La Flota de la Plata y su captura por Pieter Pietersen Heyn en la bahía de Matanzas en 1628.
El dieciocho de mayo de 1634 se ajusticiaba en la plaza sevillana de San Francisco al general de sesenta y dos años e hijo del primer marqués de Jabalquinto, don Juan de Benavides y Bazán al son de este pregón:
Esta es la justicia que el Rey Nuestro Señor y sus Reales Consejos mandan hacer á este hombre por el descuido que tuvo en la pérdida de la Flota de Nueva España, que tomó el enemigo el año pasado de 1628. Quien tal hizo que tal pague…
Con la pérdida de la Flota de la Plata a manos de Piet Heyn y sus acólitos holandeses concluía un episodio en la historia de las Américas que empañaría el honor español y pondría a prueba la paciencia de su monarca Felipe IV, quien diría al respecto:
Os aseguro que siempre que hablo (del desastre) se me revuelve la sangre en las venas, no por la pérdida de hacienda, que de ésa no me acuerdo, sino por la de reputación que perdimos los españoles en aquella infame retirada, causada de miedo y codicia.
Felipe IV
La flota desde su salida de Cádiz prevista en mayo de 1627 experimentó una serie de retrasos que la llevaron a partir el veinte y dos de julio, entre otros por la espera del Arzobispo de México Francisco Mauro, llegando a Veracruz el dieciséis de septiembre.
El regreso desde San Juan de Ulúa, islote mexicano y puerto de amarre frente a la ciudad de Veracruz fue dilatado por la también demora en la llegada de mercaderías y metales preciosos. Fallido fue un primer intento de partida el veinte y uno de julio de 1628, perdiéndose la nave capitana por el supuesto descuido de su timonel.
Se comprobó más tarde que había sido sobrecargada como lo eran en realidad la mayoría de los bajeles, hecho común de enriquecimiento ilícito en las flotas. Terminado el transbordo de la carga ponen rumbo a la Habana el ocho de agosto los cuatro galeones acompañados de dieciocho naos mercantes.
En el momento mismo cruza al acecho en las inmediaciones de la Habana el Almirante Piet Heyn, audaz marino holandés al mando de treinta y dos navíos con 623 cañones y más de 3500 hombres. La imponente fuerza se divide en dos escuadras y una de ellas cierra el paso al puerto habanero.
Informado por una urca holandesa que se había mezclado y navegado durante la noche con la escuadra española, Heyn ya tenía de su parte la ventaja de la anticipación y sorpresa.
Amanecía el ocho de septiembre de 1628, el día gris acompañado de aguaceros y mar picado era mal presagio de lo que se avecinaba. Habiéndose avistado la potente escuadra y sabiéndose en desventaja cunde la inquietud dentro de las filas españolas.
Se toman decisiones apresuradas, unos querían luchando forzar el paso hacia la Habana y otros refugiarse en la bahía de Matanzas. Esta última opción fue escogida por la Capitana y hacia allí se dirigió a toda velocidad seguida por el resto de los barcos, salvo seis que habían logrado escapar hacia la Habana y uno comandado por Andrés Felipe de Rojas que ya había sido apresado.
Entrando en la bahía encallan la Capitana y otros navíos de manera tal que se encontraban desamparados e incapaces de ofrecer una eficaz defensa, unido a este hecho empeoran la situación el amontonamiento de mercancías que bloqueaban las aspilleras y el uso frecuente de criados en lugar de los soldados que habrían de llevar. El combate casi había terminado antes de comenzar y Benavides embarcando en una chalupa escapa por el río hasta el ingenio de Don Diego Díaz Pimienta.
Por su parte la Almiranta conducida por Juan de Leoz seguía la misma suerte de la Capitana y se rendía casi sin oponer resistencia. Lanzando su hábito de caballero de Santiago por la borda Leoz es hecho prisionero, consumándose la derrota militar y pérdida de un cuantioso tesoro.
El siete de octubre, casi un mes después de la tragedia, Benavides dirige una carta al rey:
Señor: Quisiera poderme escusar de dar cuenta a V.M. de la infelice suerte que le estava guardada a esta flota de mi cargo, y aver sido tan dichoso que con mi muerte la escriviera otro; pero ya que Dios no lo permitió por mis pecados, hago saber a V.M. que habiendo salido del puerto de San Juan de Ulua a ocho de agosto después de la arribada en que quedó desarbolada la Capitana que traía, y no aviendo visto aviso de España ni tenídole de ninguna parte, tardé treinta días en llegar a la costa de La Habana, la qual reconocí ocho de setiembre al amanecer, hallándome cerca del puerto de Matanças, y a la misma hora vino sobre mí una armada olandesa de 32 urcas, tan pujante como constará a V.M. de otras relaciones, y aunque era tanta la desigualdad de la mía, que sólo consistía en dos navíos de armada y dos de merchanta, fui siguiendo mi viaje dispuesto a morir en tan justa y forçosa demanda, hasta que instado de toda la gente de la nao para que escusase riesgo tan declarado en la plata de V.M. y particulares, con parecer de los que pudieron darle, acordé por salvarla meterme en el dicho puerto de Matanças, donde fui informado que podría entrar con seguridad, y con muy poco lugar que el enemigo diese, calmando el viento como de ordinario suele por las noches, echarla en tierra, o quando no, la gente, y quemar dichas naos, con que el tesoro quedaría en parte que con facilidad podría sacarse.
