De Rubén de León García para Bohemia: “La Verdad de lo Ocurrido desde el Cuatro de Septiembre. Desde la Caída de Céspedes hasta la Posesión de Grau”.
Cómo se incubó el Golpe de los Sargentos. —Verdaderos leaders y leaders circunstanciales. —La idea del Gobierno Colegiado. —Designación de integrantes y discusión de candidatos. —Por qué Batista no fué de los Cinco. El retorno al Gobierno unipersonal. —Demandas del pueblo y exigencias de los políticos. —Palabras de Céspedes. —Toma de posesión de Grau.
En la madrugada del 4 de Septiembre fuí urgentemente llamado del Campamento de Columbia por los compañeros Valdés Daussá, Prío Socarrás y otros. Desconocía hasta aquel momento lo que sucedía en Columbia.
Había tenido algunas noticias, a las que no les dí gran importancia, respecto a un movimiento que se iniciaba por parte de las tropas; pero aquella noche, agotado físicamente como estaba, porque había pasado por una prueba moral muy difícil —el caso del compañero Soler, que los lectores de BOHEMIA ya conocen—, preferí descansar y esperar hasta el otro día para informarme de lo que tan insistentemente se rumoraba.
Después de la llamada telefónica fueron a buscarme al hotel algunos compañeros, que me explicaron algo de lo que sucedía.
Llegué a Columbia en compañía de varios estudiantes universitarios a las tres de la madrugada. Allí encontré a la mayoría de los compañeros del Directorio, al Dr. Irizarri, Portela, Carbó y otras personas más que habían luchado conmigo en In época de Machado.
El sargento Batista, que volví a ver aquella noche y a quien había conocido en el Consejo de Guerra que me juzgó por el “Auto Bomba” y donde él desempeñó el cargo de taquígrafo, me informó del movimiento revolucionario que un grupo de sargentos habían logrado llevar por las vías del éxito.
Hasta aquel momento nada se había hecho para la constitución de un nuevo Gobierno. Se esperaba a que los civiles que estábamos allí reunidos decidiéramos las normas políticas que debían implantarse. Nació entonces la Junta Revolucionaria.
El sargento Batista explicó los propósitos que habían animado al grupo de Sargentos dirigentes a dar el golpe contra el gobierno mediatizado del doctor Céspedes, añadiendo que las tropas acatarían los acuerdos de la Junta Revolucionaria que nacía aquella noche.
Después de algunas deliberaciones se acordó, en definitiva, que el Gobierno debía tener una forma colegiada. Empezaron entonces a surgir nombres para el nuevo Gobierno. El
compañero Prío Socarrás, por acuerdo previo de un grupo de los allí reunidos, propuso entonces a los doctores Grau San Martín, Portela, Irizarri y al periodista Carbó, para formar parte de los cinco hombres que constituirían el nuevo Gobierno.
Faltaba una persona más. Alguien propuso entonces que esa quinta persona fuera el propio Batista. Algunos de nosotros consideramos que sería preferible que ninguno de los cinco hombres que iban al Gobierno tuviese carácter militar. El mismo Batista dijo entonces que él consideraba mejor que su puesto estuviese siempre dentro del Ejército.
Fué entonces cuando yo sugerí el nombre de Porfirio Franca. Fuí apoyado en mi proposición por el Dr. Cuervo Rubio y por Carbó. Porfirio Franca tuvo en aquel momento como contrincante al doctor Carlos de la Torre, propuesto por el compañero Rubio Padilla. Y Franca fué designado, por mayoría, para ocupar el cargo.
Cuando se le propuso a Batista que integrara junto con el grupo de los ya designados para la Comisión Ejecutiva, éste contestó:
“Mi candidato es el doctor Grau.”
¿Quién iba a pensar que este hombre que se manifestaba con tanto entusiasmo desde los primeros momentos a favor de la candidatura del doctor Grau San Martín, fuera después el mismo que considerara, injustificadamente, que Grau no gobernaba de acuerdo con las exigencias del momento?
Horas después de hechas las designaciones se acordó trasladarnos al Palacio Presidencial, ya que en aquel momento todos los puestos militares de la Isla daban a conocer oficialmente que el gobierno de Céspedes caía y surgía un Gobierno presidido por cinco personas con carácter netamente revolucionario.
Después de estos acuerdos preliminares el optimismo predominaba en todas nuestras actuaciones. Creíamos con toda sinceridad que Cuba iba a tener por primera vez un Gobierno que nacía del pueblo. Que gobernaría con el pueblo y para el pueblo.
