

“Los restos de José María Heredia” por José Augusto Escoto en 1903. Es un hecho fuera de duda que Heredia murió en la ciudad de México. Consta por la última carta de la correspondencia que llevaba con su madre, fechada en dos de Mayo de 1839, cinco días antes de morir, que en dicha ciudad se encontraba.
La familia nos ha informado que ocurrió su fallecimiento en la casa número tres de la calle de Cocheras de la repetida ciudad, donde desde meses atrás residía, y por último, lo deja asentado como un hecho irreparable la partida de la defunción y documento que hizo legalizar la familia para las diligencias judiciales que hubieron de hacerse después de la muerte de la viuda del poeta, y dice así el extracto:
“Certifico que en uno de los libros de entierros de esta parroquia consta que en siete de mayo de 1839 se le dió sepultura eclesiástica en el panteón del Santuario de Nuestra Señora de los Ángeles, al cadáver del licenciado don José María Heredia, casado que fué con doña Jacoba Yáñez; y para que conste lo firmé. —Sagrario Metropolitano de México, julio veintitrés de mil ochocientos cuarenta y cuatro. —Doctor Nicolás Aragón.”
En aquel panteón reposaron los restos de Heredia hasta que muy enferma su viuda, escribió a su suegra manifestándole que quería cumplir el encargo que mucho le había recomendado en sus últimos días José María, de que fuese a morir a su lado para que con ella quedasen sus nietos.
La madre del poeta, que idolatró a su hijo en vida y guardó después de su muerte un culto a su memoria, con este motivo puso inmediatamente en ejecución aquella disposición y al efecto en Matanzas donde residía, a tres de Febrero de 1844, dió un poder ante notario a su sobrino don Rafael Carrerá y Heredia y con él la comisión de pasar a México, en cuya ciudad residía la viuda, para que le arreglase sus asuntos de interés, y terminados, volviese con la familia a su lado.
Desempeñando estaba Carrerá en México la comisión que le confiara doña Mercedes Heredia, cuando iban a cumplirse en Mayo de 1844 los cinco años que da la ley para depositar restos humanos en determinado lugar de un cementerio y cuando aquél no se adquiere con otro derecho.
Convencida la viuda del poeta de que no volvería a su país natal, pues a poco no hubiera llegado a Cuba, a causa de lo grave que se encontraba, quiso dejar los restos de su esposo a buen resguardo, y de acuerdo y con su suegra, compró un terreno a perpetuidad en el cementerio de Santa Paula, de la misma ciudad de México, para dejar bien asegurados los restos de Heredia.
En este nuevo lugar quedaron depositados en un monumento que hemos de describir, para dar mayor seguridad del hecho y que sirva de luz en la investigación que se quiera hacer mañana sobre el particular.
No era aquel monumento de descanso eterno, ni un nicho, ni una bóveda, sino un pedestal de piedra pintada de color obscuro, de un metro de altura o poco más; en la parte superior se colocaba una caja de metal de bastante capacidad para contener los restos.
Para cubrir la caja y que le sirviera a la vez de adorno, tenía una urna en forma de farol, hecha con vidrios negros para que no se viese la caja interior y como color más propio al caso, en los vidrios se ponían las inscripciones con letras doradas. Guardaba alguna semejanza con los fanales que para el mismo objeto se usaron en otras edades, modificado lo más sencillo posible para su costo. El que compró la familia Heredia, no obstante, después de terminado, con los derechos, le subió aquél a quinientos pesos.
La vidriera que cubría los restos del poeta tenía en sus cuatro costados la siguiente inscripción, que la familia conserva copiada entre sus papeles, firmada por los señores Pomposo Fernández de San Salvador y Juan Oraz, y Guzmán, dice así:
El Licenciado don José María Heredia
falleció el día 7 de Mayo de 1839, de
edad de 35 años. Varios de sus ami-
gos y compañeros dedican a su grata
memoria el siguiente
EPITAFIO
Su cuerpo envuelve del sepulcro el velo,
Pero le hacen le ciencia, la poesía,
Y la pura virtud que en su alma ardía
Inmortal en la tierra y en el cielo.
Es la misma inscripción que compuso don José María Lacunza y se grabó en la lápida que cubría el primer lugar de descanso de los restos de Heredia en el Panteón del Santuario de Nuestra Señora de los Ángeles, con la diferencia de que no pudiendo colocarse la lápida en el nuevo monumento de Santa Paula, se puso en letras doradas en la vidriera que cubría la caja de los restos, como dejamos dicho era costumbre hacerlo.
