos de pie. Entonces el Ingeniero Víctor Vidaurrázaga, cordial y efusivo, se nos brindó gentilmente a mostrarnos los distintos departamentos de la fábrica alpargatera La Cubana.
Con un fuerte apretón de manos, nos despedimos del popular y simpático Alcalde de Regla. Vidaurrázaga y yo salimos a la calle, llena de sol, rumbo a la fábrica. Reía lejano el mar azul y palpitante… El activo repórter gráfico, tomó sus trebejos fantásticos y comenzó a danzar detrás de nosotros.
Y el buen señor Vidaurrázaga, antes tan enigmático, cobró ahora un aire de “bonhomía” encantadora y comenzó a charlar de lo fresca que se levantaba la mañana, de lo linda que eran las pescadoras de la orilla, de lo alegre que resultaba pasear en compañía de un buen amigo por los senderos pueblerinos.
De pronto, la mirada se le puso brillante…
—¿Conoce usted a nuestra Reina?
—¿También tienen ustedes Reina?
—Sí, señor. Reina de Simpatía. Véala usted. Es una preciosidad de muchacha. Trigueña. Linda como una muñeca andaluza. Pero es Cubana. Cubanita. Obsérvela usted mismo.


Y nos extendió una postal que nos dejó estupefactos. Si este lector quiere gozar de un momento inefable, busque el sitio en que la deliciosa Delia Ramírez engalana nuestras páginas. En el concurso organizado por el semanario “Pluma Libre”, órgano que representa la cultura y el buen gusto de Regla, salió la señorita Delia Ramírez triunfante con un exceso considerable de votos. Y es que todo el pueblo la quiere, la distingue, casi la adora, por su infinita simpatía, por sus dotes de cultura, por su inefable y dulce belleza de criolla.
Entretenidos con el recuerdo sonriente de S. M. Delia, habíamos llegado sin darnos cuenta a las puertas de la fábrica. El fotógrafo se hundió en el dédalo bullicioso de las maquinarias, buscando posiciones para poner en trabajo el objetivo. Vidaurrázaga y yo nos extraviamos, conversando, por entre los distintos departamentos cuyo movimiento iba explicando mi compañero con la espontánea facilidad de palabra y de humorismo que le caracteriza…
—La fábrica fué fundada en el año de 1910.
—¿Querría usted darnos algunos detalles de la organización de la industria?
Nuestra revista está empeñada, desde hace años, en dar publicidad a todo cuanto represente un adelanto y un triunfo en las distintas fuentes de riqueza de la nación. Ustedes constituyen algo singular en nuestro ambiente. Queremos ser portavoces de quienes han sabido dominar con éxito la vida.
—Con mucho gusto. Haré un poco de historia. El Sr. Miguel Careaga fundó, en compañía de don Dionisio Bolinaga, actual administrador, una sociedad para la implantación de la industria alpargatera en la República. Al principio, naturalmente, se tropezó con numerosos inconvenientes imprevistos, naturales en estos casos.
Uno de los más importantes era la importación española. Era necesario, pues, no la implantación de un pequeño intento, sino la instalación de una verdadera industria, potente, firme, y absolutamente nueva en el país. Para ello fué preciso servirse de maquinarias absolutamente modernas, que vinieron a sustituir la lenta mano de obra.
Aquí hizo el redactor una interrupción para hacer un elogio entusiasta, casi un canto, de lo que la mecánica representa en la vida actual. Hasta Marinetti, con sus últimas ideas acerca de la máquina, vino a relucir en la conversación.
Vidaurrázaga continuó:
—Al abrigo simplificador de la mecánica, la sociedad fué por fin fundada en 1912. Comenzó llamándose “Sociedad de Vidaurrázaga y Careaga”. Pero el impulso que tomaron de súbito los negocios subsiguientes, hizo necesario que grandes capitales se pusieran a contribución. La industria marchaba, como dice el adagio, a las mil maravillas. Constituyóse, entonces, en vista del éxito, la Sociedad Anónima “La Cubana”, bajo cuya razón social funciona actualmente la fábrica.
—¿ … ?
—Gracias a nuestros esfuerzos, la Sociedad Anónima “La Cubana” ha llegado a poseer una industria modelo entre las de su clase. En la actualidad, como usted sabe, no obstante la falta de protección arancelaría y depreciación de la peseta, nuestra Sociedad sostiene, en detrimento de sus intereses, una cantidad no menor de trescientos obreros de ambos sexos.
Esperamos únicamente la decisión del Congreso de la República, acerca del sistema arancelario de las Aduanas, para que la Sociedad Anónima “La Cubana” adquiera todo el esplendor a que es merecedora por sus grandes esfuerzos realizados y por los que viene aún realizando en beneficio de nuestra clase trabajadora.
El doctor Bosch, nuestro querido Alcalde, se ha tomado mucho empeño en nuestro asunto, que es también problema del pueblo.
—Si no es indiscreto, ¿Cuál es el capital activo de la Compañía?
—Quinientos mil pesos.
El redactor abrió inconmensurablemente los ojos ante la perspectiva dorada de medio millón de pesos, danzando una zarabanda argentina en su cerebro.
Y pensó, también, en el número diario de las alpargatas elaboradas.
— ¿Diariamente? Trescientas docenas.
El fotógrafo llegaba de su romería por los laberintos. Llegaba cargado de placas negativas. Íbamos acercándonos al centro de la fábrica. Divisamos allí una vasta explanada, donde un fresco jardincillo levantaba su graciosa arquitectura húmeda.


Algo nos sorprendió. Algo que se alzaba con líneas clásicas en medio del florido jardincillo. Eran las columnas de una alegre glorieta donde los obreros podían ir, en minutos de tregua, a descansar y fumar. Esta bella idea fué concebida por el espíritu de toda esta organización social: Víctor Vidaurrázaga. Pero la modestia excesiva de este distinguido amigo no nos permite elogiar sus rasgos de generosidad y de cariño hacia los hombres que luchan a su lado por el sustento diario.
Había sonado la hora que daba fin a la faena de la mañana. Comenzaron a desfilar, por delante de nosotros, los obreros. Fuertes y robustos mozos. Lindas y graciosas muchachas del pueblo. Iba con ellos la alegría, el entusiasmo, la fuerza, la juventud, el optimismo. Nos saludaban con afecto. Vidaurrázaga sonreía tranquilo y feliz. Ellos iban contentos hacia el yantar matutino. En el hogar esperaban los hijos, la mesa, la sopa perfumada…
Era el Trabajo que pasaba triunfante ante el Capital…
FIGARO. 1925.
DIRECTIVA DE LA FABRICA DE ALPARGATAS LA CUBANA
DIRECTIVA DE LA FÁBRICA DE ALPARGATAS LA CUBANA | CARGOS |
---|---|
Manuel Otaduy | Presidente |
Pedro Rodríguez Pérez | Vicepresidente |
Dr. Eduardo Usabiaga | Secretario |
Agapito Cagiga | Vocal |
Antonio Pérez y Mier | Vocal |
Urréchaga y Co. | Vocal |
Víctor Vidaurrazaga | Vocal |
Miguel Careaga | Vocal |
Jesús Arana | Director |
Dionisio Bolinaga | Administrador |
José Contreras | Tenedor de Libros y Tesorero |
Bibliografía y notas
- “La Cubana. Fábrica de Alpargatas”. Revista El Fígaro. Año XLII, núm. 20, 2 de agosto 1925.
- Personalidades y negocios de la Habana
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