Los allí reunidos habían luchado tesoneramente contra la tiranía de Machado. Eran en su mayor parte los que habían sufrido toda clase de privaciones. Ninguno para nosotros era nuevo en la lucha. La mayoría hacía más de tres años venía luchando con todo entusiasmo y con verdadera energía por lograr lo que aquella noche consideraba debía ser el Gobierno que sustituyera al que había presidido Machado.
Hombres nuevos en la vida pública. Ninguno anteriormente había ocupado cargos públicos algunos. Nosotros representábamos la tendencia revolucionaria que llevaba por programa el del Directorio Estudiantil Universitario. Nadie pensó aquella madrugada que se tergiversarían los propósitos.
Nadie pensó en traiciones. Nadie creyó que el Sargento Batista, el hombre que junto
con un grupo de Sargentos dirigió el movimiento con las tropas y que se manifestaba
tan decididamente partidario de someterse al Gobierno Civil y a las normas trazadas por los revolucionarios, fuera el mismo Sargento Batista…
que en la noche del 15 de Enero claudicara y se entregara de lleno en brazos de la reacción para conservar de este modo las estrellas de Coronel que le habíamos dado los que con él nos responsabilizamos en la noche del cuatro de Septiembre, juzgándolo y considerándolo como un revolucionario de mérito y como hombre capaz de mantener firme los principios que la Revolución propulsada por los civiles necesitaba.
Ya en el Palacio los cinco miembros del Ejecutivo, empezaron a deliberar sobre sus primeras actuaciones. Al trasladarnos de Columbia al Palacio Presidencial la Junta Revolucionaria se hizo acompañar por mas de doscientos civiles, en su mayor parte estudiantes. Se iba a pedir al Dr. Céspedes la entrega del cargo que ocupaba.
La emoción era tan intensa, que los que ya estábamos responsabilizados con tan grave paso, apenas podíamos dirigirnos la palabra. Pensábamos en todo lo que podíamos hacer, en el beneficio que pudiéramos traer a nuestro pueblo. Creíamos que tendríamos los medios para desplazar por completo todo lo que significara la política vieja.
Pensamos también en los graves obstáculos que encontraríamos en el camino. Pero nuestro optimismo, nuestra juventud, nuestro empuje, nos hacía fuertes y nadie podría convencernos de que la idea revolucionaria mantenida por nosotros, de que el espíritu de buena fé que animaba a todos los hombres que constituyeran la Junta Revolucionaria, pudieran más tarde ser vencidos por los intereses, por las ambiciones o por la cobardía en muchos casos.
Céspedes entregó el Poder sin que hubiese el más pequeño incidente. El pueblo, ya congregado en los alrededores de Palacio, no había comprendido todavía. En aquellos momentos no sabía quiénes lo gobernaban ni qué se proponían hacer. Tan sólo un nombre, para ellos harto conocido, llamaba la atención y en el rostro confiado de los ciudadanos parecía asomarse una sonrisa de satisfacción y de confianza.
¡El Directorio! ¡EI Directorio! ¡Son los muchachos, son los muchachos quienes han hecho
ésto! decían, y una vez más el pueblo aplaudía al grupo de universitarios.
Antes de salir de Palacio, frente a las oficinas de los muchachos de la Prensa, fuí presentado al Dr. Céspedes, por el Dr. Belt, que había sido, hasta aquel momento, su Secretario de Instrucción Pública. ”¡Todo sea por Cuba!”, me dijo Céspedes.
Lo acompañamos hasta su máquina y en el corto trayecto desde Palacio hasta ella yo le expliqué los motivos que nos obligaron a no corresponder a su invitación cuando por mediación del Dr. Belt, me dijo que lo visitara.
El primer obstáculo que encontró el Gobierno de los Cinco fué el mismo Ejército. No es rara coincidencia pues, que el problema de hoy sea el mismo Ejército. Claro está que las condiciones no son las mismas.
En aquellos días eran los Oficiales desplazados el problema. Los que conocíamos la labor realizada por algunos Oficiales que en todo momento se habían mostrado decididos partidarios de nuestro programa, veíamos la necesidad de que éstos volviesen al Ejército y fueran dentro del Ejército nuevos jefes. Todos quisimos que ocuparan sus puestos; nadie pensó que ellos se negaran.
La revolución se iniciaba como toda verdadera revolución, por una transformación violenta. No podía pensarse en normas antiguas. Teníamos una realidad que confrontar y esta realidad había que canalizarla, de lo contrario Cuba se desencadenaría en un caos.
