
Temas de Historia Contemporánea Cubana. La Muerte de Antonio Guiteras. Versión de Jorge Octavio Domínguez, el práctico de Guiteras. Las Mujeres de El Morrillo. Escrito por Jorge Quintana para Bohemia.
Si aplaudimos a un héroe, la pasión por la Libertad es lo que aplaudimos.
José Martí
Alberto Tió me habló de Fermín Sangra, aquel jovencito que fuera herido en un bote en el río Canímar en los momentos mismos en que se producía la lucha entre Guiteras y sus amigos contra los soldados que cerraban el cerco con la intención de coparle.
Y Sangra, a su vez, me habló de Jorge Octavio Domínguez, quien estando en la orilla del río Canímar desmontando un poco de maleza para establecer un rancho donde pasar unos días pescando, en unión de su padre y otros amigos, fué solicitado por Aponte para que le sirviera de práctico y los sacara de aquellos caminos enmarañados y desconocidos.

Desde aquel momento buscar a Jorge Octavio Domínguez (J. O. D.) fue casi una obsesión. Sangra me llevó ya al anochecer a casa del señor Octavio Domínguez, padre de J.O.D, quien en esos momentos no se encontraba allí.
Hablamos con el señor Domínguez sobre el objeto de nuestra visita. Amablemente accedió. Con sus setenta años largos el señor Octavio Domínguez es uno de esos viejos vigorosos que aparentan tener mucha menos edad y sobre todo una maravillosa memoria.
Sentados en la sala de la modesta casa que habita por el barrio de La Playa, en Matanzas, conversamos largamente. Como quien no desea olvidar ningún detalle fué contándonos todo lo que él vió aquella mañana del ocho de mayo de 1935.
—Yo estaba con José Gallardo, un viejo amigo mío —nos dice —Aquella mañana junto a la orilla del río. Por la madrugada habíamos ido con el propósito —como lo hacíamos todos los años anteriores y después no lo hemos vuelto a hacer más —de establecer un rancho y pasarnos una temporada pescando y viviendo al aire libre. Ya al amanecer llegaron mi hijo Jorge Octavio Domínguez y el señor Rogelio Gallardo hijo de mi amigo.
Este último vino en un bote y trajo con él a varios hijos y sobrinos suyos, de los cuales el mayor no tenia diez años. Casi al mismo tiempo comenzamos a escuchar disparos. Al principio creíamos que eran cazadores o marineros que tiraban al blanco, pero pronto nos desengañamos advirtiendo que algo anormal ocurría porque pudimos percibir, claramente, el tableteo de las ametralladoras.
En el medio del río Fermín Sangra y su primo Guillermo Fernández gritaban llamando a “Mandarria” —seudónimo conque era y es conocido el marinero Felipe Bayona, encargado de la custodia de “El Morrillo” —ya que habían sido heridos ambos. Con gran dificultad, lograron arrimar el bote hacia el lugar donde estábamos nosotros. Con tiras de nuestras camisas les improvisamos vendajes y los curamos de primera intención.
Estando en esa faena, vimos descender por un camino que los pescadores de aquel lugar denominan de los “Chinchorreros”, a cuatro hombres. Eran Guiteras, Aponte, Crespo Tamayo y Paulino Pérez Blanco. Nosotros no los conocíamos.
Recuerdo que Guiteras se sentó en una piedra como a unos veinticinco o treinta metros de donde yo estaba. Aponte y Paulino Pérez Blanco se separaron y se dirigieron hacia nosotros. Paulino se quedó un poco atrás y Aponte, con un revólver en la mano y en actitud un poco violenta me dijo que lo acompañara, ya que necesitaba un práctico.
Mi hijo Cuso —nombre con que conocemos a Jorge Octavio Domínguez— vino entonces con un machete en la mano, el mismo con el que estaba desmontando la maleza para establecer la tienda de campaña donde proyectábamos ranchear.
Sacando el permiso —ya que creía que eran autoridades— fué a decirle que nosotros estábamos autorizados para estar allí. Aponte le respondió: “Eso no me interesa. Usted es el que me tiene que sacar de aquí”, y tomándole por el brazo salió caminando con él en dirección hacia donde estaba Paulino Pérez Blanco.
