

Dulce María Borrero de Luján pertenece a una familia en la que se observa el fenómeno maravilloso y admirable —tal vez no igualado ni en Cuba ni fuera de Cuba— de una continuada y no interrumpida herencia intelectual, que se viene transmitiendo de padres a hijos y de hijos a nietos, en ambos sexos y en todos los miembros de la familia.
Es el patriarca o el fundador de la misma don Esteban de Jesús Borrero, poeta fácil, sencillo e inspirado, escritor de costumbres y traductor correcto y concienzudo. Vienen después sus hijos Manuel, Elena y Esteban, poetas los tres, desaparecidos los dos primeros simultánea y patéticamente.
El último es la rama frondosa y fuerte de este árbol prodigioso. Científico, poeta, crítico, conferencista, catedrático y satírico incomparable, que nos ha dejado ese monumento literario que se llama “La Aventura de las Hormigas”, libro profundo, amargo y original, como lo llama el autor de “Bustos y Rimas”, en el que, al pie de algunos pasajes, hubieran puesto su firma Cervantes o Voltaire.
Pero no está en sus obras, con lo que valen, toda la gloria de Esteban Borrero. Está en sus hijas, y principalmente en Juana y Dulce María.
De Juana baste ahora decir, que de no haber muerto tan joven, como desgraciadamente para las letras cubanas murió, hubiera llegado a ser la primera de nuestras poetisas, de todos los tiempos, y una de las más grandes de habla española.
Dulce María, hoy en el apogeo de sus prodigiosas facultades intelectuales, con un temperamento artístico natural, exquisito y refinado, una vena poética espontánea y fluida, cultura vasta y profunda y cerebro admirablemente organizado y preparado para la observación, el análisis y la crítica, no ya tan sólo en lo que al arte y a las letras se refiere, sino también, en lo que atañe a la esfera de los estudios sociológicos y políticos, es una de las mentalidades femeninas más completas de Cuba y de América, además de una de las poetisas más poderosas, hondas y sinceras del Nuevo Mundo.
Nacida en Puentes Grandes, antes de cumplir los seis años ya hacía versos y manejaba, con bastante habilidad y soltura, el lápiz y el pincel, dirigida en estos últimos estudios por su hermana mayor, Juana.
En 1896 se vio obligado su padre a emigrar de Cuba, por sus ideas revolucionarias. Con él fue a Key West Dulce María y en aquella localidad publicó, a los once años, sus primeras composiciones poéticas, en la “Revista de Cayo Hueso”, ilustrándolas ella misma.
Nombrado el doctor Borrero delegado de la Revolución Cubana en Costa Rica, a esta República se trasladó la familia hasta que terminó la guerra hispano americana, regresando a esta capital precisamente el día primero de enero de 1899, en que cesaba la dominación española en Cuba.
Unidas desde muy pequeñas, fraternal y espiritualmente. Juana y Dulce María, confidentas y amigas, más que hermanas, poetisa entonces formidable Juana, era natural que Dulce María, por herencia, por temperamento y por educación, fuese poetisa también. Así, a la edad en que las niñas juegan a las muñecas ellas leían como en un devocionario, los versos de Bécquer y Heine.
¿Cómo empezó a escribir Dulce María? Ella no sabría decirlo. Por una necesidad de su espíritu, realmente sentida. He leído algunos de estos primeros versos, tan correctos e impecables en su forma, como los que escribe hoy. En unos y en otros se observa la espontaneidad y naturalidad, libre por completo de artificios, reglas o escuelas métricas. Así nos lo confirma la poetisa:
— Jamás he conocido ni estudiado la retórica, y no sé tampoco lo que es pulir o retocar una composición.
No necesitaba declararlo ella. Todas sus poesías lo demuestran.
Allá en lo más íntimo de su ser bulle una idea o un sentimiento, producido por una pena, por el amor, por el espectáculo de la naturaleza, por el recuerdo de cosas pasadas… esa idea o ese sentimiento van tomando forma, hasta que llega un instante, en que la poetisa necesita exteriorizarlo o expresarlo.
Toma la pluma y escribe. No sabe qué, ni en qué forma. Puede ser un soneto o un poema. Poco importa. Es lo que ella sentía.
Sólo así se es poeta; aunque no todos los que se llamen poetas sean así.
Comprendiendo todas estas admirables cualidades, críticos eminentes de España y América han juzgado la obra poética de Dulce María Borrero, en los términos más encomiásticos y justos. De todos esos juicios, sólo queremos extractar aquí, como el más completo, el de José Enrique Rodó:
“Quien quiera que tenga algún entendimiento de poesía; – dice el insigne maestro uruguayo- quien quiera que sepa reconocer la verdadera, la profunda, la grande, sentirá los versos de usted y los sentirá sin necesidad de que la crítica despierte ni avive su impresión.