Los Oficiales todos fueron llamados a Palacio. Allí se propuso formar una Junta Militar que estaría integrada por cinco Oficiales y por el que todavía sólo era Sargento: Batista. Esta proposición fué aceptada en parte por un grupo de Oficiales jóvenes que estaban compenetrados con nosotros. Más tarde fué definitivamente rechazada, porque nadie quería someterse a lo que nosotros considerábamos una realidad indestructible: el golpe dado por los Sargentos.
Batista, por obra y gracia de un accidente, era el Sargento Jefe del Ejército. El no fué el Jefe del Grupo de Sargentos; el fué tan sólo, el más listo de todos. Y desde los primeros momentos, valiéndose más que de la Jefatura accidental del compañerismo, dictó las primeras órdenes, que lo iban haciendo aparecer como el Jefe del movimiento. Todos los Sargentos compañeros de Batista recibían las órdenes sin poner obstáculos. El momento era de grave responsabilidad.
Había que obedecer al que primero diera la orden. Batista fue más audaz y él las dictó, y los más destacados dentro del grupo las obedecieron. Pablo Rodríguez, que fué quizás el espíritu máximo de la obra, no objetaba en cumplirlas.
El, como los otros, no creería que aquellas órdenes de Batista serían las que más tarde, a él, al más grande propulsor de la idea dentro del grupo, lo harían prisionero por dos veces en Columbia, víctima de su propia confianza, siendo separado del Ejército por reciente disposición de Batista.
El Batista Sargento no podía encarcelar al Sargento Rodríguez, que tantas simpatías gozaba entre las tropas; pero el Coronel Batista si podía encarcelar al Comandante Rodríguez, que se mantuvo firme en sus principios revolucionarios cuando el Coronel Batista, repitiendo el proceso seguido el cuatro de Septiembre, —en que se hacía aparecer como Jefe máximo sin estar autorizado—, traicionaba la Revolución y por segunda vez a sus compañeros, dando la orden de detención de Rodríguez porque éste llamó “cuartelazo indecente” a lo sucedido en la madrugada del 15 de Enero.
Y así, lo que aparecía al principio como un hecho casual, se fué haciendo costumbre y ante los ojos del pueblo Batista fué apareciendo como Jefe.
La Revolución tenía que seguir su curso. Se consideraba imposible que un Sargento fuera el Jefe del Ejército y entonces se vió la necesidad, en vista de que no era posible conseguir la formación de la Junta Militar en la forma propuesta, que este Sargento fuera Coronel.
¿De quién fué la idea? De un grupo. El momento parecía exigir velocidad en las determinaciones. Carbó, que tenía a cargo las Secretarías de Gobernación y Guerra y Marina, y que era el más decidido partidario de hacer a Batista Coronel, confeccionó el Decreto. Al otro día de esta determinación vino de Columbia, presidido por una máquina de soldados que abrían el paso a un nuevo Jefe Militar, al Coronel Fulgencio Batista.
La designación de Batista motivó un gran descontento en algunos de los integrantes del Consejo Ejecutivo. Es cierto que nadie se había manifestado contrario a la designación; pero es cierto también que desde su inicio el nombramiento de Batista para Coronel trajo disgusto entre los nuestros.
No se había procedido de un modo formal. Algunos del Ejecutivo no fueron consultados. Batista que indirectamente fué el causante del descontento dentro del grupo de la Comisión Ejecutiva, es hoy el causante del descontento en todo el pueblo, que no lo juzga mal por ser Coronel, sino porque olvidándose de un grupo de personas que se responsabilizaron con él cuando se le hizo Coronel y…
que debió ser consultado cuando se tratara de modificar en algo el proceso revolucionario, se convirtió en un tránsfuga al someterse a los mandatos de la presión extranjera, cuando ésta le pedía que se abrasara a la causa de los viejos políticos, a quienes él tanto había combatido y a los que llamó siempre “Viejos reaccionarios que quieren destruir una vez más el espíritu nacionalista de nuestra revolución.”
Difícil por todos conceptos resultaba la labor a realizar por la Comisión Ejecutiva. Los obstáculos no sólo eran de orden interno: diferencia en los caracteres, divergencias de opiniones, espíritu de combatividad; sino también en el orden externo existían por la incomprensión manifiesta del pueblo, que consideraba con un razonamiento ingenuo y hasta cómico, que Cuba estaba gobernada por cinco Presidentes.