Llegué a la vaía ya noche, aunque no lo parecía según la claridad de la luna, encallaron todas cuatro naos en una laja que tiene, embaraçándose de suerte que sólo pudimos valernos de las pieças de popa, aviéndole refrescado el viento al enemigo y acercándose tanto que me obligó a dar orden en dichas naos para que a toda priesa echasen la gente en tierra y se quemasen, y lo mismo fui executando en la Capitana, començando por alguna infantería que salió con el estandarte y vandera, con orden de sustentarse en el desembarcadero hasta estar todos en tierra, para que juntos guardásemos el puerto más cercano y a propósito que fuese posible para ofender al enemigo si desembarcase gente, que ayudados en la fragosidad de la tierra y del socorro que podíamos esperar de la gente della, no fuera dificultoso.
Esta orden fue tan mal obedecida, que estando yo mismo disparando las pieças que se dispararon en la Capitana y subiendo los cartuchos para ellas, porque ya la gente de mar y artilleros me avían quedado muy pocos, vino el guardián della en un bote dándome vozes para que fuese a tierra a hazer reparar la gente que toda se iva huyendo el monte adentro, y a que volviesen las chalupas, que las ivan desamparando; y pareciéndome que podía acudir a uno y a otro, volviendo a las naos y trayendo las chalupas, salté en dicho bote, dexando prevenidos fuegos en la Capitana para quemarse con las demás barloadas; y aviendo llegado a tierra, ni hallé gente que detener ni quien volviese a las chalupas, ni la priesa con que el enemigo abordó nuestras naos por la vanda de tierra dexándome aislado en ella, y las muchas valas que al mismo tiempo dispararon al desembarcadero diesen lugar a mi buelta, ni le hiziesen en mi cuerpo, aunque lo deseé, embidiando a los que cerca de mí cayeron muertos y heridos; así se apoderó de dichas naos y de la riqueza que traían, siéndole la suerte tan dichosa como para mí infelice en no poder lograr mi disinio, que con un quarto de hora que tardara en abordarnos fuera el total remedio de suceso tan irreparable.
Llevándose ocho de los bajeles españoles Piet Pieterszoon Hein (Heyn) regresa a Holanda en triunfo el nueve de enero de 1629 con un botín que ascendió a once millones y medio de florines, acogido como héroe nacional fue nombrado Teniente Almirante de la Marina de Guerra.
Heyn, que tenía como lema “La valentía vale más que el oro y la plata” era hombre de armas y honor. Sin considerar el hecho como victoria ni las manifestaciones a su regreso merecidas declaró su amargo descontento a la poca atención y reconocimiento que se le daba a los verdaderos hechos de armas con la siguiente declaración:
Me elogian ahora porque gané riquezas sin el más pequeño peligro. Sin embargo, poco hubo cuando en pleno combate arriesgué mi vida, ellos ni sabían que yo existía…
Piet Pieterszoon Hein
Bogando -como siempre lo deseó- muere sobre el puente de su navío en mil seiscientos veinte y nueve este intrépido y audaz marino, interceptado por tres buques enemigos fue alcanzado en el hombro izquierdo por una bala de cañón.
De las ganancias, cinco millones de florines permitieron a la Compañía Neerlandesa de las Indias Occidentales apoderarse de Pernambuco en 1630 y fundar la colonia de Nueva Holanda con capital en Mauritsstad (actual Recife en Brasil), un diez por ciento fue para el Príncipe de Orange, Federico Enrique de Orange Nassau (1584 – 1647) y otro diez por ciento equivalente a un año y cinco meses de paga se destinó a las tripulaciones.
Hoy en la rada matancera la estatua de Piet Heyn atisba el mar quizás a la espera de otra flota española que decida buscar abrigo allí. Con su mirada al horizonte aviva el deseo de quienes desearían encontrar la misma fortuna y gloria que le fuesen destinadas en las azules aguas de la bahía.
Si prestamos atención, de lejos y entre el murmullo de las olas se oye también el eco de los que conscientes de una derrota quisieran de nuevo regresar a ese 1628 para cambiar la historia.
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