Salvador Cisneros Betancourt. Camagüey, febrero 10 de 1828. Habana, febrero 28 de 1914. Artículo de Roig de Leuchsenring para la Revista Social. Aquellos grandes figuras de nuestra primera guerra de la Guerra Grande; aquellos hombres. patriotas sinceros, puros; varones de noble estirpe que, poseedores de inmensa fortuna, lo dejaron todo:
Familia, haciendas, riquezas, comodidades, por ir a defender en los campos de batalla o en las emigraciones, la libertad de su patria, sufriendo gustosos penalidades sin cuento, hambre, miseria y hasta la pérdida de sus vidas; aquellos insignes patricios que supieron predicar con el ejemplo las ideas y las doctrinas que propagaban:
Que decretaron la libertad de los negros y fueron ellos los primeros en darle libertad a sus esclavos, que fueron a la guerra no para sacar de ella beneficios, sino pensando solamente en un único ideal, la independencia absoluta de Cuba; aquella legión de bravos, de heroicos, de abnegados, de nobles patriotas… ha desaparecido ya.
Céspedes, Agramonte, Aldama, Aguilera, Morales Lemus, Goicuría, Agüero, Cisneros. Unos perecieron en los campos de batalla, heridos mortalmente por el plomo enemigo, o en las prisiones, o en pueblos extraños, tristes emigrados; otros, muy pocos, tuvieron la dicha de entregar su último suspiro en la patria libre, después de haber gozado, felices israelitas, de la República, tierra soñada de promisión.
Salvador Cisneros Betancourt fué uno de éstos. Era, como dice Sanguily:
“La recia encina, último gigante de la selva colosal derribada, árbol tras árbol, por la muerte irresistible y traidora; vástago postrero de aquella estirpe asombrosa de rebeldes casi sobrehumanos, que contemplados a distancia, en las lejanías en que se confunden la historia y la leyenda, más que hombres parecen, como en la visión del poeta florentino, las torres imponentes de una antigua ciudad sumergida.”
Nacido en el heroico y legendario Camagüey el 10 de febrero de 1828 consagró su vida entera al servicio de Cuba. En 1840 partió a los Estados Unidos para terminar sus estudios, regresando a su pueblo en 1848, donde contrajo matrimonio, dos años más tarde, con su prima Micaela Betancourt y Recio.
Hombre rico, de familia distinguidísima que gozaba de grandes simpatías, ocupó Salvador Cisneros puestos de importancia y tomó parte activa en cuantas empresas patrióticas y sociales se llevaron a cabo en el Camagüey.
Fué alcalde municipal, fundador y presidente del Casino Campestre, la Sociedad Filarmónica, la Logia Tínima y otras sociedades. Ya desde el año 1850 empezó a conspirar con ardor y entusiasmo extraordinarios por la libertad de Cuba.
Cuando el 10 de octubre de 1868 lanzó Carlos Manuel de Céspedes el grito de independencia, fué Salvador Cisneros el alma del levantamiento en el Camagüey, formando parte, primero, del Comité de Gobierno que eligieron los patriotas camagüeyanos para dirigir todos los trabajos revolucionarios y más tarde, de la Asamblea de Representantes del Centro, organismo que vino a sustituir al antiguo Comité.
Al constituirse el 10 de abril de 1869 en Guáimaro la Cámara de Representantes ocupó Cisneros la presidencia, hasta que, destituido Céspedes en octubre de 1873, y por enfermedad y muerte de Francisco Vicente Aguilera, que debía sucederle, fué proclamado Salvador Cisneros Presidente de la República, cargo que renunció en junio de 1895, sustituyéndolo entonces en ese alto puesto Juan B. Spotorno.