Era necesario según opiniones de la mayoría, contar con el apoyo de los sectores políticos y a este respecto se iniciaron entonces entrevistas en el mismo Palacio, con los Delegados de los sectores oposicionistas. ¡Bonita coincidencia! Los Jefes Políticos (todos) tenían del Gobierno la misma opinión que aquella parte ingenua del pueblo menos culto, lo que demostraba que la cultura en el orden político de los dirigentes oposicionistas estaba no muy por encima de la opinión del pueblo que ellos decían representar.
Aquellas reuniones de Palacio no dieron ningún resultado positivo, a no ser que nosotros pudiéramos comprobar, una vez más, que la característica esencial del caudillaje era mantenerse decidido partidario de un Gobierno reaccionario, que estuviese mucho más de acuerdo con sus intereses personales que con los intereses del pueblo.
Estas reuniones probaron lo que pudiéramos llamar el cisma dentro de la Comisión Ejecutiva. Los políticos pedían se cambiara la forma de Gobierno, demandando que se volviera al sistema unipersonal.
Aquello significaba un rudo golpe para el programa que se había trazado el Gobierno. La Comisión Ejecutiva, reunida con el pleno del Directorio Estudiantil, discutió, en una Junta que duró hasta altas horas de la madrugada, si se daba o no aquel paso que nosotros los del Directorio considerábamos como una desviación dentro de nuestra ideología.
Después de apasionadas discusiones se acordó, en principio, que el Gobierno modificaría su Estatuto político. Aurelio Álvarez, que asistió también a aquella Junta, fué el factor decisivo para la modificación que según la opinión de la mayoría, era condicional sine-quanom para que los viejos lobos de la política cubana cooperaran al lado del Gobierno que nacería.
Todo resultó falso. Fuimos sorprendidos por ofrecimientos que nunca fueron sinceros y pronto notamos que la oposición atacaba de modo más violento.
¿Quién sería el Presidente? El Directorio sabía que los que tenían que decir la última palabra eran los de la Comisión Ejecutiva. Nosotros creímos que el Presidente debía ser uno de los cinco comisionados.
Nadie pensó nunca que el Gobierno debía pasar a manos de personas ajenas a los ya constituidos. Por eso fué que el Directorio le recomendó a la Comisión Ejecutiva que si en algo podía influir su opinión debían saber que nosotros considerábamos que uno de ellos debía ser proclamado Presidente.
La responsabilidad de aquellos hombres era inmensa. Todos comprendían lo difícil del momento. La solución debía ser rápida. Los acontecimientos se precipitaban y la opinión pública esperaba ansiosa una determinación.
Al principio, algunos de los miembros de la Comisión Ejecutiva se mostraron manifiestamente contrarios a que el designado fuera uno de ellos. Consideraban, en líneas generales, que aquello podía agravar más el problema e inclusive pensaron que era inmodesto designar entre ellos mismos al hombre que dirigiría los destinos del país;
pero frescas todavía las versiones que tenían de que los sectores oposicionistas habían dejado en manos de ellos la designación presidencial, se insistió de nuevo para que no se opusieran obstáculos algunos a la designación de uno de ellos.
Así fué designado Grau Presidente por unánime acuerdo de los cuatro comisionados que
discutieron aquella noche. Faltó Porfirio Franca, que hacía dos días no asistía a las reuniones de la Comisión Ejecutiva.
Aquella madrugada los miembros del Directorio salimos apesadumbrados. Nos causaba disgusto que la realidad que se nos pintaba nos hubiese obligado a modificar la forma de Gobierno; pero hecha ya la designación nos prestábamos todos a cooperar.
Nadie faltaría en su puesto. Todos estábamos decididos a luchar por el Gobierno Revolucionario que encarnaría como dirigente máximo la figura de nuestro prestigioso profesor de la Universidad que pasaba a ser ahora hombre público.
Grau San Martín era uno del pequeño grupo de hombres que considerábamos como posible
candidato para un Gobierno Constitucional. Por exigencias de la Revolución, Grau San Martín se adelantó quizás en meses a su actuación en la vida pública, siendo elegido Presidente Provisional.
Bibliografía y notas
- De León, Rubén. “La Verdad de lo Ocurrido desde el Cuatro de Septiembre. Desde la Caída de Céspedes hasta la Posesión de Grau”. Revista Bohemia. Año XXVI, vol. 26, núm. 5, febrero 1934, pp. 28-30,39,40.
- Carbó, Sergio. “Cómo y por culpa de quien cayó Grau San Martín”. Revista Bohemia. Volumen XXVI, núm. 10, año 26, 25 marzo 1934, pp. 28, 29, 40, 41, 42.
- Rubén de León García en el mismo artículo.
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