Pocos momentos después escuché de nuevo los tiros, esta vez más cerca. Los soldados también nos disparaban a nosotros. Tuvimos que refugiarnos como pudimos detrás de unas piedras. Milagrosamente no nos mataron. Ví a mi hijo arrastrándose por la cañada evadiendo los disparos de los soldados. Ya usted supondrá qué momentos fueron aquellos.
Al rato vi al sargento Antonio Cintado descender arrastrando un cadáver. Era el de Antonio Guiteras. Como él nos conocía nos identificó y nos pidió que lo ayudáramos. En los botes de Sangra y del hijo de mi amigo Gallardo se llevaron los cadáveres y los heridos.
Rafael Crespo Tamayo fué bajado también por los soldados y fué él quien primero identificó los cadáveres de Guiteras y Aponte en nuestra presencia. Eso fué todo. Yo me quedé allí cerca de dos meses. Después no he vuelto más. Los años y mi salud no me lo permiten.
Como no estaba su hijo lo citamos para la Habana. Nos retiramos y aguardamos al domingo en que vendría a vernos Jorge Octavio Domínguez, el práctico de Guiteras.
Jorge Octavio Domínguez

Eran como las diez de la mañana cuando un hombre de estatura regular, con la piel tostada por el sol como la de todos los vecinos de la playa, llegó a la puerta de mi casa. Era Jorge Octavio Domínguez que venía a relatarme todo lo que él conocía en relación con la muerte de Guiteras y Aponte en “El Morrillo”, la mañana del 8 de mayo de 1835.
Por largo rato estuvimos evocando todos los detalles de aquel suceso. Jorge Octavio Domínguez me ha revelado hoy que en aquella época él era miembro de la “Joven Cuba”. Y para probármelo me ha entregado su afiliación a la filial de Matanzas. Cuando Guiteras y Aponte llegaron junto a él, no los conocía, pero pronto se dió cuenta que se trataba de revolucionarios en apuros y se decidió a ayudarlos.
—Mi padre y un amigo suyo de apellido Gallardo —comienza diciéndonos— establecían todos los años un campamento o rancho en las márgenes del rio Canímar y solían pasar en él los meses de verano. Aquel año nosotros no queríamos que fueran porque ya estaban los dos bastante viejos para esas andanzas. Ellos se empeñaron y al fin no le hicimos más objeción.
Por la madrugada del ocho emprendieron el camino hacia el Canímar. Ya al amanecer yo me decidí a ir hasta donde ellos estaban para ayudarles a armar el pequeño campamento. Con un machete me puse a desmontar la maleza para hacerle campo al lugar donde ellos iban a estar. Como a las siete de la mañana escuché los primeros disparos.
Creí que eran los marineros tirando al blanco y no le dí importancia. Como en la desembocadura del río Canímar suelen haber muchos tiburones era costumbre de los marineros hacerles fuego con los rifles para ahuyentarlos y en algunas ocasiones lograr matar algunos.
—Pocos minutos después, continua J.O.D., ví venir por el camino de la margen del río que le dicen “de los Chichorreros” a un hombre alto, grueso, que vestía una ropa azul de esa que usan los marineros. Después me dijeron que era el capitán Urquidi que estaba en “El Morrillo” para llevarse como patrón del yate donde se escaparían los revolucionarios. Le seguía un joven cuyo físico no recuerdo.
Como a unos cincuenta metros de donde yo estaba sacó un revolver y disparó dos tiros al aire como indicándole a alguien, que venía detrás, el camino. Lo ví perderse en la maleza. Ya aquello me llamó la atención. A los pocos momentos llegaron cuatro hombres. Eran Guiteras, Aponte, Paulino Pérez Blanco y Rafael Crespo Tamayo. Del grupo se destacaron Aponte y Pérez Blanco. Este último quedó un poco rezagado, como cubriendo una retirada.
Aponte llegó hasta donde estaba mi padre y su amigo y les dijo: “Venga uno de ustedes acá”. Yo intervine y creyendo que era policía fui a aclararle que estábamos allí con permiso de las autoridades. Aponte me respondió: “Eso no me importa; yo lo que necesito es un hombre que nos saque de aquí”, a lo que yo le respondí: “Bueno, vamos”. Salí caminando junto a Aponte que me tomó del brazo.