Debemos mencionar aquí dos hechos importantísimos de su vida: la libertad de los esclavos que votó en unión de los demás miembros de la Asamblea de Representantes, muchos de los cuales, y entre éstos Cisneros, eran dueños de numerosas dotaciones; opuesto siempre a toda negociación de paz con España que no fuera a base de la independencia absoluta de Cuba, consecuente con sus ideas, al firmarse el Pacto del Zanjón, abandonó nuestras playas dirigiéndose a los Estados Unidos. desde donde continuó laborando por la libertad de
la patria. En New York fundó el primer club de emigrados cubanos.
Reanudadas las hostilidades en 1895, la Asamblea de Jimaguayú lo eligió, el 18 de septiembre de ese año, Presidente de la República en armas. Ya declarada la paz, formó parte de la Convención Constituyente que redactó nuestra Carta Fundamental, interviniendo activamente en la redacción y discusión de la misma.
Por último al organizarse Cuba definitivamente como pueblo soberano, consagró entonces Salvador Cisneros, con el mismo entusiasmo y fervor con que lo había hecho en la guerra, todas sus actividades al servicio de su patria, en múltiples esferas y principalmente en el Senado, al que perteneció hasta su muerte, acaecida el 28 de febrero de 1914.
Tal es, a grandes rasgos, la vida del Marqués de Santa Lucía.
Las notas distintivas de su carácter fueron la caballerosidad, el valor estoico, la entereza moral, y, por encima de todas y reasumiéndolas todas, su patriotismo.
Noble, por su cuna y por sus virtudes cívicas y privadas, sencillo y modesto, despreció primero sus pergaminos y sus riquezas para dedicarse a la obra redentora de la emancipación de su pueblo; y después, una vez logrado su ideal, conquistada la independencia, no quiso hacer valer sus títulos y méritos revolucionarios, para consagrarse, como simple ciudadano a la consolidación de la República, sin exigir jamás nada a la patria que tanto le había costado.
Dos veces Presidente, ni siquiera permitió se le liquidaran como tal sus haberes en el Ejército Libertador: quiso cobrar tan sólo como simple soldado, y todavía hizo más: de las tierras que le quedaban en el Camagüey donó, a fines del año 1912, cien caballerías para que se repartieran entre emigrados revolucionarios que se encontraban en la miseria.
Murió casi pobre, él que había sido millonario, porque libre de mezquinas pasiones, su virtud y su patriotismo le vedaban medrar con lo que constituía su más grande ejecutoria: el haber luchado por la libertad de Cuba.
Estuvo en las dos guerras y nunca derramó sangre enemiga. En los combates, en las emboscadas, en los asaltos, era el primero. Sin armas, estoicamente, afrontaba los peligros; y las balas lo respetaron siempre.
Y sin embargo, supo revolverse airado cada vez que su conciencia y sus convicciones se lo demandaban. Enérgico e irreductible fué, en este sentido, tanto en la guerra como en la paz, en su protesta contra el Pacto del Zanjón, en su oposición a que la Asamblea Constituyente aceptase la Enmienda Platt. Y ya en la República tuvimos ocasión de admirar mil veces, en el Senado y en la vida política, su entereza de carácter, su alteza de miras, su nobleza de corazón.
Sin poseer una cultura extraordinaria, pero de inteligencia clara, supo en medio del fragor de los combates organizar y dirigir la vida civil de la revolución.
Con los grandes y con los humildes fué siempre el mismo, a todos trataba por igual; que era tal vez el más sincero y perfecto demócrata que ha tenido la América.
Fué un héroe, un apóstol y un patriota.
Más que con lápidas y estatuas debemos sus compatriotas honrar y enaltecer la memoria del Marqués de Santa Lucía trabajando todos, cada uno en la medida de nuestras fuerzas, por que sea perdurable la obra a la que él consagró los años todos de su vida, sus anhelos y sus empeños, su inteligencia y sus actividades, su riqueza y su bienestar: esta República que él siempre quiso libre, grande, próspera y feliz!
Bibliografía y notas
- Roig de Leuchsenring, Emilio. “Salvador Cisneros Betancourt”. Revista Social. Vol. VIII, núm. 2, Febrero 1923, p. 43.
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