En el mismo mes de Mayo de 1844 salió don Rafael Carrerá de México con la familia del poeta para Cuba, y venía en tan grave estado la viuda que se temió no pudiera llegar a Matanzas, donde apenas vivió un mes después del viaje, recibiendo sepultura sus restos en el cementerio de esta ciudad el día 17 de junio del repetido año 1844.
Quedaron a cargo de doña Mercedes Heredia sus nietos, y pensando esta señora en la posibilidad de traer a Cuba los restos de su hijo, ya que era ella la más interesada en este asunto, pues quería tenerlos cerca de sí; discurriendo unas veces sobre las dificultades que le pudiera ofrecer la trasladación, dada la hostilidad en que siempre estuvieron el gobierno de la colonia y el poeta que cantó la libertad de Cuba, otras descansando, después de encontrarse con aquella dificultad, en la seguridad en que los restos habían quedado, conformándose a dejar el asunto para tiempos de mayor facilidad, así quedaron las cosas hasta su muerte que ocurrió en Matanzas el día 14 de Febrero de 1857.
Después del fallecimiento de doña Mercedes, su nieta doña Loreto Heredia de Lamadriz, la hija mayor del poeta, en correspondencia desde Matanzas con su amiga de la infancia doña Isidora Ortega, hija del poeta mexicano don Francisco Ortega, uno de los buenos amigos de Heredia; en una de las cartas que le escribió le pedía que la informase del estado en que se encontraba el sepulcro de su padre y le diera las noticias que pudiera adquirir.
La contestación de la señora Ortega fué, que el cementerio de Santa Paula se había clausurado hacía años y que los restos que en él se encontraban habían sido trasladados al cementerio de Tepeyac.
Aquí es donde se le pierden, a la familia Heredia los restos del poeta, que habían procurado tener siempre a salvo de que esto ocurriese.
Es lo más probable que sucediera en el caso que relatamos, que la autoridad eclesiástica encargada de la administración de los cementerios, diera el aviso de clausura de aquel camposanto, llamando a los interesados, a que hiciesen por su cuenta los traslados de aquellos restos que exigían gastos, y como la familia de Heredia faltaba de México y ninguno de los parientes allá residentes se interesó en el asunto, los restos del poeta, mezclados con otros que se hallaron en el mismo caso, fueron trasladados a Tepeyac a discreción de la persona encargada de la operación, quien ya por ignorancia, ya no demostrando ningún interés, si conocía la fama de Heredia, no tuvo el cuidado de distinguirlos, perdiéndose así tan preciados restos.
Esto suponemos que pudo haber ocurrido, siguiendo la historia de lo que ha pasado con restos de otras celebridades.
Lo cierto es que los dos hijos de Heredia, doña Loreto y don José de Jesús, han hecho después por todos los medios posibles, cuantas diligencias han sido necesarias para dar con los restos de su padre y todas aquellas les han resultado infructuosas.
La relación que hace sobre los restos de Heredia el viajero francés Mr. J. J. Ampere en la obra que publicó relatando sus impresiones, tiene en este caso un valor relativo, pues aquel literato hizo su investigación a título de curioso y sin el interés directo que siempre se tomó, la familia del poeta.
Dice Ampere que: “hablando de Heredia con el Sr. Carpio, éste, que fué su amigo íntimo, le dijo que habiendo ido a visitar una vez la tumba de José María Heredia, no le había sido posible encontrarla. Le aseguraron que al cabo de cinco años vendieron otra vez el terreno donde estuvieron aquellos restos. Resulta que en México se ignora el lugar de la sepultura de Heredia.1
La primera dificultad que presenta este relato como documento de prueba, es que no dice el nombre del cementerio donde fué Carpio a visitar la tumba de Heredia, aunque parece hubo de ser a uno de los de la ciudad de México, donde residió desde 1833 hasta su muerte ocurrida en 1860, desempeñando la cátedra de fisiología e higiene en la Escuela de Medicina.
Es seguro por otro lado, que Carpio no tuvo noticia de la traslación de los restos de Heredia, porque si bien es verdad que fué a visitar la tumba de su amigo, lo hizo porque sabía donde lo enterraron por primera vez, ignorando lo que después hizo la familia con los restos del poeta, como se desprende de la noticia que le dió a Ampere.