Llegué hasta donde estaba Paulino Pérez Blanco y nos reunimos al momento con Guiteras y Rafael Crespo que estaban a pocos pasos, sentados en unas piedras. Emprendimos la marcha. Apenas si habíamos subido unos pocos metros. Paulino Pérez Blanco advirtió la presencia de los soldados frente a nosotros y diciendo: “Ahí están”, se adelantó para contenerlos.
Yo seguí hasta la cerca de piedra. Allí estaba cuando Paulino comenzó a hacer fuego. Lo ví bien, tirando con la ametralladora primero y después con la pistola. Me dejé caer hacia la cañada donde ya estaba refugiado Rafael Crespo Tamayo.
Los soldados respondieron inmediatamente. Al volver la cara hacia el lugar donde estaban Guiteras y Aponte, ya el primero estaba en el suelo muerto, pero logré ver al segundo en el mismo instante en que se desplomaba abatido por un certero balazo en la cabeza.

Le dije entonces a Rafael Crespo Tamayo: Vámonos, que esos están listos. A lo que é me repuso: “No puedo, no tengo parque”. Yo continuaba replegándome por la cañada hacia la orilla del río buscando el lugar donde había dejado a mi padre con sus amigos. Así se pasó todo el tiroteo.
Cuando bajó el sargento Cintado arrastrando el cadáver de Guiteras, yo me le acerqué y le expliqué por qué estábamos allí y como él nos conocía de la playa nos dijo entonces que lo ayudáramos. Arriba, en […], casi junto a la cerca de piedra varios soldados custodiaban a Rafael Crespo, que fué tomado prisionero por Cintado.
El sargento Cintado me pidió que le arreglara la ropa a Antonio Guiteras, cuyo cadáver, con la cara destrozada por los golpes de la maleza, había dejado depositado en la playa. A lo lejos un soldado seguía haciéndonos fuego, pero el sargento lo mandó a llamar. Después el sargento volvió a subir para bajar el cadáver de Aponte.
Yo ví el reloj de Guiteras y comprendiendo que los soldados se lo cogerían quise sacárselo, pero en eso volvió Cintado y me dijo que lo dejara. En mi presencia le sacó el reloj y tomó un anillo que tenía en uno de los dedos. Le dejó el menudo que tenia en el bolsillo delantero del pantalón.
Ya Guiteras había perdido los zapatos. Sobre su sombrero de campaña el sargento Cintado se colocó un sombrero de jipijapa que era de Guiteras. Ese sombrero me lo regaló Cintado pocos momentos después cuando desembarcamos los cadáveres en El Morrillo “para que tuviera un recuerdo”.
Meses más tarde se presentó en mi casa un señor de la organización “Joven Cuba” que venía acompañado de amigos míos de Matanzas y me pidió el sombrero, a lo que yo accedí.
Tengo entendido que tanto el reloj como la sortija fueron rescatados. La sortija la vendió Cintado a un soldado. Este a su vez la regaló a un dentista a quien le debía dinero por ciertos arreglos que no le podía pagar y el dentista la hizo llegar a algunos de los amigos de Guiteras, creo que al capitán Antonio Santana.
Después que bajaron el cadáver de Guiteras, varios soldados bajaron los cadáveres de Aponte y el cabo Man. En el bote de Sangra colocaron los cadáveres de los dos primeros. En el bote del hijo del señor Rogelio Gallardo colocaron el del cabo Man. Como este bote era de motor nos dió remolque hasta El Morrillo.
Yo fui con los cadáveres de Guiteras y Aponte y los heridos Sangra y Guillermo Fernández hasta aquel lugar. Allí los desembarcaron. Ví a varias personas presas. Los cadáveres tendidos en la playa fueron una vez más reconocidos por los prisioneros.
El marinero Fuego, que era chofer del capitán Carmelo González, como queriendo congraciarse con los soldados que allí estaban, fué hasta el bote donde habían traído los cadáveres de Guiteras y Aponte y mojándose las manos en el agua mezclada con la sangre de los dos lideres muertos dijo: “Déjenme lavarme las manos aquí”.
