
En las Memorias de Rosa Cruz: Los Zapatos de Pilar.
Bien sabe la madre hermosa por qué le cuesta el andar:
JosĂ© MartĂ
ÂżY los zapatos, Pilar, los zapaticos de rosa?
Se recostĂł a la puerta alquitranada de secas maderas sin pintar desde hace medio siglo y lejos se dejĂł llevar cerrando a medias los párpados para evitar el resplandor, algo que le pareciĂł contrastante con la oscuridad en la que esa mañana se hallaba sumida la bodega. Era el dĂa que tocaba la cuota por la tarjeta, esa libretica que dicen necesaria y a la que a veces no llaman de racionamiento.
Con el halo de luz del celular Miche se afanĂł buscando en ella la casilla para apuntar las libras de arroz subvencionadas, asignadas y vendidas. Aunque fuera de mañana el mostrador se encontraba en la penumbra por la disposiciĂłn del lugar y porque se habĂa sobrepasado el plan de consumo elĂ©ctrico, los kilovatios tambiĂ©n tenĂan su libretica.
Aunque todo habĂa sido rápido y la cola estaba bien organizada el contraste, entre la luz y las sombras, era cada vez más evidente como si fuera una molesta mosca batiendo alas sobre el merengue de aquellos dulces que hace años vendĂan por el dĂa de las madres, esos tambiĂ©n se habĂan perdido con su cartelito rosa de felicidades mamá.
Cuando se cierran y con las yemas de los dedos se aprietan los párpados en la oscuridad comienza a dibujarse un nuevo mundo y ocurren cosas diferentes, si observas bien te sustraes de la realidad ambiente. Contemplativos en la oscuridad comienza a aparecer un mundo hacia adelante y el rollo del proyector depasa en velocidad las manecillas del reloj. Te das cuenta de que casi siempre miramos al pasado confortados por la calidez de una historia con final conocido prefiriendo ignorar un futuro que sabemos inevitable.
Esa noche el Dago se habĂa ido temprano a hacer la cola de la bodega y desde un rincĂłn contemplaba al bombillo del palifoco que titilaba apagándose una y otra vez. Poco a poco se le fueron embotando los sentidos y se encontrĂł caminando en su memoria por el año 1957, cuando a los quince años empezĂł a trabajar para Osvaldo AlpĂzar quien tenĂa una fabriquita de zapatos por Embarcadero Blanco. Se veĂa clarito ganando como aprendiz siete de los treinta pesos que recibĂa Roberto Soriano a la semana.
En esta ciudad la industria del calzado empleaba a mucha gente y por lo menos pagaba para comer y darse sus gusticos. Por eso cuando pensaba en el lituano Melamedas se asombraba de que viniera de tan lejos a poner una fábrica de zapatos en la calle del Medio ciento cuarenta y tres y que además le pusiera El Rosal como si se tratara de un jardĂn.
Hasta antes de que Ă©l naciera habĂa instalado el polaco Chajet su fábrica en Cuba veinte y cinco, seguro que se habĂa cambiado el nombre porque si era polaco no debĂa de llamarse Felipe pero eso, eso era un detalle que a los cincuenta empleados tenĂa sin cuidado asĂ como su pertenencia al Centro Asturiano de la Habana porque que fuera español, ruso o polaco poco importaba, ahora que hiciera zapatos y pagara eso sĂ, además sus hijos educados en la isla hablarĂan castellano y dejarĂan de hacer esas cosas que hacen los rusos.
La manĂa del calzado en Matanzas era descomunal y cuando aquello ¡NĂł señor, no eran zapatos llenos de plástico y tela como esos Converse o NiquĂ© de hoy en dĂa! lo que nosotros hacĂamos era Fisher y Marol de piel de verdad. Cuando me hice cortador de calzado entregaba unos treinta o cuarenta pares por dĂa y ganaba entre veinticinco y treinta pesos a la semana. Aquellos zapatos se vendĂan del productor a las tiendas a unos cinco pesos y ellas les adicionaban un veinte por ciento.