Tampoco se sabe si los empleados que estaban en el cementerio cuando enterraron a Heredia eran los mismos con quienes habló Carpio años después, pues aquellos serían los que hubiesen podido informarle con exactitud; la respuesta que le dieron no envuelve a nuestro juicio nada más que un hecho corriente y que lo saben todos los empleados de cementerios.
Lo que si parece fuera de duda es lo que afirma Ampere, que ya por los años de 1851 en que viajaba por México se ignoraba en esta ciudad entre las personas que conservaban recuerdos de Heredia, el lugar donde descansaban sus restos, hecho que se explica habiendo ausentádose la familia del poeta de aquella república.
Del estudio de los documentos expuestos y que son de autoridad indiscutible, se deduce: Que los restos de Heredia se inhumaron primeramente en el Panteón del Santuario de Nuestra Señora de los Ángeles de la ciudad de México, pues la certificación de la sepultura eclesiástica, cuya autenticidad no se puede negar, deja fuera de duda el hecho:
Que al hacer la exhumación de los restos muy poco antes de cumplir los cinco años de derecho que concede la ley para estos casos, la familia de Heredia los trasladó al cementerio de Santa Paula donde hizo el depósito a perpetuidad, hecho que afirma la hija del poeta, la señora doña Loreto Heredia de Lamadriz, residente hoy en Matanzas, como testigo que fué de las diligencias que hizo don Rafael Carrerá para dicho traslado, y que recuerda, qué antes de su salida de México para Cuba, ella fué al cementerio de Santa Paula, acompañada por el señor Carrerá, a visitar el monumento que guardaba los restos de su padre, ante el cual estuvo haciendo oración:
Que clausurado el repetido cementerio de Santa Paula, entre los años de 1845 a 1850, los restos de Heredia, como los de todos los que allí se encontraban y cuyos interesados no intervinieron en el traslado, los pasaron al de Tepeyac, en Guadalupe. Y que en este último si a la fecha no ha sufrido clausura y los restos en él depositados, no han sido a otra parte trasladados, deben reposar los restos de José María Heredia.
Allí es lo más seguro que descansen los restos del infortunado poeta cubano. Quizás si en aquel lugar de reposo se han perdido para siempre, mezclados con otros en el osario común: quizás se puedan descubrir, después de una Investigación concienzuda.
En el primer caso, ya sabemos donde reposan los restos de Heredia; en el segundo, si es verdad que en Cuba hay amor a las glorias patrias, están los cubanos obligados a buscar aquellos restos venerados, para traerlos a descansar en la tierra querida del poeta, porque estos fueron siempre sus deseos.
Queda puesta la primera piedra.
José Augusto Escoto
El artículo anterior de la autoría de José Augusto Escoto se publicó en la Revista Cuba y América correspondiente a noviembre de 1903.
En diciembre de 1926 lo replica Arturo G. Quijano en El Diario de La Marina titulando en esta ocasión: ¿Se han perdido para siempre los restos de Heredia? Para la Sra. Elvira Cape, Viuda de Bacardí. Por Arturo G. Quijano.
Y continúa: El señor José Augusto Escoto, que ha residido más de cuarenta años en Matanzas, circunstancia esta que le ha permitido cambiar a diario impresiones con familiares del poeta y poder examinar y hasta copiar la correspondencia que éste sostuviera hasta poco antes de su muerte con la autora de sus días, publicó en el número 7 de la interesante revista Cuba y América el trabajo que a continuación reproducimos.
Finalizando agrega Quijano: En conocimiento el lector de todas las investigaciones realizadas por familiares, amigos y admiradores del poeta, réstanos sólo, referirnos a las con carácter oficial efectuadas en el propio Méjico, por el que fué nuestro Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario en aquella República, general Carlos García Vélez, cuando la cartera de Estado estaba a cargo del señor Carlos de Zaldo.
De las notas del general García Vélez nos ocuparemos en nuestros próximos artículos.
Arturo G. QUIJANO.
La Habana, diciembre, 1926.
Bibliografía y notas
- Escoto, José Augusto. “Los restos de José María Heredia”. Revista Cuba y América. Año VII, Vol. XIII, núm. 7, 15 noviembre 1903.
- Quijano, Arturo G. “¿Se han perdido para siempre los restos de Heredia?”. Diario de La Marina. Año XCIV, núm. 359, 26 de diciembre 1926, pp. 16, 27.
- “Loreto Heredia de Lamadrid”. El Fígaro. Año XXVI, núm. 4, 23 de enero 1910.
- Promenades en Amérique, Etats Unis, Cuba, Mexique, 1855. Tomo 2, Cap. 24. ↩︎
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