
Norabuena y Stuart grandes talleres de carpintería de obras en la Habana. Querer es poder. Este aforismo, tantas veces demostrada su veracidad por seres que han sabido ser porque han querido, tuviéronlo presente los señores Ignacio Norabuena y Julián Stuart.
Estos señores tenían invertido en el negocio que explotaban hacia 1918, talleres de carpintería de obras y construcción de camas, un capital de $100.000. Y ¿Cómo lograron llegar a cifra tan respetable? ¿Cómo lograron que los ingresos mensuales por concepto de trabajos realizados en sus grandes y modernos talleres llegasen a alcanzar la suma de $25.000?
Queriendo: esta es la única contestación posible a las preguntas que acabamos de formular.
Los señores Norabuena y Stuart, repetimos, hicieron bueno el aforismo “querer es poder”. Ellos quisieron y ellos pudieron. Y para conseguirlo les bastó poner en acción su voluntad férrea y estar seguros de lo que valían como operarios.
Porque, bueno es decirlo; mejor aun, necesario es decirlo porque al decirlo públicamente se presenta al público un ejemplo digno de ser imitado, los industriales señores Norabuena y Stuart eran, cerca de 1905, dos modestos obreros carpinteros.
En los talleres de la “Havana Electric” ganaban un jornal, y sujetos al mismo libraban su subsistencia; vivían simplemente sin que ante ellos se presentara el horizonte despejado en el que se dibujase la sonrisa de un porvenir venturoso.
Y Norabuena y Stuart, jornaleros hábiles y hombres de empresa y corazón, e inteligencia clara, deseosos de ser algo más que unos simples obreros, abandonaron los talleres de la compañía estableciéndose para trabajar por cuenta propia en una pequeña casa de la calle de Refugio.
El “taller” estaba instalado en la salita de la casa, y un solo banco servía para que trabajaran los dos socios.
Después de varios años de trabajar con entusiasmo encontráronse con un pequeño capital y lo emplearon en la adquisición de una propiedad en la calle Universidad, trasladándose a ella y continuando con más empeño en sus trabajos de carpintería.
Sin ayuda de nadie, con solo su esfuerzo, fuéronse abriendo camino. Por sus trabajos, concienzudamente ejecutados, lograron que la clientela fuese constantemente en aumento. Aumentaron los pedidos, el trabajo igual, fué preciso buscar operarios que ayudaran, faltó espacio, se echó de menos un gran taller con maquinaria y elementos…

Y ocurrió lo que era lógico que ocurriese. Ello fué que los señores Ignacio Norabuena y Julian Stuart en el año 1917 compraran los terrenos que hoy ocupan con sus grandes talleres. Estos fueron montados a la moderna, con todos los adelantos y con maquinaria de los últimos y más perfeccionados modelos.
Aquella modesta casita de la calle de Refugio y aquel único banco para trabajar los dos modestos operarios carpinteros de la “Havana Electric” emancipados, habíase trocado como por arte de encantamiento en un gran taller que albergaba una gran industria.
Y los dos operarios habíanse convertido en opulentos industriales, dueños de un establecimiento importante y jefes de un considerable número de operarios.
El edificio que ocupaba la casa Norabuena y Stuart constaba de tres naves con una superficie de dos mil quinientos metros cuadrados. Una de las naves se arrendaba.
La principal estaba construida a tres aguas. Era muy ventilada y recibía mucha luz, teniendo en todo su alrededor cierres de correderas giratorios. Esta nave, que constaba de tres plantas, se dividía en departamento de transmisiones y armado, en la primera; departamento de maquinaria en la segunda y en la alta, o sea la tercera, armado de muebles.
Al fondo de esta nave estaba el departamento de construcción de camas.

En el taller había cuarenta y cinco aparatos de carpintería movidos por diez motores preparados para trabajar con el número de maquinarias que se deseare, o sea preparados por series.
Una nueva y potente máquina, en aquella época todavía en la Aduana, se planeaba montar viniendo a aumentar la fuerza de producción de la casa, ya de por sí muy intensa.
El escritorio y oficina eran magníficos, habiéndose construido en la casa todos los muebles destinados a uno y otra. Todavía les quedaba a los señores Norabuena y Stuart una extensión de diez mil metros para cubrir las necesidades del negocio, almacenaje, depósitos, etc.

En los grandes talleres de los citados señores se trabajaba principalmente en la carpintería de obras tales como marcos de puertas, persianas, puertas, vidrieras escaleras. Había además un departamento para construcción de camas.
Y departamento de construcción de mobiliario para el Estado por contrata.
Norabuena y Stuart tenían muchos contratos por 400 armarios de cedro para las Escuelas públicas, por valor de $40.000; y 1.350 mesas por valor de $15.000, también para las escuelas. Y por obras para la Biblioteca Nacional otro contrato por valor de $5.500.
La madera que se empleaba en trabajos que ejecutaba la casa se importaba de los Estados Unidos empleándose también la del país, importándose de la primera por valor de $10.000 al mes.
Cincuenta obreros se ocupaban fijamente en los talleres. De la importancia de éstos puede juzgarse por la información que escribimos a la ligera, al terminar la cual insistimos en presentar los señores Norabuena y Stuart, jóvenes cubanos hijos de la provincia de Santa Clara, como ejemplo de lo que puede la voluntad en los destinos del hombre.
Circulares comerciales1
En esta plaza se ha constituido una sociedad regular colectiva que girará bajo la razón de Norabuena y Stuart, con objeto de dedicarse al negocio de carpintería y de contratas en general, así como continuar los negocios a que se han estado dedicando hasta la fecha, siendo únicos socios y gerentes los citados señores.
Bibliografía y notas
- “Circulares comerciales”. Diario de la Marina. Año LXXXIV, núm. 259, 15 de septiembre 1916, p. 2 ↩︎
De interés: Personalidades y negocios de la Habana
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