DespuĂ©s de 1959 con el advenimiento del nuevo gobierno se aumentĂł el salario de los trabajadores y más tarde al ser intervenidas las fábricas y pasar a manos del estado estos salarios se convirtieron en los llamados sueldos histĂłricos, algunos de los que disfrutaban de estos sueldos podĂan cobrar entre trescientos y mil pesos al mes cuando un sencillo trabajador ganaba ciento cincuenta pesos por cortar bajo una meta entre ochenta y cien pares diarios.
Carajo que si no me hubieran mandado para aquella escuela cuando intervinieron la fábrica de Osvaldo hubiera hecho dinero. La escuela para los zapateros estaba en el local del antiguo Asilo de los Padres Paules por la vuelta de Monserrate y en ella estuve cerca de un año hasta que me enviaron al Servicio Militar Obligatorio.
Por esos primeros años los cambios sociales eran casi diarios y recuerdo algunos, aunque todo se mezcla y se va confundiendo por el tiempo que ha pasado, de memoria hubo la Primera Ley de Reforma Agraria en mayo del 59, al año siguiente le pusieron en julio “Puñal” a la Enmienda americana a la ley Azucarera y llegĂł la Ley Escudo o 851 que ya estaba preparada y establecĂa cĂłmo indemnizar a los americanos expropiados.
Para el 13 de octubre de 1960 la Ley 890 expropiaba nacionalizando forzosamente al resto de los extranjeros y grandes propietarios cubanos.
Ese mismo dĂa con la 891 tambiĂ©n fueron nacionalizados los Bancos y siguiĂł la Ley de Reforma Urbana acabándose los arrendamientos y pasando a manos del estado las propiedades dedicadas a este fin, como alquilábamos nos dieron un papel con el valor de la casa y pagamos por años hasta que nos dieron otro papel donde decĂa propietario en usufructo y cuando puse la casa a mi nombre nuevamente la tasaron y tuve que volver a pagarla aunque fuera de mi mamá y yo hubiera nacido en ella, fue entonces que entendĂ eso del usufructo.
En octubre del 61 fue nacionalizada la Enseñanza y el 5 de diciembre llegĂł la Ley 989 que establecĂa la confiscaciĂłn de todos los bienes de los que no regresaban al paĂs con lo que se llenaron de papelitos las puertas de un montĂłn de casas.
Todo esto sucediĂł antes de abril del 64 que fue cuando a los veintidĂłs empecĂ© el Servicio Militar, allĂ me dieron una metralleta checa que con cualquier golpe enviaba una bala al directo y ponĂa a bailar el zapateo.
A mediados del 67 nos mandaron a la zona de MartĂ a cortar caña y posteriormente nos metieron en un albergue de paredes de yagua que tenĂa literas verticales de tres y cuatro camas. TodavĂa me acuerdo cuando tuve que lanzarme del cuarto piso de una de aquellas literas porque como los guapetones sobran y los que se cansan tambiĂ©n, el abusado agarrĂł una “akaĂ©me” 47 y le cayĂł a tiros al albergue.
Al final fuimos a sacar sal en las Salinas de Vido porque por aquella época hubo una tremenda escasez de sal. Fue entonces que regresé a mi antiguo oficio en la ciudad de Matanzas.
La fábrica de sandalias estaba en una esquina de la calle de Cuba cerca de Capricho y de allà pasé a la fábrica de calzado número seis que estaba también en Cuba cercana a la escuela primaria Eusebio Guiteras.
Las fábricas de calzado sobrevivientes tenĂan nombres pero nosotros las conocĂamos por sus nĂşmeros. De la seis pasĂ© a la uno que era la Isla propiedad de Valle frente a la funeraria, es decir calle del RĂo entre AmĂ©rica y Compostela y de esa sĂ recuerdo el nombre que le pusieron: Samuel Fernández.