El capitán Caraballo nos autorizó a Gallardo y a mí para retirarnos. Nosotros emprendimos de nuevo el viaje río arriba y fuimos a reunirnos con nuestra familia. Lo demás lo hemos leído en los periódicos o hemos escuchado relatos más o menos verosímiles del suceso.
Hasta aquí lo que nos relató Jorge Octavio Domínguez el práctico de Guiteras, que es una de las dos personas que quedan vivas que estuvieron exactamente en el escenario de la lucha, en la que perdieron la vida Antonio Guiteras y Carlos Aponte.
Las Mujeres de El Morrillo

Cuando se indaga todo el proceso de la tragedia de El Morrillo saltan al primer plano de la atención la actuación de dos mujeres: Conchita Valdivieso y Xiomara O’Hallorans. Las dos, comprometidas seriamente con las luchas de la “Joven Cuba”, fueron llamadas por Antonio Guiteras para que salieran junto con él en aquel su afán de no dejar a nadie en peligro en el momento de partir.
Las dos se comportaron heroicamente en aquella fuga al través de la maleza, exponiendo sus vidas y soportando con entereza admirable, todas las peripecias del Consejo de Guerra. De ahí que aun alterando un poco el ritmo de estos trabajos, le hayamos dado preferencia incluyéndolas en este tercer artículo.
Ofrecemos pues el testimonio de estas dos mujeres que por primera vez, desde el ocho de mayo de 1935, revelan al pueblo cubano todos los incidentes de lo que a ellas les ocurriera en aquel día aciago en que la patria cubana perdiera un hijo ejemplar.
Conchita Valdivieso

El señor José Ignacio Solís, redactor del Diario de la Marina, que fuera destacado por su periódico para cubrir, con cierto carácter especial, la información sobre lo acontecido en el Morrillo el ocho de mayo de 1935, decía, hablando de Conchita Valdivieso, “Que podría calificársele entre las mujeres bonitas”. Efectivamente. Los que la han conocido la han admirado siempre por su belleza y por su cordialidad y simpatía.
Hablando ahora con ella nos viene a la mente aquel pasaje del reportaje de J. I. S. Lo comentamos. C. V. ríe y apremia. Estábamos en vísperas de las elecciones en las que ella figura como candidato a concejal y no disponía de mucho tiempo.
Le pedimos que nos cuente todo lo que recuerde y la dejamos hablar. He aquí lo que ella nos relató:
—Desde días antes del 7 de mayo de 1935, yo estaba en la ciudad de Matanzas. Más particularmente podría decirte que estaba escondida en la casa de Alberto Tió, compañero de la Joven Cuba de aquella ciudad, que junto con Carlos Alfaro, Pedro Fernández y otros que tuvieron una destacada actuación en la preparación de nuestra fuga por El Morrillo.
En un automóvil con Xiomara D’Hallorans, Julio Ayala, Rogelio Fernández y Pedro Fernández salí para el lugar fijado en horas de la tarde del siete. Cuando llegué allí habían otros compañeros que estaban desde días antes en Matanzas. Guiteras llegó al anochecer con Casariego y otros más.
La noche se deslizó mientras conversábamos y hacíamos tiempo para que el yate Amalia llegara. Lo esperábamos entre una y dos de la madrugada. No era éste el primer plan que Guiteras ponía en practica para salir. Anteriormente se había pensado en otros que se desecharon, pero éste precisamente, lo había acogido con más entusiasmo porque según él le permitía sacar a todo el elemento comprometido de una vez.
En “El Morrillo” ví al capitán Carmelo González, al oficial de la Marina Rafael Díaz Joglar y al valioso compañero capitán Antonio Santana. También recuerdo que había varios marineros cuyos nombres no conocía. Durante toda la tarde y buena parte de la noche Carmelo González estuvo saliendo y entrando.
Al amanecer él y Díaz Joglar se retiraron definitivamente. Ya estábamos copados. Fueron ellos los que traicionaron a Guiteras. No tengo dudas de ninguna clase.
Cuando Guiteras me convenció de que estábamos cercado por las fuerzas del Gobierno, ordenó, de acuerdo con Aponte, la salida hacia la manigua. Yo salí junto con Juan Antonio Casariego. El grupo se fué desintegrando.