Pone usted toda su alma en sus versos, y esa alma es tan hermosa y delicada y la forma en que la manifiesta tan natural, tan transparente y tan bella, que, sin mostrar el menor afán por la originalidad, la encuentra usted por el camino más seguro: el de la expresión personal honda y sincera.
Y la peculiaridad que más debemos agradecer en sus versos es que, en su parte más característica y personal, son verdaderamente versos de mujer, y nos dejan aspirar, en vaso de belleza, ese “fluid ineffábile” de la sensualidad femenina, que no siempre está presente en lo que escriben en verso o prosa las mujeres de talento, a menudo intelectualmente varoniles”.
Añadiendo:
“No faltan en la obra poética de usted el pensamiento intenso ni el rasgo de eficaz energía, pero lo que sobre todo y constantemente la avalora es el sentimiento íntimo y suave, que viene en derechura del corazón y se derrama en la forma con aquel abandono que no excluye la vigilante asistencia de la armonía y del gusto”.
Terminando con estas palabras:
“¿Cuántas mujeres han versificado en tierra americana con tan positivas y delicadas dotes de poeta? Seguramente pocas, muy pocas”.
Hasta hoy Dulce María Barrero sólo ha publicado un volumen de poesías: Autores Hispano-Americanos. Dulce María Borrero de Luján. Horas de mi vida. Berlín. Casas editoriales J. katz Verlag & Sánchez y Rosal Hermanos, Mannheim, Berlín W, 35. 1912. 212 p. y retrato (Pórtico de Fabio Fiallo).
Tiene en prensa otro volumen de versos: “Relicarios Vacíos”, que saldrá en breve, así como un tomo de trabajos en prosa “A plena luz”.
Además de “Horas de mi vida”, ha publicado los siguientes folletos:
- Dulce María Borrero de Luján. La Poesía a través del color. (Conferencia pronunciada en la Academia Nacional de Artes y Letras, el 31 de enero de 1912). Habana, Imprenta y papelería de Ramblar Bouza y Cía., Obispo número 33 y 35, 1912. 21 p.
- Dulce María Borrero de Luján. El matrimonio en Cuba, publicado en «Cuba Contemporánea». junio de 1914, Habana, imprenta “El Siglo XX”. Teniente Rey 27. 1914, 18 p.
- Discurso de contestación al de ingreso de la señora Elvira Martínez Vda. de Melero, como miembro de la Sección de Pintura, por la Sra. Dulce María Borrero de Luján; leído
por su autora en la sesión pública y solemne de esta Academia celebrada el día 26 de abril de 1916. Habana, imprenta “El Fígaro”, O’Reilly 36, 1916, p. 15 a 31. (En el mismo folleto aparece el discurso de recepción de la señora Elvira Martínez Vda. de Melero, p. I a 14). - Suplemento a “El Fígaro”, noviembre 4 de 1917. El arte característico y su libre desarrollo fuera de la tiranía escolar. Conferencia pronunciada por la señora Dulce María Borrero de Luján, en el Ateneo de la Habana, el domingo 29 de octubre de 1917, Habana, imprenta “El Fígaro”, O’Reilly número 36, 1817, 14 p.
- Dulce María Borrero de Luján. Discurso leído en la sesión pública inaugural celebrada por el Club Femenino de Cuba en la Academia de Ciencias, el 3 de julio de 1918. Habana, imprenta y papelería de Rambla. Bouza y Cía., Pi y Margall 33 y 35, 1918. 27 p.
Tiene escritos también numerosos trabajos de critica literaria y de arte y estudios sociológicos y políticos.
En distintos concursos ha alcanzado los siguientes galardones :
- El primer premio del tema Amor en los Juegos Florales que el Ateneo de la Habana celebró en 1908, por su canto simbólico “Amor”.
- Medalla de la revista «Cuba y América», por un soneto : “Mayo”
- Primer premio ofrecido por el gobierno y medalla de oro de la Academia de Artes y Letras, por su libro “Horas de mi vida”, en el Concurso de Literatura de 1912, como el mejor libro de versos presentado.
- Medalla de oro por su composición “Alba de gloria”, en el Concurso celebrado en 1914, por el Comité Avellaneda, con motivo del primer centenario del nacimiento de la insigne poetisa.
- Premio de la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes en el concurso celebrado en 1919, por su colección de cantos y juegos para kindergarten.
Artista exquisita del pincel, ha obtenido diversos premios por sus cuadros, ya retratos, paisajes o flores, en exposiciones nacionales y extranjeras.
Ocupa, desde su fundación, el puesto de Secretario de la Sección de Pintura de nuestra Academia Nacional de Artes y Letras.
Bibliografía
- Roig de Leuchsenring, E. (1920, marzo). Poetisas Cubanas, Dulce María Borrero de Luján . Revista Social, pp. 54
- Escritores y Poetas.
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