TambiĂ©n recuerdo que el taller dos que estaba en Capricho entre RĂo y Medio era el antiguo Jhonny Max de Evelio Rivero quien fabricaba excelentes zapatos. El tres estaba en RĂo algo más arriba que el uno entre San Carlos y Mujica. El cuatro en Contreras entre AyllĂłn y Magdalena. Para esa Ă©poca ya se habĂan desaparecido las marcas emplantilladas Amadeo, Bulnes e Ingelmo.
En el Taller Uno trabajĂ© más de treinta años, de aquellas memorias que regresan se va dibujando Eloy MorejĂłn, alto y flaco que metĂa tremendas peroratas por el micrĂłfono de la fábrica, con Ă©l no nos perdĂamos uno solo de los discursos del lĂder máximo.
Lo recuerdo bien recaudando fondos para el Onceno Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes de 1978, vendiĂł ceniceros de conos de hilo y hasta galleticas que traĂan desde el Parque Lenin en la Habana. Gracias a Ă©l mi hijo conociĂł lo que era una africana y para los que mal piensan no es una afrodescendiente, era un biscuit cubierto de chocolate rodeado de una fina pelĂcula de aluminio.
Los efluvios del pasado todavĂa no olvidan a la siempre muy elegante MarĂa Dolores secretaria del administrador Luis Amador, al Secretario del Partido Eusebio Donis a Amalio Toledo, Olga Vera y Xiomara PĂ©rez quien encuestaba el nivel de satisfacciĂłn de la masa trabajadora ante la subida del precio de los cigarros, los sindicalistas RubĂ©n Heredia Caloma, el Yiyi y Guachinango.
Cuando aquello se creaban comisiones para analizar los mĂ©ritos laborales, polĂticos, disposiciĂłn, asistencia a los trabajos voluntarios y asambleas que daban derecho a la compra de los artĂculos que se asignaban a la fábrica, los que podĂan ser desde un refrigerador y un par de ventiladores hasta en una ocasiĂłn diecinueve despertadores soviĂ©ticos. Durante muchos años recogĂ voluntariamente algodĂłn, manĂ, cafĂ© y hasta cortĂ© caña.
Tuve una bicicleta Niagara y por el 62 comprĂ© un Plymouth del cincuenta en ochocientos cincuenta pesos y cuarenta años despuĂ©s lo vendĂ por muchĂsimo más porque los carros por su rareza no se devaluaban. TambiĂ©n trabajĂ© con Eligio González al que los mĂşsicos lanzaron al agua en la piscina del Hotel Oasis y conocĂ a su esposa Ramona.
Alberto Ceballos cortador de forro trabajĂł conmigo por años, asĂ como Luciano Viera, Mario PĂ©rez, RenĂ© Milián, Octavio Marrero, EfraĂn RodrĂguez y otros muchos de los que hoy desconozco su paradero.
Poco a poco todo fue desapareciendo y los talleres cerraron o se reconvirtieron, en el Uno despuĂ©s de una aventura conjunta con una compañĂa española el taller devino una especie de Ăłptica y un tallercito de ortopedia, el Dos dijo una vecina del lugar que serĂa un Departamento TĂ©cnico Investigativo de la policĂa y el Tres se reconvirtiĂł en almacĂ©n.
Algunos trabajadores se vieron ofrecer puestos de limpieza, otros optaron por el retiro. En la tenerĂa Mártires de Ă‘ancahuazĂş que producĂa cueros y estaba en la zona industrial de Versalles lo Ăşltimo que vĂ fue un ciudadano aferrado a un martillo recuperando un pedazo de cabilla que quedaba entre los escombros.
En mi embotada mente los mandarriazos resonaban como si estuvieran dentro de la cabeza, colándose por la rendija de los pesados párpados podĂa ver el brillante rosado de los zapatos de mi vecina Pilar. Entre sacudiones gritaba:
—Dago despiértate que te toca ¡Te llegó el turno!
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