En un pequeño claro, Casariego hizo frente a las fuerzas y fué herido gravemente en un hombro. Yo estaba a su lado y lo asistí personalmente. Allí me sorprendieron los soldados. Lo demás ya lo conoces. Nos llevaron a El Morrillo. Al poco rato trajeron los cadáveres de Guiteras y Aponte y todos los que estábamos presos fuimos llevados para identificarlos.
Conchita Valdivieso, apremiada por las contingencias de la política ha quedado en silencio como dando por terminada la entrevista. Pero no la dejamos ir todavía. Quisiéramos que nos aclarase algunas cosas. Y ella, siempre cordial, accede gustosa.
—Dinos Conchita, ¿tú conocías los planes de Guiteras al abandonar Cuba, oístes hablar de ello, cuéntanos lo que sepas?
—Bueno, verás. Guiteras no concebía la revolución antiimperialista en un solo país. Tenía la experiencia de lo acontecido en 1933. Él, sin abandonar su proyecto de realizar en Cuba la insurrección armada, llevaba, al salir para el extranjero, proyectos más amplios. Estaba en contacto con el APRA1 y también con otras organizaciones similares que podían ayudarle mucho, a cambio de que él las ayudara después. Era algo de más envergadura que una simple revuelta política en Cuba.
—Y en relación con la traición de Carmelo González ¿tú crees que Guiteras se dió cuenta de ello?
—No, Guiteras murió sin percatarse de que Carmelo González lo había traicionado. Tampoco se dió cuenta de la traición de Rafael Díaz Joglar. Yo me vine a dar cuenta de que Carmelo González era el que había dirigido toda la conjura, cuando ya estando presos, le ví abrazarse a Batista felicitándose mutuamente por el éxito de la acción.
Hasta ese instante todos creíamos que había sido una sorpresa casual y hasta nos preocupábamos por su suerte.
—¿Qué otra gente más había en El Morrillo que lograron escapar?
—Alberto Sánchez, que más tarde murió heroicamente defendiendo a la República Española, el Chino Ramos y el capitán Urquidi.
—¿Qué tiempo duró el tiroteo?
—Imposible de precisarlo. Era a ratos. En esos combates no se generaliza un fuego violento, sino que cada vez que un grupo tropieza con el enemigo cambian disparos, pero nada más.
La entrevista se ha concluido. Conchita Valdivieso se despide de nosotros para dirigirse a su oficina donde los amigos la esperan ansiosos de poder hablar, recibir orientaciones y activar la campana que realiza para salir, una vez más, electa Concejal para el Ayuntamiento de la Habana.
Xiomara O’Hallorans

Con Xiomara O’Hallorans no había premuras. A diferencia de Conchita Valdivieso, que se ha zambullido de lleno en la política, la señora O’Hallorans prefiere la tranquilidad del hogar.
Casada con el señor Hernández Vega2, segundo jefe de la Policía Secreta, vive consagrada a su casa, sin que ello quiera decir que la revolucionaria de otros tiempos haya sido olvidada. Por el contrario, ahora más que nunca X O’H, se considera con más derecho a intervenir en la vida pública, pero desde otro plano: el del observador que atisba y comenta.
Seguimos con ella el mismo procedimiento que con Conchita Valdivieso, esto es, la dejamos hablar para que espontáneamente, sin interrupciones, nos relate todos los pormenores y detalles de aquel suceso lamentable en que cayera sin vida Antonio Guiteras.
He aquí el relato o la versión de Xiomara O’Hallorans:
—Yo estaba con otros miembros de la Joven Cuba escondida en Matanzas, desde días antes. Guiteras había seleccionado a los que deberían acompañarle, entre los que él consideraba más comprometidos. Por órdenes de él nos habíamos situado en Matanzas, en espera de la consigna final de salir.
Entre 3 y 4 de la tarde del día 7 de mayo de 1935, en un automóvil y en compañía de varios miembros de la “Joven Cuba”, salí para El Morrillo. Al llegar allí me encontré con Paulino Pérez Blanco, Carlos Aponte, Olimpo Luna del Castillo, Alberto Sánchez y otros. Al anochecer ví llegar a Antonio Guiteras acompañado del teniente Cuco Díaz Joglar, que venía vestido de oficial de la Marina de Guerra y Juan Antonio Casariego.
