

La Tutelar de Guanabacoa en Cosas de antaño por Álvaro De La Iglesia. Los pueblos, como los hombres, también suelen venir a menos. Guanabacoa, al través de largos días de ausencia, nos produce, de pronto, la impresión de un noble arruinado que, tras de la raída ropilla, descubre aún como un pálido destello de distinción.
Es como una gran dama que con una leyenda de belleza y elegancia aún fresca en la memoria de sus contemporáneos, cogiendo los cincuenta, muestra en el simpático semblante las huellas de su pasada hermosura.
Más hermosa, mucho más hermosa que la Habana porque se asienta en un vergel, se halla hoy solitaria, polvorienta, silenciosa; un velo de tristeza incomprensible en las cosas inanimadas parece doliente queja exhalada ante un presente que contrasta, por lo precario, con un pasado lleno de luz.
Porque “Guanabacoa la bella con su muralla de guano”, fué ayer el centro de la elegancia, la riqueza y la distinción. A fines del siglo, bien lo explica la décima popular: “ya se despide el cubano porque el hambre lo atropella…”
Fiestas, animación, opulencia, derroche, alegría… aquella generosísima nobleza cubana, bolsillo siempre abierto a todas las empresas del entendimiento y a todas las hermosas explosiones del corazón, todo, todo eso se fué para no volver más, como se va la gloria, como se va el amor, como se van las ilusiones, dejando, solamente, como huella de su paso glorioso un sedimento de amarga tristeza en el fondo de las almas susceptibles de percibir tales sensaciones.
Sólo compensa esa pérdida el pensamiento de que tan bellas cosas se fueron a la vez que otras muy negras: la opulencia de Cuba desapareció, es cierto; pero también con ella se fueron los horrores de la trata, la sangre y las lágrimas de la esclavitud y los latigazos degradantes de la tiranía.
Quien haya conocido a Guanabacoa en los días de su prosperidad no la reconocerá casi. La alegre y bellísima joven es una anciana llena de pesares y de tristeza.
Todo en ella nos habla de un pasado risueño: sus fiestas religiosas llenas de esplendor y suntuosidad, sus grandes templos dignos de una capital sus anchas, cómodas y frescas residencias, que contrastan por su amplitud con la repugnante mezquindad de las casas habaneras, exponente de una sórdida codicia; todo sin contar el paisaje encantador, nos hace simpática y atrayente la Villa de Pepe Antonio a pesar de su lamentable decadencia.
Remontándonos con el recuerdo a medio siglo, vemos aquella loca alegría de la Tutelar, el oro corriendo a raudales, el regocijo flotando en la atmósfera… hasta la pobreza se mostraba alegre porque la opulencia, nuevo Júpiter, hacía caer sobre ella una lluvia de monedas. Nadie dejaba de comer en aquellos días de la “Octava” porque la mesa estaba puesta para todos.


Aún ayer, como quien dice, en los comienzos de la sangrienta lucha de diez años, Guanabacoa era una animada población donde se echaba la casa por la ventana en las ferias de la Candelaria y en las fiestas de la Asunción.1
Siendo alcalde de la villa don Francisco Goyri y Adot, cuya hermana fué marquesa de Casa-Balboa, allá por el año de 1869, en que aún circulaban pocos billetes, se celebraron las fiestas de la Tutelar con brillantez no vista.
En la Loma de la Cruz a cuya falda brota la riquísima fuente del Obispo, que el mejor día manda cegar la Sanidad, como cerró los pozos de la villa, se alzaban los pabellones de las diversas provincias españolas y el pabellón cubano, haciéndose en ellos un derroche de esplendidez y de alegría.
Pero volvamos al pasado para que tenga propiedad esta página de antaño, recordando un curioso episodio de las fiestas de la Tutelar, allá por el año de 1820.
Cerca de la iglesia parroquial de la Asunción, es decir, en el foco de las fiestas, un grupo de alegres y bellas muchachas ventaneras se divertía haciendo objeto de sus bromas a todo aquel que pasaba por delante de las rejas. En esto vieron cruzar a un humilde hijo de San Francisco, vistiendo raídos hábitos, descalzo de pie y pierna, la cabeza hundida en la cogulla y los ojos bajos.
—¡El Padre Santo… ahí viene el Padre Santo…! —gritó una de las jóvenes.
El lector de mis “tradiciones” sabe ya quién era el Padre Santo: ejemplarísimo hijo de la orden seráfica, dechado de virtudes, caritativo y piadoso al extremo de no tener nada suyo. Fray Ignacio del Corazón de Jesús Moreno, de masa de santos por la hermosura de su alma inspirada y pura, era hacía mucho un santo para el pueblo, refiriéndose del humilde sacerdote estupendos milagros.
En Guanabacoa era objeto de general veneración; pero la juventud es todo alegría y aturdimiento y aquellas muchachas malditas, sin pensar lo que hacían, quisieron dar una broma al bienaventurado.
—¡Padre Santo… Padre Santo!, venga, entre, por Dios, que a una amiguita nuestra le ha dado un ataque…
El Padre Moreno, sin alzar los ojos del suelo, entró. En la saleta, echada sobre un sofá, ahogando la risa que le retozaba en los labios, encontró a la más maldita de las jóvenes que fingía un gran dolor. ¿Comprendió el Padre Santo la burla? No se sabe; pero al salir de la casa dijo a las jóvenes con severo acento:
—Su amiguita está muy grave… No sé si me dará tiempo para avisar a la parroquial que traigan los Sacramentos.
Con estupor se miraron las muchachas y en tanto el Padre Santo se dirigía rápidamente a la parroquia de la Asunción, que entonces lanzaba al aire los alegres sones de sus campanas, corrieron a la saleta donde estaba agonizando su amiguita, que no tardó en expirar. Ni aun pudo recibir el Viático.
Este es el episodio trágico de una Tutelar de principios del siglo pasado, tal y como se trasmite de padres a hijos y sin que este cronista de cosas viejas haya añadido de su cosecha tilde ni coma.
Álvaro De La Iglesia,
Agosto, 1915.
Bibliografía y notas
- De La Iglesia, Álvaro. “Cosas de antaño: La Tutelar de Guanabacoa”. Revista El Fígaro. Año XXXI, núm. 34, 22 de agosto 1915, p. 449
- Apuntes históricos del término municipal de Guanabacoa
- Desde el 14 de agosto de 1743 se otorgó a Guanabacoa el título de Villa con el nombre de “La Asunción”. El 15 de agosto por ser el día de la Virgen de Nuestra Señora de la Asunción se realizaba la procesión por las calles del pueblo. ↩︎
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