—Nos dividimos en varios grupos, pasando la noche hablando unos, otros durmiendo sobre el césped y otros fumando y atisbando en el horizonte cualquier indicio que pudiera ser indicador de que el yate que esperábamos para las primeras horas de la madrugada, hubiera llegado.
Guiteras había tenido varios planes para hacernos salir del territorio nacional. Primero, bien lo recuerdo, pensó en embarcarnos individualmente utilizando líneas de aviación y compañías de vapores. Después desistió porque él prefería que hiciéramos el viaje todos juntos; le resultaba más económico y por las seguridades que le ofrecía el capitán Carmelo González, según manifestaciones que me hiciera el propio Guiteras, cuando me habló del asunto.
Guiteras se pasó la noche unas veces dentro del fortín, en el piso alto y otras saliendo a la terraza que da al mar. Recuerdo que en una ocasión lo ví recostado en una colombina y a sus pies Carmelo González le hablaba.
En ese momento yo quise hablar con él para tratarle de unos documentos que me había encargado que ocultara. Aun cuando yo hablaba bastante bajo, me dí cuenta que Carmelo González me observaba con ese interés de una persona que por los movimientos de los labios trata de averiguar qué es lo que dice.
En ese momento le pregunté a Guiteras si Carmelo González le inspiraba confianza a lo que me contestó textualmente “como si fuera yo mismo”. Yo entonces al observar la firmeza conque me decía esto le respondí que le había hecho esa observación porque como era muy joven podía cometer alguna indiscreción, a lo que Guiteras me contestó:
“¡Fíjate si es inteligente que desde que está conspirando con nosotros, hace periódicas visitas al Estado Mayor, para despistar!”
Ya al amanecer Guiteras estaba convencido de que no podría salir de El Morrillo como eran sus planes. Entonces habló con Santana y otros y decidió que dos jóvenes miembros de la Joven Cuba de Matanzas se trasladaran a la Habana para averiguar qué era lo que le había ocurrido al yate.
Después le pidió a Carmelo González que sacara a las dos mujeres. Este le dijo que bajaba a echarle agua al automóvil, circunstancia que aprovechó para darse a la fuga en una lancha que allí tenía. A Cuco Díaz no lo volví a ver más. Guiteras bajó a buscar a González junto conmigo, no encontrándolo, aunque no creo que en ese momento sospechara de ninguna traición.
Con nosotros estuvieron toda la noche del 7 y la madrugada del 8, además de Carmelo González y Cuco Diaz, el capitán Antonio Santana, un hermano de Carmelo González que era cabo en la Marina y algunos marineros más que no recuerdo sus nombres.
Al amanecer notamos que un camión cargado de soldados se desviaba de la Carretera Central y se dirigía hacia El Morrillo. Fué entonces cuando Guiteras dió orden de salir a la manigua. Yo le recuerdo esta frase en aquel instante: “Yo no me dejo coger vivo”. Llevaba una ametralladora de mano.
Colgada de un extremo del saco de Guiteras iba yo cuando nos comenzamos a adentrar en la manigua. Con uno de los arboles me dí en la cara y caí al suelo. Guiteras no se dió cuenta y siguió cuenta. Fué la última vez que lo ví con vida. Yo tenía las piernas lastimadas y, además, dado lo accidentado del terreno se me dificultaba el caminar con la misma rapidez que los hombres. Fué esta la razón por la que no pude ir más lejos.
A pocos metros del fortín, cruzando una cerca de piedra, y, precisamente en los momentos en que con más furia nos atacaban los soldados se me enganchó un zapato. Uno de mis compañeros corrió a auxiliarme. Con los brazos, en una de cuyas manos llevaba una pistola, me abrazó para sacarme.
En ese mismo instante un disparo, dió en el cañón de la pistola y nos empujó hacia atrás. De no haber tenido la pistola delante del corazón, de seguro me hubieran matado allí mismo. Caímos en un terreno al que cerraba, de una parte, la cerca de piedra antes aludida y de la otra una gran siembra de piña de ratón. No podíamos movernos. Allí nos sorprendieron los soldados y nos llevaron para El Morrillo.
Cuando Xiomara O’Hallorans concluyó de hablar, nosotros comenzamos nuestro interrogatorio:
—Muy bien, Xiomara, pero sería posible que nos dieras tu opinión sobre la traición de Carmelo González y Cuco Diaz Joglar.
—Carmelo González, —nos responde, siempre me inspiró desconfianza. Estando recluida en el Castillo de San Severino, al día siguiente de haber sido presa en El Morrillo, volví a ver a Carmelo González y a Cuco Díaz abrazándose con Batista, Pedraza y Ángel Aurelio González, en el patio de la fortaleza. Recuerdo perfectamente cómo les estrechaban las manos y les daban palmadas como felicitándolos.
Si tenemos en cuenta que el capitán Santana, que estuvo allí en El Morrillo con nosotros, fué sometido a Consejo de Guerra, así como también los marinos que le seguían, mientras a Cuco Diaz y a Carmelo González se les colmó de honores, no cabe duda alguna de que ellos, y sólo ellos, nos traicionaron.
Y si se quiere otra prueba más reparemos en que nunca más ni Carmelo González ni Cuco Díaz Joglar buscaron contacto con gente de la Joven Cuba ni se interesaron por ninguno de los presos.
—Xiomara, yo he leído que el soldado Ruano González que resultó herido en El Morrillo, aseguraba que tú le habías hecho fuego con un revolver ¿Qué hay de cierto en eso?
—Te lo contaré todo. Estando ya detenida, los soldados que con bastante frecuencia se acercaban a nuestro calabozo, me decían que me iban a hacer lo mismo que yo le había hecho al cabo Man, que como tú sabes resultó muerto en el combate.
Yo siempre respondía inquiriendo por la persona que me acusaba de esa muerte y siempre me indicaban que era el soldado Ruano que estaba herido en el hospital y que afirmaba a todo el que le visitaba que una mujer rubia era la que había hecho los disparos que mataron al cabo Man y le habían herido a él.
Como yo era la única mujer rubia que allí estaba, pues, desde luego era a mí a quien estaba señalando. Yo sabía que nada de eso era cierto, pues al cabo Man lo mataron frente a Guiteras y yo estaba en ese momento en otro lugar. Además, en todo el proceso de huir hacia la maleza no había manejado arma de ninguna clase. Personalmente nunca hablé con el alistado Ruano e ignoraba si él era en efecto quien me acusaba.
Antes de la celebración del Consejo de Guerra, un oficial cuyo nombre me reservo, porque no sé si le pudiera perjudicar, pero que estaría dispuesto a revelarlo si él me autorizase, me dijo que se había interesado con el soldado Ruano para que no me acusara. Y así fué en efecto. El soldado Ruano depuso ante el Consejo, pero nada dijo en relación con mi supuesta participación en la muerte del cabo Man y sus heridos.
La entrevista concluyó ya bien entrada la noche. Xiomara O’Hallorans como Conchita Valdivieso habían accedido a relatar para Bohemia todos los incidentes que ellas conocían de una acción en la que no fueron simples espectadores sino actores muy principales.
En el próximo artículo el general Ignacio Galíndez revelará para los lectores de Bohemia, por primera vez, todos los detalles de la entrevista que celebrara con el doctor Antonio Guiteras el seis de mayo de 1935, en la que le aconsejó que no se embarcara por Matanzas, que el Estado Mayor del Ejército conocía todos los detalles de sus movimientos en ese sentido, al mismo tiempo que trataba de inducirlo a llegar a un entendimiento con los líderes militares con vistas al desarrollo de un plan revolucionario.
Jorge Quintana, periodista de Bohemia.
Bibliografía y notas
- Quintana, Jorge. “Temas de Historia Contemporánea Cubana. La Muerte de Antonio Guiteras”. Revista Bohemia. Año 38, núm. 33, Agosto 18 de 1946, pp. 32, 33, 58, 59, 64.
- APRA, seguramente la Alianza Popular Revolucionaria Americana. ↩︎
- Rogelio Hernández Vega. El Diario de La Marina informaba en primera página el 17 de julio 1948 a través de un cable del día anterior que había “Muerto a tiros en México el ex-subjefe de la Secreta de Cuba Rogelio Hernández Vega”. En el momento que es asesinado se encontraba en el Consulado Cubano acompañado de su esposa Xiomara O’Hallorans y su hijo de siete años de edad. ↩︎
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